domingo, 2 de diciembre de 2018
TRAPECISMO HERMENÉUTICO Y DOS TESIS
(Respuesta al artículo de Lucas Carena del 26/11/18)
Por Cristián Rodrigo Iturralde
Recientemente, Lucas Carena (en adelante, el A.) publicó una
respuesta a un artículo de mi autoría del 12/11/18 (titulado ¨Excomulgado o no, Perón fue enemigo de la Iglesia Católica¨),
en cual, básicamente, reconfirma su posición en torno al asunto de
marras, presentando nuevos elementos y ciertas objeciones (1) . He leído
con fruición su refutación, y lo primero que he decir es que ha sido
escrita con la mesura y caballerosidad que lo distingue. Indudablemente,
sería bastante más simple nuestra tarea si tuviéramos enfrente a un
completo desconocido que fuera además enemigo declarado. Pero las cartas
han caído de este modo y ahora no queda otro remedio que jugar.
Dicho esto, celebro –por el bien del debate- que el A. se asuma
final y formalmente como peronista y que haya levantado su estandarte
públicamente; de modo que ahora ambos hemos sincerado nuestra posición.
Siempre me han molestado los sujetos vacilantes e indefinidos, pero más
aún aquellos que simulan estarlo, avanzando por aproximación indirecta,
eludiendo proyectiles y resguardándose en la presunta ecuanimidad que le
conferiría no pertenecer a ninguno de los bandos en pugna.
Quisiera comenzar reparando en el epígrafe que acompaña la nota, donde señala el A. que preferiría ¨invertir (su) tiempo en otros debates y, por supuesto, con adversarios ideológicos como el marxismo y el liberalismo¨,
dejando entrever –a su juicio- que el tratamiento de esta cuestión
carecería de sentido y utilidad a los efectos de combatir a los enemigos
de la patria. No obstante, lo primero que cabría apuntar en este
sentido es que quién inició el debate sobre el asunto fue el propio A.,
desde su “Perón no está excomulgado (Apostilla de Pedro Badanelli)”,
escrito en 2017 (y que se ocupó en hacer circular). Tal vez no lo haya
advertido, pero el citado texto establece, al menos de modo implícito,
una falsa disyuntiva, dando a entender que no es posible,
simultáneamente, hacer revisionismo histórico (sobre el tema que fuere) y
combatir a los adversarios ideológicos (como si ambas tareas fuesen
excluyentes una de otra). Seguramente -o permítanme dudarlo-, el A. no
hubiera tomado el guante de modo tan decidido ni hubiera objetado la
naturaleza o utilidad del debate si la figura revisada fuese otra.
A mi entender, el debate sobre Perón y el peronismo es una
cuestión tanto pendiente como urgente para el nacionalismo argentino; no
sólo por una cuestión historiográfica sino, ante todo, porque posee una
utilidad práctica, que es terminar por definir si Perón fue un patriota
o un canalla –o en qué grado fue lo uno o lo otro-. Y cuando la
resolución de la disputa sea evidente, habrá un bando que necesariamente
deberá sincerarse, redefinirse y optar: o las banderías estéticas o la
Patria. Alguno podrá objetar la disyuntiva planteada y señalar que
podría arribarse a una conclusión sobre el justicialismo menos
terminante o más equilibrado. A ese hipotético objetor le contestaría
amablemente que estaría pronto a conceder aquello una vez que lea la
totalidad del material que hemos publicado en torno a la materia. Creo
sinceramente que si cumple con esta condición y su disposición hacia la
Verdad es sincera, descartará esa tercera vía. De mínima, la condición
de “ídolo” o “patriota” de Perón quedará seriamente cuestionada, bajando
entonces del panteón de Agripa para reunirse con nosotros, los
mortales, falibles y pecadores.
Dos comentarios finales a esta introducción.
Llama la atención que, desde su introducción, el A. reproche a
quien suscribe el “circundar en la ¨periferia”, que sería (según él) “la
relación entre Perón y la Iglesia, no sin advertir de antemano que mi
artículo inicial se refería a la puntualidad concreta de la excomunión¨.
Y en rigor de verdad no he sido yo sino mi contertulio quien trajo al
debate aquella cuestión (y tantas otras), particularmente la referente a
la presunta inexistencia de la disyuntiva Perón-iglesia. Y esto sí, hay
que decirlo, constituye una tesis original –por demás aventurada, por
decir poco-. De modo que el A. parece no haber advertido que no sostiene
una sola tesis –como pretende- sino, por lo pronto, dos (1-Que no hubo
excomunión, por un lado; 2- Que no existió disyuntiva entre Perón y la
Iglesia, por otro). A ambas procuraremos dar respuesta. Por este motivo,
a efectos de procurar dar un orden algo más lógico, didáctico y
dinámico a esta refutatio, dividimos ésta en tres partes, a saber: 1)
Perón y la Iglesia; 2) ¿Amonestado o excomulgado?; y 3) Conclusiones.
Por otro lado, conviene aclarar que debido a la cantidad y
entidad de los temas que el A. aborda en su escrito, las respuestas,
forzosamente, deberán ser razonablemente breves y concisas. Si hemos de
replicar cada una y además profundizar en ellas, indudablemente, habría
que escribir un libro (sin poder evitar la autorreferencia, señalemos
que quien suscribe ha escrito, no uno, sino dos). Existen cuestiones
que, por evidentes y ampliamente probadas, deberé de dar por sabidas, y
otras en que me limitaré a remitir a otros trabajos.
PARTE I. PERÓN Y LA IGLESIA
La disyuntiva en la que insiste el A.
En relación a este asunto, francamente, no sé qué más podremos
añadir o certificar para que se reconozca definitivamente no sólo la
existencia del conflicto, sino su naturaleza y la gravedad de la
persecución. Los hechos expuestos en la misiva anterior son claros,
entitativos y verificables, y ni el más osado trapecismo hermenéutico
podrá cuestionar o rechazar su veracidad. Todo está allí, al alcance,
para que vea el que quiera ver.
La estrategia del A. es por demás evidente: pretende desestimar o
minimizar ciertos hechos referidos, afirmando que la “tensión” fue
entre Perón y la jerarquía o autoridades de la Iglesia y no entre Perón y
“la fe” o “el Cuerpo Místico de Cristo”. Hemos de detenernos un momento
en esto. Si hubiera sido como efectivamente afirma, ¿cómo explica
entonces la derogación de leyes católicas y la implementación de otras
de signo contrario? (por no referir la criminal quema de los templos).
Ofrezcamos otros ejemplos por demás probatorios. Con apoyo oficial y
público de Perón y Eva, el 15 de octubre de 1950 la espiritista Escuela
Científica Basilio realizó un masivo acto público en el Luna Park, que
habían publicitado con afiches que proclamaban ¡JESÚS NO ES DIOS!, y en
cuyo aquelarre se leyó una carta de adhesión del presidente y su
consorte. ¿Le parece al A. que esto no es atacar la fe católica? Otro:
en 1954 el gobierno dio apoyo oficial a una serie de actos proselitistas
y multitudinarios de una secta evangélica en el estadio de Atlanta,
presididos por el pastor Pentecostal Tommy Hicks (que incluso había sido
recibido de modo muy entusiasta por el propio Perón). Sigamos: apoyar
formalmente la creación de una Iglesia abiertamente apóstata, cismática y
gnóstica como la “Iglesia Católica Apostólica Argentina”, de carácter
justicialista y enfrentada a la Iglesia Católica Apostólica y Romana,
¿es un ataque al clero o a la fe? En 1955, el susodicho prohibió a los
comerciantes exponer pesebres u otras figuras religiosas en
conmemoración de la navidad … (2) En marzo de ese año, por decreto, se
quitan del calendario varios feriados religiosos (Decreto 3991/55) ¿Será
necesario mentar más ejemplos?
En este nuevo escrito, el A. trae al fango nuevos elementos
–presuntamente- comprobatorios. El primero de ellos, cuanto menos,
sorprende. Redondeando, concluye que dado que el Cardenal Copello apoyó “de manera irrestrica a Perón hasta fines de 1954” (“Casi nueve años”,
agrega, trayendo además los casos de Hernán Benítez y Virgilio Filippo)
quedaría entonces probada la falsedad de la referida disyuntiva. Claro
que lo que olvida decir es que las mayores tropelías de Perón contra la
Iglesia suceden justamente a partir de la finalización del mentado y
celebrado vínculo (período que funda primeramente nuestra crítica).
Estamos, por tanto, ante una clara falacia de evidencia incompleta: se
citan casos individuales o datos que parecen confirmar la verdad de una
cierta posición o proposición, a la vez que se ignora o al menos se
minimiza una importante cantidad de evidencia de casos relacionados o
información que puede contradecir la proposición.
Siguiendo el criterio del A., entonces Enrique VIII, Lutero y
diversos heresiarcas deberían ser tenidos como católicos en virtud del
tenor de sus relaciones iniciales con Roma (los postreros linchamientos
de católicos, el cisma y la grave tergiversación de la doctrina, serían
cuestiones meramente anecdóticas o simples “tensionalidades” o
“crispaciones”, producto de las complejas relaciones humanas o de
atendibles coyunturas). ¿Gozarán los mentados personajes de las mismas
contemplaciones o disculpas que se otorga a Perón? Finalizando el
apartado, el A. nos tranquiliza recordando que Copello era amigo de
Jorge Antonio, ¡nada menos! (3)
Si se señalan cuestiones lógicas o hechos concretos y
constatables empírica y científicamente, el A. responderá seguidamente
que aquello es producto de una “lectura antiperonista (…) convirtiendo de forma sempiterna la excepción en norma”.
Lo cierto es que esta común expresión se vuelve contra el propio A. que
la ha invitado a nuestro encuentro, pues lo normativo fue la
persecución de sacerdotes y la promulgación de legislaciones u actos
anticatólicos.
Continúa luego tropezando en lugares comunes y en el mismo
sofisma antes señalado, recordándonos que sacerdotes como Leonardo
Castellani y nacionalistas varios apoyaron inicialmente a Perón, como si
este hecho tuviera otro valor que el de unas simples efemérides. Era
lógico que en aquel momento se apoyara a Perón, considerando que
enfrente se ubicaba nada menos que la Unión Democrática –rejunte de
conocidos enemigos de Dios y de la Patria-. Perón, en el peor de los
casos, era una incógnita y había inundado de promesas a los sectores
católicos y nacionalistas –nadie era versado en futurología como para
saber cómo se comportaría luego-. Una vez que las intenciones de Perón
comienzan a ser visibles, los nacionalistas y católicos qué inicialmente
lo apoyaban, se alejaron. Lo reiteramos: no sólo los gorilas o
“nacionalistas de opereta”, sino hombres como Cipriano Reyes (preso),
Arturo Sampay (exiliado), José Luis Torres, Walter Beveraggi Allende o
Julio Irazusta (por mentar unos pocos casos).
Cuanto sí podemos conceder, empero, es que Perón fue un
entusiasta ecumenista. Si el ecumenismo al modo peronista es doctrina
católica, evidentemente deberemos concluir que Perón fue por demás
obediente y fiel a la Iglesia en este sentido. La evidencia pareciera
apabullante, pues recordemos que el susodicho líder designa al rabino
Amram Blum como su asesor espiritual; apoya públicamente el proselitismo
protestante y espiritista; entabla excelentes relaciones con sacerdotes
y obispos abiertamente marxistas (v. gr. Carlos Mujica, Jerónimo
Podestá, etc.; sin olvidarse tampoco de los, simultáneamente, invertidos
y marxistas, como Badanelli); nombra asesor a su gran amigo Licio
Gelli, el conocido agente masónico de la logia Propaganda Due
(concediéndole nada menos que la Orden del Libertador José de San
Martín); otorga ministerios a otros masones; y así podríamos seguir ad
eternum.
Pasemos revista ahora al siguiente párrafo del A.:
“Dos cuestiones a considerar. Si Perón derogó la enseñanza
religiosa, derogó algo que él mismo había impuesto: primero en 1943, con
Farrel del que era vicepresidente, mediante el decreto n°18411,
ratificado luego por la ley n° 12978 de 1947, durante su primera
presidencia, que revertía el proceso de secularización iniciado en el
Siglo XIX con la ley 1420, introduciendo la enseñanza religiosa en las
escuelas públicas. Perón, enojado con una Iglesia que le jugó por la
espalda con la democracia cristiana, ya no sólo desde el púlpito, sino
también desde la cátedra qué él mismo le había devuelto, retorna al
laicismo original con la ley n° 14401 de 1955. Nuevamente, de diez años
de peronismo, ocho fueron con enseñanza religiosa. Los golpistas del ’55
mostraron su desesperación por voltear la constitución del ´49, no por
revertir la supuesta “legislación anticlerical” peronista“.
Bien; primeramente, se equivoca en los datos. El decreto de 1943
no fue obra de Perón y mucho menos promulgado por él: el presidente
entonces era Pedro Ramírez (Edelmiro Farrell recién asume la presidencia
el 24 de febrero de 1944). Lo que sí hace luego es ratificarla (a
cambio del apoyo del clero a su candidatura). Pero todo pareciera estar
justificado según el A., ya que quien da vida estaría en derecho luego
de quitarla, agregando que ¨la Iglesia… le jugó por la espalda con la democracia cristiana¨.
El primer argumento no resiste análisis. Con respecto al siguiente, nos
limitaremos a responder con un interrogante ya planteado: ¿Justifica
una, equivocada o no, maniobra política o decisión de la Iglesia –o de
algún integrante- el ataque a su doctrina? Más adelante en la misma
cita, el autor reincide en la falacia oportunamente señalada líneas
atrás: nos insta a que recordemos, y valoremos, que “de diez años de peronismo, ocho fueron con enseñanza religiosa“.
Empleando un similar criterio, podríamos entonces exhortar al A. a que
valore el legado de “Jack el Destripador”, quien de diez años en
Londres, en ocho no mató a nadie. (4)
Una falsa disyuntiva: Democracia Cristiana o Iglesia Justicialista
«Es menester comprender», escribe el A., «que la evolución de la
Iglesia Apostólica Argentina, que no fue un invento de Perón, se
desarrolló como contracara de la injerencia en la política de la
Democracia Cristiana. Si hubo una intromisión del estado argentino en
asuntos eclesiásticos, también hubo una Iglesia que se metía en
política, con obispos liberales, como Mons. Miguel de Andrea, que ya en
la década del ’40 hablaba de la necesidad de un Nuevo Orden Mundial, y
advertía el nazismo de Perón. Tal encontremos aquí la “funesta política
de Pío XII” y tal vez sea la Iglesia la que estaba “del lado de los
vencedores, jamás del de los vencidos”».
El contenido del citado párrafo invita a ciertas preguntas y
reflexiones. Pareciera que a la hora de justificar a Perón todo resulta
admisible. Como le es imposible negar la existencia de la Iglesia
Apostólica Argentina, y a sabiendas –seguramente- de que se trataba de
una secta non sancta (¿deberemos explicarlo en otro escrito?), evita
hacer juicios sobre la misma, considerando comprensible su instauración
ya que servía para contrarrestar la influencia que aparentemente
detentaba la D.C. Ciertamente, y por distintos motivos, la mentada
organización de pensamiento maritainiano no goza de nuestro beneplácito
(pues al igual que el peronismo, dependiendo la temporada, ha sabido
ubicarse en todo recoveco ideológico). No obstante, los bautizados de la
Democracia Cristiana tenían legitimidad de origen. La Iglesia Católica
Apostólica Argentina no tenía legitimidad de origen ni de ejercicio.
Pero resulta curioso que reproche a la Iglesia y a sus obispos
¨liberales¨ por entrometerse en política, cuando de no haber sido por esa denostada ¨injerencia¨, el peronismo no habría alcanzado el triunfo en 1946.
Sorprende asimismo que el A. utilice para descalificar a Mons.
Miguel de Andrea su presunto antinazismo, cuando quien ostenta el doble
título de campeón de las contumelias antifascistas y de los panegíricos
pro hebreos (y pro israelíes) es su defendido, Juan Domingo Perón. ¿Las
pruebas? En “El pacto Perón-Israel y el presunto nazifascismo de Perón”
(Grupo Unión editorial, 2017). De modo que, en lo sucesivo, previo a
esgrimir esta serie de argumentos, el A. deberá consultar el citado
trabajo (no tiene más que solicitármelo; con gusto se lo haré llegar).
Dando cierre a su apartado, no duda a la hora de tomar partido:
la equivocada era la Iglesia, que al parecer se habría ubicado,
maquiavélicamente, del lado de los vencedores (resulta llamativo que la
objeción o cuestionamiento provenga de quien reivindica a aquel que,
entre tantas otras humillaciones al pabellón nacional, pisó en el suelo a
los heroicos hombres del Eje). Por último, aún si la D.C. hubiese sido
lo que efectivamente afirma el peronismo, ¿la solución era la erección
de una Iglesia peronista? ¿Qué clase de disyuntiva es aquella?
Respondemos: una falsa.
Sobre la carta de Perón a Badanelli
En el espacio que el A. dedica a este asunto, cabe primeramente
advertir que lo que se toma por palabras mías es en realidad del Dr.
Antonio Caponnetto (lo cual se encuentra debidamente consignado en el
citado texto). Pero cuanto interesa a nuestro propósito es lo que
objeta. Aparentemente, las palabras citadas de Perón sobre Pío XII,
primero, y sobre el comunismo después, estarían sacadas de contexto,
puesto que éste, en realidad, decía todo lo contrario... El pasaje que
ofusca al A. es aquel donde, comentando la misiva de Perón a Badanelli,
decimos lo siguiente: «en relación con el avance triunfal del Comunismo, lo que queda por hacer es “estar con el vencedor, jamás con el vencido”»
(el entrecomillado interno pertenece a Perón). Para el A. esto es un
infundio, puesto que el “gran líder” fue un acérrimo enemigo del
internacionalismo rojo, y lo prueba citando lo que considera una
“verdadera pieza de doctrina anticomunista” (que por supuesto, dista
mucho de serlo: compruébelo el lector en el escrito de marras). Además,
repetimos por enésima vez: res non verba. Aunque conviene poner a
disposición del lector otras “verdaderas perlas antimarxistas” de Juan
Domingo Perón:
1) “Para nosotros, Marx es un propulsor. Ya he dicho que vemos
en él a un jefe de ruta que equivocó el camino, pero jefe al fin (…)”. (5)
2) “En vez de pensar en revoluciones militares, el pueblo tiene que hacer guerra de guerrillas…”. (6)
3) “(…). Las revoluciones sociales, como la nuestra, han
partido siempre del caos en su consolidación, y el caos está cercano,
sólo que nosotros debemos acelerarlo y provocarlo, no temerlo (…)”. (7)
4) “Cuando el clima esté en plena acción habrá llegado recién
el momento de provocar la paralización que será el golpe de gracia y a
continuación poner en ejecución la acción de guerrillas si es
indispensable en las partes más favorables, para que sea una septicemia
con focos purulentos en todas partes, pero septicemia al fin…”. (8)
5) “En primer término, se entregará al pueblo todos los bienes
de los oligarcas y gorilas que han participado, creando una entidad de
responsabilidad patrimonial. Dentro de ello, los que tomen una casa de
oligarcas y detengan o ejecuten a sus dueños, se quedarán con ella. Los
que tomen una estancia en las mismas condiciones se quedarán con todo,
lo mismo que los que ocupen establecimientos de los gorilas y los
enemigos del pueblo. Los suboficiales que maten a sus jefes y oficiales y
se hagan cargo de las unidades, tomarán el mando de ellas y serán los
jefes del futuro”. (9)
6) “Nuestro camino, en el caso de fracasar en la operación
retorno, es más bien el de China o de Cuba, que en la actualidad están
ayudando a todos los movimientos de liberación de América. (…)”. (10)
7) “Hoy ha caído en esa lucha, como un héroe, la figura joven
más extraordinaria que ha dado la revolución en Latinoamérica: ha muerto
el comandante Ernesto “Che” Guevara. Su muerte me desgarra el alma
porque era uno de los nuestros, quizás el mejor (…)”. (11)
No obstante, continúa diciendo el A.:
“El justicialismo, al neutralizar con su doctrina de amor y paz
el accionar del marxismo, servía de valla de contención en los sectores
más populares y postergados, contra el avance del comunismo. Con el
triunfo del liberalismo anglosajón, y su egoísmo intrínseco, el
comunismo, efecto consecuente de aquél, está preparando un triunfo”.
Pasemos
por alto el desliz hippista y centrémonos en la supuesta valla
peronista contra el marxismo. Lo cierto es que este mito ha sido
refutado una y cien veces por autores prestigiosos varios e incluso me
he referido a ello en mis últimos dos trabajos publicados. (12) El A.
parece no distinguir entre marxismo y comunismo, ni parece estar al
corriente de su historia, pugnas y múltiples escisiones. La cuestión ya
la he abordado, por lo cual me limito a recordarle que no necesariamente
todo marxista es comunista, y que el comunismo de un país puede ser
enemigo de otro -formalmente tenido como tal- o simplemente no
encontrarse completamente alineado; cada cual conserva, muchas veces,
características que le son propias. Por ejemplo, siempre
existieron marxistas decididamente enfrentados al comunismo soviético,
esto es más que claro (es historia). De modo que aún concediendo que
Perón hubiera sido anticomunista (persiguiendo en ocasiones al PCA, de
obediencia moscovita), no puede inferirse de aquello que haya sido
antimarxista. ¿Habrá que recordar sus excelentes relaciones con la mayor
parte del trotskismo y de sectas similares, sus vínculos con Cooke y
los republicanos españoles, sus panegíricos del Che, Mao y Castro? La
evidencia al respecto abunda, y quien desee informarse debidamente sobre
el asunto tiene a su disposición una apabullante bibliografía (que, de
solicitarlo, le acercaré). Mal que le pese al A., lejos de constituir el
peronismo un antídoto al marxismo, es, contrariamente, el conducto que
lo lleva a éste. (13)
PARTE II. ¿EXCOMULGADO O AMONESTADO?
a) Comentario preliminar
Lo primero que cabe decir, es que el A. falsea mi posición
(descuento que de modo involuntario). Me achaca haber retrocedido en mi
posición, señalando en un momento dado que “pasamos de la excomunión al descontento de Roma”.
Y en realidad, lo que sí he dicho y adelantado es que parece haber
elementos suficientes para tener a Perón como excomulgado por la Iglesia
(citando aquí al Dr. Caponnetto). El propio A. manifiesta –en su
introducción- que considera un “desacierto” el título de mi escrito, ya
que: «decir “excomulgado o no”, desplaza la tesis central de mi brevísimo escrito».
Es decir, queda claro ya desde el mentado título y del texto que no
conviene descartar ninguna tesis, y que lo que pretende el A. como
cuestión zanjada, no es tal y explico el por qué, ofreciendo elementos
atendibles. De modo que mi principal objeción se dirige al carácter
taxativo que otorga a su afirmación. Cuanto motivó mi respuesta, como
cuadra, no fue exclusivamente el asunto de la excomunión, sino, como
reconoce el A., la relación Perón-Iglesia-catolicismo. Ahora bien: si mi
escrito se desvía de la cuestión central -como asegura el A.-, cabría
preguntar en primer término por qué le dio respuesta (recuérdese que ya
hemos advertido líneas atrás que el primero en abordar estas cuestiones
que, al aparecer, desplazan su tesis central, ha sido él).
El autor sí concede, en cambio, que existió una amonestación
formal por parte de la Iglesia a Perón; lo cual pareciera aliviarlo,
como si aquella hubiera estado motivada por olvidar un ayuno. No
obstante, como veremos más adelante, parecería claro que Perón estuvo
incurso en un tipo específico de excomunión. Pero paciencia: ya
llegaremos a ello.
El A. comienza advirtiéndonos que la única vía para refutar su artículo es “mostrar un documento, firmado por S.S. Pío XII, que nombre a Perón y diga que éste está excomulgado”. Prima facie,
el requerimiento no parecería descabellado. Empero, sí sorprende –tal
vez en demasía- que quien lo exige ignora o desestima toda clase de
documentos que prueban las dobleces y claudicaciones de su defendido. En
rigor, utilizando una varilla similar, bien podríamos pedirle al
peronismo que presente al menos uno de los siguientes documentos,
cumpliendo ciertas disposiciones: 1) Documento que certifique que a
Perón lo volteó la masonería y que ésta fue la –única o no- responsable
de la quema de los templos católicos (con rúbrica del Gran Maestre de la Gran Logia de Inglaterra); 2) Documento que certifique que a Perón lo volteó el Reino Unido (en papel timbrado y con membrete oficial del Gobierno de Su Majestad y firma electrónica de Winston Churchill); y 3) Documento
audiovisual que demuestre que los responsables de quemar la bandera
argentina el 16 de junio de 1955 fueron los opositores del peronismo. ¿Por qué en estos casos no obra el A. con la misma rigurosidad documental que luego reclama a otros? ¿O se nos acusará de papelistas o fetichistas documentales?
Lo que es claro es que lo que busca el peronismo, viendo
imposible rechazar el hecho de la persecución de Perón a la Iglesia y su
doctrina, es jugar a todo o nada su única carta. Irremediablemente, se
han convencido que probado que Perón no fue excomulgado, entonces no
habría nada de que preocuparse y que peronismo y catolicismo serían
totalmente compatibles. ¿Pero tienen realmente la carta ganadora en este
juego?
b) ¿Excomulgado o amonestado?
El A. comienza transcribiendo algunas distinciones contenidas en
la obra del prestigiosa canonista Ana María Ortiz Berenguer («La Doctrina Jurídica sobre la Excomunión, desde el Siglo XVI al “Codex Iurici Canonis”»,
1980), haciendo hincapié en los distintos tipos y subtipos de
excomunión. Y aún así, equivoca la especie a iure, afirmando que los
autores “hablan de su imposición automática ipso iure, ipso facto;
mientras que al hacerlo de la excomunión ab homine, exigen la moción y
la sentencia del juez”. Lo cierto es que -como queda consignado en
la p. 487 del citado trabajo- existen casos en que la excomunión a iure
requiere monición canónica antes de su sentencia previa y otros en que
es necesaria la citación e indagación judicial (como en la ferendae
sententiae o en la denuncia pública de la excomunión). Es decir, no
necesariamente el a iure es ipso iure.
A renglón seguido, el A. olvida otros necesarios distingos y se
centra de lleno en la excomunión ferendae sententiae, por ser éste el
tipo de excomunión reservado al pontífice que –a su juicio- hubiera
correspondido a un jefe de Estado. A esta altura, la maniobra resulta
más que evidente. Lo grave aquí no es lo que dice sino lo que omite,
pues es justamente aquella omisión la que comienza a probar equivocada
su tesis. Dicho sencillamente: que la ferendae sententiae pueda no ser
aplicable al caso concreto de Perón, no significa que no existan otros tipos de excomuniones que puedan haberle cabido al imputado (haya sido éste presidente, rey o labrador).
Dando mayores precisiones, nos dice que la excomunión a un
presidente, y en el caso de Perón, solo podría aplicarse de ser vitanda,
ab homine, particularis, nomitatim y ferendae. No obstante, apoyándonos
en la misma fuente del A. (Ortiz Berenguer) (14) y en el Código de
Derecho Canónico de 1917, se puede concluir que la de Perón fue: a) una
excomunión a iure, esto es, como consecuencia del peso que la misma ley
sancionatoria tiene sobre el que delinque con sanción excomulgatoria
prevista; b) pública, puesto que fue publicada por la autoridad
eclesiástica que la promulgó, y también a través de la notoriedad de
los hechos que provocaron escándalo en grado sumo; c) tolerati, porque
no obligaba a los fieles a abstenerse de intercatuar con los castigados;
d) reservada, sólo pueden ser remitidas por aquellos a quienes la misma
ley habilita a absolver. Como afirma el Dr. Caponnetto, el texto
excomulgatorio del 16 de junio de 1955, originado en la Sagrada
Congregación Consistorial, con las firmas del Cardenal Piazza y Monseñor
Ferreto, “convertía técnicamente a Perón en un excomulgado tolerado, de
facto y a fortiori; esto de acuerdo al canon 2258 entonces vigente; en
un sujeto incurso en la excomunión latae sententiae en concordancia
principalmente con los cánones 2343 y 2334 del Código de 1917. En un
excomulgado no vitando...”. Conviene advertir que es mayor la
gravedad de la excomunión latae sententiae que la ferendae sententiae,
puesto que la primera se aplica de modo automático cuando los hechos son
más que evidentes, y la segunda requiere de un proceso y mayores
formalidades justamente porque éstos no lo son.
Creemos que se equivoca el A. al recurrir de modo casi sistemático al canon 1557,1. ¿Qué dice el mentado canon?: “cardenales,
reyes, presidentes de repúblicas, y en general a todos los que ejercen
el supremo principado de los pueblos, sólo pueden ser excomulgados por
el papa”. Punto. Nada más que decir: nos avisa el A. que el debate
está zanjado. ¿Es así? En absoluto. Existen por lo menos dos hechos
concretos y entitativos que lo prueban equivocado y que terminan por
confirmar la existencia de la excomunión a Perón. El primero es la
excomunión pública y formal del gobernador de Buenos Aires Carlos Aloé
por parte de Monseñor Antonio Plaza en junio de 1955. (15) A nadie se le
ocurrió invocar el mentado canon para declarar la invalidez de aquella
pena (¿o no detentaba acaso el excomulgado el supremo principado de un
pueblo?). El segundo hecho que debería resultar cuanto menos sugestivo,
es que tampoco fue invocado para el caso de Perón y su régimen, al que
la Iglesia argentina tenía claramente como excomulgado y que, a pedido
del vaticano, convocó a la Asamblea Plenaria de Emergencia para
comunicarlo públicamente a los católicos.
A fuer de terminar de cerciorarme sobre la aplicación del citado
canon, consulté la opinión del Dr. Caponnetto, quién discurriendo a su
vez el tema con un canonista me ofreció una respuesta que creo dilucida
la cuestión. Cito literalmente un breve fragmento para se entienda mejor
y nada se pierda:
“El canon 1557 inserto en el Libro IV (De los Procesos) Sección
I Título I, Del Fuero Competente, enumera los casos, en razón de las
personas, en los que el Sumo Pontífice se reservaba la facultad de
Juzgar como Juez en materia eclesiástica. Porque aunque la perversión
democrática dominante en nuestros días no pueda inteligirlo, el Romano
Pontífice tiene jurisdicción inmediata y universal sobre todos los
fieles, en su total magnitud, por lo que también es Supremo Legislador,
Supremo Juez y Supremo Gobernante. Entonces, las personas mencionadas en
el canon 1557 de ningún modo “sólo pueden ser excomulgados por el papa”
–de un modo exclusivo y excluyente- sino que el Papa se reservaba el
juzgarlos o intervenir en los litigios en que ellos fueran parte, no
sólo de naturaleza penal, sino por ejemplo en nulidades de matrimonio,
de sagrada ordenación, disputas por derechos de patronato, contratos en
general, etc. Por eso este canon está en el Libro IV (Liber Quartus. De
Procesibus. Pars Prima. De Iudicus.Sectio I, Titulus I, De Foro
Competenti) que indica qué tribunal tiene competencia y jurisdicción,
facultad para decir el derecho, en cada caso. En la práctica –y avalado
por los mismos intérpretes formalmente autorizados del Código- el Papa
puede y debe en tales casos, como Supremo Juez, delegar a tribunales
pertinentes las resoluciones por tomar. Aún en los casos de causae
maiores que contempla el canon 220. Es cierto que el canon 2227 remite a
la enumeración del punto 1° del canon 1557, donde se hace referencia a
los gobernantes, estableciendo que: “solamente el Romano Pontífice puede
aplicar o declarar penas contra aquellos que se trata en el canon 1557,
1°. Pero la distinción que imponen estos dos términos debe ser
atendida. El “aplicar” hace referencia a que sólo el Pontífice podía
imponer la pena si se trataba de una que dependiera del resultado de un
proceso plasmado en una sentencia, es decir ferendae sentenciae; en
cambio si la persona ya había incurrido en pena de excomunión el delito
había pasado la etapa de consumación y agotamiento, el Papa solo
“declaraba” al reo ya incurso en el ella (…) Hay una concordia entre
ambos cánones. A los altos dignatarios, reyes, presidentes, cardenales,
etc, el Papa los juzga como Supremo Juez; y en caso de tener que
declararlos incursos en una excomunión latae sententiae podía hacerlo
personalmente o delegando a una autoridad competente como la
Congregación Consistorial que obró en el caso de Perón (…)”. (16)
Creemos que lo referido hasta el momento resuelve la cuestión de
un modo definitivo. Si acaso en algún momento albergaba alguna duda,
gracias al A., ahora todo es claro: Perón fue excomulgado. La cuestión
central en este punto, ya ha quedado respondida.
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Otro factor a tener en cuenta, que tampoco obra a favor de la
tesis del A., es que previo a proceder a una excomunión, la Iglesia
Católica analiza no sólo la gravedad del delito y la contumacia del
delincuente, “sino también la condición de las personas que deben ser
excomulgadas, de manera que realmente sea un remedio”. El canonista Van
Espen señala dos medidas prudenciales:
“a) que no se arranque el trigo, queriendo arrancar la cizaña.
Puede ocurrir si el crimen es tan notorio y tan claramente detestado por
todos que no hay peligro de cisma; en este supuesto más vale conservar
diligentemente la caridad. Sin embargo si no cabe la convivencia
pacífica es preferible corregir de esa manera; b) no se debe proceder
fácilmente a la excomunión cuando el crimen o la persona que debe ser
excomulgada tienen sociam multitudinem. Es el caso de los Príncipes y
ministros. La razón de esta prudencia es doble: a) los súbditos siguen
con el deber de obedecerles en los asuntos temporales y puede haber
defensores de dicho crimen, b) la experiencia demuestra que se produce
más turbación que edificación. Puede señalarse que de jacto la Iglesia
apenas ha utilizado la excomunión contra los príncipes”. (17)
Es decir que aún existiendo evidencia suficiente de la
culpabilidad y contumacia del sujeto –cualquiera su condición-, para
evitar un mal mayor (por ejemplo, proteger a la feligresía en un
contexto adverso), la Iglesia puede optar por no excomulgar, digamos, a
un jefe de estado. Resulta más que probable que la Iglesia se atuvo a
este principio prudencial en el caso Fidel Castro y del régimen cubano,
que en 1962 (año en que se declaran públicamente como
marxistas-leninistas) expulsan del país al obispo Eduardo Roza Masvidal,
y junto a él 135 sacerdotes. La persecución hacia los católicos y a la
Iglesia era feroz e iba in crescendo (se expropiaron los bienes
eclesiásticos, se cerraron las escuelas católicas, etc.). Como consigna
el vaticanista Andrea Tornielli, a pesar de las grandes presiones que
recibía el pontífice para que excomulgara a éstos, “Juan XXIII prefirió
no echar leña al fuego y empeorar aún más la deteriorada situación de la
Iglesia cubana”. En casos como estos vemos que, en ciertos casos, la
¨no excomunión¨ de un alto dignatario con la firma personal del Papa no
necesariamente significa que no existan elementos suficientes para
hacerlo.
Prosigamos. Párrafos más adelante, el A. hace el siguiente
razonamiento: “siguiendo la imbatible lógica del autor de la refutatio,
si hubo absolución hubo necesariamente excomunión por lo tanto las
excomuniones nulas e injustas también son excomuniones porque tienen
absolución”. Este fragmento contiene además un condimento especial, que
es lo que los sajones denominarían preview of coming attractions, es
decir, un adelanto de lo que está por venir. Con respecto a lo primero,
reiteramos: sí, efectivamente: en el caso de Perón –vistos los
elementos-, si hubo absolución, hubo de existir previa excomunión (el
propio Perón, desesperado, recurrió al pontífice; posiblemente por algo
más grave que haber ofendido a un ordenanza madrileño). Pero es la
segunda parte de su reflexión la que llama la atención, pues pareciera
estar buscando algún recoveco alternativo donde albergar su tesis.
Ahorrémosle el esfuerzo: si la penalidad a Perón hubiese sido “iniusta”,
en cualquiera de sus variantes canónicamente previstas (defecto de
jurisdicción, defecto de justa causa, etc.), tanto en el Rescripto como
en la ceremonia de aplicación del mismo se debió dejar constancia. Nada
de eso sucedió. Agreguemos algo más. Si como se consigna en el trabajo
Ortiz Berenguer -citando el Derecho Canónico-: “el injustamente
excomulgado debe ser absuelto y además inmediatamente”, y Perón creía
estar dentro de esta categoría, ¿por qué no solicitó la absolución en
aquel preciso momento o en los meses subsiguientes? ¿Por qué no se
preocupó por esclarecer su situación –que “tanto le pesaba”- antes de
1963, es decir, en los 8 años previos? ¿Por qué el súbito interés? Por
los motivos que antes hemos enunciado y que el A. insiste en ignorar.
Vale la pena recordar que Perón había dicho en un primer momento
que no había expulsado a los obispos Tato y Novoa, argumentando que
aquel “infundio” no constaba en ningún documento oficial. Aseguraba que
los religiosos se habían ido libremente del país, y que una vez llegados
a Brasil, éstos mintieron a la prensa internacional diciendo que habían
sido expulsados. Pero poco después se descubrió que Perón había
firmado un decreto del PEN del 14/6/55 mandando la expulsión, alterando
incluso la fecha de salida de los obispos del país . (18)
Madrid: 13 de febrero del año 1963. Según el A., esta fue la fecha
en que el arzobispo de Madrid, Monseñor Eijo y Garay, sin nada mejor
que hacer, se apersonó en la quinta “17 de octubre” para tomar unas
copas y hablar de trivialidades con el exiliado. Esto lo infiere el A.
por el contenido del Rescripto que el mentado clérigo dirige a Perón,
concluyendo seguidamente que “lo único que confirma es la visita de
Monseñor Eijo y Garay al domicilio de Perón”. Evidentemente, no ha leído
el A. ¡el propio documento que reproduce! En esa carta se consigna
claramente el motivo de la visita: “…para ejecución del Rescripto de la
S.C. Consistorial Prot N 1147/57” (incluso lo repite al final: “Para la
ejecución del presente Rescripto tendre la honra de personarme en su
domicilio mañana a las 17.30 como hemos convenido”). (19) El remate
final de A. es fabuloso:
“La pregunta que hay que hacer es qué hubiera pasado si Perón
no solicitaba esto. En un acto sobrante e innecesario, Juan Perón
solicita absolución ad cautelam, esto es, por precaución o
preventivamente, después de haber quedado demostrada la inexistencia de
un documento de excomunión formal. Tal acto no sólo habla de un gesto de
humildad, grandeza y profunda cristiandad del líder de los
descamisados…”.
Va de suyo que si hubiera tratado de un acto sobrante e innecesario…
¿para qué tomarse tantas molestias? Ah, lo responde seguidamente: por
un gesto de “humildad, grandeza y profunda cristiandad del líder de los
descamisados”. A esta altura de la partida, uno cree haber escuchado
todos los adjetivos posibles sobre el “líder”, pero éste me ha
desorientado de pies a cabeza. ¿“Humilde”? ¿En serio? Ni los más
obsecuentes y aventurados panegiristas se animaron a tanto (ni incluso
el P. Hernán Benítez o Arturo Jauretche)… Íbamos a objetar la “profunda
cristiandad” que se le atribuye a Perón, pero nos gana de mano el A. y
nos prueba equivocados con una joya que haría sombra al mismísimo San
Luis IX:
“Beatísimo Padre:
El que suscribe, Juan Domingo Perón, domiciliado en Madrid, Ciudad
Puerta de Hierro -Sector Fuentelarreina- Quinta 17 de Octubre, temiendo
haber incurrido en la excomunión Speciali Modi, reservada, conforme a la
declaración de la Santa Congregación del 16 de junio de 1955 (Acta
Apostolicae Sedis, Vol XXII, p.412) sinceramente arrepentido, pide, por
lo menos ad cautelam, la absolution.
En realidad, el que suscribe ya ha sido absuelto, por motivos de caso
urgente, por su propio confesor y admitido a los Sacramentos; pero
desea en todo estar en paz con la Iglesia y, por esto, ha presentado la
presente solicitud, contento, además, de poder hacer este acto de
humildad.”
Juan Perón.
Si hay algo por lo que se ha caracterizado Juan Domingo Perón, y
que reconocen y han reconocido sus propios escribas, es por haber sido
pragmático y utilitarista (incluso lo afirma el propio A.). Que Perón
desde el momento de su derrocamiento hizo todo lo posible por volver a
ser presidente, no es una opinión mía sino un hecho perfectamente
constatado. Lo manifiesta abiertamente el propio Perón (consultar la
correspondencia “Perón-Cooke”, donde incluso llama a generar una
guerra civil en el país que le permita retornar y tomar el poder). Cómo
se ha dicho ya, para poder ser elegible a la jefatura suprema del
estado, el candidato debía pertenecer al culto católico (mandado en la
Constitución Nacional). Si a ello agregamos el hecho de que Argentina
era un país mayormente católico y practicante (la tinta de la
persecución de Perón a la Iglesia aún no se había secado), resulta
indudable que la mancha de la excomunión (o la duda) le hubiera alejado a
una parte importante del electorado. Hemos mencionado asimismo que las
relaciones con el gobierno franquista, que le daba asilo, se hubiera
cuanto menos deteriorado de no haber formalizado por Iglesia su vínculo
con Isabel.
Para cerrar, el A. nos hace una amable y oportuna advertencia, señalándonos luego el carácter de su argumento: “La
amistad o enemistad de Perón con la Iglesia nunca puede demostrase por
medio de aquellos hechos narrados por Roberto Bosca, autor que practica
la herejía judeo-cristiana en diálogo interreligioso con el rabino León
Klenicki (argumento ad personam, no falacia ad homiem)”. Bien: con
idéntica afabilidad podría responderle que si no le gusta Bosca,
podríamos poner a su disposición ciento veintitrés fuentes más del color
que desee. Habiendo tomado debida nota de las infaustas prácticas de
Bosca, me comprometo a no citarlo más.
Quid pro quo: del mismo modo, entonces, tenga a bien el A. no tomar referencias de aquel que dijo cosas como éstas:
• “un judío argentino que se abstiene de ayudar a Israel no es un buen argentino”
• “Siento
un profundo cariño y un gran respeto por el Estado de Israel (…).
Israel, durante su lucha ciclópea de varios siglos, ha dado al mundo el
ejemplo de ser uno de los pueblos más patriotas de la tierra”.
• “(…) si algunos pueden entender bien el justicialismo, son los judíos…”.
• “Por
nuestro fervor democrático fuimos y somos antifascistas y
antitotalitarios y por eso luchamos denodadamente contra Hitler y
Mussolini”. (20)
¿Quién lo dijo? El “fascista” Juan D. Perón.
PARTE III. CONCLUSIONES. NO SÓLO NO HAY QUE SER BOLCHE, TAMBIÉN HAY QUE PARECERLO.
Aquí el A. dirige al nacionalismo católico una grave acusación
–como si no tuviéramos ya bastante con discutir dos tesis, ahora suma
una nueva; eso sí: muy novedosa-. Los elementos en este sentido abundan y
mencionarlos todos excedería los alcances pretendidos para este
escrito, de modo que nos limitaremos a decir una o dos cosas. Comencemos
mencionando lo que todos saben –menos el A.-: Jordán Bruno Genta
escribió numerosos artículos y opúsculos donde se criticaba con
vehemencia a la Revolución Libertadora y los “fusiladores”. Desde las
páginas de “Combate” (el periódico que fundó y dirigió durante 10 años),
desde sus conferencias, libros y opúscuos, jamás de los jamases
recomendó votar o favorecer electoralmente al peronismo. Ni siquiera
aprobaba el sufragio universal.
Del mismo modo actuó la mayor parte de los hombres del
nacionalismo católico caída la figura del Gral. Lonardi. Y del mismo
modo obró el propio José Luis Torres (que había apoyado a Lonardi).
Ignoro qué querrá probar el A. citando las palabras que Sánchez Sorondo
en ocasión al fusilamiento de José Valle, pues Lonardi ya no estaba
desde noviembre de 1955. Lo mismo en relación a la cita de Rodolfo
Irazusta, donde refiere una supuesta y decisiva ayuda británica en el
derrocamiento de Perón, reconociendo al mismo tiempo que la dependencia
económica de nuestro país con respecto a Inglaterra fue afianzada por el
régimen y robustecida por Perón. Lo repetimos: el descontento de los
ingleses con Perón surge recién alrededor del año 1953, cuando éste se
vuelca decididamente por los norteamericanos (que competían con Gran
Bretaña por los mercados internacionales y disputaban la influencia en
la Argentina). Y si lo que se discute es la legitimidad de un gobierno
apoyado por potencias extranjeras, habría que actuar en concordancia en
los casos del golpe de 1930 y 1943 (ambos apoyados y/o gestados por
Perón), que incluyeron en sus gabinetes hombres de las multinacionales
yankis y (en el segundo caso) aliadófilos.
El gobierno de Perón, iniciado en 1946, fue enteramente favorable
a Inglaterra, quien a diferencia de los EE. UU. se negaba a condenar
públicamente a nuestro país (ver al respecto correspondencia entre
Winston Churchill y Franklin Roosvelt). (21) El hecho no debería haber
sorprendido, ya que el “Pacto Roca-Runciman” fue obra de Agustín
Pedro Justo (reiteramos: liberal, masón y pro inglés), al que Perón
definía como “hombre de bien y perfecto y justo caballero”. Como estos,
podríamos citar varios otros. Algo es seguro: el archivo condena
claramente a Perón.
Lo que realmente raya en el absurdo es afirmar que hombres como
Jordán Bruno Genta “apoyaron las candidaturas peronistas o manifestaban
su adhesión electoral…”. ¿Fuentes? El A. ofrece la siguiente: Fares,
María Celina (2004): “La unión federal: ¿Nacionalismo o Democracia Cristiana? Una efímera trayectoria partidaria (1955-1960)”,
pág 7. En qué testimonio o evidencia se basa la citada autora para
concluir aquel sinsentido, nuestro A. no lo dice, de modo que omite
justamente el único dato que podría probar su aserción. Seguidamente,
lamenta que la actitud del antiperonismo nacionalista torne «inadmisible
una “opción circunstancial” a favor del peronismo para evitar un mal
mayor». Pero el A. no advierte que su razonamiento parte de una premisa
no necesariamente verdadera, pues asume sin discusión que el peronismo
sería un mal menor. ¿Es el peronismo realmente un “mal menor”? Esto,
primeramente, hay que probarlo. Y ciertamente, los datos no favorecen
esta tesis: Carlos Menem, Eduardo Duhalde, Néstor y Cristina Kirchner,
Sergio Massa, Miguel Ángel Pichetto, etc. (por mencionar sólo algunos)…
¿Serán todos estos infiltrados dentro del peronismo?
Si acaso existe alguien que ha denunciado siempre al imperialismo
sajón, han sido los nacionalistas católicos y los nacionalistas
republicanos (mientras Perón se encontraba en sus cómodos aposentos del
barrio de Recoleta, haciendo migas con los “malditos” liberales). La
Rev. Libertadora tuvo legitimidad de origen, pero no así de ejercicio
(de nuevo: nadie podía predecir lo que sucedería luego). Cuando se hizo
evidente que ésta era un sirviente del imperialismo sajón y la masonería
(como lo fue el peronismo), tanto el nacionalismo republicano como el
doctrinario se hicieron a un lado y comenzaron a embestir duramente
contra éste (a diferencia de los peronistas, que aún cuando estuvo claro
el sometimiento de Perón hacia Inglaterra primero, y hacia los EE. UU.
después, siguieron en su mayoría apoyando obsecuentemente a su líder,
salvo casos puntuales ya mencionados).
Con respecto a lo siguiente que comenta el A., convendrá
advertir que no tenemos a Perón como ¨nazi-fascista¨ sino por lo
opuesto. ¡No lo criticamos por nazi-fascista sino por haber sido todo lo
contrario a ello! Por otro lado, con respecto a la lucha ideológica
entre liberales y nacionalistas existen distintos trabajos (Por ejemplo,
don Antonio Caponnetto ha dedicado para importante de sus tres extensos
volúmenes a hacerlo, en “Los críticos del revisionismo histórico”).
(22) De manera que esta cuestión se encuentra completamente zanjada.
Qué el liberalismo se encuentra en las antípodas del nacionalismo, es
claro (lo que no significa, por cierto, que ciertas corrientes
conservadoras no puedan tener aciertos en algunas cuestiones y que pueda
desarrollarse un diálogo en torno a ellas.
De todos modos, soy bien consciente de la procedencia de esta
crítica solapada, y tal vez sea éste el momento de clarificar mi
posición (aunque ya lo he hecho antes). Sí, conservo una amistad con los
señores Nicolás Márquez y Agustín Laje Arrigoni. Sí, considero que el
trabajo que se encuentran haciendo en defensa de la vida es realmente
magnífico (lo cual no necesariamente comparte el nacionalismo católico
ni ciertamente el profesor Caponnetto, cuyo rechazo a éstos es público y
notorio). Mis coincidencias con los mencionados se circunscriben a
temas específicos. Ahora, ¿prueba esto una adhesión al “liberalismo”?
Poseo también algunos amigos peronistas con los que puedo coincidir en
ciertos asuntos e incluso realizar actividades. Lo mismo: ¿prueba esto
una adhesión al peronismo? Parecería mentira tener que explicar tamañas
obviedades. No obstante, resulta curioso que no se haga la misma
objeción al canal peronista “TLV1”, que ha invitado en varias ocasiones a
Laje y a Márquez, difundido sus trabajos y compartido sobremesas. Y
entonces, ¿Quiénes son los gorilas?
Lo que motiva mi insistencia con este tema, es claro. Lo que
preocupa del peronismo, ciertamente, no es que sea o se declare como
antiliberal (el peronismo ha sido y es, ha funcionado y funciona, en
plena concordancia con el régimen liberal, del que forma parte
sustantiva); el liberalismo es solo una pata del problema- sino que sea
marxista y/o que actúe como tal. Hasta la llegada del peronismo, el
nacionalismo estaba vacunado contra el marxismo. Fue el peronismo el que
infectó de aquella ideología al nacionalismo, desviando así su posición
original (que era tanto antiliberal como antimarxista). Estamos hoy
ante el lamentable espectáculo de “nacionalistas” peronistas integrando
las huestes kirchneristas, morenistas y distintas sectas
nacional-bolcheviques. A esto ha llegado el peronismo “ortodoxo”. Con
justicia, me recordarán algunos que, ciertamente, hay dentro de ese
grupo algunos enemigos del marxismo. Y esto es indudable. Pero, así como
me advirtiera el A., invirtiendo la máxima, podría señalarle lo
siguiente: no solo no hay que ser bolche, también hay que parecerlo.
Cristián Rodrigo Iturralde
1/12/2018

