“Pues
yo recibí del Señor lo mismo que os transmití a vosotros: que el Señor
Jesús, la noche que era entregado, tomó pan, y, habiendo dado gracias,
lo partió y dijo: «Esto es Mi Cuerpo, que se da por vosotros: haced
esto en conmemoración mía». Asimismo, tomó el cáliz, después de haber
comido, diciendo: «Este es el Cáliz del Nuevo Testamento en Mi Sangre:
haced esto, cuantas veces bebiereis, en conmemoración mía». Porque
cuantas veces coméis este pan y bebéis el cáliz, anunciáis la Muerte del
Señor, hasta que venga” (1 Cor 11, 23-26).
En estas palabras del Apóstol San Pablo están contenidas la esencia de la Misa.
La Misa no es la Cena del Señor, sino el Sacrificio del Señor en la Cruz.
Es
un Sacrificio visible, no una representación simbólica. Es el mismo
sacrificio cruento que se realizó en la Cruz. Y esa obra se hizo para
quitar los pecados de los que creen en Jesús. Es una Obra Redentora, es
un Dolor, no es una fiesta, ni una discoteca, ni un baile, ni un
compartir la mesa para hablar de nuestras cosas.
Jesús
ofreció a Dios Padre Su Cuerpo y Su sangre para quitar los pecados del
mundo. Y eso lo obra Jesús en cada sacerdote que cree en la Palabra de
Jesús, y se manifiesta bajo las especies de pan y de vino.
Este
don del Señor al sacerdote debe ser transmitido por éste de forma
íntegra, sin quitar las palabras del Evangelio ni poner o añadir otras
que no pertenecen al Misterio.
La esencia de la Misa está en decir:
1. «Esto es Mi Cuerpo».
No se puede decir: «Este es el Cuerpo de Cristo». Hay muchos que ya
dicen eso en las misas que celebran. Si se dice eso, se anula la Misa.
No hay consagración. Lo que pasa allí es sólo una obra de teatro.
2. «Este es el Cáliz en Mi Sangre». No se puede decir: «Esta es la Sangre de Cristo en el cáliz».
3. «Haced esto en conmemoración Mía» o «Cuantas veces hicieres esto, hacedlo en conmemoración Mía». No se puede decir: «Haced esto en memoria mía» o «cuantas veces hiciereis esto, hacedlo en memoria mía».
Ya
hay muchos libros litúrgicos adulterados con esta nueva doctrina, que
separa la Verdad del evangelio con los razonamientos de tantos teólogos
que ya no creen en las palabras del Señor.
La
Palabra de Dios es clara: La Misa no es el recuerdo de Cristo o de la
Cena como un acontecimiento histórico, sino que es realizar lo mismo que
Cristo hizo en la Pasión.
Decir: “haec quotiescumque feceritis, in mei memoriam facietis”, es decir: «cuantas veces lo hiciereis, hacedlo en memoria mía»,
es sólo expresar algo de la historia, recordar con las palabras lo que
obró Cristo en un momento de la historia, es separarse de la Palabra de
Dios, que dice en griego: “eis ten emou anamnesin”.
Esta frase se traduce así: “hacia Mi Memoria”. No se traduce: “en mi memoria”.
No es un recuerdo en
la vida de Cristo. Es el recuerdo vivo que Cristo da en la Misa,
realizar lo que Él hizo y del mismo modo que Él lo hizo. El sacerdote va hacia ese acontecimiento de Cristo. Y sólo puede ir en el Espíritu. El Espíritu de Cristo lo lleva a
la Pasión de Cristo. Y ese llevar produce el Sacrifico de Cristo en el
Altar. Es ir hacia la Memoria de Cristo, hacia la Vida de Cristo, hacia
la Obra de Cristo.
Los teólogos, los exegetas de la Sagrada Escritura parten esta Verdad y dan el error a toda la Iglesia.
El Espíritu levanta al sacerdote a la misma Vida de Cristo. Esto es lo que significa ana-mnesin: levantar hacia el recuerdo. No es quedarse en el recuerdo. Es ir a la obra de Cristo: “haec quotiescumque feceritis, in meam commemoriam facietis”.
El
Espíritu eleva espiritualmente al sacerdote para que se realice en él
la esencia de la Pasión de Cristo. Y la esencia es que el sacerdote
ponga en el Altar el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que es lo que ofrece
Jesús a Su Padre para quitar los pecados del mundo.
Decir
que la Misa es la memoria de Cristo es sólo decir que la Misa es algo
humano. Hay que ir a Misa para una cena, para una comida, para estar un
rato juntos y pasarlo lo más placentero posible.
Ya se pierde la santidad de la Misa, porque se rebaja, se anula la esencia de la Misa.
Las
palabras de la Consagración no son una narración histórica de lo que
pasó en la Cena, sino el mismo acontecimiento, invisible, que no se
palpa con los sentidos humanos, que se dio en el Calvario. Es algo
incruento de un hecho cruento.
Para
realizar una Misa, como la quiere Jesús, es necesario vivir en Cristo,
consagrarse completamente a Él, para que en Él y por Él se dé gloria al
Padre.
La Misa necesita de un culto interior
en la persona del sacerdote. Si no existe este culto interior a Cristo,
entonces el sacerdote no tiene fe en Cristo y sólo hace una obra de
teatro en lo que celebra en la Iglesia.
Hay
muchos sacerdotes de esta manera: sólo ven a Cristo de una forma
histórica, externa, cultural, del tiempo. Y, entonces, sólo dan un culto
exterior a Cristo. Eso no es suficiente para obrar el Misterio de la
Misa.
“Vosotros
sabéis, venerables hermanos, que el divino Maestro estima indignos del
sagrado templo y arroja de él a quienes creen honrar a Dios sólo con el
sonido de frases bien hechas y con posturas teatrales, y están
persuadidos de poder muy bien mirar por su salvación eterna sin
desarraigar del alma los vicios inveterados” (Pío XII – Mediator Dei).
La
Misa no es para cantar o para hablar o para hacer unos ritos más o
menos buenos, agradables a todos, sino para postrarse a los pies del
Redentor y así profesarle amor y veneración.
Hoy
tenemos misas sacrílegas en que el culto a Dios se ha vuelto sólo una
enseñanza pagana. Y se meten en las misas muchas cosas del mundo, de la
cultura, del arte, de los hombres, porque ya no se da culto interno a
Dios.
La
adoración a Dios es en Espíritu y en Verdad. Se adora, hoy en la
Iglesia, en el espíritu del demonio y en la mentira que da el demonio.
Y
eso está pasando en muchas parroquias y nadie hace nada para quitarlo,
porque quien lo debería quitar, la Jerarquía eclesiástica, ya no cree en
la Palabra de Dios. Ha anulado el Evangelio, ha cambiado las palabras
del Evangelio, ha tergiversado el significado de la santa Misa. Y, por
eso, vemos lo que vemos. Es que es normal contemplar, hoy, al demonio en
las Misas de muchos sacerdotes, que se creen que hacen bien realizando
esas Misas porque tienen documentos de Roma que los acreditan como la
verdad de lo que es una Misa.
Desde
1958 todos los libros litúrgicos fueron cambiados. La Sagrada Escritura
ha sido desvirtuada. Para coger la auténtica Palabra de Dios hay que ir
a las ediciones de la Biblia antes de 1958. A partir de esa fecha y,
sobre todo, a partir de 1980, no hay biblia que sirva. Todas tienen
errores en cualquier parte, fruto de esta exégesis de muchos teólogos
que sólo quieren dividir la verdad.
Y
los Misales auténticos de la Misa de Pio V han sido adulterados, porque
ya no se quiere la Misa como antes. Ya sólo se quiere la Misa como una
cena, como una fiesta, como un acontecimiento de la Iglesia para que
todos estén felices en sus vidas humanas.
El Concilio de Trento dice: «Si
alguien dijere que el Sacrificio de la Misa es sólo de alabanza y de
acción de gracias o una mera conmemoración del sacrificio realizado en
la cruz, pero no propiciatorio; o que sólo aprovecha al que lo recibe y
que no debe ser ofrecido por los vivos y difuntos, por los pecados,
penas, satisfacciones y otras necesidades, sea anatema» (D.S. 1753).
La
Misa es un propiciatorio, un sacrifico cruento, un dolor real, una
muerte real, un calvario real. No es una memoria de todo eso que pasó
hace 2000 años. Es poner en el Altar al mismo Cristo en su Obra
Redentora.
Y
Cristo se ofreció al Padre para salvar a los hombres. Y aquél sacerdote
que no se ofrece a Cristo, no es sacerdote. Aquel sacerdote que da la
misa para agradar a los hombres, para tenerlos contentos, para contarles
sus batallas diarias en la vida, para hacer de la misa una payasada, un
entretenimiento, no es sacerdote.
El sacerdote es para Cristo, no para las almas. Y quien no viva este Misterio sólo obra su teatro en la Iglesia y nada más.
Ahora,
se va a cambiar esta liturgia y se va a imponer que sólo la Misa es un
recuerdo de la Pasión de Cristo. Cuando esto suceda, entonces hay que
irse a buscar una Misa en las catacumbas, en aquellos lugares que
todavía crean en el Sacrifico del Altar