Cuatro cosas que producen una profunda Paz
CRISTO: Hijo, voy ahora a enseñarte el camino de la paz y de la libertad verdadera.
El DISCÍPULO: Haz lo que dices, Señor, con gusto te escucho.
CRISTO: Procura, hijo mío hacer la voluntad ajena más bien que la propia.
Elige siempre tener menos, más bien que más.
Busca siempre el lugar más bajo y estar debajo de todos.
Desea siempre y pide siempre que la voluntad de Dios se cumpla en ti perfectamente.
Mira, un hombre así entró ya en el reino de la paz y del reposo.
EL DISCÍPULO: Pocas palabras, Señor; pero ¡Cuánta perfección contienen! Frases cortas, pero de sentido profundo y abundante fruto.
Si fielmente las guardara, no me turbaría tan fácilmente.
Porque siempre que estoy turbado y triste, hallo no haber seguido
esas máximas. Pero tú, que todo lo puedes, y quieres siempre mi progreso
espiritual, dame más copiosa gracia para seguir tus consejos y alcanzar
mi salvación.
“Señor y Dios mío, no te alejes de mí; ven a ayudarme, Dios mío” (Sal 70. 12), porque me han asaltado pensamientos diversos y grandes temores que angustian mi alma.
¿Cómo saldré sin heridas de este combate? ¿Cómo los venceré?
Y tú me respondes: “Yo marcharé delante de ti y a los
arrogantes de la tierra humillaré (Is 45,2). Abriré las puertas de esa
cárcel, y secretos misteriosos te revelaré”
Señor, haz lo que me dices, y que todos los malos pensamientos huyan ante ti.
Ésta es mi esperanza y único consuelo: en toda tribulación refugiarme
en ti; en ti poner toda mi confianza, invocarte desde el fondo de mi
corazón, esperando con paciencia hasta que me consueles.
¡Oh, amable Jesús! Alúmbrame con los rayos de la luz espiritual, y arroja de la morada de mi corazón todas sus tinieblas.
Reprime mis muchas distracciones; quebranta la furia de mis violentas tentaciones.
Señor, defiéndeme con la fuerza de tu brazo, doma estas bestias
feroces, mis pasiones que a placeres falaces me arrastran; para que viva
en paz bajo tu protección, y el santuario de mi alma, la conciencia
pura, resuene con himnos de gloria.
Manda a las tempestades y a los vientos. Dile al mar: “Cálmate”, y al aquilón:“No soples más”, y habrá luego gran serenidad.
“Derrama tu luz y tu verdad” (Sal 43, 3) sobre la tierra para que la alumbren, porque soy tierra estéril y obscura cuando tú no me iluminas.
De lo alto derrama sobre mí tu gracia. Baña de celestial rocío mi
corazón. Riega con el agua del fervor la tierra de mi espíritu para que
rinda buenos y excelentes frutos.
Eleva mi alma oprimida por el peso terrible de mis pecados. Dirige al
cielo todos mis suspiros, para que probada la dulzura celestial, me
den náuseas los pensamientos terrenales.
Arrebátame, arráncame de todos los fugaces consuelos de las criaturas, porque ninguna cosa creada puede llenar plenamente mis deseos, ni consolarme.
Arrebátame, arráncame de todos los fugaces consuelos de las criaturas, porque ninguna cosa creada puede llenar plenamente mis deseos, ni consolarme.
Úneme a ti con el lazo irrompible del amor, porque a quien te ama le bastas tú sólo, y sin ti, todas las cosas son vacías.
Tomás de Kempis