domingo, 23 de febrero de 2014

EL PERFUME DE OTROS TIEMPOS


El perfume de otros tiempos

Les voy a contar una pequeña historia.

La antigua iglesia de San Eustaquio
Hace unos meses, un día antes de retirarme al reposo cotidiano, y sintiéndome un poco cansado, como suele ocurrirle a todo el mundo, me acordé de un consejo que me dio un conocido: que ojeara una revista antes de dormir para distraerme.
Evidentemente yo no iba a escoger una de esas revistas comunes que circulan por ahí y que no son muy idóneas para descansar. Me decidí por una pequeña edición francesa del año 1949 sobre la historia de los barrios de Paris a lo largo de los tiempos. Estaba ojeándola cuando encontré la frase: “En ceux temps fabuleux la…” (En aquellos tiempos fabulosos…) Entonces pensé: ¿Cómo? ¿Entonces hubo tiempos fabulosos? Y me dije: “Esto me interesa”. Fue ahí que encontré este pequeño relato ‒supongo que algunos lo considerarán intranscendente‒ pero que me descansó bastante; me dio un poco de oxígeno en medio de este mundo en que vivimos; y me dejó un tanto pensativo, al traerme al espíritu el perfume de otros tiempos. Se lo dejo por si a alguno de Ustedes algún amigo les aconsejó lo mismo que a mí.
Jean Alais y los orígenes de Saint Eustache
El origen de esta iglesia remonta al siglo XIII.
En estos tiempos fabulosos, el corazón de los hombres no estaba endurecido como en nuestros días. El recolector de impuestos Jean Alais había imaginado un nuevo impuesto de un denario por cesta de pescado vendido en el mercado de Les Halles.

El barrio des Halles, con la iglesia de San Eustaquio en el centro
En lugar de hacer fortuna como sus colegas, este hombre “quiso devolver a Dios aquello que él había tomado al mundo”, y fundó, bajo la invocación de Sainte–Agnès, una capilla que fue rápidamente erigida en parroquia y consagrada a Saint–Eustache. Como este acto de restitución debía parecerle insuficiente, tuvo la idea hacerse inhumar bajo el centro de una calle adyacente, la Rue Montmartre, en lugar de ir simplemente a reposar bajo las bóvedas de Sainte–Agnès. Su lápida tumbal, un tanto elevada, forma un pequeño puente, muy útil en tiempos de lluvia, al que se le dio el nombre de Pont–Alais. (Puente Alais, por el nombre del difunto)
Piganiol de la Force, comentando este acto de arrepentimiento, escribe: “Si aquellos que son de la misma profesión que han venido después de Jean Alais hubieran tenido la misma delicadeza que él, no se caminaría hoy en día sino sobre semejantes piedras”.
Esto sucedía, como hemos dicho, en estos tiempos fabulosos
(Extractado de Paris a travers les siècles – Philippe Le François)