A propósito de entrevista que concedió el Papa Francisco. Por María Lilia Genta
El pasado domingo 31 de marzo, el Papa
Francisco concedió una larga entrevista televisiva al periodista Jordi
Évole, conductor del programa “Salvados” de la cadena española La Sexta,
conocido por su izquierdismo radical e indisimulado anticatolicismo. De
todo lo que allí dijo y declaró el Papa no voy a referirme al tema,
estrictamente argentino, de los “más de treinta mil desaparecidos”
-según expresión textual- durante el gobierno militar porque ya lo han
hecho -con el estilo de siempre, valiente y exacto- los miembros de la
Asociación de Abogados por la Justicia y la Concordia, entre varios más
que se expresaron al respecto.
En cambio, sí quiero señalar una
respuesta suya sobre España y la Guerra de 1936-1939 que me dejó
atónita. ¿A qué católico se le puede ocurrir asentir sin réplica a la
insidiosa pregunta del periodista que aludía a supuestos desaparecidos
del bando rojo durante aquella contienda y menos decir que un pueblo no
alcanza la paz hasta que no entierra sus muertos? ¡Decir eso en relación
a España donde los vencedores construyeron el último gran monumento de
la Cristiandad en el que reposan caídos de ambos bandos (aclaro que
todos los allí sepultados lo están previo consentimiento de sus
familiares) suena a escandalosa injusticia! Me refiero, por supuesto, al
Valle de los Caídos, Basílica excavada en la roca de la Sierra de
Guadarrama y a la que el Papa Juan XXIII le concedió tantos privilegios
que, si no yerro, es después de San Pedro, la que más privilegios posee.
No expresaré con mis palabras las
opiniones y los juicios verdaderamente católicos que merecieron la
Cruzada martirial española y su vencedor, el Generalísimo Franco sino
que me valdré de las de los obispos y papas de aquella época.
Por empezar, fueron, curiosamente, dos
ilustres cardenales catalanes, Enrique Plá y Deniel (obispo de Salamanca
y más tarde arzobispo de Toledo y cardenal) e Isidro Gomá y Tomás
(cardenal y arzobispo de Toledo) quienes calificaron de Cruzada al
Alzamiento militar de 18 de julio de 1936. Así, escribía, el Cardenal
Gomá: “La opinión pública considera esta guerra como una verdadera
Cruzada”.
Otros obispos y arzobispos, antes y
después de la Carta Colectiva del Episcopado del 1 de julio de 1937,
subrayaron también el carácter de Cruzada que tenía la guerra. El obispo
de Córdoba Adolfo Pérez y Muñoz afirmaba: “El pueblo español se ha
puesto de pie para la Cruzada más heroica que registra la Historia”
(Boletín Eclesiástico de la Diócesis del 30 de diciembre de 1936). El
obispo de Zaragoza Rigoberto Doménech y Valls: “Ha transcurrido poco más
de un mes desde que nuestro glorioso Ejército, secundado por el pueblo
español, emprendió la presente Cruzada” (Circular 1 del 2 de agosto de
1936, año 75, n 15, del 29 de agosto de 1936, pp. 225-228). El arzobispo
de Santiago de Compostela, Tomás Muñiz Pablos: “La Cruzada… es
patriótica, sí, muy patriótica, pero fundamentalmente, una Cruzada
religiosa, del mismo tipo de las Cruzadas de la Edad Media” (Boletín de
la Diócesis, año 71, n 2760, pp. 233-238). Sigue una larguísima lista
imposible de trascribir en su totalidad[1].
Interesa
además destacar particularmente algunas opiniones posteriores a la
guerra después del triunfo de Franco como la del obispo de Astorga Jesús
Mérida y la del obispo de Cuenca, José Guerra Campos. Decía el primero:
“Se está estructurando un nuevo orden político nacido de una Cruzada”
(Revista Ecclesia del 7 de mayo de 1949). Y Guerra Campos
afirmaba: “Para definir lo que entonces… vivió la Iglesia española
siguen siendo términos ciertos los de Mártires y Cruzada. La opinión
católica y la jerarquía se adhieren con entusiasmo al Movimiento
Nacional, considerado como verdadera Cruzada” (Carta Pastoral Amor a la Patria del 9 de abril de 1939)[2].
En cuanto al juicio que expresaron los
Papas Pío XI y Pío XII es muy difícil elegir de entre todos los textos
disponibles: tantos y tan elocuentes y elogiosos son. En la Encíclica Divini Redemptoris del 19 de marzo de 1937, Pío XI aludía a la situación española en estos términos:
También en las regiones en que, como en
nuestra queridísima España, el azote comunista no ha tenido tiempo
todavía para hacer sentir todos los efectos de sus teorías, se ha
desencadenado, sin embargo, como para desquitarse, con una violencia más
furibunda. No se ha limitado a derribar alguna que otra iglesia, algún
que otro convento, sino que, cuando le ha sido posible, ha destruido
todas las iglesias, todos los conventos e incluso todo vestigio de la
religión cristiana, sin reparar en el valor artístico y científico de
los monumentos religiosos. El furor comunista no se ha limitado a matar a
obispos y millares de sacerdotes, de religiosos y religiosas, buscando
de un modo particular a aquellos y a aquellas que precisamente trabajan
con mayor celo con los pobres y los obreros, sino que, además, ha matado
a un gran número de seglares de toda clase y condición, asesinados aún
hoy día en masa, por el mero hecho de ser cristianos o al menos
contrarios al ateísmo comunista. Y esta destrucción tan espantosa es
realizada con un odio, una barbarie y una ferocidad que jamás se
hubieran creído posibles en nuestro siglo. Ningún individuo que tenga
buen juicio, ningún hombre de Estado consciente de su responsabilidad
pública, puede dejar de temblar si piensa que lo que hoy sucede en
España tal vez podrá repetirse mañana en otras naciones civilizadas[3].
Por otra parte son ampliamente conocidos
el particular celo y la firmeza con el que Pío XI sostuvo la causa de
la Cruzada a la que consideró siempre una guerra religiosa por encima de
todo.
A los pocos días de asumir como Vicario
de Cristo, Pío XII dirigía a Franco el conocido telegrama fechado el
mismo día 1 de abril de 1939 en el que las Fuerzas nacionales daban por
concluida la guerra y anunciaban la victoria. “Levantando -decía-
nuestro corazón al Señor, agradecemos sinceramente, con V. E., deseada
victoria católica España”. Días después, el 16 de abril del mismo año,
el Papa Pacelli dirigía un radiomensaje a todos los fieles de España, en
el que entre otros conceptos decía:
Los
designios de la Providencia, amadísimos hijos, se han vuelto a
manifestar una vez más sobre la heroica España. La Nación elegida por
Dios como principal instrumento de evangelización del Nuevo Mundo y como
baluarte inexpugnable de la fe católica, acaba de dar a los prosélitos
del ateísmo materialista de nuestro siglo la prueba más excelsa de que
por encima de todo están los valores eternos de la religión y del
espíritu[4].
No me parece oportuno, para no caer en
lo macabro, enumerar y describir en detalle las horrorosas formas en que
fueron martirizados miles de sacerdotes y religiosas (éstas violadas
antes de ser asesinadas aunque tuvieran más de ochenta años). Pero
¿quién puede olvidar o soslayar estos crímenes que fueron semillero de
mártires?[5]
Precisamente otro Papa, mucho más cercano en el tiempo, que conoció en
su patria y en sí mismo el horror del comunismo, Juan Pablo II,
beatificó y canonizó a los miles de mártires de la Cruzada. Benedicto
XVI continuó con esta obra de rescate del rico martirologio que es la
máxima corona de la Iglesia española del siglo XX. Hasta Paulo VI, según
testimonio del Cardenal Tarancón, tuvo un reconocimiento póstumo de la
figura y la obra de Franco a quien, en vida, como es sabido, no tuvo en
ninguna estima (quizás esto se haya debido a que Paulo VI fue siempre un
ferviente partidario de Maritain y la democracia cristiana).
Es de lamentar, por tanto, que sea
justamente mi compatriota, el Papa Francisco, quien también en esto
contradiga el juicio y la actitud de sus predecesores. Lo que me lleva a
recordar que ha sido decisión suya la próxima beatificación en
Argentina del obispo Angelelli un activo colaborador del comunismo en
nuestra guerra de los años setenta. A propósito de esta beatificación
creo oportuno evocar las exactas palabras del Papa Pío XI en la ya
mencionada Encíclica Divini Redemptoris con las que cierro
estas reflexiones: “El comunismo es intrínsecamente perverso, y no se
puede admitir que colaboren con él, en terreno alguno, los que quieren
salvar de la ruina la civilización cristiana”[6].
……………………………………………….
[1] Tomamos estos datos de la documentadísima obra de Don Blas Piñar, La Iglesia y la Guerra Española de 1936 a 1939, Madrid, 2013.
[2] Ibídem.
[3] SS Pío XI, Carta Encíclica Divini Redemptoris, n. 20.
[4] SS Pío XII, Radiomensaje a los fieles de España, 16 de abril de 1939.
[5] Puede leerse el excelente libro de Gregorio Rodríguez Fernández, El hábito y la Cruz, Madrid, 2006 donde se documenta prolijamente caso por caso el asesinato de religiosas durante la Guerra Civil Española.
[6] SS Pío XI, Carta Encíclica Divini Redemptoris, n. 60.