Entrevista en España al P. Javier Olivera Ravasi
Entrevista al P. Javier Olivera Ravasi, realizada en Madrid, por la Revista Hispánica, en Diciembre de 2018.
El
P. Javier Olivera es un sacerdote argentino, graduado en la Facultad de
Derecho de la Universidad de Buenos Aires como abogado. Es doctor en
Filosofía por la Pontificia Universidad Lateranense de Roma y doctor en
Historia por la Universidad de Cuyo.
Actualmente dirige el sitio web «Que no te la cuenten», donde realiza una labor contra-cultural, en defensa, principalmente, de la verdad histórica.
-¿Cómo era usted cuando joven? ¿Es converso o criado en el amor a Dios y a la Patria?
Era
un joven normal; criado en un gran amor a la Patria, hijo de militar y
psicóloga (¡explosiva dupla!), también ellos formados en un amor a Dios,
la Patria y la familia (en ese orden); segundo hijo de cinco hermanos
varones (uno fallecido muy pequeño), vivimos en varias provincias de la
Argentina a raíz del trabajo de mi padre, un soldado siempre preocupado
por servir del mejor modo a nuestro país.
Por
mi madre nos llegó la educación católica férrea; de familia de
italianos exiliados aprendimos de ella a rezar, a ir a Misa y a respetar
las cosas de Dios y del prójimo.
-¿Cómo descubrió su vocación sacerdotal? ¿Lo tuvo claro?
Con 17 años cumplidos terminé el colegio sin saber qué profesión estudiar; me anoté en Economía y luego de un par de meses vi que la cosa no funcionaba. Después vino Psicología y Sociología…
y nada… Seguí entonces el famoso proverbio popular que dice «serás lo
que debas ser, o serás abogado…» y fue así nomás que me inscribí en la
facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.
Unas
vacaciones, durante un viaje al norte de la Argentina, hicieron que me
pusiera de novio con la hermana de un gran amigo: casi mi misma edad y
estudiante de Derecho, congeniamos rápidamente. Nuestros gustos y
quehaceres eran similares: a ambos nos encantaba la lectura, el arte y
la música; hasta pudimos, con un grupo de amigos, hacer algunos viajes
por Europa que despertaron nuestro interés por la Iglesia y su historia.
El
tiempo fue afianzando ese noviazgo que iba creciendo día tras día hasta
que, luego de tres años, nos comprometimos en una Misa privada.
Estábamos en eso cuando una tarde su hermano nos dio una gran noticia: «me voy al seminario» – nos dijo.
Fue
una gran alegría pero al mismo tiempo un baldazo de agua fría; entre
nuestros amigos, había algunos que ya habían abrazado la vida sacerdotal
o religiosa pero la suya fue una decisión casi sorpresiva, pues acababa
de conseguir su segundo título universitario.
Como
para despedir a mi amigo y hermano de la que era mi novia, ambos
decidimos llevarlo al seminario (más de 900 kilómetros de viaje), sin
saber que con ello estábamos acelerando nuestros propios destinos.
Cargamos las valijas y comenzamos a hablar de su decisión, del futuro y
de lo que haría en su nueva vida.
Al
llegar a la ciudad donde debíamos dejarlo, decidimos visitar un
monasterio y hablar con un monje que ya conocíamos. El Cielo, las dudas,
la Santa Misa y la Iglesia eran algunos de los temas que salían casi
naturalmente durante la charla. De repente, entre conversación y
conversación, nos encontramos preguntándonos acerca de nuestras vidas:
¿Qué haríamos cuando nos casáramos? ¿Cómo podríamos ser útiles a la Iglesia, a la Patria, a nuestras familias? ¿Era ese el estado de vida al cual Dios nos llamaba?
El monje simplemente se limitó a decir: «Ese es un problema entre Uds. y Dios; yo no puedo hacer nada». Y ahí nos dejó…
Nos
despedimos y emprendimos el retorno a Buenos Aires; durante el viaje de
vuelta, como quien no quiere la cosa, salió el tema de la vida
religiosa y la posibilidad de que Dios llamase a alguno de nosotros. Con
plena libertad consideramos la posibilidad de entregarnos por completo a
Dios.
Sabíamos que parecía una locura, pero algo nos empujaba a preguntarnos, al menos, acerca de la posibilidad de ese llamado.
Decidimos seguir juntos hasta que Dios dispusiera cuál fuese Su
voluntad. Fueron dos años más de hermoso noviazgo pero a la vez de una
larga despedida, sin embargo, Dios había custodiado dos vocaciones por medio del noviazgo; porque Él es un gran ironista…
Casi
al final de la carrera universitaria, con cinco años y medio de novios,
cada uno por su parte decidió entregarse por completo a Dios. Nos
graduamos de abogados e ingresamos a este nuevo estado de vida (ella hoy
está en Francia con el nombre de Marie de la Sagesse),
perseverando hoy, gracias a Dios, en nuestras vocaciones y manteniendo,
luego de casi veinte años, una amistad hermosa, como el de un verdadero
hermano con su hermana.
-¿Cuál fue el autor de referencia en sus años del seminario?
Uf…
Varios. Pero los principales pueden ser nombrados fácilmente. En
filosofía y teología: Santo Tomás, naturalmente. Luego, más cerca en el
tiempo y citando sin orden preciso estaban Meinvielle, Castellani, Cornelio Fabro, Gilson; luego venían en historia o política Chesterton, Belloc, Genta, Sacheri, Alfredo Sáenz,
los clásicos greco-latinos, etc…; me sería muy difícil nombrarlos a
todos porque, dado mi pasado como abogado, yo llegué ya al seminario con
cierta formación por lo que, en mi preparación sacerdotal simplemente
fui acrecentando la lectura de los mejores autores. Y a quien le debo
mucho, es al Doctor Octavio Sequeiros, que fue realmente un maestro para mí en cuanto a lo que la formación se refiere.
-¿Siguen siendo referencia hoy día en los seminarios?
Santo
Tomás debería ser autor de referencia obligado, o al menos, es la norma
de la Iglesia que hasta ahora no ha sido derogada, que yo sepa, pero
lamentablemente, le hacen tanto caso como yo a Buda. Es decir, la
formación en los seminarios, hoy por hoy (salvando las honrosas
excepciones, que las hay) es completamente ecléctica.
En varias casas de formación no se sigue una guía segura de pensamiento,
sino una diversidad imposturas ajenas a las enseñanzas de la Iglesia.
-¿Cree que los seminarios están en decadencia? ¿Por qué?
Bueno.
Habría que distinguir algo en la pregunta o, mejor dicho, podríamos
preguntarnos el planteo diversamente. Una pregunta sería «¿están en
decadencia los seminarios?» y otra «¿está en decadencia la institución
del seminario?».
Tanto la una como la otra considero que merecen una respuesta afirmativa.
Muchos católicos desconocen que, el seminario en cuanto tal, es un invento moderno que no tiene aún quinientos años.
Producto del gran Concilio de Trento, se intentó con ello frenar el
avance protestante allá por el siglo XVI, buscando la férrea formación
de los futuros sacerdotes a través de una institución que se tomara en
serio la labor de quien debe ser alter Christus, otro Cristo, especialmente en el altar.
Y
esto estaba muy bien; sin embargo si hoy por hoy muchos seminarios
padecen de un mal endémico, con formación floja o decadente, con poca o
nula disciplina, endeble formación espiritual y doctrinal, e incluso con
problemas de moralidad seria (léase, algunos homosexuales que han entrado allí y refugiándose como un zorro en un gallinero), más vale, o bien purificar todo o, de lo contrario, dejar de armar gallineros y volver al pasado.
Castellani decía que los seminarios de su época eran semi-asnarios.
Y estamos hablando de cincuenta años atrás… En lo personal, cuando oigo
que un seminario malo cierra por «falta de vocaciones», yo canto un Te Deum. Más vale pocos curas pero buenos y sólidos.
Sobre
la institución del seminario podría decirse mucho más; sólo planteo
que, hasta Trento, los candidatos al sacerdocio se formaban en las
parroquias, con otros curas, viviendo lo que, el día de mañana sería su
vida, es decir, viendo cómo sería en realidad la vida de parroquial,
etc. Eso al menos entre los curas seculares o diocesanos (que los
religiosos es otra cosa, claro).
Obviamente, y lo repito, hay aún algunos seminarios buenos.
-¿Actualmente es sacerdote diocesano?
Con
el permiso de mi obispo, he podido comenzar una experiencia de vida
religiosa con otros sacerdotes (uno conocido por Uds. es el Padre Federico Highton, misionero en el Himalaya)
en una pequeña e ínfima congregación religiosa que se llama San Elías.
Hemos hecho votos religiosos y estamos muy contentos (nota: pueden ver
más o menos de lo que se trata ingresando aquí).
Intentamos
dedicarnos a dos cosas concretas: la evangelización en pueblos paganos y
el trabajo de la contra-revolución cultural, todo bajo el signo de la parresía, virtud olvidada que implica decir la verdad cueste lo que cueste. Vale decir que no nos interesa ser muchos; es más, ni siquiera hacemos «propaganda»..
-¿Cuáles cree que deben ser las virtudes de un buen fundador?
Ufff… La verdad es que, hablar hoy en día de «fundadores» de congregaciones religiosas me da un poco de miedo…
Son tantas las malas experiencias y los malos ejemplos que hemos tenido
en los últimos años (Maciel, Karadima, Buela, Marie-Dominique Philippe,
etc.) eran todos «fundadores» y hasta casi considerados «santos» o
«irreprochables» en vida. Y luego sabemos cómo terminó la cosa.
Las
virtudes de un buen fundador deberían ser las virtudes de los
fundadores santos declarados tales por la Iglesia: San Francisco, Santo
Domingo, San Benito, Santa Teresa, etc.
Pero
permítame que, para no evadir la respuesta, le dé una opinión: un
fundador debe saber que, lo que sea que funde es un medio para que las
almas lleguen al Cielo; no un fin. Cuando las congregaciones se
convierten en fines en sí mismos que hay que «salvar a costa de todo»,
estamos en el horno y en el hegelianismo que intenta salvar el Todo…
-Es usted conocido en su web «Que no te la cuenten» por no tener pelos en la lengua y ser «políticamente incorrecto», ¿qué opina de esto?
Que, como decía Astérix en los comics que leía cuando era chico, «están todos majaretas». El tema es que hoy decir que dos más dos son cuatro o que una hoja de un árbol es verde en primavera, ya es políticamente incorrecto…
Y en mi casa me enseñaron que no hay que tener miedo ni hay que
infundir miedo, pero hay que hablar siempre con la verdad, guste o no,
sea cómoda o incómoda.
-Ya que estamos en lo políticamente incorrecto, ¿qué piensa de la actual situación de la Iglesia?
Pienso con Benedicto XVI que la
«primavera» postconciliar que auguraban los profetas progres del siglo
XX para la Iglesia ha sido un invierno de lo más aterrador y ventoso.
Estamos
en una situación calamitosa. Basta con leer los diarios para darnos
cuenta incluso de las batallas internas que existen entre cardenales y
cardenales, obispos y obispos, etc., etc. Entristece, pero no debe
quitar el sueño pues todo esto estaba profetizado por el Señor. La
cizaña y el trigo siempre han crecido en paralelo; la ciudad de Dios siempre ha tenido a okupas eclesiales dentro de ella.
Puede que alguno se preocupe por la situación, pero a mí me estimula para seguir dando el combate.
-¿Y de la Argentina?
Ups.,
mejor paso… Carezco de la libertad de expresión necesaria como para
decir lo que quisiera. Sólo digo con mi Señor esto: «Cuando venga el
Hijo del hombre, ¿encontrará Fe en Argentina?». Pues lo dudo…
Andamos mal…, bastante mal. Punto.
-¿Qué supuso la reciente victoria pro-vida en el Senado?
Que
hay todavía un grupo de argentinos, incluso no practicantes o hasta
protestantes de bien que no quieren someterse al Nuevo Orden Mundial que
desean imponer los dueños de la tierra en Hispanoamérica.
Yo no creo en la democracia; en esto opino con Lenin que es meramente un instrumento para llegar al poder,
por lo que, esta victoria parcial, seguramente que se va a mantener un
tiempo pero, tarde o temprano, van a imponer el aborto como hay impuesto
otras barbaridades (puti-monio, «educación» sexual, etc.).
-Y sobre la esperanza, ¿hay núcleos de laicos que tengan potencial para restaurar a la Argentina?
Sí,
claro. Toda acción es ocasión de reacción. En mayor o en menor medida
pero siempre hay reacciones. Y esto que hemos vivido en nuestro país,
como en cualquier otro, ha permitido, al final de cuentas, para que el
Buen Dios sacase de los males bienes, como sólo Él sabe hacer.
Hay
grupos en casi todas las provincias que no quieren sujetarse a esta
impostura que estamos viviendo; se están creando, poco a poco, algunos bolsones de cristiandad que serán futuros semilleros de matrimonios, sacerdotes y religiosas santos.
Hay quienes han comenzado a fundar colegios con el sistema
«home-schooling» en las mismas ciudades; hay quienes se han ido al
campo, hay quienes se desviven para crear grupos de formación, de
acción, etc. impregnados del más viril catolicismo.
¿Son muchos? No tantos, pero lo necesario como para combatir espalda con espalda.
-Y en España, ¿qué panorama se encuentra?
Vengo viajando a la Madre Patria desde hace veinte años. Lamentablemente encuentro que, de los países de Europa, es España la que más ha sufrido el embate de la masonería y el liberalismo; nunca se le perdonó su gesta en América.
Sin embargo, en cada viaje, me encuentro siempre a más «reaccionarios»
(¡cómo disfruto con esta palabra!) que siguen teniendo la piel de toro
de sus antepasados.
Mientras existan esos españoles de ley, España sigue viva aunque la gobiernen los impresentables «podemitas».
-Y para terminar, ¿qué recomienda al joven católico que vive en una sociedad como ésta?
Pues que se alegre, que sepa que Lot vivió casto en Sodoma
y que salió ileso él y su familia. Y que no mire para atrás porque le
pasará lo de su mujer. Hoy vivimos en Sodoma y Gomorra; abandonados
muchas veces por los mismos pastores que deberían cuidarnos o, más aún,
azuzados por ellos. No hay que desesperar; es el mejor momento de la
historia en el que podríamos haber nacido, de lo contrario, Dios nos
hubiese hecho surgir en otro momento.
¿Qué
hacer? Pues resumo: juntarse, agruparse, contar con amigos
verdaderamente católicos y crear bolsones de cristiandad, grupos que
sean eso que dijo el cardenal Cafarra poco antes de morir cuando le
preguntaron cómo sobrevivir católicamente en la actualidad: «yo no
veo ningún otro lugar fuera de la familia, donde la fe que hay que creer
y vivir pueda ser suficientemente trasmitida. En Europa durante el
colapso del Imperio Romano y durante las invasiones bárbaras
posteriores, lo que hicieron los monasterios benedictinos entonces, del
mismo modo puede ser hecho ahora por las familias de los que creen, en
el reinado actual de una nueva barbarie espiritual (que es una) barbarie
antropológica».
¡Mientras tanto, a disfrutar, pues la pelea estimula!
Fuente: Revista Hispánica