Monición - XXX Domingo durante el Año
Monición para el XXX Domingo del Tiempo Ordinario
Ciclo C
¡Oh Dios, gracias por no ser como éste! |
"Soy tan, pero tan humilde que a humilde nadie me gana", dice el
soberbio que se presenta con visos de virtud, siendo en realidad, como
lo llamó el Señor, lobo rapaz con piel de oveja.
El verdaderamente humilde sabe que todo lo que tiene lo recibió de Dios y ha encarnado en su persona las palabras de Cristo: "el
que quiera ser grande que sea servidor de todos, así como el Hijo del
Hombre no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate
por la humanidad".
Por eso, mientras el soberbio es como un recipiente vacío que hace mucho
ruido pero no tiene nada dentro, la riqueza interior del humilde le
permite el gozo de una intensa vida espiritual.
En él se cumplen las palabras de san Pablo: "con gusto me gloriaré en mi propia debilidad para que habite en mí la fuerza de Cristo".
Y es esta fuerza, este vaciarse de sí para llenarse de Dios, lo que ha
impulsado a los numerosos mártires que llenan la historia gloriosa de la
Iglesia, como los más de 500 españoles que acaban de ser beatificados
en Tarragona, y que murieron por Cristo aunque el mundo diga que fueron
martirizados por impedir el avance de la historia.
Así se dijo bajo la Roma Imperial o la Revolución Francesa, que los condenaba por traidores al Imperio o a la Revolución.
Pero los mártires, diga el mundo lo que dijere, vivieron heroicamente su muerte; por eso su último grito ha sido muchas veces "Viva Cristo Rey".
Que todos nosotros sepamos decir, al igual que ellos y aunque no sea
frente a un pelotón de fusilamiento, sino frente a la mentira, a la
injusticia y a las arbitrariedades, decir con nuestra conducta: "Viva Cristo Rey".