Presiones y amenazas de la izquierda a un sacerdote de Cristo
Ya lo habíamos anticipado en nuestro sitio hace cuatro días, AQUÍ. Ahora
es un reconocido diario argentino el que se hace eco de esta injusticia
que debe padecer un sacerdote de Cristo que no quiere plegarse a la
dictadura de lo políticamente correcto.
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi, SE
Fuente: Diario La Prensa
Por Agustín De Beitia
La
reciente denuncia contra el nuevo párroco de la Isla Maciel, en
Avellaneda, por su “polémica” decisión de retirar imágenes de las Madres
y Abuelas de Plaza de Mayo de un convento, algo de lo que se hizo eco
la prensa nacional, destapó en realidad el avance de una infiltración
ideológica y de un adoctrinamiento en la Iglesia de los que sin embargo
no se quiere dar cuenta.
Quienes
se levantaron contra el padre Mario Ghisaura, designado en diciembre
pasado al frente de la iglesia Nuestra Señora de Fátima, son un grupo de
ex catequistas y el anterior administrador parroquial, Francisco
Olivera.
Los
ex catequistas escribieron una carta pública al obispo Rubén Frassia
para exigir el desplazamiento del nuevo sacerdote, que según ellos no
sólo los removió de sus funciones sino que se propone borrar toda la
obra que se venía haciendo en la parroquia.
Los
denunciantes se quejan de que Ghisaura tapó en el interior del convento
un mural del nacimiento de Jesús de estilo latinoamericano, y que
también retiró imágenes de las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo y unos
cuadros del padre Mujica, monseñor Romero y monseñor Angelelli. Del
mismo modo, en el interior del templo hizo desaparecer un Paño de la
Resurrección del Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, donde
Jesús era acompañado de muchos testigos de la fe en América latina. En
su carta, los ex catequistas evocan otras épocas recientes -ellos dan a
entender que mejores- en las que se bajaban cuadros de genocidas.
En
realidad, las paredes del convento y del templo aún están adornadas por
murales que dejó el anterior sacerdote. En el frente del convento
aparecen Mujica, Angelelli, Romero y, significativamente, las monjas
francesas Alice Domon y Léoni Duquet, desaparecidas durante la última
dictadura. En el interior hay otro donde aparece Hebe de Bonafini junto a
los nombres de los desaparecidos de la Isla Maciel, y hay otro más en
el templo, detrás del altar. Hay un continuo ideológico evidente en las
figuras representadas, algunas de las cuales adscribieron al Movimiento
de Sacerdotes del Tercer Mundo y colaboraron con los grupos armados de
izquierda.
Frente
al retiro parcial de estas imágenes también reaccionó el sacerdote
Francisco Olivera, el antiguo administrador parroquial, que fue
reintegrado a la diócesis de Merlo-Moreno, de donde provenía.
“Queremos mantener la memoria de un Jesús subversivo”, manifiestó el padre Olivera en un video publicado el jueves último, en el que aparece rodeado de Madres de Plaza de Mayo. “No vamos a permitir que el mural de las Madres, con la cara de Hebe y los desaparecidos de la Isla Maciel, sea tapado”, exclama. “Estamos en pie de guerra. Si siguen avanzando, ahí sí vamos a ir juntos”.
NO CORRESPONDEN
Cuando
uno se acerca a la Isla Maciel, un barrio muy humilde en Dock Sud,
observa que otras paredes aledañas también están adornadas con murales
de temáticas diversas, lo que da una fisonomía particular al lugar.
El padre Ghisaura, de 42 años y barba poblada, recibe a La Prensa en el frente de la parroquia, temprano en la mañana. Viene de conversar con un grupo de personas que está armando una huerta.
Ghisaura
da muestras de soportar con entereza el haber sido puesto en la picota,
aunque lamenta las confusiones. Sonríe al evocar la fotografía que
publicó un diario importante con gente blanqueando un mural, que en
realidad corresponde a la cancha de San Telmo, como así también la
presunción de que él no es pobre y no conoce la realidad del lugar,
cuando es párroco también de Villa Tranquila, vecina a la Isla Maciel y
tan humilde como ésta, desde hace diez años. En cambio menciona con
pesar la creencia de que él cerró el comedor, cuando “estaba cerrado
desde un mes y medio antes” de su llegada. Hoy reabrió el comedor de la
capilla Itatí y ayuda a cocinar él mismo.
Sobre
la supresión de las imágenes, explica en la entrevista lo que cualquier
persona podía deducir con solo haber recibido una elemental formación
religiosa, o incluso con mero sentido común: que lo hizo “porque no
corresponden a un lugar de culto”.
Algunas
imágenes “eran muy agresivas”, justifica el sacerdote. Una de ellas,
dice, mostraba una planta de la que salían cabezas – la de un obispo, un
hombre rico.- y al lado una tijera de podar para cortarlas, con la
leyenda “cuando ayudás con la poda, colaborás con la Iglesia”. El
sacerdote levanta la vista y apunta al mural que hay detrás del altar.
Señala un fragmento donde se ve una olla popular y la leyenda “El hambre
es un crimen”. “Esos no son los mensajes que debemos transmitir”, dice
Ghisaura.
En
el Magisterio de la Iglesia, expuesto en los Concilios, en documentos
pontificios y en la enseñanza de los Santos Padres, hay precisas
indicaciones sobre el uso de las imágenes de culto. El Concilio de
Trento (1545-63), como ya lo había hecho mucho antes el de Nicea II
(787), condenó los abusos que se cometen al exhibir imágenes que no
tienen ningún fundamento en la Sagrada Escritura o en la tradición, o
aquellas que contienen representaciones falsas, apócrifas,
supersticiosas o que induzcan al error o a la idolatría.
“Lo
que yo intento es volver a lo tradicional”, dice el padre Ghisaura, que
recuperó para el interior del templo esculturas tradicionales de gran
belleza, como una de San Vicente de Paul, un confesionario de madera que
estaba arrumbado y de espaldas, y para más adelante planea reubicar el
tabernáculo en un lugar central, detrás del altar, con un retablo
también de madera, “algo digno”, comenta.
Ghisaura
recuerda que la iglesia de la isla Maciel siempre había tenido una
impronta tradicional gracias, en parte, a la obra del padre Leopoldo
Subaukar, párroco casi desde el momento en que fue erigida como
parroquia en 1940, hasta su muerte, ocurrida hace unos 13 años, y
también en parte gracias a las hermanas de la Obra Pía María Mazzarello,
la rama femenina de la Orden de Don Bosco, que habitaban el convento
del lugar. Según el sacerdote, esto es algo que atestiguan los
pobladores más añosos y que hoy sienten todos los fieles, disconformes
con las innovaciones introducidas en estos últimos años que
“desnaturalizaron la identidad de la iglesia”.
Así,
señala que a la capilla Nuestra Señora de Itatí la rebautizaron
Monseñor Romero “contra el sentir del pueblo”, y que a la capilla del
convento, verdadero corazón de la obra evangelizadora en el barrio,
donde comenzó todo, la desactivaron como lugar de culto. En el medio de
la capilla construyeron una pared para dividir el espacio en dos, uno
destinado a una futura sala de computación y otro para depósito.
Ghisaura confía que cuando él llegó derribó otra vez la pared y anticipa
que en dos semanas habilitará otra vez la capilla, previa bendición
especial.
El
sacerdote, que atiende hoy dos parroquias y sus siete capillas, asegura
que lo que había antes no era catequesis sino “adoctrinamiento”. Se
lamenta, en general, de que muchas veces el acento en lo social olvida
la trascendencia y de que hay mucha confusión doctrinal.
Sobre
quienes lo impugnan, afirma que la carta fue escrita por “gente de
afuera” del barrio y que todo lo que se dice de él es una excusa para
que no pueda ejercer.
Aclara que no tiene ninguna animosidad y que ésta “no es la obra del padre Mario. Es la obra de la Iglesia, que yo administro”.
“Ellos, en cambio, sí pretenden ser dueños”, dice. Y concluye: “Aquí
intentó sentarse jurisprudencia en una parroquia, Nuestra Señora de la
Paz, en la cual gente que tiene estas ideas se quedó con la iglesia.
Creo que acá querían venir por ese lugar pero la gente se lo impidió”.