El mayor de los horrores de las
internas abiertas y simultáneas son los pases de factura mediáticos de
los precandidatos de las distintas fuerzas, y entre ellos en el mismo
espacio. Si existe un producto con buen copyright de la Década Ganada es
el pase de factura por el pasado reciente de cualquiera que se muestre
como amenaza de pérdida de votantes. Lógicamente, el extremo ridículo
del revisionismo histórico con beneficio de inventario lo levanta como
bandera el kirchnerismo, con ejemplos tan hermosos como el de putear a
Sergio Massa, a quien pusieron de Jefe de Gabinete, pero no por ello
debemos menospreciar a los demás candidatos y la garra que le meten a la
hora de recordar con quién estaban los demás.
Nadie se salva si seguimos aplicando la
lógica de con quién se estuvo, sin importar desde cuándo ni los motivos
del acercamiento y posterior alejamiento. Si tan sólo basta una foto, un
apoyo o un gesto, no queda nadie.
Corría
el año 1999 cuando el entonces gobernador de la provincia de Buenos
Aires, Eduardo Duhalde, recorría el país en plena campaña electoral por
una presidencia que perdió en manos de la Alianza entre el FrePaSo y la
Unión Cívica Radical. Su equipo de ideas y proyectos estaba integrado
por Carlos Tomada, Jorge Todesca, su tocayo Remes Lenicov, Julio
Bárbaro, Alberto Iribarne, Horacio Rodríguez Larreta, Néstor y Cristina,
todos coordinados por Alberto Fernández. Por aquel entonces, la
muchachada que le hacía la campaña en las calles también era integrada
por Sergio Massa y Diego Santilli. Sin embargo, el cabezón se quedaría
con las ganas de ganar en las urnas, aunque la Asamblea Legislativa le
hizo la gauchada y le entregó la banda presidencial el primer día del
año 2002.
Unos meses más tarde, y a tres semanas
del asesinato de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, se presentó en
sociedad una alianza que procuraba la renovación de todos los mandatos
políticos, como una salida factible a la crisis. Sus integrantes fueron Aníbal Ibarra, Néstor Kirchner y Elisa Carrió.
Durante el encuentro dejaron asomar la posibilidad de un frente
electoral conjunto. Tiempo después, con Néstor elegido como candidato
del duhaldismo para las presidenciales, Carrió aseguró que Kirchner
podría manejar al país como un territorio feudal, cosa que no notó en el
mes de julio previo y que dejó de notar un poquito en mayo de 2003,
cuando quedó afuera del ballotage y, en vez de dar libertad de sufragio,
llamó a sus electores a votar por Néstor Kirchner, pero eso sí, con
reserva moral. A mediados de 2003 y con la década kirchnerista ya
iniciada, Lilita volvió a coincidir con el entonces Presidente en el
apoyo conjunto a la reelección de Aníbal Ibarra como Jefe de Gobierno
porteño. En el medio, también se hizo un hueco para participar de la jura del segundo mandato de Martín Sabbatella como Intendente de Morón. La intención de la caducidad de mandatos ya era cosa del olvido.
Si bien Lilita ya tenía experiencia en eso de juntarse con travestis progresistas y peronistas extraterrestres -en 2001 se alió con Dante Gullo para llevar al Senado al socialista Alfredo Bravo- muchos
de quienes la acompañaron no se quedan atrás. El actual Canciller
Héctor Timerman fue integrante de la lista del ARI en 2003 -no entró,
estaba sexto- y Graciela Ocaña, que venía del FrePaSo, se sumó a las
filas de Carrió para ser reelecta diputada, también en 2003. A los pocos
meses pegó el salto al Ejecutivo Nacional y se sumó como funcionaria en
el área de salud, donde tardó unos módicos cinco años en darse cuenta
que había cosas que no eran muy lindas y pegó el portazo en 2009, unos
días después de la renuncia de Sergio Massa a la jefatura de gabinete,
quien había reemplazado un año antes a Alberto Fernández, quien a su vez
había renunciado luego del conflicto del campo por las retenciones
móviles, instauradas por una resolución -la 125- firmada por el ministro
de Economía, o sea Martín Lousteau.
Convengamos en que fue fácil oponerse a
la 125. Lo que no cualquiera puede es oponerse a la 125, tildar a sus
ejecutores de anti progresistas, y luego ser compañero de fórmula del
funcionario que la aplicó. Pero Rodolfo Terragno sí puede. Es más,
incluso tiene la capacidad de recordar su postura contra las retenciones
en su página personal, donde también aparece sonriente y abrazado a
Lousteau.
Lousteau
y Terragno cayeron en la volteada de Lilita, junto con Ricardo Gil
Lavedra, porque para Carrió nunca denunciaron nada. Lilita, en cambio,
cerró filas con Pino Solanas, que habrá tirado alguna denuncia en los
últimos años, pero que votó a favor de cuestiones tan centrales como la
estatización de las AFJP y la nacionalización de Aerolíneas Argentinas.
No es muy incoherente lo de Pino, más si tenemos en cuenta que en 2003
se le caían los orgasmos mientras opinaba de la gestión de Kirchner, por tratarse de un gobierno que “combatía la impunidad”, y que no dudó en sostener que Hugo Chávez fue el presidente más democrático de todo Occidente.
Otro gran valor que integra la lista de
quienes dicen llevar a la ética tatuada en las nalgas es Gustavo Vera,
el rubio simpaticón de Floresta que se ha convertido en el cruzado
contra la trata de personas desde su fundación La Alameda, llamada así
en honor a la pizzería que funcionaba en el local que usurparon mientras
se encontraba en sucesión. El inmueble tuvo un intento de desalojo en
2004 y hasta fue clausurado por las condiciones de insalubridad de su
comedor. En su terraza, dentro de una construcción precaria, había
varias máquinas de coser, con ciudadanos bolivianos como parte del
mobiliario, donde confeccionaban prendas que luego eran vendidas en La
Salada, sin habilitación, sin ART, sin aportes ni obra social, pero
amparados en ese agujero negro llamado Cooperativa. Tiempo después,
agotado el verso del combate contra los talleres clandestinos, Vera
encontró que la renovación de la indignación pasaba por el negocio más
antiguo del mundo y se convirtió en héroe del progre porteño, logrando
dos veces la expropiación del local usurpado, una vetada por Ibarra, y
la otra obtenida en 2007.
De
todos modos, Carrió, Solanas, Lousteau y Terragno no dejan de integrar
un mismo frente en el cual se enfrentan con la dupla conformada por
Alfonso Prat Gay y Victoria Donda. O sea, quien fuera presidente del
Banco Central durante el gobierno de Duhalde y los primeros dos años de
Néstor -y que fuera reemplazado por Martín Redrado luego de no coincidir
en las políticas económicas- va de la mano de la militante del
movimiento Libres del Sur, quien fuera electa diputada en 2007 por el
Frente Para la Victoria. En el caso de Donda, el espíritu opositor le
surgió al año, cuando argumentó que Néstor aún representaba a la vieja
política, de lo que se dio cuenta recién cuando Kirchner buscó asumir la
presidencia del Partido Justicialista.
Nombre por nombre, no se salva nadie:
luego de romper su matrimonio de casi nueve años con los Kirchner,
Moyano apoya a De Narváez, que en 2003 hizo la campaña de Menem,
mientras Moyano hacía la de Adolfo Rodríguez Saá y el Momo Venegas
-también candidato- apoyaba la candidatura de Néstor, lo que el
kirchnerismo agradecería encanándolo unos años después.
Desde
un punto de vista políticamente objetivo, nada de lo relatado es
siquiera grave. Es tan solo el producto de un sistema de partidos
políticos desdibujados y simbólicos, que sólo sirven como camiseta de
pertenencia, con lo que es necesaria la aparición de líderes de masas.
Ante la notoria ausencia de los mismos, es lógico que todos estén o
hayan estado con todos, dado que la política argentina ha demostrado que
el poder de reciclaje es su mayor virtud. A lo largo de los cincuenta
años de carrera política de Carlos Menem, hubo momentos ideológicos para
todos los gustos, desde militantes de los derechos humanos en la
resistencia al Proceso, hasta simpatizantes del partido militar luego de
los indultos de los tempranos noventas, pasando por peronistas
ortodoxos, liberales y hasta representantes de la izquierda como el
colorado Ramos. Y sin embargo, creo que a nadie se le ocurriría vincular
a Pérez Esquivel con el indulto a Videla por tener fotos junto a Menem
al encabezar las marchas contra la dictadura.
No está mal haber cambiado por motus
propio, o seguir en la misma y que otros cambien. A lo largo de esta
joda que llamamos vida nos acercamos a las personas cuando nuestros
puntos de vista coinciden y nos alejamos cuando ya no va más. Si no
fuera así, el divorcio no tendría razón de ser. Todos hicimos lo mismo
en algún momento con nuestros trabajos, con nuestras amistades y con
nuestras eventuales parejas. No veo porqué en la política no debería
suceder. Quizá el problema radica en una suerte de intolerancia ante el
desengaño, algo así como cuando te separás y notás que tu ex tenía una
goma más caída que la otra, o que la zapan del gordo que antes te
parecía el tanque de combustible de su virilidad, ahora quedó en el
altar de los recuerdos grasientos y peludos.
El 100% del kirchnerismo -si, su
totalidad- está compuesto por su historia en el poder, la cual fue
conformada por personajes que laburaron con Menem, Cavallo, Chacho
Álvarez, De La Rúa, Alfonsín, Duhalde, o con todos ellos en algún
momento. Fuera del kirchnerismo, con la clara excepción de los troskos,
el porcentaje es similar. Y es que todos, en alguna medida, se sintieron
representados alguna vez por al menos un hecho de alguno de esos
personajes, aunque muchas veces esos hechos fueran presupuestos para
contratos o algún cargo con linda caja y un poco de exposición. Para
quien se haya olvidado, les recuerdo el transversalismo de las
elecciones de 2007.
De
un modo pelotudo y romántico, soy de los que creen que no se puede
juzgar a una persona por su pasado, si no por el todo. Probablemente, si
los kirchneristas no se hubieran ensañado en reescribir la historia
reciente para poder justificar sus propias biografías, serían solo
considerados como los actores de una concatenación de fracasos, delirios
fundacionalistas y choreo sistematizado, obligatorio y abundante.
Porque, en definitiva, no está mal que hayan sido menemistas o
duhaldistas, después de todo, más de la mitad de la sociedad lo fue. El
problema es acusar a los demás de lo que ellos fueron. Así y todo les
salió bien. Basta con mirar las acusaciones de los opositores entre sí
para notar que les salió muy bien.
Desde mi humilde opinión, propongo que en
las elecciones votes por lo que creas correcto, por quien te enamore.
¿Acaso rechazarías al hombre de tus sueños o a la reina del baile sólo
porque tuvieron una historia con tu enemigo?
Jueves. En definitiva, todos tuvimos un laburo que nos enamoró en su momento y al que hoy ocultamos del currículum.
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