FRANCISCO Y LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA
«El problema del hombre
consiste en la adoración,
y todo el resto está hecho para darle luz y
substancia»
Romano Amerio
Esta
vez Francisco ha considerado oportuno no participar de la procesión del
Corpus, que todos los años para la fecha respectiva encabezan los
pontífices, uniendo a pie la basílica de san Juan de Letrán con la de
Santa María la Mayor, distante un kilómetro y medio la una de la otra.
Según el padre Lombardi, estoico portavoz de las desconcertantes
decisiones papales, el Santo Padre habría desistido de hacer el
itinerario "para evitar el cansancio en función de sus próximos
compromisos", en especial el viaje previsto para dentro de dos días a
Cassano sul Ionio, en Calabria. Habiéndose barajado la obvia posibilidad
de que cubriese el trayecto a bordo del papamóvil, evitando el tener
que caminar, Lombardi abundó que Francisco prefirió esquivar esta opción
"a fin de que, según el espíritu de la celebración de hoy, la atención
de los fieles se concentre en el Santísimo Sacramento, expuesto y
llevado en procesión". Con razón el blogue messainlatino acompaña estas desopilantes explicaciones con el horaciano risum teneatis.
Hubo visible pena entre los fieles, entre ese popolino
romano adicto a la presencia del Pastor supremo, que sólo en
contadísimas ocasiones faltó a esta cita desde que Urbano IV instituyera
en el año 1264 la fiesta del Santísimo Cuerpo de Cristo. Ni un Juan
Pablo II atacado de Parkinson avanzado, ni un León XIII a sus noventa y
tres años dejaron de estar junto a la Custodia en este tránsito solemne
en el que el Señor es públicamente reverenciado por las calles de la Ciudad Eterna.
Es de creer que hechos como este induzcan a muchos a engaño, presentándolos como la enésima muestra de la presunta "libertad cristiana" del pontífice, capaz de desairar las expectativas de aquellos hombres demasiado apegados a rituales y ceremonias. Pero este desdén no debe entenderse como una perfecta imitatio Christi ni mucho menos: si el Señor desestimó las prescripciones farisaicas, ello es por la sobrecarga humana que había en éstas, tanto que asfixiaban lo que de divino podía aún subsistir en el culto judío. Este caso es muy otro: se trata ya de la presencia misma del Señor en el Augusto Sacramento por Él instituido, que nunca podrá rodearse de veneración excesiva, siendo que es Él quien todo lo excede con su soberana presencia.
Es de creer que hechos como este induzcan a muchos a engaño, presentándolos como la enésima muestra de la presunta "libertad cristiana" del pontífice, capaz de desairar las expectativas de aquellos hombres demasiado apegados a rituales y ceremonias. Pero este desdén no debe entenderse como una perfecta imitatio Christi ni mucho menos: si el Señor desestimó las prescripciones farisaicas, ello es por la sobrecarga humana que había en éstas, tanto que asfixiaban lo que de divino podía aún subsistir en el culto judío. Este caso es muy otro: se trata ya de la presencia misma del Señor en el Augusto Sacramento por Él instituido, que nunca podrá rodearse de veneración excesiva, siendo que es Él quien todo lo excede con su soberana presencia.
Acuciante
actualidad cobran entonces las palabras de Pío XII: «no es extraño que
la Iglesia, desde sus orígenes, haya adorado el cuerpo de Cristo bajo
las especies eucarísticas, como se ve en los mismo ritos del augusto
sacrificio, en los que se prescribe a los sagrados ministros que adoren
al Santísimo Sacramento con genuflexiones o con inclinaciones profundas»
(encíclica Mediator Dei). Y
es que «conviene adorar la Eucaristía no sólo con culto interno, sino
también externo; porque es conveniente que adoremos con aquel modo de
adoración que sea conforme con nuestra naturaleza, que consta de cuerpo y
alma, por los signos corporales de genuflexión, postración,
inclinación, etc., que la piedad interna anima» (Gregorio Alastruey, Tratado de la Santísima Eucaristía).
Creemos
que esta deserción, junto con la persistente y jamás explicada actitud
de permanecer de pie -y nunca de rodillas- tras la consagración, otrosí
junto con la reducción de la Misa in coena Domini al solo
lavatorio de los pies, sirven dolorosamente a recapitular todos los
ulteriores atropellos del Obispo de Roma (los verbales y los gestuales,
que ya ¡ay! le conocemos). Los glosan a suficiencia, trágicamente los
explican: todos vienen a confluir en este sombrío punto focal.