El derecho a la vida y el meapilismo pepero
En una web de información, análisis y opinión, encontramos un artículo un tanto polémico. El autor parece escandalizarse por expresiones como: «la defensa a ultranza del derecho a la vida es simple y llanamente ideología»; «sólo existe una verdad católica absoluta: "tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo unigénito para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16)»; «las demás verdades -incluida la vida y el derecho a la vida- son relativas. Esta es la única manera de evitar que los creyentes caigan en el fundamentalismo, sea éste del signo que sea». El problema radica en que estas expresiones, aunque podrían formularse mejor, no son erróneas. Porque el derecho a la vida –en rigor, el derecho a la conservación de la vida física- no es un derecho absoluto, sino que se subordina a otros bienes de índole superior. Otra cosa es que a partir de estas expresiones se quiera anestesiar las conciencias del «meapilismo pepero» o defender tópicos del liberal-catolicismo, lo que sí nos parece criticable.
La lucha por
la defensa de la vida humana inocente, y en consecuencia contra el crimen del aborto, es un
objetivo social noble para todo cristiano. Pero la absolutización del derecho a
la vida no es compatible con una filosofía cristiana del Derecho y puede convertirse en ideología «vitalista» y burguesa.
Ofrecemos hoy unas
páginas de una obra de divulgación que pueden contribuir a poner las cosas en
su justo lugar.
(Ni el derecho al respeto a la vida el derecho supremo)
Pero esta exaltación del valor sagrado de la vida no debe reducir
la moral católica a la moral burguesa, sin horizonte supra-temporal y
trascendente, que termina haciendo en la práctica, muchas veces,
precisamente de la vida el valor más alto. Esto se liga también a la
concepción hedonista: la vida está para gozarla; la dignidad del hombre
consiste en que puede "gozar los derechos", y no gozaría ningún
derecho si no tuviera la vida, etc. Sobre esto recomiendo la lectura directa
de Veritatis Splendor, a partir de n° 89, p. 136 (v. 2a. parte, preg. n° 20).
Precisamente, como consecuencia de la existencia de actos intrínsecamente
malos que por nada del mundo se pueden realizar, aparece la necesidad de
"dar la vida" (y si se da la vida quiere decir que preservar la
propia vida no es el valor moral más alto), como alternativa normal del
cristiano, antes que realizar aquellos actos (VS, n° 90, p. 138). De ahí
que el Papa (repito, en la encíclica anterior, VS), comience allí la
apología del martirio
(pp. 139 y ss.):
Trae
los ejemplos de Susana, "es mejor para mí caer en vuestras manos [morir
dilapidada]... que pecar delante del Señor" (Libro de Daniel, 13,
22); Juan el Bautista (muerto por el tirano al denunciarle su adulterio
-Marcos, 6, 17-19); Esteban (Hechos, 7, 60); Apóstol Santiago, Hechos,
12,
1); Juan Nepomuceno y María Goretti, que "prefirieron la muerte antes
que cometer un solo pecado mortal: traicionar el secreto de confesión o
fornicar, respectivamente. "...El amor implica obligatoriamente el
respeto de sus mandamientos, incluso en las circunstancias más graves, y
el rechazo a traicionarlos, aunque fuera con la intención de salvar la
propia vida'' (p. 140/1). Sigue nombrando mártires, que son
verdaderamente
modelos y no grandes insensatos: Ignacio de Antioquía (p. 141). En esta
doctrina se continúa la enseñanza del propio pagano Juvenal:
"Considera el mayor crimen preferir la supervivencia al pudor y, por
amor de la vida, perder el sentido del vivir" (p. 143).
5. Una pequeña reflexión
sobre esto
A la luz de lo que decimos, júzguese cómo tenemos que reaccionar cuando
en el almacén, en el café, en el trabajo, en la calle, en la escuela, en
los medios de educación, se dice: "lo principal es la salud";
"lo peor es la muerte", etc... Eso no es cristiano. Ni es
verdadero.
Santo Tomás justifica la muerte del ciudadano por su república, en cuyo
caso, si su conducta es referida a Dios, estamos ante un verdadero mártir:
II-II, 124, 5, ad 3 [El bien de
la república es el principal entre los bienes humanos. Pero el bien divino, que
es la causa propia del martirio, está por encima del bien humano. Sin embargo,
como el bien humano puede convertirse en divino si lo referimos a Dios,
cualquier bien humano puede ser causa del martirio en cuanto referido a Dios.]
Francisco de Vitoria
enseñaba: "Como dicen los mejores filósofos el varón fuerte debiera
sacrificar su vida por la república, aunque después de esta vida no
hubiera ninguna felicidad" (De la Potestad de la Iglesia, I, q. V, n°
29, p. 302 ed. BAC, versión
Urdánoz).
Fuente:
Hernández, H. «Valor sagrado de la vida y “cultura de la
muerte”. (Contenido y significado de dos recientes encíclicas)», en AA.VV. Valor de la vida. Cultura de la muerte,
2ª Ed., CENTOLIAR, Santa Fe (Argentina), 1998, ps. 61 y ss.