SOBRE LA LIBERTAD Y EL LIBERALISMO (Parte 3)
Libertad moral
5. La libertad es, por
tanto, como hemos dicho, patrimonio exclusivo de los seres dotados de
inteligencia o razón. Considerada en su misma naturaleza, esta libertad
no es otra cosa que la facultad de elegir entre los medios que son aptos
para alcanzar un fin determinado, en el sentido de que el que tiene
facultad de elegir una cosa entre muchas es dueño de sus propias
acciones. Ahora bien: como todo lo que uno elige como medio para obtener
otra cosa pertenece al género del denominado bien útil, y el bien por
su propia naturaleza tiene la facultad de mover la voluntad, por esto se
concluye que la libertad es propia de la voluntad, o más exactamente,
es la voluntad misma, en cuanto que ésta, al obrar, posee la facultad de
elegir.
Pero el movimiento de la voluntad es imposible si el
conocimiento intelectual no la precede iluminándola como una antorcha, o
sea, que el bien deseado por la voluntad es necesariamente bien en
cuanto conocido previamente por la razón. Tanto más cuanto que en todas
las voliciones humanas la elección es posterior al juicio sobre la
verdad de los bienes propuestos y sobre el orden de preferencia que debe
observarse en éstos. Pero el juicio es, sin duda alguna, acto de la
razón, no de la voluntad. Si la libertad, por tanto, reside en la
voluntad, que es por su misma naturaleza un apetito obediente a la
razón, síguese que la libertad, lo mismo que la voluntad, tiene por
objeto un bien conforme a la razón. No obstante, como la razón y la
voluntad son facultades imperfectas, puede suceder, y sucede muchas
veces, que la razón proponga a la voluntad un objeto que, siendo en
realidad malo, presenta una engañosa apariencia de bien, y que a él se
aplique la voluntad. Pero así como la posibilidad de errar y el error de
hecho es un defecto que arguye un entendimiento imperfecto, así también
adherirse a un bien engañoso y fingido, aun siendo indicio de libre
albedrío, como la enfermedad es señal de la vida, constituye, sin
embargo, un defecto de la libertad. De modo parecido, la voluntad, por
el solo hecho de su dependencia de la razón, cuando apetece un objeto
que se aparta de la recta razón, incurre en el defecto radical de
corromper y abusar de la libertad. Y ésta es la causa de que Dios,
infinitamente perfecto, y que por ser sumamente inteligente y bondad por
esencia es sumamente libre, no pueda en modo alguno querer el mal
moral; como tampoco pueden quererlo los bienaventurados del cielo, a
causa de la contemplación del bien supremo. Esta era la objeción que
sabiamente ponían San Agustín y otros autores contra los pelagianos. Si
la posibilidad de apartarse del bien perteneciera a la esencia y a la
perfección de la libertad, entonces Dios, Jesucristo, los ángeles y los
bienaventurados, todos los cuales carecen de ese poder, o no serían
libres o, al menos, no lo serían con la misma perfección que el hombre
en estado de prueba e imperfección.
El Doctor Angélico se
ha ocupado con frecuencia de esta cuestión, y de sus exposiciones se
puede concluir que la posibilidad de pecar no es una libertad, sino una
esclavitud. Sobre las palabras de Cristo, nuestro Señor, el que comete
pecado es siervo del pecado[3],
escribe con agudeza: «Todo ser es lo que le conviene ser por su propia
naturaleza. Por consiguiente, cuando es movido por un agente exterior,
no obra por su propia naturaleza, sino por un impulso ajeno, lo cual es
propio de un esclavo. Ahora bien: el hombre, por su propia naturaleza,
es un ser racional. Por tanto, cuando obra según la razón, actúa en
virtud de un impulso propio y de acuerdo con su naturaleza, en lo cual
consiste precisamente la libertad; pero cuando peca, obra al margen de
la razón, y actúa entonces lo mismo que si fuese movido por otro y
estuviese sometido al dominio ajeno; y por esto, el que comete el pecado
es siervo del pecado»[4].
Es lo que había visto con bastante claridad la filosofía antigua,
especialmente los que enseñaban que sólo el sabio era libre, entendiendo
por sabio, como es sabido, aquel que había aprendido a vivir según la
naturaleza, es decir, de acuerdo con la moral y la virtud.