viernes, 27 de junio de 2014

APOYO A MONS. AGUER

APOYO A MONS. AGUER



A esta altura, ya todos conocemos el suceso acaecido semanas atrás en la catedral de La Plata, cuando un grupo de individuos ingresó al templo mayor de la ciudad para la filmación de un video musical, en el que una mujer (la “artista”, digamos), realiza junto a su compañero/a gestos degradantes e injuriosos, alusivos, desde luego, a las realidades sagradas. El escandaloso video, como lo señaló en su homilía de Corpus Christi el arzobispo platense, Mons. Aguer, estaba destinado aparentemente a ser reproducido en un boliche gay. A propósito, la categórica reprobación que de este acto blasfemo y repugnante hizo el prelado nos dispensa de mayores comentarios al respecto, pero no podemos evitar imaginar lo que habría sucedido si esta acción abyecta hubiese sido perpetrada en una mezquita o en una sinagoga, o bien llevado a cabo en épocas en que “la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados”, en palabras de León XIII (Immortale Dei, n. 9). Ciertamente, otra hubiese sido la suerte de los depravados de marras; y la censura social y mediática, que no tardó en hacerse presente para condenar al valiente pastor, se hubiera ejercitado con justicia para sancionar a los perversos y criminales sacrílegos….
No puede dejar de suscitar extrañeza, por otro lado, el hecho de que quienes llevaron adelante la filmación del video hayan podido hacerlo sin obstáculos, supuesto que ello les haya llevado al menos un par de horas. También el arzobispo lo advirtió, y es de esperar que la situación no se repita, como serían de esperar, si hubiese disposición para ello, severas medidas punitivas para reparar el agravio en lo posible. En todo caso, no podemos dejar de valorar, y apoyar asimismo con firmeza, el valiente gesto de Mons. Aguer, quien en cumplimiento de su misión de pastor de la iglesia platense fustigó con duras palabras la acción realizada, poniendo ante todo de relieve su carácter de ofensa a Dios, y no vacilando a la hora de enseñar la verdad, aun a sabiendas de la reacción que ello podía generar. La claridad de su gesto resulta tanto más apreciable en el contexto de la hora presente, en que la demagogia y la ambigüedad, ya institucionalizadas en el ámbito de la política mundana, causan también estragos en el seno de la vida eclesial.
Estas fueron las palabras del prelado pronunciadas durante el transcurso de la celebración del Corpus, el pasado sábado 21 de junio: “A causa de un descuido de la guardia, una mujer desvergonzada, vestida indecorosamente y acompañada por otro personaje que parecía mujer, entró aquí a filmar un video en el que baila y canta, se atrevió a sentarse en un confesionario en son de burla y blasfemó contra la Santísima Eucaristía, remedando la comunión y expresándose de un modo gravísimamente escandaloso. Según he oído decir, la filmación estaba destinada a un “boliche gay” de la ciudad. Ahora resultan normales esas abominaciones amparadas por las leyes. Pero además mucha gente pudo acceder a la cosa por internet. Ofrezcamos el Santo Sacrificio de la misa en reparación y desagravio por la profanación del templo y por las blasfemias proferidas. Dediquemos asimismo al Señor la procesión de la que hemos participado, como gesto de amor y de entrega confiada, incondicional. Recemos mucho también por esas personas descaminadas, depravadas, para que Jesús les toque el corazón y las convierta; todo es posible para su omnipotencia y su misericordia”.
Como era de esperarse, la alusión al fenómeno “gay” suscitó las reacciones más enconadas, dada la actual hipersensibilidad a este respecto; no sin antes haber sometido las palabras en cuestión, claro está, a la maliciosa tergiversación acostumbrada. En efecto, no dijo el arzobispo que los “gays” fueran “abominaciones”, como reprodujeron numerosos medios con escasa inteligencia y sentido gramatical (la palabra utilizada hubiera sido “abominables”, en ese caso), sino determinados tipos de conductas, como las homosexuales, que, si bien hallan actualmente reconocimiento por parte de las leyes positivas, constituyen un grave atentado contra la ley natural y divina.
No es preciso señalar, sea lo que fuere de los intrascendentes comentarios del LGBT, el CHA, el INADI y demás entes sin entidad, que las afirmaciones de Mons. Aguer no hacen sino expresar una vez más, con una contundencia cada vez más inusual, la verdadera y perenne enseñanza de la Iglesia, que por lo mismo que es signo del amor misericordioso de Dios y busca la salvación de todos los hombres, está obligada por sobre todo a indicar el camino del bien, reprobando si es menester aquello que aparta del mismo. 
Es por todo esto que adherimos al arrojado gesto del pastor argentino, y manifestamos nuestro apoyo a la causa de la verdad, que lejos de oponerse a la realización de los genuinos anhelos humanos, es la única que garantiza la auténtica felicidad.