Se supone que nos autogobernamos bajo una forma representativa, pero este supuesto es a esta altura una risa con el voto feudal populista. Una gran capa de la población recibe sueldos y dádivas de los representantes. Otros directamente hacen fortunas con el estado por sus relaciones y negocios por abajo de la mesa con los supuestos mandatarios.
¿No habría que elegir entre ser representante o representado? ¿Entre servidor y servido? Para que todo esto de la democracia que de cualquier manera no es ninguna panacea sea al menos algo un poquito serio, habría que optar entre pagar y elegir o cobrar y ser elegido. Porque este problema no sería muy importante cuando esta forma bastante ilusa de decir que “nos estamos gobernando a nosotros mismos” empezó a gestarse en su forma moderna. Pero hoy, no solo una parte importante de la población está de los dos lados del mostrador, sino que engrosar el estado y la dependencia del estado es una forma abierta y descarada de tener electores esclavos. Y la dependencia los incluye a ellos y a sus familias.
Para que la democracia pueda ser tomada en serio, nada más, no deberían votar ni los candidatos, ni los empleados o cualquiera que reciba pagas del gobierno (incluidos los hipócritas “planes”), ni los proveedores del estado, ni los empleados de los proveedores del estado, ni los parientes en primer grado de ninguno de ellos.
De otro modo estamos tolerando castas. Unos privilegiados que intervienen junto a los no privilegiados en igualdad de condiciones a decidir el futuro de todos, lo que por supuesto redunda en el aumento de los privilegios.
Hace falta la rebelión de los no acomodados. La diferencia en responsabilidades y condiciones del sector público se está transformando en un peso agobiante.
La única garantía para que unos burros de carga puedan considerar que gobiernan cuando tienen a esta gente encima, es que los últimos sean solo empleados y no amos a la vez. Unos pagan, otros sirven. Unos cobran, otros deciden.