El RDR y Alfredo Casero
Las críticas del actor al oficialismo dieron lugar al
siguiente análisis de La Solano Lima, que firman Chavo Ramello y Demián
Abbott.
ALFREDO CASERO Y NOSOTROS
Alfredo Casero le sacó la careta al relato derechohumanista
retroactivo (RDR). Con simpleza. Todos lo entendimos. Millones de
argentinos se sintieron identificados en él. Entonces los K salieron a
lincharlo. Ha sido el mecanismo de difamación utilizado desde 2003.
Periodistas, artistas y personalidades notorias, es decir, la cadena de
la felicidad sostenida con los dineros públicos, descalificaron a
mansalva a Alfredo (según los K, “el enemigo”).
Antes de proseguir, digamos que por RDR comprendemos al conjunto de
sofismas propalados en forma de discurso político, tendiente a revisar y
falsificar los hechos del pasado, principalmente los de la década del
‘70. Dichos argumentos son utilizados para cubrir de contenido épico a
las acciones del presente protagonizadas -la más de las veces- por
personajes desvinculados, por acción u omisión, de aquella década.
Asimismo, los únicos derechos humanos válidos para el RDR, son los del
pasado, convirtiendo a los delitos de lesa humanidad cometidos por los
jerarcas de la última dictadura, en una causa partidaria. Y a los
organismos de derechos humanos, en meros apéndices del Gobierno de
turno. De ahí que hayan perdido su legitimad de origen y se hayan
convertido en sectas ultraoficialistas, con poder mediático para
destruir a los opositores del denominado “modelo nacional y popular”.
El RDR necesita obediencia debida. Cualquiera que ose contradecirlo
recibe el mote descalificador de “derechista”, “neoliberal” o “facho”. Y
si se tratara de un integrante de la tropa propia, lo tildarán de
“traidor”. Para ser exitoso el relato demanda la división de la sociedad
entre buenos y malos, réprobos y elegidos, héroes y villanos La vieja
antimonia del populismo autoritario que, sostenido en sofismas
ideologizados, avanza sobre el Estado, lo coloniza, se apropia de él, lo
saquea a destajo, siempre en nombre del modelo nacional y popular, de
Evita, de los desaparecidos, de los compañeros presos, “no nos han
vencido…” Pero lo cierto y lo concreto es que los montoneros de los ‘70
pretendían una “patria socialista” que en nada se condice con el Modelo
de la nueva oligarquía kirchnereana, que ha hecho de Puerto Madero, su
Meca; y del enriquecimiento ilícito, su modus operandi.
El kirchnerismo, echando mano de un esquematismo supino, ha logrado
desempolvar etiquetas anquilosadas, tales como “cipayo”, “vendepatria”,
“gorila”, que son más viejas que la escarapela y que las usaban los
nacionalistas católicos hace 80 años y luego el primer peronismo. Con el
reloj atrasado casi un siglo, han hecho y deshecho en esta década
robada. Sin embargo, supieron aprovechar los fenomenales ingresos
recibidos por la exportación de commodities (“santa soja”) y
montar un sistema clientelista con resultados electorales favorables. A
los gobiernos hay que juzgarlos por sus políticas públicas, el
presupuesto que manejan y la herencia que dejan. Nada de lo que los
kirchneristas han hecho es producto de su inteligencia sino que han
tenido suerte, y les tocó gobernar una década de soja gorda y de viento
de cola en el plano regional e internacional. Con la soja a 100 dólares,
un gobierno de esta calaña dura menos que el de De la Rúa. Todo dicho.
El lector se preguntará qué tiene que ver esta disquisición con las
declaraciones de Alfredo Casero. Y le respondemos: mucho. Porque Alfredo
metió el dedo en la llega. Les dijo a los K que no se arroguen méritos
que no le corresponden.
El RDR nace de una lectura falsa de los 70 (y de antes también). Por
ese camino, se llega a la mentira kirchneriana. Jamás un gobierno negó
tanto la realidad, desde los índices inflacionarios del INDEC hasta la
inseguridad ciudadana. Y es lógico que mienta. Porque el RDR es una
mentira.
Es mentira que Néstor y Cristina hayan sido opositores de la
dictadura genocida de Videla y Martínez de Hoz, porque se hicieron
millonarios en el Sur en esa época valiéndose de las ventajas de la
circular 1050.
Es mentira que la sociedad haya defendido la democracia en el ‘76
porque la mayoría inmensa de los argentinos reclamó el golpe de Estado
(lo que no implica avalar el terrorismo de Estado posterior).
Es mentira que todo el periodismo fue cómplice del terrorismo de
Estado, porque en ese momento trágico y particular informar era un
delito. Y había que manejarse en un contexto excepcional que, si lo
analizamos con ojos del presente, realizaremos interpretaciones también
mentirosas.
Es mentira que el kirchnerismo sea la continuidad histórica de los
montoneros y de la tendencia revolucionaria. No existe ningún punto de
relación entre la patria socialista del ‘70 y el modelo nacional y
popular de hoy.
Es mentira que las madres, abuelas e hijos de desaparecidos deban ser
idolatrados y privilegiados por cargar una desgracia sobre sus hombros.
Nadie es más que nadie y todos somos iguales ante la Constitución y las
leyes.
Es mentira que Evita fue superior a Perón. Es mentira que Cámpora
haya sido un revolucionario. Es mentira que el terrorismo y la violencia
sean el camino de la justicia y la paz. Ni ayer ni hoy ni nunca.
Nos han mentido tanto y se han mentido tanto, que los kirchneristas
se creen sus propias mentiras. Sacarles la careta es la tarea. Aunque
nos cuelguen epítetos despectivos.
Pero sacarle la careta al relato tiene su precio. Quienes incurren en
ese propósito noble y digno, que enaltece la condición humana, se ganan
la condena de la minoría estatal devenida en albacea de la mentira
oficialista.
En estos días es el turno de Alfredo Casero. De nosotros.
Chavo Ramello – Demián Abbott