El perro, pegaba onda. Por Miguel De Lorenzo
Habitante de un espacio con algo de
sobrenatural, H. Verbitsky, ostenta el raro privilegio de haber
representado el bien y la justicia en la tierra argentina, incapaz de
alterar, ni por un instante, el soberano juicio de la verdad.
Néstor, que como nadie apreciaba la
justicia, enseguida advirtió sus virtudes, y ahí nomás le otorgó la
orden de la bola negra, inédita prerrogativa para un hombre común, pero
no tanto para Horacio, que trasciende la humana naturaleza.
La redonda negrura reemplazo a la
mayoría de las antiguas instituciones de la república, digamos justicia,
inteligencia, congreso etc., caídas en desuso, y luego abolidas desde
que Horacio con mano maestra, subía o bajaba el pulgar a determinada
persona o grupo.
Pero Néstor no fue el primero en darse
cuenta. Un sagaz oficial de la aeronáutica había percibido los dones y
la simpatía envolvente del personaje y pegó onda con él. Ahí nomás, en
plena dictadura cruel, lo puso a trabajar para la fuerza, sin que nadie
lo molestara. Perspicaces, otros militares lo convocaron, y pidieron
sus concejos, fue así que el periodista, terrorista, escritor, durante
la dictadura, los colmó de sabiduría y redactó para ellos iluminados
discursos en favor del bien común, de la patria, de la concordia.
Atraído por esos ideales, no vaciló en
incorporarse a cierta organización filantrópica. En efecto, fue en
montoneros donde, gracias a su accionar discreto, y en ocasiones
evasivo, que evitó un montón de pérdidas humanas y hasta materiales. Por
esa idea de preservación de bienes aceptó otra misión distinta, pero
de parejo mérito, fue el mensajero que llevó sobre sus hombros, en
inéditos recorridos, pesadas valijas con dinero, destinadas y
distribuidas, entre los más necesitados de América.
Un
conocido de Horacio decía que algo no funciona bien en una sociedad que
necesita héroes. Puede ser, pero nos preguntamos qué haríamos nosotros
sin esta suerte de héroe que sin fatiga, inexorablemente, nos muestra
donde está el mal.
Para la fundación Ford, aliada si las
hay, de las causas nobles sobre la tierra y alrededores, no podía pasar
inadvertida semejante figura y enseguida lo adoptó como propio.
Algunas cosas se han dicho del perro,
muchas otras, muchas más, se callan se disimulan, se ocultan. Vaya
alguno a saber si por vergüenza, por complicidad, por miedo o acaso por
aversión. Los siquiatras hablan de que con los años las conductas se
cristalizan y que por ejemplo, los que dedicaron tiempo a difamar,
seguirán haciéndolo hasta el final. En estos días el perro denunció a
un fiscal, pero el trámite dejó al descubierto un toque decadentista.
Dado que no pudo sostener las afirmaciones ni un par de días. No
conocemos al fiscal, daría la impresión que él tampoco, porque después
dijo que había estado mal informado. Podríamos concluir que los perros
también envejecen, aunque como suele suceder, el daño estaba hecho.
Curioso, a Verbitsky nunca siquiera lo
rozó la justicia de los militares, ni ninguna otra, -aun suponiendo
que exista alguna – ni durante la cruel dictadura, ni durante el espanto
democrático. Suelen ser las ventajas de los ambidextros, interesantes
personajes que sin dificultad y a demanda, pueden escribir con ambas
manos, sin que los demás apenas puedan advertir cuál de las dos fue la
que utilizó.