Y la vida procesada por la desidia…
No es el procesamiento a un vicepresidente aquello que nos define 
realmente. Ya se sabe, siempre llueve sobre mojado. Pero claro, una cosa
 es una llovizna pasajera y otra una tormenta eléctrica. El paraguas de 
Cristina ya no alcanza para tapar nada.
Esta situación recuerda las macabras inundaciones que sufrió, en 
abril de 2013, la ciudad de La Plata. A todos los tapaba el agua, otros 
ya estaban ahogados y muchos cadáveres escondidos para que el costo 
político no sea tan alto.
Ahora ocurre lo mismo. Al gobierno lo tapa el agua, hay funcionarios 
ahogados, y hay cadáveres políticos que deben ser escondidos porque de 
lo contrario se sabrá qué o quién los ha matado. Y habrá que pagar otro 
costo político alto.
Cristina no tiene las manos limpias. Sus huellas digitales están en 
todas partes, posiblemente quedaron debajo de las de Amado Boudou, razón
 por la cual cuesta un poco más sacarlas a la luz. Pero si algo parece 
sobrarle a la Argentina es tiempo. De lo contrario, ¿cómo explicar once 
años de un gobierno que podrá tildarse de pasable, mediocre, malo o 
pésimo pero no puede evitarse catapultarlo como el más perverso y 
endemoniado?
El único recurso no renovable lo desperdiciamos con una liviandad 
imperdonable. En once años hemos enterrado amigos, parientes, conocidos 
pero no porque murieron como muere la gente en todas partes, sino por la
 desidia, la ineficacia, el desprecio y la ausencia de un Estado mínimo 
que de respuestas en lugar de entrometerse en la vida privada de los 
ciudadanos.
Albert Camus decía que “el modo más fácil de conocer un país es averiguar cómo se ama y cómo se muere allí”
En la Argentina de “la década ganada” se ama a las apuradas, y los 
ansiolíticos y antidepresivos baten récord de ventas en las farmacias. 
En la Argentina de la “década ganada” se puede morir asfixiado en un 
boliche, atrapado en un vagón, ahogado porque llovió, asesinado por un 
par de zapatillas, acribillado por sicarios, apuñalado por ir un domingo
 a ver a tu equipo al estadio…
Es verdad, así se conoce a un país. El procesamiento del 
vicepresidente frente a todo eso no significa nada, ni dice demasiado 
más que tuvimos un delincuente en un alto cargo, y la verdad es que 
tuvimos tantos… Es cierto, ahora hay un juez que hizo lo que debía 
hacer. Ni más ni menos, y un fiscal inocente sentado en el banquillo de 
los acusados. Campagnoli es un rehén de lo que no supimos o quisimos 
hacer. Nosotros deberíamos rescatarlo más que un equipo de abogados.
Pero la noticia que sacudió un viernes a la noche cuando ya no pasaba
 nada, fue el procesamiento tildado como insólito e inédito. No porque 
Amado Boudou tuviese fama de santo sino porque en la Argentina de la 
“década ganada” el Cambalache de Discépolo es Biblia sagrada.
Al unísono está el juez Griesa y los fondos buitre, el consumo que no
 crece, los despidos disfrazados, las paritarias solapadas, los 
sindicatos mostrando los dientes y lo que realmente es insólito y grave:
 la Presidente ausente, callada.
Mientras, el país se debate entre un gatopardismo que nos sosiegue o 
el cambio drástico porque no hay más margen para esos retoques nimios 
que desplazan a un ministro para que suba otro peor que el que se ha 
ido, y así sucesivamente. La transformación verdadera de la Argentina 
requiere remover todo. Meter el bisturí hasta el fondo. El artilugio del
 asfalto electoral sobre el bache ya no engaña a nadie.
Entremedio una duda que persiste: ¿Acaso alguien le avisó a la jefe 
de Estado que los frentes abiertos son demasiados y convendría 
cerrarlos? ¿Acaso le importa algo? Sí, la impunidad que está empezando a
 perder. Cristina ya no duerme bien. Siempre llega ese momento en que 
hay que enfrentarse al monstruo que se ha creado, y la Presidente lo 
halla al mirarse en el espejo de su cuarto.
Desde hace años, en este mismo espacio, venimos recalcando que la 
Justicia era y es la clave para menguar la enorme capacidad de daño de 
un gobierno que convirtió al país en un negociado. A algunos, el miedo 
los paralizó, a otros la complicidad los conformó; al resto, la 
comodidad les arrebató ese mañana soñado…
Hoy, los artífices de la “década ganada” nos dejan inflación, 
inseguridad, violencia desatada, mal trato generalizado, gasto público 
exorbitante, empresas apoderadas, instituciones destrozadas, las Fuerzas
 Armadas politizadas, falta de infraestructura, estadísticas falseadas, 
narcotráfico y sicarios, caída de consumo, causas judiciales inventadas,
 persecución ideológica, embargos, la AFIP convertida en Gestapo, 
juicios populares en Plaza de Mayo, recesión, mentiras sistemáticas y la
 experiencia de haber estado en manos de una mafia. Los eufemismos que 
suavizan ya no sirven para nada.
Es cierto, el escándalo fue la noticia de un vicepresidente procesado
 pero no es ni remotamente lo más grave que nos está pasando. Boudou es 
apenas un soldado. De la dictadura, Cristina rescató la obediencia 
debida, del menemismo, el circo. Hoy Boudou es eso: un obediente payaso 
de un show que se va acabando. La historia se ocupará de situarlo en su 
lugar.
Recién cuando las vidas arrebatadas a destiempo y las ausencias 
absurdas dejen de ser lo común y normal en este suelo, algo mucho más 
importante que una década habremos ganado… Hasta que eso ocurra 
seguiremos perdiendo años, de escándalo en escándalo.
