PREGUNTA PARA EL PAPA FRANCISCO: ¿Acepta Vuestra Santidad la doctrina de la Iglesia sobre la inmoralidad de los actos homosexuales?
Nota de la Redacción: Ya se sea católico, no
católico, homosexual, hetero o nada de lo anterior, todo el mundo puede
estar de acuerdo en que el Papa no tiene más remedio que responder.
Desde la publicación del comunicado de prensa inicial, se
han hecho eco de esta petición planteada al papa Francisco por la recién
fundada Coalición
de San Atanasio varios medios, entre ellos muchos de la prensa
católica tradicionalista, como el Instituto Lepanto de Roma, que tradujo la
carta al italiano, el Fatima
Center, Gloria TV, Catholic Family News y otros.
Falta sólo una semana para la cumbre vaticana sobre abusos
sexuales, y en The Remnant queremos añadir nuestra voz a quienes piden al papa
Francisco que no limite los cuatro días de coloquio al tema de los abusos de
menores, sino que también se hable de la fundamental cuestión de la
homosexualidad del clero. Tenemos la certeza de que lo que se espera que sea la
mayor concentración de reporteros en la Santa Sede desde el último cónclave
constituya una oportunidad para que los católicos del mundo hagan un
llamamiento urgente a Roma para que de una vez se tome este asunto en serio.
A The Remnant le gustaría agregar su voz publicando la Carta Abierta y pidiendo a nuestros lectores que apoyen ESTA PETICIÓN con su firma y que recen por el éxito de esta iniciativa. MJM
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Carta abierta al papa Francisco
¿Qué enseña la Iglesia Católica sobre los actos
homosexuales?
Una coalición de medios católicos defiende el derecho de los LGBT a conocer
Santidad:
En la fiesta de la conversión de San Pablo Apóstol y la
conmemoración de San Pedro en este año de Nuestro Señor de 2019, los abajo
firmantes nos dirigimos a Vuestra Santidad como representantes de una recién
fundada coalición de fieles católicos con intención de poner a los pies de su
padre la ardiente preocupación que albergan.
Profesamos con toda sinceridad la fe en Cristo, y
solicitamos por tanto una aclaración pastoral de su Vicario en la Tierra con
respecto a una cuestión que de no quedar resuelta podría tener graves
consecuencias para la vida de los católicos practicantes. El hecho de que
hayamos decidido hacerlo en este foro público es señal elocuente de la urgencia
de nuestra petición y no tiene la menor intención de faltar al respeto a la
persona del Santo Padre. Nos consideramos ovejas apremiantemente necesitadas de
que el Pastor las oriente.
Hasta no hace mucho, los católicos conocían bien las
doctrinas de la Fe y la moral que no pueden cuestionarse sino en caso de
peligro para el alma, los vicios que se deben rechazar y las tentaciones que
habían de evitar a toda costa quienes quisieran contemplar la faz de Dios por
la eternidad.
Desgraciadamente, hoy en día nos encontramos sosteniendo
doctrinas que ya no les parecen importantes ni a nuestros pastores, confesando
pecados que los confesores nos dicen que ya no son pecado y observando
prohibiciones de la ley moral que nuestros correligionarios insisten en que un
Dios misericordioso ya no obligaría a cumplir.
Toda la vida hemos estado comprometidos a observar los
mandamientos de Dios y de su Iglesia, para que ahora se nos dé a entender que
todas las religiones son buenas, todos los hombres se salvan y todos los dioses
son iguales a nuestro Dios.
Cuando de niños íbamos a colegios católicos, nos enseñaban
que debíamos estar dispuestos a morir antes que cometer los pecados mortales,
que privan el alma de la vida de Dios; los pecados capitales, contra los que se
advierte tan esporádicamente desde los púlpitos que es comprensible que los
fieles sentados en los bancos no los recuerden.
Algunas de esas ofensas contra Dios y contra natura estaban
clasificados como pecados que claman al Cielo, porque se consideraba que eran
tan terribles a los ojos de Dios que clamaban pidiendo venganza. Es más, los
sacerdotes, las monjas, nuestros padres, los pontífices y los catecismos nos
enseñaban que uno de ellos era el pecado de los sodomitas.
Hoy en día, dicho pecado ha perdido el estigma moral y
social que tenía, hasta el punto de que abundan las misas gays y
de que el propio sacerdocio ha llegado ser tildado de profesión homosexual.
En vista de ello, nuestra coalición plantea una cuestión
obvia: ¿Cómo puede un pecado que cuando éramos niños clamaba venganza al Cielo,
y que fue condenado por Santo Tomás en la Suma teológica como
vicio contra natura y como el peor de los pecados de lujuria, no ser
considerado pecado en la actualidad?
Si aun el más abominable de los pecados puede dejar de ser
pecado con el simple paso del tiempo y el cambio en las actitudes humanas, ¿qué
acabará por pasar con el mero concepto de pecado, los Diez Mandamientos divinos
y la teología del Cielo y el Infierno, del juicio particular y el universal? Si
no existe el pecado, ¿de qué sirve practicar las virtudes y frecuentar los
sacramentos?
Es evidente que no preguntamos movidos por vana curiosidad,
sino por temor la erosión gradual de la fe que albergamos y la de toda la Iglesia.
Aunque seamos pecadores –porque ciertamente lo somos–, es preciso que sepamos
lo que debemos seguir creyendo ante Dios.
No es nuestra intención juzgar ni condenar a nadie, y menos
a quienes se esfuerzan por superar la inclinación a ese pecado que ayer clamaba
venganza al Cielo y hoy no es más que otra forma de vida. Es
que nunca se los ha exhortado a evitar lo que según las Escrituras y la
doctrina de la Iglesia Católica lleva a la condenación eterna del alma.
Sería por consiguiente injusto que nosotros o cualquier otro
católico los menospreciara por no ser capaces de vivir a la altura de las
exigencias de una ley moral que ya no se enseña a los niños en los colegios
católicos y de la que apenas si dicen una palabra los ni los sacerdotes ni los
obispos.
Y ahí está el problema: la Ecclesia discens está
dividida y confundida porque la Ecclesia docens calla, o lo
que es peor, contemporiza en nombre de la tolerancia y
la diversidad.
Sin duda Vuestra Santidad comprenderá la apremiante
solicitud que le hacen sus hijos para que confirme de forma inequívoca la
doctrina de la Iglesia sobre los actos homosexuales. De propósito y por
prudencia, decimos actos y no inclinación, conscientes de que a quienes se
esfuerzan por combatir la atracción hacia el propio sexo se les debe aplicar la
misma atención pastoral y facilitar la misma formación catequética que esperan
todos los pecadores de una Iglesia que se distingue por sus confesionarios y
sus altares.
Si, como se nos enseñó en los colegios católicos, no arrepentirse
de las relaciones homosexuales –ojo, no hablamos de la mera inclinación, sino
de los actos en sí– llevan a la condenación eterna, ¿qué puede tener de
pastoral, misericordioso o caritativo no proporcionar esa enseñanza a quienes
tienen esas inclinaciones?
Es totalmente ilógico, y tal vez se podría comparar con
alguien obsesionado con abrazar a un niño caído en la vía en vez de retirarlo
antes de que lo mate el tren que se acerca. De nada servirá compadecerse del
niño dándole cariño en vez de intentar salvarlo, sino que hasta constituiría
negligencia criminal.
Mientras que hasta ahora la Iglesia no vacilaba en rescatar
a sus hijos, hoy prefiere limitarse a acompañarlos.
¿Acompañarlos a dónde?
Imploramos a Vuestra Santidad que haga uso de la considerable
autoridad que corresponde a su cargo para librar al mundo de la falsa impresión
de que una Iglesia que se esfuerza por amonestar caritativamente al pecador es
una Iglesia falta de misericordia.
¿Cómo se puede decir que una obra espiritual de misericordia
como es amonestar al pecador sea una falta de misericordia?
¿Acaso fue una falta de misericordia por parte de Juan Pablo
II que en su Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre la
atención pastoral a las personas homosexuales de 1986 advirtiera que
la mera inclinación a la homosexualidad es «objetivamente
desordenada», ya que el acto en sí es «intrínsecamente desordenado»?:
«Quienes se encuentran en esta condición deberían, por
tanto, ser objeto de una particular solicitud pastoral, para que no lleguen a
creer que la realización concreta de tal tendencia en las relaciones
homosexuales es una opción moralmente aceptable.»
¿Quién era él para juzgar? Pues era el Papa, el Vicario de
Cristo en la Tierra, confesor y pastor de las ovejas perdidas del mundo.
En respuesta a la súplica de San Pedro Damián al Santo Padre
para que tomara medidas contra los clérigos que estaban enfangados en la
lamentable perversión moral de la sodomía, León IX prometió actuar motivado por
un acucioso y misericordioso interés por salvar a las almas:
«Quede claro y evidente para todos que estamos de acuerdo en
cuanto dice tu libro, que es tan contrario como el agua al fuego del Diablo.
Para que la perversidad de esta inmunda impureza no se extienda impunemente, es
preciso combatirla con las medidas represivas pertinentes de la severidad
apostólica.»
En su ardiente desvelo por la salvación y la felicidad
eterna de los pobres pecadores, los autores del Catecismo del Concilio
de Trento escriben que «Ni los fornicarios, ni los adúlteros, ni
los impúdicos, ni las sodomitas poseerán el Reino de Dios».
¿Está de acuerdo, Santo Padre, en que quienes tienen
relaciones sexuales con personas del mismo sexo y no se arrepienten no
poseerán jamás el Reino de Dios? Si lo está, ¿acaso la propia
misericordia no exige también que se tenga la caridad de decírselo?
Explíquenos cómo puede ser que negarse a decirles la verdad
no sea una injusta falta de misericordia para los integrantes del mundo LGBT,
quienes, a propósito, no dejan de citar en su provecho las palabras de Vuestra
Santidad: «¿Quién soy yo para juzgar?» Santo Padre, para ellos es un caso
de Roma, locuta, causa finita est. ¿Acaso no merecen que
Vuestra Santidad les diga toda la verdad?
¿Acaso en nombre de la misericordia se les debe impedir que
sepan lo que dice la Palabra de Dios?:
«Igualmente los varones, dejando el uso natural de la mujer,
se abrasaron en la concupiscencia de unos por otros, los varones de los
varones, cometiendo torpezas (…) los cuales, conociendo la sentencia de Dios,
que quienes tales cosas hacen son dignos de muerte, no sólo las hacen sino que
aplaudena quienes las hacen» (Romanos 1, 27-32).
¿Mandará Pedro a Pablo que se calle en nombre de la tolerancia y
la inclusión?
¿Deben los fieles católicos hacerse cómplices del engaño
fingiendo que la condena bíblica de esta depravación grave no tiene
consecuencias?
Lo cierto es que la doctrina de la Iglesia Católica no ha
cambiado ni mucho menos:
«Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como
depravaciones graves, la Tradición ha declarado siempre que “los actos
homosexuales son intrínsecamente desordenados”. Son contrarios a la ley
natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera
complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún
caso.» [Catecismo de la Iglesia Católica, nº
2357.]
En vista de todo ello y, teniendo en cuenta el dicho francés
de que quien se come al Papa muere, no queremos comernos a
Vuestra Santidad, sino pedirle que aclare:
>Santo Padre Francisco, ¿cree Vuestra Santidad que los
actos homosexuales son depravaciones graves, como enseña el Catecismo
de la Iglesia Católica en este artículo?
>Santo Padre Francisco, ¿cree Vuestra Santidad que los
actos homosexuales son intrínsecamente desordenados, como enseña el Catecismo
de la Iglesia Católica en este artículo?
>Santo Padre Francisco, ¿cree Vuestra Santidad que los
actos homosexuales son contrarios a la ley natural, como enseña el Catecismo
de la Iglesia Católica en este artículo?
>Santo Padre Francisco, ¿cree Vuestra Santidad que los
actos homosexuales no pueden recibir aprobación en ningún caso, como
enseña el Catecismo de la Iglesia Católica en este artículo?
Santo Padre, el pueblo de Dios tiene que conocer la verdad,
así como los pastores de almas, los hijos del mundo y los integrantes del
movimiento LGBT. El hospital de campaña está lleno hasta rebosar de pacientes
que se mueren por que les administren la medicina de la clara e inequívoca
doctrina católica. Y para los pacientes, no puede haber mayor misericordia que
la franqueza de un buen médico.
Por consiguiente, hemos informado a la prensa que el próximo
día 23 de los corrientes, en la ciudad de Roma, nuestra coalición pedirá a
nuestros hermanos de todo el mundo –sean gay, heteros,
protestantes, católicos, judíos, musulmanes, ateos o agnósticos– que unan su
voz a la nuestra pidiendo claridad a la Cátedra de San Pedro:
Santo Padre, ¿cree que es vinculante y verdadera la doctrina
constante y autorizada de la Iglesia, basada en las leyes de Dios y de la
naturaleza, en el sentido de que los actos homosexuales son
inmorales y antinaturales, y nunca tienen justificación?
Todos los hombres y mujeres de este mundo –y de manera
especial los que se consideran homosexuales– tienen ante Dios el derecho de
conocer la verdad. Esperan la respuesta de Vuestra Santidad, lo mismo que
nosotros. Le rogamos que nos escuche. Cuente con nuestras ininterrumpidas
oraciones por la sanación y la unidad de la Iglesia doliente de Cristo.
En Cristo crucificado,
(Coalición de San Atanasio)
(Traducido por Bruno de la Inmaculada.Artículo original)