Cristiada: El papel de las mujeres en la guerra cristera
El papel de las mujeres durante la guerra
Cristera en Méjico (Cristiada) –
Parte 1[1]
Por Guillemette Lestang[2]
¿Qué es la Cristiada?
Se trata una lucha desigual entre un
poder de estado todopoderoso, constituido por la alianza entre el
ejército regular, las fuerzas masónicas, el protestantismo
norteamericano y la notable ayuda de este gran poder favorable a los
perseguidores del catolicismo, por un lado, y un pueblo desarmado, donde
los únicos poderes imponderables se limitaban a la audacia y la
valentía que producían en ellos el amor profundo y vital que profesaban a
la Fe católica, y una confianza inquebrantable en la protección de Dios
y de su Patrona amada la Virgen de Guadalupe, por el otro.
¿Cuál fue la causa de este levantamiento?
El julio de 1926 el presidente Plutarco
Elías Calles decide aplicar las leyes fuertemente antirreligiosas de la
constitución de 1917, votadas por el gobierno revolucionario de la
época.
Desde principios de agosto de 1926, las
mujeres fueron las primeras en reaccionar y las más decididas a la hora
de montar guardia en las Iglesias cerradas al culto por el episcopado el
31 de julio de 1926, en respuesta a las leyes antirreligiosas del
gobierno. Los hombres siguieron, pero primero para proteger a sus
mujeres.
Es necesario recordar que la resistencia
a la persecución religiosa fue primero pacífica a través de la Liga
Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, movimiento sobre todo
instalado en las ciudades, por un lado, y por otro, la Unión Popular,
movimiento dirigido por Anacleto González Flores, “llamado el Maestro”;
hombre profundamente católico, con una inteligencia maravillosa,
beatificado como mártir por el Papa Juan Pablo II en el año 2005. De
esta, Anacleto preconizó el boicot de todos los servicios públicos y de
todos los alimentos provenientes del Estado o de personas
manifiestamente masónicas. Este boicot fue bien acogido y cumplido y las
mujeres participaron activamente. Las represalias no se hicieron
esperar. Y a partir del mes de agosto de 1926, el recurso de las armas
fue considerado.
Después de eso, las persecuciones cada
vez más violentas del gobierno, acarrearon la consolidación de la Unión
Popular y bajo su impulso, la formación de las “Brigadas Femeninas Santa
Juana de Arco”.
Historia de las Brigadas “Santa Juana de Arco”
La organización militante de las
mujeres, que se convertirá en militar desde los primeros levantamientos,
data de 1925. Fue la obra de Luis Flores González y María Goyas,
fundadores de la “Unión Católica de Empleados de Guadalajara”. Al
principio, se trataba sobre todo de asociar a jóvenes trabajadoras de
las ciudades en la organización de campañas públicas y manifestaciones
callejeras. La orquestación del boicot económico preparó a las mejores
de ellas para la clandestinidad. Al año siguiente, cuando la guerra
explote en las zonas rurales, ya estarán listas a todo lo que se les
pida.
La Brigadas fueron creadas en Zapopán,
en el estado de Jalisco el 21 de junio de 1927 (la Iglesia acababa de
canonizar a Santa Juana de Arco). Ese día, 17 jovencitas fundaron la
primera Brigada. En unos pocos días, serían 135. Rápidamente el
movimiento se esparcirá por todo el país, hasta alcanzar el número de
25.000 mujeres. En México, feudo revolucionario, la organización comenzó
a funcionar en febrero de 1928. Esta se mantendrá hasta el último
momento de lucha sin fallar, hasta “los arreglos” de 1929, que obligaron
a todos los combatientes a deponer las armas.
¿Quiénes son estas mujeres?
Las “Brigadas Bonitas”, o B. B. como las
llamaban los jóvenes Cristeros se componían de chicas entre 15 y 25
años, la mayor parte de ellas célibes, aunque también algunas viudas.
También había grupos de mujeres auxiliares de mayor edad o casadas con
hijos. Eran reclutadas de todas las clases sociales, en general en los
barrios populares y en las zonas rurales.
¿Cómo estaban organizadas las Brigadas?
Las Brigadas eran una sociedad
exclusivamente femenina, cívica, libre, autónoma y secreta. Su
estructura era militar, jerárquica, porque eran consideradas como un
cuerpo más de combate, en la guerra Cristera. Pero, este movimiento
trabajaba en total clandestinidad, imponiendo a sus miembros un
juramento de obediencia y secreto. Si la mayor parte de las “brigadas”
eran célibes, esto era para evitar en principio, dejar huérfanos, por
supuesto, pero también para evitar el máximo de presiones sobre los
niños, por medio del chantaje, si ellas eran hechas prisioneras. Las
brigadas eran numerosas. Cada una de ellas se componía generalmente de
750 afiliadas, comandadas por una mujer coronel asistida de una teniente
coronel, y así en adelante. Cada pequeño grupo de cinco miembros
desconocía a los otros grupos. A la cabeza de cada célula, había un
hombre que no tenía más que una posición consultativa. La organización
incluía cinco comisiones: de guerra, de “liaison”, financias,
información y beneficencia. Las principales dirigentes eran oriundas del
estado de Jalisco y muy a menudo eran simples campesinas. Las brigadas
sanitarias, dirigidas por un médico, completaban el conjunto. Las
brigadas no reconocían más que dos jefes: el obispo y su jefe de grupo,
de quién el consejo podía ser ignorado.
Su acción
Como ya he dicho, las brigadas
trabajaban en la clandestinidad. Después de haber prestado juramento a
su entrada, inmediatamente debían hacer otro que decía: “Delante de
Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, delante de la Santísima Virgen de
Guadalupe y de cara a mi Patria, yo X, juro que aunque me martirizaran o
me mataran, aunque me halagaran y prometieran todos los reinos del
mundo, guardaré por el tiempo necesario secreto absoluto sobre la
existencia y las actividades, los nombres y las personas, domicilios y
signos (…) que tienen que ver con sus miembros. Con la gracia de Dios,
antes morir que convertirme en una delatora”.
Así, a pesar de los numerosos controles
Federales, estas admirables mujeres han servido a la causa Cristera
hasta el último día. Su misión era extremadamente peligrosa porque ellas
actuaban a solas, sin ninguna cobertura, en el más grande secreto, no
solamente en las zonas ocupadas, sino también directamente entre el
enemigo tanto para descubrir sus planes como para identificar traidores
infiltrados entre los Cristeros. Es necesario considerar este aspecto de
la doble vida que llevaban, de mujeres, hijas, hermanas, madres,
esposas por un lado, y por el otro, militantes, efectuando sus misiones,
de día o de noche, en absoluto secreto, en el mayor peligro, solas y
jamás protegidas.
Entre sus funciones, ellas debían:
- Estructurar un sistema de financiamiento recolectando dinero entre los católicos;
- Comprar armas y municiones y aprovisionar las tropas Cristeras.
Esta tarea era muy peligrosa pues debían
luchar con el embargo decretado por EE UU que prohibía la venta de
armas y municiones a los Cristeros. Estos venían de un mundo rural que
no podía fabricarlas, y su supervivencia dependía de las “Bi Bi”, como
las llamaban, es decir, “Brigada invisible, Brigada invencible”, pues su
eficacia en este ámbito fue prodigioso. En efecto, gracia a ellas y
los obreros católicos de las fábricas de armas del Estado, pudieron
establecer un sistema de aprovisionamiento de cartuchos. Las jóvenes
venían de las provincias a recuperar municiones en la capital: las
compraban en el mercado negro o las robaban de las fábricas del ejército
) algunas las fabricaban en sus talleres clandestinos) y las llevaban a
sus lugares de combate, camufladas en chalecos especiales de doble
pliegue. Cada una de las jovencitas podía llevar entre 500 y 700
cartuchos que pesaban entre 15 y 25 kilos. Una vez aprovisionadas,
debían circular en tren y evitar todos los numerosos controles de los
federales hasta para llegar a las montañas.
- Infiltrarse entre los enemigos y pasar información a los Cristeros.
Ellas son las que aseguraron los lugares
de desplazamiento de los combatientes, buscándole refugio en las
ciudades. Organizaban bailes en las pueblos ocupadas por el enemigo para
ganarse la confianza de los oficiales de Calles y obtener información.
Por esto una joven nunca trabajaba mucho tiempo en el mismo entorno,
cambiando de identidad y domicilio muy seguido.
- Ayudar a las familias de los combatientes.
Además de los objetivos puramente
militares, las Brigadas “Santa Juana de Arco” jugaron un gran papel
social y caritativo. En las regiones dominadas por los Cristeros, fueron
ellas quienes cultivaban los campos abandonados por los combatientes o
se ocupaban de sus niños y sus casas, además de ir en busca de
municiones. Las mujeres casadas se refugiaban con sus hijos en las
montañas, donde estaban sus maridos, hermanos e hijos constituyendo un
soporte vital para las tropas, organizadas en servicios de intendencia,
sanitarios y enfermería.
En fin, lo más importante es que ellas
se organizaron para mantener, durante todo este período sin culto, la
enseñanza de la Religión Católica, la adoración nocturna y otras
devociones como el Rosario.
[1] El presente artículo fue publicado
en el blog “Femmes ad hoc” (http://femmesadhoc.wordpress.com/) en
febrero de este año por, Gillemette Lestang, a quién agradecemos el
permiso para su difusión en español. Fuentes: Centro de estudios
Cristeros “Anacleto González Flores”; SÁENZ ALFREDO, La gesta de los
Cristeros; HUGUES KERALY, La véritable histoire des Cristeros.
[2] Agradecemos a Marie Muzio sus correcciones a la traducción.