Trabajo-diversión y trabajo-heroísmo
Fisonomías totalmente distendidas. Sonrisas en todos los labios.
Actitudes
que expresan un alto grado de bienestar físico y psíquico. Los trajes
en colores grises claros y discretos refuerzan esa impresión.
¿Que hacen estos jóvenes?
Si
estuviesen en un salón de té o en un salón “cursi”, su actitud no sería
diferente. Pero ¿que es esta mesa? ¿Juegan en ella algún nuevo y
extraño juego que les da tanta y tan distendida distracción? Lejos de
esto. Son obreros que trabajan en una fábrica…
Esta visión del
trabajo es evidentemente mentirosa. Todo trabajo exige esfuerzo. Y el
esfuerzo cansa, pesa y desgasta. Ahora bien, en esta fotografía
precisamente las ideas de cansancio, peso y desgaste están enteramente
eliminadas. Se diría que no existió el Pecado Original, y que el sudor
“ese terrible símbolo del esfuerzo penoso” no es inherente al trabajo.
Claro
está que en circunstancias especiales la actividad profesional puede
ser sumamente apacible y distendida. Pero esas circunstancias son
efímeras. Por poco que el trabajo se prolongue o se repita, el cansancio
y la impresión penosa de lucha comienzan a aparecer.
Que un
diseñador haya resuelto presentar bajo esa falsa luz el trabajo, no es
cosa de mayor monta. Lo importante está en que su diseño es expresión
típica de una tendencia muy generalizada en nuestra época: un horror
fundamental a todo sufrimiento que conduce a ocultar el dolor y
presentar el Universo como un paraíso de delicias. El dolor sería
principalmente producto subjetivo de la mente. Si el hombre sonriese
delante de todo habría eliminado el sufrimiento, si no totalmente, al
menos en grandísima medida.
De ahí viene la famosa frase: aunque se quiebre la pierna, continúe sonriendo.
Es
esta concepción de la vida, fútil, falsa, que engaña sólo a los tontos,
lo que la fotografía expresa. Ella se resume en dos palabras:
neopaganismo naturalista.
* * *
Rostro
alargado, trazos finos y firmes, la mirada penetrante y decidida,
sosteniendo con vigor varonil un gran remo, este pescador vasco tiene
una ruda profesión en que su alma se modeló y dignificó. En todo el
sentido de la palabra él es un hombre. Un hombre que tiene la altanería
caballeresca de un verdadero cristiano, de un católico auténtico. Toda
su personalidad está marcada por el esfuerzo, por la lucha, por el
riesgo. Se ve que innumerables veces enfrentó los furores o las
traiciones del océano y los dominó. Y que está totalmente dispuesto a
una serie incontable de otras empresas audaces.
Subyacente a la
fisonomía de este trabajador y al ambiente que ella trae consigo, está
toda una concepción católica del trabajo y del dolor. El sufrimiento
existe. Pero es un don admirable de Dios para que el hombre, auxiliado
por la gracia temple y eleve su personalidad. San Francisco de Sales
llamaba al sufrimiento el octavo sacramento. Ocultar el dolor es
esconder uno de los más nobles e importantes aspectos de la existencia.
Si se analiza bien la vida, se verá que casi toda o toda la belleza que
ella contiene resulta de un dolor nítidamente previsto y noblemente
soportado hasta el final. ¿Que sería de este pescador sin las grandes
luchas de su existencia? ¿No son ellas su genuina y rutilante gloria?
Es
obvio que sin el auxilio de la gracia, el hombre no puede soportar
rectamente y en su totalidad los esfuerzos y sacrificios de mil géneros
que la vida impone. Pero cuando el alma corresponde a la gracia, ella es
capaz de esa gran y gloriosa conformidad con el dolor. De ahí la
concepción católica del trabajo en que precisamente lo que este tiene
intrínsecamente de más bello está en ser penoso.