OPINIÓN
El calor es un
hecho físico, objetivo, exterior. La percepción del calor, la molestia que
produce, es un hecho psíquico, subjetivo, interior; depende de cómo se lo tome.
El calor existe, pero si se tienen otros motivos de preocupación, pasará inadvertido;
si uno se pone a pensar en lo terrible de tener que aguantarlo, puede ser
aterrante, abrumador, no le permite realizar las actividades que corresponden a
sus responsabilidades.
Esto
poco tiene que ver con la ropa. Hasta hace pocas décadas era normal asistir a
los colegios de saco y corbata y en las provincias es costumbre solamente en
los abogados. En los colegios sin aire acondicionados que por lo escasos y
caros son casi desconocidos. Solamente con ventiladores. El alumno pensaba en
la vecinita que no le lleva el apunte, o en el promedio que necesita levantar,
o en las malditas ecuaciones de segundo grado y el calor pasaba a un plano
secundario, se olvidaba, no se tenía en cuenta.
Junto
con la proliferación de los ventiladores y la aparición de los acondicionadores
de aire, en vivienda de clase media alta, surgió la libertad de prescindir de
sacos y corbatas. ¿Se vive mejor, con más comodidad? Parece que no: el calor,
al caérselo en cuenta, se hace más presente en la vida de uno.
Y
eso es lo malo: caerlo en cuenta. Hay quienes a las nueve de la mañana, cuando
aún se goza de una temperatura agradable, ya comienzan a quejarse del
insoportable calor que se sentirá a la siesta; no se disfruta lo que se tiene
porque es previsible lo que vendrá. Y se sufre una molestia real, cualquiera
fuere la ropa que se tenga.
La
molestia que el calor produce no es proporcional a la temperatura: basta con
que el calor se haga presente. Si se tapara la ciudad con una enorme campana de
vidrio, y adentro se gozara de un aire acondicionado que sólo variara entre los
18 y los 22°, apenas la temperatura se aproximara a los 22 ya miles estaríamos
quejándonos: ¡Cómo se puede vivir con este calor!
El
único remedio es no llevarle el apunte. Sacarse la ropa no alivia nada. Los
árabes, con una cultura de siglos desarrollada en climas tórridos, lo combaten
con vestimenta liviana pero abundante. Los zafreros que pelan caña a machete
con camisa de contextura gruesa y pañuelos en la cabeza logran con la
traspiración aclimatar su cuerpo.
Una
novedad sería la aparición de los
pantalones cortos en la administración pública. ¿Qué efecto tendrá? Es de
pensar que mientras sea novedoso se verá que eso es una consecuencia del alto
calor reinante, nos hará acordar que debemos sentir la incomodidad propia de
esta temperatura infernal. Y cuando nos acostumbremos entonces será normal
andar de pantalones cortos y se seguirá sintiendo el calor como toda la vida: poco
los que tienen algo que hacer, mucho los que no tienen en qué más pensar.
Puede
deducirse entonces que si las preocupaciones distraen del calor, bueno sería
que la administración atrasara los sueldos, así los funcionarios olvidarían esta
molestia. No. No hay que exagerar. Las exageraciones siempre son malas. Bueno
sería que todos pensáramos en los deberes y obligaciones, en el expediente que
una viejita presentó y duerme en un cajón de la administración pública o en Tribunales,
en el informe que pidió el jefe y está sin terminarse, en la planilla que tiene
una suma que falla o en la solicitud que no se sabe a qué organismo derivar.
Calor haría el mismo, pero al no recordarlo lo sentiríamos menos.
DR.
JORGE B. LOBO ARAGÓN