Martes 26 de Febrero de 2019
 
         
A punto de quebrar
Rompieron todo: la economía cuesta abajo y sin signos de ningún tipo de repunte
No es el inicio del año electoral que esperaba el 
Gobierno. No es el panorama ni el clima que las personas de confianza 
del Presidente –“el equipo”, como le gusta mencionarlos en público– le 
auguraban, cuando le marcaban que los sacrificios de 2018 se 
justificaban para tener un 2019 mejor.
Ni el extraordinario respaldo del Fondo Monetario Internacional le 
bastó para tener un pasar sereno en el mercado cambiario por estos meses
 en que se calientan motores para la campaña. Por el contrario, el dólar
 se disparó justo cuando la misión del Fondo recorre despachos oficiales
 y oficinas de opositores para medir, por sí mismo, la temperatura 
política ambiente. 
 Es cierto que una política audaz del Banco Central 
logró frenar, por ahora, lo que empezaba a perfilarse como una nueva 
corrida, cuando el dólar trepó de un salto por arriba de los 41 pesos. 
Pero el costo que se está pagando puede ser muy elevado, si se lo mide 
en función del daño a la economía real que le producirá mantener las 
tasas de interés activas (las que paga el deudor) bien por arriba del 50
 por ciento durante algunos meses más. Las noticias que, a diario, se 
recogen desde el lado de la producción marcan una realidad que pocos se 
atreven a describir sin eufemismos: en muchos sectores, la economía está
 quebrada, y en otros va camino a estarlo.
El listado de empresas en crisis se engrosa todas las semanas. 
Quiebras, suspensiones masivas, cierre definitivo de plantas, en todos 
los sectores y en firmas de todos los tamaños. Un informe del CEPA, del 
cual Página 12 ofreció ayer un detalle en una nota de Javier Lewkowicz, 
da cuenta de 795 quiebras a lo largo de 2018 entre CABA y provincia de 
Buenos Aires. Esto es, tres quiebras por día hábil (sin descontar la 
feria judicial). Pero son decenas los casos de firmas conocidas que 
cerraron plantas o aplicaron suspensiones masivas contando apenas desde 
unos pocos meses atrás a la fecha: Paquetá, Tipoití, Longvie, 
Metalúrgica Tandil, Sport Tech, Imperial Cord, Extreme Gear, Tessicot, 
Herzo, Unisol, son algunas de las muchas que han bajado persianas con 
varios factores en común: caída del mercado interno, aumento excesivo de
 los costos por los tarifazos y los insumos importados, competencia de 
productos importados sin filtro y, finalmente, situación de quebranto 
financiero por imposibilidad de acceso al crédito por las altas tasas. 
En ningún caso, curiosamente, se habla de “tormentas” o de sucesos 
(“pasaron cosas”) ajenos a la política económica. A esa lista se suman 
los procesos de reducción de plantas o establecimientos, como Carrefour o
 más recientemente, Falabella, o los de FATE y Coca Cola Femsa, con 
pedido de procedimiento preventivo de crisis. Y a ellas habría que 
agregar la cantidad de comercios que cerraron sus puertas, algunos de 
ellos con tradición de décadas, otros ubicados en los principales 
centros comerciales de las principales ciudades del país. La nómina 
completa abarcaría todo el espacio dedicado a esta nota.
En varios rubros cuya actividad está directamente ligada al consumo 
masivo, son mayoría las empresas que decidieron abrir un compás de 
espera durante el verano (algunas con cierres y suspensión o vacaciones 
prolongadas del personal) hasta marzo, imaginando que puedan cambiar los
 vientos y aparezca el soplo salvador. Pero el anuncio sobre la suba de 
la tasa de interés sepultó la última esperanza. El gobierno, con la 
misión del Fondo en el país auditando las cuentas y los dichos de los 
funcionarios, acaba de poner en práctica la política más salvaje para 
impedir que el dólar se le salga de caja: subió las tasas de referencia 
más de 6 puntos en la semana –de poco mas de 43 a 49,50 por ciento en 
las licitaciones diarias de Leliq– y apenas logró afeitar la suba del 
dólar, que de todos modos cerró la semana con un alza de 60 centavos 
respecto del cierre del viernes anterior. El Banco Central está 
dispuesto a seguir subiendo la tasa, y seguramente necesitará hacerlo, 
porque la presión sobre la divisa no desapareció.
“No hay riesgo de default público, el tema es el default privado”, 
fue la puntual apreciación de un analista económico que alertó sobre las
 consecuencias sobre la actividad productiva que tendrá esta política. 
Con inflación, presión cambiaria, fuerte contracción de la demanda, 
empresas fuertemente golpeadas y ya sin resto, y un gobierno que va a 
seguir utilizando las tasas elevadísimas como único recurso, la mala 
noticia es que al sector productivo le acaban de sellar la única puerta 
de escape.
Las restricciones del plan de ajuste van reduciendo las herramientas 
del gobierno. La noticia del rechazo al procedimiento preventivo de 
crisis de Coca Cola Femsa, que la llevó a apurar un acuerdo con el 
sindicato para despedir a la mitad de los empleados que había condenado a
 la expulsión, había sido anticipada el jueves por el colega Leandro 
Renou en el portal de noticias Letra P. “El gobierno no está dispuesto a
 acudir en auxilio de la empresa mexicana Femsa como hizo en 2018 con el
 híper francés Carrefour (…). El Ministerio de Producción y Trabajo ya 
recibió la directiva de no asistir con beneficios impositivos a la 
embotelladora de Coca Cola. Hoy, por sobre todas las decisiones 
ministeriales está el jefe de Hacienda y Coordinación, Nicolás Dujovne, 
el garante del ordenamiento de las cuentas públicas”, señalaba con 
precisión la nota de Letra P. Y por sobre Dujovne, quien toma las 
decisiones es Christine Lagarde. O su gente de confianza. El ajuste 
manda.
Ya había sucedido antes con los subsidios que reclamaba Techint, para
 su firma Tecpetrol, por el volumen de shale gas extraído de Vaca 
Muerta. Como la cifra duplicaba las previsiones, la orden de Washington 
fue no pagar más allá de lo presupuestado. Paolo Rocca debió pasar por 
una experiencia desconocida: que Macri le dijera que no a un reclamo 
suyo. La decisión del gobierno de echarse en los brazos del FMI lo está 
llevando al terreno más inesperado: el de los encontronazos con las 
empresas líderes de la economía argentina. No son los únicos casos, 
también hay registros de rupturas económico-sentimentales con líderes de
 la industria de la alimentación y en textiles.
Pero el costo de esta política para el gobierno puede ser mucho más 
alto que el de perder amigos. El calendario que tiene por delante el 
macrismo es un mes de abril en el que ya se supone que estarán lanzadas 
las campañas electorales, al tiempo que los datos económicos estarán 
mostrando la peor fase de su gestión. Las estadísticas del primer 
trimestre en curso ya se perfilan como espeluznantes. Comparado con el 
primer trimestre del 2018, el último de cierta bonanza, la caída de los 
indicadores de producción alcanzarán valores alarmantes. La inflación, 
que ya se está asegurando un piso del 6 por ciento para este primer 
bimestre, es probable que ya esté superando para entonces el cómputo 
interanual del 50 por ciento. Será el mes en que se empiecen a discutir 
las principales paritarias. El desafío para el gobierno será lograr que 
no se discuta en base a recuperar la capacidad adquisitiva perdida, y 
que los gremios acepten discutir en base a la inflación futura, que 
seguramente se anunciará como mucho más baja. La acumulación de aumentos
 de tarifas a esa altura, por otra parte, aportará lo suyo al humor 
social. Hay algo que ya es una certeza: el país entrará en campaña 
electoral hundido, como mínimo, en la recesión.
Antes de que esa otra realidad se ponga delante de sus ojos, Mauricio
 Macri y su “equipo” eligen escuchar los elogios del FMI, las 
felicitaciones por el cumplimiento de los deberes, confiarán en que, con
 el desembolso de la nueva cuota del crédito stand by en marzo y las 
liquidaciones de los exportadores de granos, les será suficiente para 
“equilibrar el mercado cambiario” por varios meses. Contarán los éxitos 
(que no tuvo) la misión a India y Vietnam, y asegurarán, en el discurso 
del primero de marzo a la asamblea legislativa, que siguen “trabajando” 
para “mejorar las condiciones de competitividad” de las pymes.
Un relato que no podrá ocultar que, por detrás, hay una economía real, la que produce y consume, al borde del colapso.
