No me toquen a Sócrates
Reconozco que esta vez me han pateado la
bisectriz. Después de muchos años comentando lo que estaba por venir en
Cataluña –menester para el que tampoco era necesario el don de la
profecía– y encajando el escepticismo de cantamañanas que me llamaban
exagerado y pesimista, decidí no volver a tocar el asunto en esta
página. Tras permitir entre todos que se desbordara el asunto mediante
las adecuadas dosis de pasividad, oportunismo y cobardía, ahora nos toca
disfrutarlo, me dije. Así que desde ahora, por mi parte, punto en boca y
a otra cosa, mariposa.
Tal era la idea, como digo. Mantenerme lejos de toda esa basura. Al
fin y al cabo no soy un periodista con obligaciones informativas o de
opinión, sino un fulano que escribe novelas y utiliza esta página para
hablar de lo que le apetece. Y en cuanto a opiniones, ahora que quienes
antes callaban como putas cantan en plan orfeón –lanzada a moro muerto,
se llama la figura–, mi aporte es innecesario. Sin embargo, como digo,
acaban de tocarme el asunto. Lo ha hecho.
Oriol Junqueras ha mencionado a Sócrates, Séneca y
Cicerón para decir que, como ellos, él tuvo la oportunidad de huir y no
lo hizo.
Oriol Junqueras, protomártir del Procés, que ha mencionado a
Sócrates, Séneca y Cicerón para decir que, como ellos, él tuvo la
oportunidad de huir y no lo hizo, afrontando con coraje su destino. Y,
bueno. Como esta página la escribo con dos semanas de antelación, no sé
qué más habrá dicho en ese juicio que, cuando esto se publique, estará
en todo lo suyo. Pero en cualquier caso no tengo más remedio que negarle
las referencias.Dejando aparte a Séneca y un error histórico sobre Cicerón –que sí huyó, pero lo pillaron y le dieron matarile–, me molesta mucho, incluso me ofende, que Junqueras haya puesto sus manos, sucias o limpias, sobre Sócrates, cuyo busto de palmo y medio ocupa lugar de honor en mi biblioteca. El filósofo griego tuvo oportunidad de huir, es verdad. Pudo incluso pedir clemencia, pasteleando con el tribunal que lo sentenció a muerte. Pero Sócrates bebió la cicuta precisamente por obedecer las leyes. Para demostrar que, cuando la ley es justa y democrática, en toda circunstancia está por encima del individuo; e incluso, y ahí está el detalle importante, por encima de la voluntad de cualquier masa vociferante de individuos que dice hablar o actuar en nombre del pueblo.
Para entender en su profundidad moral el proceso de Sócrates y su acatamiento de la sentencia hay que remontarse a la batalla naval de las islas Arginusas, cuando los generales griegos se vieron enfrentados a un proceso, tras un temporal en el que murió gran parte de su gente. Fue un juicio muy contaminado por la política, y Sócrates, miembro de la asamblea, habló en defensa de los acusados. Pero cuando, con las leyes vigentes en la mano, todo parecía favorable a la absolución de éstos, sus enemigos políticos agitaron a la asamblea y al pueblo contra ellos. Menudearon manifestaciones, escraches, testigos falsos, llorosas familias de los náufragos pidiendo justicia y otros recursos. No faltaron sino tuiteros y tertulianos de televisión. Era nada menos que el demos, el supuesto pueblo que allí se manifestaba, poniéndose por encima de la legalidad. Exigiendo estarlo. Pero Sócrates, que era un tío de una pieza, se negó a tragar. Denunció aquello, dijo que la ley estaba por encima del populismo oportunista y, por supuesto, se quedó solo. Acojonados, los miembros de la asamblea votaron lo que el pueblo pedía, y los generales fueron ejecutados. Sócrates jamás lo olvidó, y Atenas, por supuesto, no se lo perdonó nunca: los demagogos, porque se había opuesto defendiendo la ley; los cobardes, porque los había puesto en evidencia.
Y ahí está la explicación de lo que ocurrió más tarde. Porque cuando Sócrates se enfrentó a su propio proceso y fue sentenciado a muerte, pese al ofrecimiento de sus amigos de facilitarle la fuga, él se negó a salvar su vida huyendo. Al contrario: consciente de que –incluso quienes lo habían condenado– toda Atenas esperaba su fuga con alivio, resolvió quedarse en la cárcel y beber la cicuta, aceptando sin protestar la muerte que el Estado, en el uso de sus leyes, le infligía. Dando ejemplo, él sí, de ciudadanía y de coraje, y pagando con la muerte esa coherencia.
Así que no me toquen a Sócrates, por favor.
Sócrates murió por respetar las leyes, no por pasárselas por el forro de los huevos, como Oriol Junqueras y el resto de la peña.
Murió precisamente por respetar las leyes, no por pasárselas por el
forro de los huevos, como hicieron, y siguen haciendo, Oriol Junqueras y
el resto de la peña. No se escuden en él para salpicarlo también con la
podredumbre política, social y moral propia de este país inculto,
insolidario, infame, desorientado y en demolición. Que por sus propios
tristes méritos, como la Atenas de Sócrates, tiene a menudo, o casi
siempre, lo que merece tener.
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