Negacionismos y opción por los pobres. El caso del Padre Ghisaura
El “negacionismo” es ese delito del mundo moderno por el cual, si uno no opina como la minoría dominante, es echado al estercolero de la democracia.
Pongamos
 un ejemplo: si alguien, en el colmo de la insensatez, llegase a decir 
en Alemania que los judíos que padecieron bajo el régimen nazi fueron no
 seis millones sino 5.999.999, “sea anatema”.
Incluso si fuera judío quien lo afirmase (pregúntenle si no a Finkelnstein).
Algo análogo sucede en nuestro país, Argentina, con el tema de los 30.000 desaparecidos
 durante el último proceso cívico-militar que –con sus errores, claro- 
sepultó la violencia armada de los ’70: no importa que ya los mismos 
ex-guerrilleros digan que esa cifra mítica fue inventada para lograr llamar la atención, o que en tiempos del kirchnerismo se dijese que la cifra no llegaba a 6400, o que algunas de las madres –de izquierda, por cierto- diga que el número es una farsa.
No. Lo que interesa es el mito.
Un nuevo ejemplo es lo que pasó hace días con el liberal Darío Lopérfido; ex-secretario de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires:
“No
 puede haber dos números en la Argentina (…). Una cosa es lo ‘simbólico’
 y otra el ‘número oficial’ (…). La última actualización la hizo el 
gobierno de Cristina Kirchner, donde figura que la cifra no llega a 9 
mil. Lo mismo dice Graciela Fernández Meijide. No me arrepiento. ¿Por qué me voy a arrepentir de algo que es verdad?”.
Es decir: se le escapó una verdad…
No importa. Bastó esto para que algunos pasquines pro-terroristas como Página Bolche (perdón, Página 12), saliesen a decir que hablaba “sin pudor”.
Porque
 la “inquisición” aún existe, incluso los judíos, liberales o gente de 
izquierda; ¡y ni le digo si es católico y –peor– cura!
Mario Ghisaura
 es un joven sacerdote de la diócesis de Avellaneda-Lanús a quien, hace 
poco su obispo le encomendó la atención pastoral de la parroquia Santa 
Teresita de la Isla Maciel: un lugar muy humilde donde viven personas 
carenciadas.
  
  
Vale
 decir que el padre Mario es un sacerdote que intenta seguir a Cristo, 
que busca hacerle bien a las almas y que, si cabe trillada expresión, 
tiene “olor a oveja”. Levanta muros con sus manos, cocina para la gente,
 reza con ella y no hace “pastoral de escritorio” con “cara de 
pepinillos en vinagre”.
Hasta su llegada, la parroquia se encontraba atendida por el padre Paco Olveira, un sacerdote del Grupo de Curas en la Opción por los Pobres,
 algo así como los herederos de la pseudo Teología de la liberación. En 
el movimiento (nos consta) hay de todo: desde gente bienintencionada 
hasta ideólogos que no encontraron mejor lugar que el sacerdocio para 
desarrollar una vocación política.
¿Qué
 fue lo que sucedió? Pues que el padre Ghisaura, apenas llegado a la 
nueva parroquia comenzó a ordenar el templo, quitando, desde un inicio, 
los carteles de las “Madres de Plaza de Mayo”, de 
movimientos izquierdistas y de imágenes pseudo religiosas que se 
encontraban allí mismo, en el ámbito sagrado y dejando en el exterior de
 la parroquia, los murales que los grupos de izquierda habían pintado.

 
El párroco anterior con el Che 
Guevara y haciendo huelga de hambre por la libertad de la delincuente 
sindical Milagro Sala. Arriba, el mural aún en pie (al 19/2/19) de Hebe 
de Bonafini, madre de plaza de Mayo y pro-terrorista.
Ni cerró el comedor (abre sólo los jueves), ni se puso a celebrar misa tridentina, ni instauró de entrada el canto gregoriano…
 Sólo buscó que la iglesia sea de Cristo y no de un grupúsculo 
ideologizado que intenta someter la Fe a la política. Si no, vean este vídeo ante sus diez años de ordenación sacerdotal.
Pero igual: “sea anatema”.
Basta que un cura quiera comenzar a poner las cosas en orden para que los enemigos de la Iglesia, en nombre de la Libertad (claro), la avasallen.
Porque entendámoslo de una vez; el lema de la progresía es el siguiente:
“Yo no quiero que todos piensen igual; yo quiero que todos piensen como yo”.
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi, SE
