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Artículo publicado en
la revista “Dinámica Social”; décadas atrás, pero que mantiene su
actualidad. Leeremos semejanzas entre el funcionamiento de
los Congresos ‘democráticos’ con el que aquí se expone; en el primero,
comprobamos, según el ejemplo escandaloso de los aborregados
diputados KK, que ellos también votan de acuerdo al mandato del
Ejecutivo; generalmente sin entender ni estudiar los temas que se
tratan; votan por el
‘partido’, no por la Patria;
y el que se opone es un traidor al ‘partido’, pues la Patria
no cuenta. Esto acontece habitualmente en cualquier verdadera
“democracia”,
porque le es esencial una ficticia e hipócrita ‘división’ de poderes;
donde gobierna con plenos poderes el ‘Partido’, o el que lo preside…
¡si pretende subsistir! ¡Al menos los comunistas son brutalmente
sinceros!
TESTIMONIO DE
UNA VERDADERA “DEMOCRACIA”
(Relato de una sesión del Ejecutivo comunista)
E
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n
la revista italiana ÉPOCA, del 14 de marzo del corriente, el ex
comunista-socialista Ignazio Silone – a
pesar de todo excelente escritor-
publica un comentario a propósito de la lucha que posiblemente estallará
por la sucesión de Stalin.
En el escrito está relatado un episodio
de importancia sintomática.
Dice Silone:
“En el mes de marzo de 1927 intervine en
una sesión extraordinaria del Ejecutivo de la Internacional
Comunista. La reunión había sido convocada en apariencia para deliberar a propósito de las directivas
a los partidos comunistas europeos para su lucha “contra la inminente guerra imperialista” de
la cual se discutía ya en aquel entonces. Pero en realidad, para empezar la
“liquidación” de Trotsky y Zinoviev.
Las sesiones plenarias del Ejecutivo de la Internacional eran
preparados –como de costumbre- por el llamado Senior Convent (o Comité de los Ancianos) constituído por los jefes
de las más importantes delegaciones.
La primera sesión del Senior Convent en la cual tomé parte
junto con Togliatti estaba presidida por
el alemán Ernest Thälmann, que dio lectura a un proyecto de resolución a presentarse en la sesión plenaria del
ejecutivo. Este proyecto condenaba con expresiones violentísimas ciertas documento que Trotsky había dirigido al
Politburó del partido comunista ruso.
Terminada la lectura, Thälmann nos preguntó si estábamos conformes con el proyecto de resolución que condenaba a
Trotsky. Yo, luego de consultar rápidamente a Togliatti pedí la palabra para lamentar de no haber tenido aún la
posibilidad de leer el documento de Trostky de que se trataba.
-Verdaderamente –declaró el presidente
Thälmann- tampoco nosotros conocemos el documento.
-Puede
ser muy bien –dije- que el documento de Trostky sea condenable, peto es
evidente que yo no puedo condenarlo sin haberlo leído.
Tampoco nosotros –insistió Thälmann-
hemos leído el documento, no siquiera los demás delegados, excepto los delegados
rusos. La contestación de Thälmann me resultaba tan increíble que concluí con
enojarme con el traductor.
Es imposible –dije- que Thälmann se haya
expresado de semejante manera. Te ruego repetir, traduciéndola, palabra por
palabra su contestación.
Al punto intervino Stalin, el único de
los presentes que permanecía tranquilo y sereno: “El oficio político del
Partido consideró que no era oportuno traducir y distribuir el documento de
Trostky ni siquiera entre los delegados del Ejecutivo Internacional, porque en
él hay muchas alusiones a la política de la URSS en la China”.
(Es oportuno aclarar que el misterioso
documento de Trotsky fue publicado en el exterior, más tarde, por el mismo
autor, con el título: “Problemas de la revolución china”. Como aún puede
comprobarse no hay en ese documento ningún secreto de estado, sino solamente
una violenta requisitoria contra la
política desarrollada por Stalin contra la China).
El presidente Thälmann me preguntó si
juzgaba satisfactoria la aclaración de Stalin.
-De ninguna manera niego el derecho de la oficina política del
partido Comunista ruso, de guardar secreto sobre cualquier documento –dije-
pero no comprendo cómo los demás pueden
ser invitados a condenar un documento que no conocen.
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a
indignacíón en contra mía y de Togliatti se desencadenó como una tormenta. El
único que siguió guardando tranquilidad e imperturbabilidad fue Stalin. Dijo:
-Si un solo delegado está en contra el
proyecto de resolución, éste no puede ser presentado a la Asamblea plenaria.
Y agregó:
-Tal vez los compañeros italianos no
estén al tanto de nuestra situación interna. Propongo aplazar la sesión, encargando a alguno de los
presentes que explique nuestra situación a los italianos.
La tarea, no fácil, tocó al búlgaro Vasil
Kolarov. Nos convidó, por la noche, a tomar té en su pieza del hotel Lux.
-Hablemos claramente- nos dijo sonriendo-, ¿vosotros creéis acaso que yo
he leído el documento?. No. No he leído nada. ¿Tengo que deciros la verdad
entera? El documento ni siquiera nos
interesa. ¿Tengo que deciros más? Incluso si Trotsky me mandara aquí, secretamente,
una copia, yo renunciaría a leerla.
Amigos italianos, tenéis que comprender: aquí no se trata de documentos. Aquí
estamos en plena lucha por el poder entre dos grupos rusos rivales. ¿Con cuál
de los dos tenemos que alistarnos? Ésta
es la cuestión. Los documentos no caben. Se trata de elegir. Yo , por mi
cuenta, elegí: estoy con el grupo de la mayoría. Cualquier cosa que haga o diga
la minoría yo estoy por la mayoría. Los documentos no me interesan.
El búlgaro llenó nuestros vasos de té, y
nos miró como un maestro de escuela a dos alumnos traviesos. Luego, dirigiéndose
directamente a mí, preguntó:
-¿Me expliqué bien claro?
- Ciertamente –contesté- , con mucha
claridad.
¿Os he convencido?
-No, en absoluto.
Togliatti expresó el mismo parecer con términos
más medidos:
“No podemos declararnos por la mayoría o
la minoría de antemano. No puede ignorarse el fondo político del problema”.
Mientras nos acompañaba a la puerta,
Koralov nos dijo:
-Vosotros sois demasiado jóvenes. Todavía
no habéis comprendido en que consiste la política. No habéis comprendido todavía
a Stalin.
A
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la mañana siguiente, en la sesión del
Senior
Covent, se repitió la escena. Stalin pregunto a Koralov: “¿Has
explicado bien a los compañeros
italianos de qué se trata ?” –Ampliamente- aseguró el búlgaro. Stalin
dirigiéndose
a nosotros, preguntó; -¿Los compañeros italianos son ahora favorables al
proyecto de resolución? Luego de una rápida consulta con Togliatti,
declaré:
Antes de tomar en examen ese proyecto de resolución, tendríamos que
conocer el documento que en esa resolución se condena. El francés
Trent y el suizo Humbert-Droz hicieron una declaración más o menos
parecida. (Los
dos, años después, abandonarían la Internacional rusa).
Durante los días siguientes, para
Togliatti y para mi , “el clima empezó a volverse caliente” en la capital rusa.
Éramos espiados durante todas las horas y en todos nuestros actos. Ni faltaron
muchas otras molestias por parte de la policía rusa, no por parte de los demás
delegados.
Antes de la salida, Togliatti y yo
juzgamos oportuno escribir una carta a la Oficina Política del Partido
Comunista ruso para explicar el sentido
de nuestra actitud. La carta fue recibida por Bukarin, que nos convocó en
seguida y nos aconsejó amistosamente
que retiráramos la carta, para no empeorar nuestra situación personal, ya en
peligro.*