LA GRAN CEGUERA DE TODA LA IGLESIA
«Muchos se han hecho anticristos, por lo cual conocemos que es la hora final» (1 Jn 2, 18).
Estamos
 en el final de los tiempos, porque en la Iglesia muchos sacerdotes, 
Obispos, Cardenales, se han hecho anticristos: niegan al Hijo, luego «tampoco tienen al Padre» (1 Jn 2, 23). No viven como el Hijo, tampoco hacen la Voluntad del Padre.  «El que de sí mismo habla busca su propia gloria»
 (Jn 7, 18): son muchos los que hablan para el mundo y el mundo los 
escucha; pero son pocos los que escuchan la Palabra de Dios y cambian de
 mentalidad.
Son
 muchos los que están en la Iglesia, vestidos con las vestiduras de 
Cristo, y no son de Cristo. Y obran en la Iglesia muchos apostolados, y 
en ninguno de ellos están las obras de Cristo.
Este final de los tiempos, es para ver cómo la Iglesia pasa por la prueba final, que debe sacudir la fe de muchos, porque: «al crecer cada vez más la iniquidad, la caridad de la mayoría se enfriará» (Mt. 24, 12). El mal alcanza su techo, su cima de perfección y, por eso, tiene que venir la persecución a la Iglesia: «Si
 fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del 
mundo, porque Yo, al elegiros, os he sacado del mundo, por eso os odia 
el mundo» (Jn 15, 19).
Este final de los tiempos es para sufrir con Cristo y por Cristo, porque  el «siervo no es más que su Señor. Si a Mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros» (Jn 15, 19-20) .
Francisco es un anticristo, porque niega al Hijo: «¿Pero
 Jesús es un espíritu? ¡Jesús no es un espíritu! Jesús es una persona, 
un hombre, con carne como la nuestra, pero en la gloria» (Francisco, 28 de octubre 2013).  «¡Él era un pastor! Un pastor que hablaba la lengua de su pueblo» (Francisco, 27 de junio 2014).
Y quien niega al Hijo, niega a la Madre: «Sucede
 como con María: Si se quiere saber quién es, se pregunta a los 
teólogos; si se quiere saber cómo se la ama, hay que preguntar al 
pueblo.  María, a su vez, amó a Jesús con corazón de pueblo, como se lee
 en el Magníficat» (Entrevista en La Civiltà Cattolica, 19 de 
agosto de 2013). La teología católica no ofrece, para Francisco, el amor
 auténtico a la Virgen; sino que es la masa, el pueblo, los ignorantes 
de la Revelación Divina, los que sabe amar a la Virgen. Y termina su 
blasfemia, diciendo que el Amor de la Virgen a Su Hijo no era el Amor de
 la Madre de Dios, sino el amor de una mujer, que pertenecía al pueblo 
judío y que, en el Magnificat, hace un recuerdo de Jesús. Por eso, él 
llama a la Virgen María: «hija de Tierra Santa» (Invocación por la paz)
 . Nombre blasfemo y herético. La Virgen no es hija del mundo, no es 
hija de una tierra de hombres, no es hija de los hombres, porque no 
tiene pecado original. Su Concepción Inmaculada la hace nacer como Hija 
del Padre. Y su Maternidad Divina la pone en Su Hijo, Madre del Hijo. Y 
Su Hijo no es el hijo de Tierra Santa, no es el hermano del pueblo 
judío, sino que es el Rey de Reyes y el Señor de Señores. Y, por eso, la
 Virgen María es la Reina del mundo, la Reina de todos los pueblos, la 
Reina que gobierna al lado derecho del Rey, por ser la Esposa del 
Espíritu Santo.
Y quien niega al Hijo, niega su doctrina: «Ahora,
 después de madura reflexión, considero oportuno que tal grupo, mediante
 el presente Quirógrafo, sea instituido como un «Consejo de Cardenales»,
 con la tarea de ayudarme en el gobierno de la Iglesia universal y de 
estudiar un proyecto de revisión de la Constitución Apostólica Pastor 
bonus sobre la Curia Romana» (Francisco, 28 de octubre 2013). Con su gobierno horizontal, Francisco se da gloría a sí mismo, porque no puede hacer la Voluntad del Padre.
«Mi doctrina no es Mía, sino del que Me ha enviado»
 (Jn 7, 16): Francisco se ha atrevido a cambiar la Revelación Divina, 
hecha por el Verbo Encarnado a Sus Apóstoles. En esa Revelación Divina, 
el Señor dejó a Su Iglesia un gobierno vertical en San Pedro y en sus 
sucesores. Francisco ha roto el dogma del Papado. Lo ha anulado, creando
 una nueva iglesia en el Vaticano, con un nuevo gobierno, integrado por 
anticristos, por una Jerarquía que niega al Hijo: niega la doctrina de 
Cristo. Niegan los dogmas.
«Quien quisiere hacer la Voluntad de Él conocerá si Mi doctrina es de Dios o si es Mía»
 (Jn 7, 17). Es fácil deducir que Francisco no hace la Voluntad del 
Padre porque no da la doctrina de Cristo, sino su doctrina: un 
magisterio que no es de la Iglesia Católica y que, por tanto, el 
católico no puede obedecerlo, no puede seguirlo, no puede santificarse 
con él. No se puede prestar obediencia a la mente de Francisco ni de su 
gobierno horizontal. Ninguna obediencia. Ningún sometimiento de la 
mente. Aunque hable cosas verdaderas, debe ser tenido como un hereje y 
un cismático dentro de la Iglesia Católica. Por supuesto, en su iglesia,
 Francisco es un santo. Un santo que le gusta pecar. Un santo que vive 
lo del mundo. Un santo que no sabe nada de la vida de la santidad.
Francisco está sentado en el Trono de Dios para buscar su gloria, porque está sediento de la gloria del mundo: «El que de sí mismo habla busca su propia gloria»
 (Jn 7, 18). Es la consecuencia de no seguir la doctrina del Hijo. 
Francisco, cuando habla, habla de lo que hay en su mente, en su 
intelecto humano. Ensalza sus ideas y las propaga por todas las redes 
sociales, para que todos le aplaudan y le llamen santo.
Francisco es un judío. Y los judíos no son hijos de Abraham ni de Dios, sino del diablo.
Francisco
 no hace las obras de Abraham: que es creer en la Revelación Divina. Es 
un hombre sin fe, porque considera la fe de Abraham como un recuerdo de 
lo que Dios habló: «la fe de Abrahán será siempre un acto de 
memoria. Sin embargo, esta memoria no se queda en el pasado, sino que, 
siendo memoria de una promesa, es capaz de abrir al futuro, de iluminar 
los pasos a lo largo del camino» (LF, n 9). Y esta fe, que es una memoria del futuro,  «se pone en relación con la paternidad de Dios, de la que procede la creación: el Dios que llama a Abrahán es el Dios creador» (LF, n. 11). Francisco sólo cree en un Dios Creador, que es Padre de la creación, pero que no es Padre del Hijo: «La
 gran prueba de la fe de Abrahán, el sacrificio de su hijo Isaac, nos 
permite ver hasta qué punto este amor originario es capaz de garantizar 
la vida incluso después de la muerte» (LF, n. 11).  Y la Palabra de Dios, que es la doctrina de Cristo, enseña: «¿Quieres
 saber, hombre vano, que es estéril la fe sin obras? Abraham, nuestro 
padre, ¿no fue justificado por las obras cuando ofreció sobre el altar a
 Isaac, su hijo?¿Ves cómo la fe cooperaba con sus obras y que por las 
obras se hizo perfecta la fe?» (St 2, 20-21). Porque Abraham creyó a Dios, creyó a Su Palabra, fue justificado y «fue llamado amigo de Dios».
 Francisco habla de una garantía que no tiene nada que ver con la fe, 
sino con su idea de la creación, en la que no existe el pecado. Isaac, 
en la mente de los Santos Padres, aceptando el sacrificio, es figura de 
la sumisión de Cristo a la Voluntad del Padre. Pero esto, Francisco, no 
puede enseñarlo, porque ha negado al Hijo.
Francisco no es hijo de Dios, porque no ama a Jesucristo, sino que lo odia: «Si
 Dios fuera vuestro padre, me amaríais a Mí; porque Yo he salido y vengo
 de Dios, pues Yo no he venido de Mí Mismo, antes es Él quien me ha 
enviado» (Jn 8, 42). Para Francisco, Jesús ha salido de la 
memoria del hombre. Es un concepto humano, no una realidad. Para 
Francisco, Jesús no es el Hijo del Padre, no es el Hijo de Dios. Es la 
conquista del hombre en su mente humana.
a.  Francisco niega que el alma pueda conocer a Jesús por sí misma:  «¿Cómo
 podemos estar seguros de llegar al “verdadero Jesús” a través de los 
siglos? Si el hombre fuese un individuo aislado, si partiésemos 
solamente del «yo» individual, que busca en sí mismo la seguridad del 
conocimiento, esta certeza sería imposible. No puedo ver por mí mismo lo
 que ha sucedido en una época tan distante de la mía» (LF, n. 38). Está negando que Dios pueda revelarse a cada alma y la posibilidad de la fe en cada alma:  «Es imposible creer cada uno por su cuenta»
 (LF, n. 39) . La fe, para Francisco, no es un don de Dios a cada alma, 
sino un don a un grupo de personas, a una comunidad. Nadie puede creer 
en Jesús. Nadie puede creer en Dios. La fe no es para el alma, sino para
 una vida social, para un pueblo del mundo, para todo el mundo: es una 
globalización.
b.  Francisco niega la Tradición Divina en la Iglesia: «El
 pasado de la fe, aquel acto de amor de Jesús, que ha hecho germinar en 
el mundo una vida nueva, nos llega en la memoria de otros, de testigos, 
conservado vivo en aquel sujeto único de memoria que es la Iglesia. La 
Iglesia es una Madre que nos enseña a hablar el lenguaje de la fe»
 (LF, n. 38). Todo es cuestión de memoria, pero no de la fe de cada 
Santo. Es el conjunto de conocimientos que los hombres han tenido en 
Jesús, es lo que cada uno ha pensado y se ha recogido, y eso es la 
enseñanza en la Iglesia: el lenguaje de la fe. La Iglesia no enseña a 
creer en la Revelación Divina, no enseña a creer en Jesús, sino que 
ofrece un lenguaje humano, que es adaptado a los tiempos que corren. 
Enseña a recordar a Jesús, lo que otros han pensado de Jesús. Por eso, 
tiene que decir: «El Vaticano II supuso una relectura del 
Evangelio a la luz de la cultura contemporánea (…) El trabajo de reforma
 litúrgica hizo un servicio al pueblo, releyendo el Evangelio a partir 
de una situación histórica completa» (Entrevista en La Civiltà 
Cattolica). Se carga el Vetus Ordo, porque es una mentalidad antigua, 
que no corresponde con los nuevos tiempos. Y, por eso, ha destrozado a 
los Franciscanos de la Inmaculada. Son las obras de un hombre que no 
cree en nada, sólo en lo que hay en su enorme cabeza humana.
c.  Francisco niega el Misterio de la Eucaristía: «la
 eucaristía es un acto de memoria, actualización del misterio, en el 
cual el pasado, como acontecimiento de muerte y resurrección, muestra su
 capacidad de abrir al futuro, de anticipar la plenitud final» 
(LF, n. 44). La Eucaristía es sólo un acto de memoria. Es traer lo que 
Jesús hizo en la Cena y ponerlo en la actualidad. El pasado es un hecho 
histórico en que se dio la muerte de Cristo y su resurrección. Y eso se 
da en la actualidad, porque la Iglesia enseña el lenguaje de esa fe. En 
cada misa, se hace un recuerdo, con unas palabras, con unos ritos, y eso
 es la Eucaristía: el acto de memoria del hombre. Y, por tanto, 
Francisco tiene que negar la Presencia Real de Jesucristo en las 
especies del pan y del vino: «El pan y el vino se transforman en
 el Cuerpo y Sangre de Cristo, que se hace presente en su camino pascual
 hacia el Padre: este movimiento nos introduce, en cuerpo y alma, en el 
movimiento de toda la creación hacia su plenitud en Dios» (LF, n. 44).
Francisco es un hombre sin fe, es decir, un hombre que vive en su pensamiento humano, que pone la fe en sí mismo: «la
 luz de la fe es una luz encarnada, que procede de la vida luminosa de 
Jesús. Ilumina incluso la materia, confía en su ordenamiento, sabe que 
en ella se abre un camino de armonía y de comprensión cada vez más 
amplio» (LF, n. 34). Francisco es un gnóstico, es decir, una 
persona que piensa la fe, que meditando con su razón, anula la fe. Y, 
por eso, siendo la fe una luz encarnada, tiene que decir: «La gracia supone la cultura, y el don de Dios se encarna en la cultura de quien lo recibe»
 (EG, n. 115). La fe, esa luz encarnada, está en cada cultura de los 
hombres, está en el mundo. La Gracia supone la naturaleza, no la 
cultura. Con esa expresión, Francisco anula la esencia de la Gracia. Ya 
no es la Vida de Dios en el alma, sino un conjunto de ideas que los 
hombres tienen sobre la Revelación de Dios, que iluminan el alma: «La
 gracia no forma parte de la conciencia, es la cantidad de luz que 
tenemos en el alma, no la de sabiduría o de razón. También usted, sin su
 conocimiento, puede ser tocado por la gracia» (Entrevista a 
Scalfarri). Es algo que se encarna en el hombre, que procede de esa vida
 luminosa de Jesús. Francisco está tocando el panteísmo: esa luz, que 
viene de Jesús, y que se encarna en todos los hombres. Y, por eso, tiene
 que decir: «El Hijo de Dios se encarnó para infundir en el alma
 de los hombres el sentimiento de hermandad. Todos somos hermanos e 
hijos de Dios» (Ibidem).
La
 fe no es un don divino, sino una luz encarnada. Y que se da todos los 
hombres, no importa su religión, sus pecados, sus creencias. Luz que 
viene de la vida luminosa de Jesús, pero que no viene de la Palabra de 
Dios. Jesús tiene una vida luminosa, pero no posee una Vida Divina. No 
es Dios. Y esa luz luminosa ilumina toda la creación: «La luz de
 la fe en Jesús ilumina también el camino de todos los que buscan a 
Dios, y constituye la aportación propia del cristianismo al diálogo con 
los seguidores de las diversas religiones» (LF, n. 35). Está 
haciendo, Francisco, su misticismo, su experiencia de la vida de su 
mente, que le lleva al amor de lo creado y al diálogo con todos los 
hombres, con todas las religiones, porque «el hombre religioso 
intenta reconocer los signos de Dios en las experiencias cotidianas de 
su vida, en el ciclo de las estaciones, en la fecundidad de la tierra y 
en todo el movimiento del cosmos. Dios es luminoso» (LF, n. 
35). Por eso, Francisco tiene que abrirse al mundo  y unirse con todas 
las iglesias, con todas las confesiones, porque todos tienen la luz de 
Dios en sus almas.
Ese todos somos hermanos
 le lleva al masonismo: a creerse dios en su mente humana. Porque todo 
masón es dios para sí. No cree en Dios como un ser distinto. Sino que 
cree en Dios como el que el hombre es en sí mismo. El masón destruye la 
metafísica del ser: anula a Dios, para ponerse él mismo: el ser del 
hombre como dios, que es el pecado de Lucifer.
Francisco
 no es el Anticristo, sino el bufón del Anticristo. Uno que habla, da 
discursitos a todo el mundo, cuenta sus fábulas en todas partes, y la 
gente ríe sus idioteces en los medios de comunicación. Eso es ser bufón:
 nadie lo ataca. Todos son respetuosos con su lengua de demonio y se 
dedican a decir que su doctrina es maravillosa. A esta estupidez ha 
llegado la fe de mucha Jerarquía en la Iglesia Católica. No se puede 
comprender cómo sacerdotes, que tienen tanta teología, no son capaces de
 llamar a Francisco: hereje, cismático, modernista, progresista, 
racionalista, panteista, etc. Sino que dicen que su magisterio es de lo 
más alto que nunca se ha oído en la Iglesia. Esto sólo significa una 
cosa: hay una consigna de Roma, hay una orden de Roma, para que nadie 
critique a Francisco, sino que lo apoyen en su gran negocio en la 
Iglesia. Y, por esa orden, los sacerdotes que han levantado su voz un 
poco, ahora le hacen la pelota al ignorante de Francisco. Y eso es mayor
 pecado y mayor ceguera en la Jerarquía: ciegos van a un Sínodo ciego, 
guiado por un ciego. Y van a salir más ciegos de lo que están.
¡Gran
 oscuridad es lo que existe en la Iglesia! ¡Profunda ceguera en toda la 
Jerarquía! ¡Gran pecado que exige un gran castigo! Porque la Jerarquía 
está para enseñar, guiar y santificar a las almas por el camino de la 
Verdad. Y todos son unos mentirosos cuando están callando las continuas 
herejías  de Francisco. Y si callan, las almas se pierden y van camino 
del infierno. Si no sois capaces de ver a un ciego, es que sois ciegos 
también.
