Engaños con el “marxismo cultural”. Por Jorge Martínez
La revolución cultural que hoy se quiere
imponer al mismo tiempo en todo el mundo corre con una ventaja que no
suele percibirse. Ha logrado disimular, en gran medida, sus intenciones
últimas y a sus verdaderos promotores.
Esto ocurre porque quienes con sano
empeño se resisten a ella tienden a operar siguiendo las divisiones
heredadas de la guerra fría y del siglo comunista. En la contienda
actual habría así una izquierda revolucionaria de inspiración marxista a
la que se enfrenta la derecha en todas sus variantes, del liberalismo
monetarista al tradicionalismo católico. Esos serían los dos bandos en
un campo de batalla que parecería bien definido.
Pero el proceso en marcha, que en
nuestro país se intensificó en el último año a niveles insospechados,
exige lecturas diferentes. Sostener que los principales impulsores de la
ideología de género, del feminismo extremo, del aborto, del laicismo
intolerante, del abolicionismo penal, de la inmigración irrestricta, de
la futura eutanasia o de la legalización de la droga son la izquierda y
los “marxistas” es decir una verdad a medias. Es cierto, son ellos pero
no sólo ellos.
ARBOL Y BOSQUE
Al concentrar toda la atención en el
llamado “marxismo cultural” existe el peligro de ver el árbol y perderse
el bosque. Porque el dato central de esta nueva revolución no es que
sus militantes sean marxistas, algo previsible, sino que esté financiada
y sostenida de manera abierta por los mayores capitalistas del mundo,
por los principales gobiernos sean de izquierda o de derecha, por la
casi totalidad de los medios de comunicación, por la publicidad de las
grandes empresas multinacionales y por el establishment cultural y de
entretenimientos del planeta entero.
Está
muy bien señalar la influencia venenosa que tuvieron la Escuela de
Frankfurt, con su yunta nefasta entre Marx y Freud, o los escritos
heterodoxos de Antonio Gramsci, decisivos para convencer a los marxistas
de que la revolución también se puede hacer conquistando la
superestructura cultural de un pueblo. Pero el elefante en la habitación
no es Gramsci, autor aburrido al que sólo leen los ideólogos, sino
George Soros. Que un militante de izquierda se fanatice pensando que al
destruir a la familia destruirá la sociedad que aspira a transformar de
raíz, tiene cierta lógica. Menos evidente es el hecho de que ese mismo
esfuerzo esté financiado con abundancia de fondos por quienes, en
teoría, deberían ser sus principales adversarios, los capitalistas del
libre mercado, y tenga la adhesión obediente de intelectuales, políticos
y gobernantes de una supuesta “derecha” liberal o conservadora.
Aunque dista de ser el único, el caso de
Soros es significativo. Sabido es que acumuló su fortuna como
especulador, aunque ahora prefiera la denominación de “filántropo”, que
la prensa le concede generosamente. Su buque insignia, la Fundación
Sociedad Abierta, apoya cuanta iniciativa circule por el mundo que
apunte a dinamitar la santidad de la vida, la familia tradicional, la
diferenciación entre los sexos, o la soberanía y la historia de los
países, en especial los más débiles. Pero Soros no es marxista. Más bien
es un liberal a la europea.
Su fundación toma el nombre de La
sociedad abierta y sus enemigos (1945), el libro cumbre del filósofo
austríaco Karl Popper (1902-1994) y acaso la mejor crítica del marxismo
producida por un pensador liberal en el siglo XX. Ese ensayo y el resto
de la obra de Popper han sido cruciales en la conversión del socialismo
al liberalismo de una larga lista de políticos o intelectuales que bien
poría estar encabezada por Mario Vargas Llosa, de quien no sabemos si
apoyaba el aborto o el matrimonio homosexual en su tiempo de militante
comunista en el Perú, pero sí lo hace ahora, que es un liberal
convencido y convincente.
Si
lo que está en marcha es un nuevo intento de revolución comunista, hay
demasiados capitalistas financiándola (pensemos también en Bill Gates,
en Warren Buffett, en Michael Bloomberg, en el californiano Tom Steyer,
otro “filántropo”) y un exceso de liberales promoviéndola (ahí están los
gobiernos de Macron, de Trudeau, de Merkel, de Mauricio Macri). ¿Lo
hacen acaso por torpeza? ¿Son ellos apenas los idiotas útiles de los
cerebros marxistas detrás de la conjura? Cuesta creerlo, sobre todo
cuando hay tanto dinero en juego. Quien eso piensa repite el error común
de los intelectuales que consiste en sobreestimar el poder de las ideas
y menospreciar la influencia, más prosaica y mucho más eficaz, del
dinero. Es un error que de tan común se ha vuelto ya bastante
sospechoso.
“Follow the money”, sugería el
informante secreto que, según la leyenda, orientaba de manera sigilosa a
los periodistas que investigaban el caso Watergate. Es un consejo que
pocas veces falla. “Seguir el dinero” contribuye a deslindar
responsabilidades y a rastrear el origen de un delito. También sirve
para no caer en engaños y llegar hasta los culpables últimos, los
culpables verdaderos.
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