El mito de Máximo Kirchner – Por Agustín Laje
Por Agustín Laje (*)
Que el kirchnerismo deje de gobernar el país en 2015 no significa que
 el kirchnerismo pase a formar parte del pasado de los argentinos de 
manera automática. En un sentido amplio, esto no será así porque la kirchnerización
 de la cultura (esto es, el establecimiento de una cultura del 
resentimiento, del parasitismo, de la pereza y la delincuencia) no es 
superable con el acto eleccionario. En un sentido restrictivo, porque el
 kirchnerismo como espacio político promete proseguir, ahora en calidad 
de opositor, en aras de retomar su “robolución” nac&pop en 2019.
Así las cosas, La Cámpora ha puesto sus fichas en promover 
políticamente, de una vez por todas, a Máximo Kirchner. La idea es que 
siga los pasos de su propio padre, comenzando su carrera política 
postulándose a la intendencia de Río Gallegos y, poco a poco, que se 
vaya convirtiendo en una alternativa de continuidad para el 
kirchnerismo.
Es en este marco que la hagiógrafa de Cristina Kirchner, Sandra 
Russo, ha publicado recientemente un libro apologético de La Cámpora en 
la que le concede un protagonismo destacado al hijo de Néstor.
En rigor de verdad, a Máximo la política nunca le interesó. Su pasión
 ha sido siempre el fútbol, el fernet y la cumbia villera. De hecho, el 
hijo presidencial decidió ingresar en la carrera de periodismo deportivo
 tras su fracaso como estudiante de Derecho, en la Universidad de La 
Plata, por donde pasaron sus progenitores. Pero la vocación de 
periodista deportivo del opaco principito también quedó en la nada 
rápidamente, y sus padres decidieron que los libros no eran lo suyo, 
encomendándole, entonces, la administración de las propiedades 
familiares.
Néstor y Cristina, no obstante, hicieron lo posible por inculcar 
pasión política en su hijo, promoviendo siempre la participación de 
Máximo en las reuniones de La Cámpora. Pero el primogénito jamás 
destacó, al punto que, según Sylvina Walger, algunos militantes de la 
agrupación lo apodaban “Mínimo” a sus espaldas. Uno de los operadores de
 Cristina que participó del armado de las listas de las elecciones en 
2011, por entonces se quejaba de Máximo en los siguientes términos: “Si 
tiene talento político, no lo ha demostrado. O yo nunca lo escuché. 
Estamos en plena campaña y está en Santa Cruz… Hace un mes y medio que 
no aparece por Buenos Aires, en un momento político vital”.
Periodistas santacruceños que conocen de cerca a Máximo, como Cacho 
Barabino, han asegurado que aquél es simplemente una pantalla de humo de
 La Cámpora; es la “chapa” que su apellido le confiere a la organización
 juvenil kirchnerista. Ni más ni menos.
Los cursos que Máximo Kirchner tomó durante 2011 con Andrea del Boca 
no parecen haber dado resultados. En efecto, Máximo jamás pronunció 
ningún discurso político. Si se busca en YouTube discursos de La 
Cámpora, se encontrará una gran cantidad de videos de todos sus 
principales dirigentes, con excepción del supuesto “líder” de la 
agrupación, lo que reafirma esta condición de mascarón de proa de 
quienes verdaderamente conducen La Cámpora.
Ahora bien, si buscamos en la página oficial de La Cámpora en 
Facebook, nuestra suerte es la misma: en ese espacio virtual, las fotos 
subidas retratando actividades de la organización son más de mil, pero 
en ninguna de ellas se lo puede observar a Máximo, aunque sí a los demás
 dirigentes (Ottavis, Larroque, De Pedro, Cabandié, Mendoza, etc.). El 
hijo de Néstor no estuvo siquiera en el funeral de Iván Heyn, el primer y
 único camporista “caído” por la causa nac&pop, no en el marco de 
una operación foquista, sino en el marco de una pirueta masturbatoria 
que lo asfixió en un hotel de lujo en Montevideo.
No deja de ser una curiosidad que Cristina, siempre tan afecta a 
inflar de alabanzas a sus funcionarios preferidos en sus discursos, 
jamás le haya dedicado ningún elogio público a Máximo como supuesto 
“conductor político”. De hecho, las veces que la Presidente ha hablado 
de su hijo, no ha tenido nada interesante para contar excepto anécdotas 
de cuarto orden, como aquella que le contó a Russo en su libro La Prensidenta:
 “Máximo era un chiquito que para presionarte, vomitaba. (…) Máximo era 
muy manipulador. ¿Sabés qué hacía? Cuando se enojaba, hacía fuerza con 
la palnza, desde acá abajo, se ponía todo colorado y puaajjj… le salía 
el chorro como una manguera. (…) Cuando ya era más grande, usaba 
anteojos por su estrabismo. Y cuando se enojaba, tiraba los anteojos al 
piso y los pisaba. Debe haber roto como treinta o cuarenta pares”.
Máximo no es mucho más que el trofeo que los pibes de La Cámpora 
tienen para exhibir. Sin su figura como supuesto “conductor desde las 
sombras”, probablemente la organización no hubiese tenido el despegue 
que tuvo. Un ex compañero de la secundaria del “gordo” (como lo llaman 
sus amigos) supo comentar a la revista NOTICIAS que “Los de La Cámpora 
lo están usando. Es lamentable, pero es así. A partir del 2003, se fue 
alejando de los amigos de toda la vida, que somos quienes verdaderamente
 lo queríamos. Y ahora tiene al lado a éstos, que lo empujan a hacer lo 
que no quiere; que se aprovechan del apellido”.
En suma, Máximo no tiene ninguna condición personal para la política 
con excepción de dos elementos que pueden ser fundamentales: apellido y 
dinero. En efecto, aquello de “hacer dinero para luego hacer política” 
que estructuró el plan de Néstor y Cristina cuando empezaron su vida en 
el sur, no correrá para su hijo que, entre otras propiedades, cuenta con
 una mansión valuada en 2,2 millones de dólares en Puerto Panal, Buenos 
Aires.
Pero seguir los pasos de su padre, no será nada fácil para Máximo. En efecto, mientras aquél era –guste o no– un verdadero animal político, todo indica que su hijo es un animal a secas.
(*) Agustín Laje es autor del libro “Los mitos setentistas” y coautor de “Cuando el relato es una FARSA”. @agustinlaje
La Prensa Popular | Edición 293 | 23 de Junio de 2014
