martes, 23 de abril de 2013

LA PAZ QUE NUNCA FUE




Ellos curan a la ligera el quebranto de mi pueblo, diciendo: "¡Paz, paz!", pero no hay paz. (Jeremías 6,14)
 
Era 1983 y si algo anhelábamos los argentinos era paz. Veníamos de una década sangrienta. Dos guerras en diez años era demasiado para cualquiera, pero también es necesario aclarar que en esos diez años, además de verterse sangre a destajo todo se había hecho mal. Desde Perón que puso como presidente a un imbécil del que creía que su intrínseca obsecuencia lo eximiría de la traición y terminó ensuciando sus calzoncillos cuando los “imberbes” le exigieron una amnistía infame pasando por ese coro griego almidonado y falaz de políticos que en cuarenta años solo han privilegiado la ignorancia y mejorado sus cualidades de cortabolsas, hasta llegar a aquellos que decían que iban a reorganizar la República y terminaron sumiéndola en un lamentable caos económico y social.
Aunque todos lo conocían, ninguno de ellos se decidió a modificar lo que es en sí el sarcoma que corroe a los argentinos. Nadie se animó a cambiar la indisciplina congénita que nos agobia, ni el triunfalismo estúpido que nos hace vivir cualquier evento como si fuera un campeonato mundial y que si se pierde nos sume en grupales estados depresivos, ni el individualismo feroz que nos enorgullece. Ni siquiera esa siniestra mentalidad de camorra a la que jocosamente llamamos viveza criolla y que no es otra cosa que una deshonesta manera de encarar la vida.
 No, todos ellos estaban para el “bronce”, los fierros o el bolsillo, pero no para el callado trabajo de reeducar a un pueblo que desde hacía años se la creía. Un pueblo engolosinado con el pueril cuento del “granero del mundo”, el “crisol de razas” o el de los “buenos muchachos que mataron el hambre a españoles e italianos” mientras- adolescentes consentidos viviendo una perpetua “edad del pavo”- jamás pensamos que era culpa nuestra todas y cada una de las de las desgracias que nos sucedían. Siempre había, para nosotros, alguien que desde afuera se empeñaba en destruir el futuro de opulenta gloria que nos habíamos inventado pero que jamás nos pusimos a construir.
Era 1983 y si algo anhelábamos los argentinos era paz, pero de tan anhelada fuimos incapaces de cimentarla y en nuestra ingenuidad, o estupidez, dejamos que nuestros políticos que vivían invocándola como bien supremo se hicieran cargo de ella y como todo “bien supremo” por ellos demandado terminó, la paz ansiada, en el cuarto de las cosas inservibles.
Como siempre, tuvo más peso el verso que la realidad en que vivíamos. La ausencia de hombres de buena voluntad y sentido común y la abundancia de logreros que venían por las migajas de un estado caído indicó cual sería el futuro de la Argentina. Acometieron la tarea de seguir dividiendo a la sociedad, no importando cuan herida estuviera ésta, sino que apostaron a la mistonga fama que un juicio malintencionado y torcido les podía procurar, antes que tratar de ordenar social, económica y moralmente a una República deshecha.
Contar todas y cada una de las torpes pero pérfidas medidas que desde 1983 se tomaron ameritaría un libro y no esto que solo pretende ser una modesta reflexión, pero la mala fe puesta en juego, la descalificación permanente del que no pensaba igual, la persecución a los militares que combatieron a la subversión más allá de los errores que pudieron haber cometido, el asistencialismo a destajo, la indisciplina social fomentada muchas veces desde el poder y la mezquina tarea en la que se empeñaron para que el estado  hiciera abandono de sus funciones específicas solo sirve para que sepamos que la división profunda que hoy escinde a la sociedad, no empezó ayer, empezó de manera larvada hace treinta años y tiene nombres y apellidos, tanto de hombres a los que la muerte los ha vuelto “próceres” como los de aquellos que hoy se aferran a una banca que los exima de prisión.
Esta es la realidad de la Argentina y su enfermedad terminal, la falta de paz. Paz a la que nadie le interesó apuntalar y hacer crecer y que jamás a esos hombres pequeños se les ocurrió lograr. Permitieron ladinamente que la justicia fuera tomada a saco por jueces garantistas que solo han conseguido hacer endémica la inseguridad en las calles, que la salud y la escuela pública, pese a las frases altisonantes que se repiten hasta la nausea, sea cada vez más un despojo, que cada día haya más familias que saben que al menos uno de sus hijos no llegarán al año de vida por desnutrición, y donde la palabra futuro, inclusión y progreso son entelequias insostenibles que solo se animan a discutir con groseras justificaciones o perversas descalificaciones mientras practican un sostenido saqueo de las arcas del estado.
Solo con tres frases podemos definir el como y el por que de la postración de la Argentina. Tres frases que son el compendio de la ignorancia, la mentira, la ineptitud y la soberbia que envuelve a la clase política argentina. Tres frases dichas por tres presidentes de estos años lamentablemente perdidos; frases que cualquier político podría, en su desvergüenza, hacer suyas: “no supimos, no pudimos o no quisimos”, “No los voy a defraudar”, “vamos por todo”.
Mientras tanto en Argentina, la paz empieza nunca.

 JOSE LUIS MILIA
josemilia_686@hotmail.com