EUROPA Y "OCCIDENTE"
La defensa de Occidente ya no tiene sentido
Jose Javier Esparza
Si
alguien pensaba que la fórmula “defensa de Occidente” tenía todavía
alguna vigencia, la actual crisis siria le habrá extirpado cualquier
esperanza. Lo que hemos visto en este horrible avispero es que el
“bloque americano”, nuestros aliados “de toda la vida”, han jugado a
contemporizar con el Estado Islámico, que es la negación más absoluta de
todo cuanto la civilización occidental considera como propio, desde la
dignidad individual hasta la herencia cultural cristiana. Los que han
hecho engordar a la bestia son los mismos países que financian a
nuestros clubes de fútbol, que compran nuestros trenes de alta velocidad
o que se sientan con nuestros militares en las asambleas de la OTAN.
Son ellos los que han permitido –si no algo más- que los cristianos sean
machacados en Oriente Próximo, que el yihadismo se convierta en bandera
política y que una ola de desesperación llegue a nuestras fronteras
poniendo a Europa en la peor crisis migratoria desde la segunda guerra
mundial.
Esto no lo han hecho “los malos”. Esto, empezando por el
estímulo de las primaveras árabes y pasando por el caos criminal de
Libia, hasta desembocar en la fuga masiva de cientos de miles de
personas desde Irak, Afganistán y, por supuesto, Siria, lo han hecho
“los nuestros”. Y a lo mejor va siendo hora de preguntarse quiénes son
realmente “los nuestros”. O aún más hondo: quiénes somos “nosotros”.
Hace medio siglo, uno decía “occidente” y evocaba automáticamente un
mundo de libertades públicas, mercado libre con garantías laborales y
orden social de inspiración cristiana. No era el paraíso terrenal, pero
sí el paisaje más habitable de cuantos habíamos conocido. Por supuesto
que el poder era oligárquico –siempre en la Historia lo ha sido-, pero
la democracia liberal lo hacía soportable. Por supuesto que el mercado
libre tendía a la explotación, pero las políticas de protección social
–hicieron falta revoluciones y guerras para hallar el remedio-
garantizaban que amplísimas mayorías tuvieran acceso a una riqueza más
que suficiente. Por supuesto que el cristianismo languidecía como fe
viva, pero sus principios filosóficos, sus ejes doctrinales, eso que se
llama “derecho público cristiano”, seguían vertebrando la vida social y
separando lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto. Ciertamente, rara
vez el cruzado está a la altura de la cruz, pero bastaba ver lo que
había al otro lado para resignarse y aceptar que, después de todo, lo
nuestro era mejor –o menos malo- y valía la pena luchar por ello. Ese
era el mundo hasta hace muy pocos decenios. Bajo esa convicción hemos
vivido y hemos muerto. Pero eso se acabó.
Esto no es lo que era.
Hoy uno mira alrededor y constata que aquellos viejos pilares se han
desmoronado. Del famoso “derecho público cristiano” ya no quedan ni las
raspas y en su lugar se ha impuesto una pseudo moral civil compuesta a
partes iguales de sentimentalismo, sectarismo y nihilismo. El mercado
libre, que alcanzó su apoteosis en los años 90 con la globalización
financiera, ha ido desmantelando desde entonces no sólo todo control
político, sino también muchas de las garantías sociales y laborales de
posguerra. En cuanto a las libertades públicas, no nos hagamos
ilusiones: la crisis de las democracias, ahogadas en oligarquías cada
vez más alejadas del pueblo, no es algo exclusivo de España y, por otro
lado, es una evidencia que hoy, a la hora de hablar en público, hay
muchos más tabúes que hace sólo veinte años. ¿En qué se ha convertido
“Occidente”?
Hoy uno dice “defensa de Occidente” y la cosa suena a extravagancia,
como aquel general del Teléfono rojo de Kubrick que quería lanzar un
ataque nuclear contra los soviéticos porque estaban contaminando
“nuestros preciados fluidos corporales”. ¿Qué vamos a defender
exactamente? Es muy posible que, mañana, aparezca otro escenario bélico
forjado a golpes de fuego por la crisis siria, y es muy posible que, ese
día, soldados españoles tengan que volver entregar la vida allí. ¿Por
qué van a hacerlo? El argumento de la democracia y los derechos humanos
ya no cuela; sencillamente, porque no es verdad. ¿Y entonces? ¿Por la
estabilidad de un mercado global que ya no es ni quiere ser garantía de
paz social? ¿Por los intereses de unos “aliados” que sólo miran por su
propio provecho? ¿Por la construcción de un mundo sin alma ni destino?
En los últimos veinte años, eso que antes llamábamos “Occidente” se
ha convertido en una suerte de gran mercado anónimo universal regido por
una superpotencia hegemónica, los Estados Unidos. Nada más que eso. Las
decisiones políticas quedan subordinadas a ese proyecto, al margen de
la voluntad o el interés de las sociedades. Nuestras naciones se
disuelven. Los principios morales clásicos son combatidos hasta la
extinción y reemplazados por un singular mundo de matrimonios
homosexuales y abortos por recomendación estatal. El mercado ya no es un
instrumento para la prosperidad del mayor número posible de ciudadanos,
sino un dios al que hay que adorar y obedecer por su propio poder. En
esto nos hemos convertido. Un cuarto de siglo después de la caída del
Muro de Berlín, ¿alguien podría decir quién o qué ha ganado exactamente?
Sí, claro: los Estados Unidos. ¿Y su proyecto es el nuestro, el de
los europeos? ¿Su hegemonía es nuestra supervivencia? Ya no está tan
claro como hace diez años. “El país no lo sabe, pero estamos en guerra
contra América –confiaba Mitterrand a su último confidente, Georges-Marc
Benamou-. Sí, una guerra permanente, una guerra vital, una guerra
económica, una guerra aparentemente sin muerte. Sí, son muy duros los
americanos, son voraces, quieren un poder exclusivo sobre el mundo. Es
una guerra desconocida, una guerra permanente, en apariencia sin muerte
y, sin embargo, una guerra a muerte” (Le dernier Mitterrand, Plon,
2005). Quizás el viejo socialista francés, ya en sus últimos días, veía
las cosas bajo una luz siniestra. Quizá. Pero quizá, simplemente, estaba
diciendo la verdad pura y desnuda.
No, la “defensa de occidente” ya no tiene ningún sentido. No, al
menos, si de verdad queremos que algo del auténtico occidente histórico
sobreviva en el mundo actual. Europa debe empezar a cortar lazos. De lo
contrario, esos lazos nos ahogarán. Nos están ahogando ya.
Gaceta.es