Por Adrián Salbuchi
El 2 de abril marca el 31º aniversario de la recuperación militar de las Islas Malvinas en el Atlántico Sur por la Argentina durante el régimen cívico-militar entonces en el poder. Una guerra relámpago que terminó 74 días más tarde, el 14 de junio, con la rendición de las fuerzas argentinas ante la fuerza de tareas británica. Aquello preparó el camino para lo que algunos años más tarde se transformaría en el “Tratado de Versalles Argentino”.
Fracaso diplomático
Muchos recordarán cómo la junta militar presidida por el general 
Leopoldo Galtieri ocupó las desoladas Islas Malvinas; cómo Margaret 
Thatcher inmediatamente despachó una flota de guerra de 127 
embarcaciones con sus naves insignia, los portaviones Invincible y Hermes
 a la cabeza junto a docenas de caza-bombarderos para recuperar las 
islas; cómo el general Alexander Haig, secretario de Estado del 
presidente norteamericano Ronald Reagan hizo de cuenta que era 
“mediador” en el conflicto mientras el secretario de defensa Caspar 
Weinberger enviaba equipamiento militar, armamento y pertrechos por 
miles de millones de dólares –aviones de combate, visores nocturnos, 
millones de litros de combustible, equipos de guerra y apoyo logístico– 
para dar urgentísimo apoyo al esfuerzo bélico británico, lo que también 
incluyó el uso de sus satélites militares secretos y de sus bases en la 
Isla Ascensión en el Océano Atlántico a mitad de camino entre Londres y 
las Malvinas.
La guerra
Muchos también recordarán las sangrientas batallas de aquella 
contienda que se inició el 2 de mayo cuando un submarino nuclear 
británico, el Conqueror, recibió la orden de Londres de hundir al crucero argentino ARA General Belgrano ocasionando
 la pérdida de 323 marineros argentinos mientras el mismo se hallaba 
navegando fuera de la zona de exclusión unilateralmente dispuesta por 
los ingleses y en dirección contraria al teatro de guerra. Poco después,
 la Argentina atacaría a toda la flota de guerra británica hundiendo las
 naves Sheffield, Atlantic Conveyor, Coventry, Ardent y Antelope. En total, murieron 649 combatientes argentinos y 255 británicos. El resto es historia…
Treinta años después, escuchamos ecos de aquel conflicto en las 
vulgares rencillas verborrágicas entre la presidente argentina Cristina 
Kirchner y el premier británico David Cameron, con acusaciones mutuas de
 explotación y derechos sobre el petróleo, “soberanía”, 
“descolonización” y “remilitarización de Atlántico Sur”. Como dijera en 
mi artículo en RT Español de fecha 11 de febrero, “¡Risas inglesas sobre Islas Malvinas!”, todo esto no es más que “mucho ruido y pocas nueces…”.
La derrota
Porque el verdadero quid de la cuestión es que –igual que con todas 
las naciones derrotadas en guerra por EE. UU., el Reino Unido y sus 
aliados– Argentina también habría de sufrir su “Tratado de Versalles”, 
igual al que le fuera impuesto a la derrotada Alemana en 1919 tras la 
Primera Guerra Mundial por esos mismos aliados victoriosos, 
ocasionándole horrendo sufrimiento económico, financiero, social y 
político que aseguró que pocos años después Adolfo Hitler y su 
movimiento nacionalsocialista recibiera masivo apoyo popular del pueblo 
alemán. También aquí, el resto es historia…
Pero los Aliados han aprendido muchas lecciones desde entonces. Al 
igual que con Alemania, Austria, Japón, Italia e Irak, a la Argentina 
también era preciso castigarla, sin embargo en lugar de ocuparla 
militarmente, a la Argentina se la obligó a tragar una píldora casi 
igual de amarga…
Se le impuso la “democracia” en su falsa variante 
anglo-norteamericana, profusamente financiada por los Dueños del Poder 
Global y sus sátrapas locales, y taladrada en los cerebros de cada 
argentino a través de sus poderosos multimedios locales y globales.
Con la imposición de aquella “democracia” en diciembre 1983, los 
sucesivos presidentes desde Raúl Alfonsín (el “Sr. Hiperinflación 
1989″), pasando por Carlos Menem (gerenciador local del “Tratado de 
Versalles Argentino”) y Fernando De la Rúa (el “Sr. Colapso Financiero 
2001″), hasta Néstor y Cristina Kirchner en los últimos nueve años, 
todos le garantizaron a los Dueños del Poder Global tres cosas 
fundamentales para ellos:
(1) Que la Argentina siempre se mantendría de rodillas antes sus victoriosos enemigos;
(2) Que la Argentina jamás investigará el origen ilegítimo e ilegal 
de su enorme Deuda Externa iniciada bajo el régimen ilegal 
cívico-militar, sino que pagará y pagará década tras década, y
(3) Que la Argentina desmantelaría, desintegraría y destruiría sus 
fuerzas armadas tanto material como moralmente, de manera de transformar
 a Argentina en un país total y absolutamente desarmado ante un mundo 
terriblemente peligroso.
Todo ello, resultado del “Tratado de Versalles Argentino”.
Para empezar, el presidente Alfonsín hizo juzgar de manera pública y 
bochornosa a miles de militares por violaciones de los derechos humanos,
 una tarea necesaria sin dudas pero desnaturalizada a través de un 
vasto, complejo y completo ejercicio de guerra psicológica que tuvo como
 resultado que el pueblo argentino terminase odiando a sus instituciones
 militares, en lugar de limitarse a expulsar a los criminales que se 
habían infiltrado en sus filas. Ello tuvo el efecto de destruir a las 
Fuerzas Armadas institucionalmente.
¿Puede imaginarse lo que ocurriría si EE. UU., Gran Bretaña, Francia e
 Israel decidiesen juzgar pública y ampliamente a sus militares por los 
genocidios perpetrados en África, Irak, Afganistán, Libia, Palestina, 
Serbia y Panamá? No, no…. Eso solo le ocurre a los ejércitos vencidos: 
alemanes, italianos, japoneses, árabes y argentinos. Y todo luego 
reforzado por películas de historia-ficción hábilmente urdidas por las 
usinas de guerra psicológica de Hollywood dedicadas a taladrar los 
cerebros de todo el mundo.
Un nuevo “Versalles”
En realidad, este Versalles argentino tiene nombre propio: “Tratado 
Anglo-Argentino de Promoción y Protección de Inversiones” suscripto en 
Londres el 11 de diciembre de 1990, y promulgado por el Congreso 
argentino el 4 de noviembre de 1992 (Ley No. 24.184). Así, se coronó una
 larga serie de negociaciones entre Argentina y el Reino Unido que en 
febrero 1990 llevó a la suscripción de un acuerdo formal mediante el 
cual el entonces presidente Carlos Menem y su ministro de relaciones 
exteriores –el notorio miembro de la Comision Trilateral y protegido de 
Rockefeller y Soros- Domingo Cavallo, operarían como gerenciadores 
locales, promoviendo los intereses británicos y norteamericanos en el 
país.
Ese acuerdo y tratado le darían al Reino Unido el control sobre las 
fuerzas armadas argentinas, especialmente en la región de la 
inmensamente rica Patagonia, donde ya existen vastas inversiones 
estadounidenses, británicas e israelíes (Art. 5); nuestra economía se 
abriría y desregularía en forma irrestricta (Art. 12) de manera que 
empresas estatales pudieran ser vendidas y privatizadas a precio vil 
(petróleo, minería, ferrocarriles, autopistas, líneas aéreas, 
electricidad, gas, agua, fondos de pensiones, servicios postales, 
seguros, reaseguros, bancos… Su grito de guerra de entonces parecía ser “¡Si se mueve, privatícenlo!”). Mientras tanto, a los “inversores” extranjeros se les daba todo tipo de protección, derechos y asistencia.
Aquel Tratado con el Reino Unido fue rápidamente sucedido por 
tratados similares suscritos con Estados Unidos (Ley 24.184), y luego 
Francia, Alemania, España, Holanda, Dinamarca, Suecia, Canada, 
Australia…
Hitos clave
El presidente Menem resultó ser un arma muy efectiva en manos del 
Reino Unido y Estados unidos, en contra de la Argentina. Su canciller 
Guido Di Tella llegó a la vergonzosa bajeza de describir las relaciones 
entre Argentina y Estados Unidos como “carnales”. Es fácil adivinar 
quién estaba arriba y quién debajo…
Algunos hitos clave que condujeron al “Versalles Argentino”:
· Agosto 1989: Se sanciona la Ley de Reforma del Estado No. 23.696 
que prepara el camino para las privatizaciones y desregulación, 
promoviendo el reciclaje de los altamente devaluados bonos de la Deuda 
Externa argentina para que los mega-bancos globales los pudieran 
utilizar para adquirir activos del Estado Nacional, tomándolos a su 
valor total nominal;
· Septiembre 1989: La Reina Isabel II recibe en Londres en audiencia 
privada y secreta al entonces senador Eduardo Menem (hermano de Carlos);
· Noviembre 1989: La Reina abre las sesiones del Parlamento británico
 refiriéndose específicamente a las reanudadas relaciones diplomáticas 
con la Argentina señalando que abrirían enormes oportunidades 
comerciales para el comercio británico;
· Noviembre 1989: Lord Montgomery encabeza una misión comercial 
británica a la Argentina para inventariar empresas públicas, recursos 
energéticos, alimentarios, mineros y otros en la Argentina. ¡Regresó a 
Londres con una gran sonrisa!
· 1991: Domingo Cavallo, ahora ministro de Economía, planifica con el
 secretario del tesoro estadounidense Nicholas Brady, el así llamado 
Plan Brady de canje de bonos de Deuda Externa. Tan redituable resultó 
este proceso para banqueros y corporaciones globales que cuando George 
Bush (padre) pierde las elecciones de 1992 y Brady se retiró del 
Gobierno, fundó una consultora en materia de deuda pública 
latinoamericana asociándose a Daniel Marx, el subsecretario clave de 
Cavallo en el proceso de canje de la Deuda Externa argentina.
Las lecciones de esta historia…
Resulta mucho mejor (y es más fácil) evitar la ocupación militar de 
naciones derrotadas, imponiéndoles en su lugar la variante 
anglo-norteamericana de la “democracia”. Ello se logra financiando a los
 peores elementos políticos locales – a los más traidores – 
catapultándolos a puestos clave: presidentes, ministros, senadores, 
diputados, jueces, y gobernadores. Luego, todo lo que necesitan hacer es
 asegurarse que hagan exactamente lo que los Dueños del Poder exigen que
 hagan.
A esto le llaman “democracia”, y funciona realmente bien…. ¡Para los Dueños del Poder Global, se entiende!
Ah, y también es importante asegurarse que los medios de difusión locales y globales jamás le recuerden a la opinión pública:
(a) Que han sido derrotados;
(b) Que por más que a un “Tratado de Versalles” se lo llame por cualquier otro nombre, siempre tendrá el mismo gusto amargo; y
(c) Que la “democracia” al estilo inglés y norteamericano es un Caballo de Troya sumamente peligroso.
