ARMAGEDÓN EN RETROSPECTIVA
Traducción de Denes Martos [18]
Traducción de Denes Martos [18]
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Dresden en 1890 |
Lo que recibimos durante nuestro primer día de entrenamiento básico fue
un discurso de rutina pronunciado por un pequeño y vigoroso sargento:
"Señores, hasta ahora han sido norteamericanos buenos y limpios amantes del espíritu deportivo y del fair play. Aquí estamos para cambiar eso.
"Mi trabajo consiste en convertirlos en el montón de matones más canallas y sucios de la Historia Mundial. De aquí en más, olvídense de las reglas del Marqués de Queensberry [19] y de cualquier otra clase de reglas. Aquí cualquier cosa vale; todo vale.
"No le peguen nunca a un hombre por arriba de la cintura si pueden pegarle por debajo. Háganlo gritar al bastardo. Mátenlo de cualquier forma en que puedan. Maten, maten, maten. ¿Entendieron?"
Su discurso fue saludado por risas nerviosas y un acuerdo general en cuanto a que tenía razón.
"¿Acaso no dijeron Hitler y Tojo que los norteamericanos eran todos una manga de blandengues? ¡Ja! ¡Ya van a ver!"
"Señores, hasta ahora han sido norteamericanos buenos y limpios amantes del espíritu deportivo y del fair play. Aquí estamos para cambiar eso.
"Mi trabajo consiste en convertirlos en el montón de matones más canallas y sucios de la Historia Mundial. De aquí en más, olvídense de las reglas del Marqués de Queensberry [19] y de cualquier otra clase de reglas. Aquí cualquier cosa vale; todo vale.
"No le peguen nunca a un hombre por arriba de la cintura si pueden pegarle por debajo. Háganlo gritar al bastardo. Mátenlo de cualquier forma en que puedan. Maten, maten, maten. ¿Entendieron?"
Su discurso fue saludado por risas nerviosas y un acuerdo general en cuanto a que tenía razón.
"¿Acaso no dijeron Hitler y Tojo que los norteamericanos eran todos una manga de blandengues? ¡Ja! ¡Ya van a ver!"
Y, por supuesto, Alemania y Japón lo vieron: una democracia acusada de blanda terminó siendo tan endurecida que derramó una furia de llamas abrasadoras que no pudieron detener. Se suponía que era una guerra de la razón contra la barbarie, pero con las cuestiones en riesgo colocadas en un plano intelectual tan alto que la mayoría de nuestros febriles combatientes no tenía ni idea de por qué se estaba peleando – aparte de porque, como nos dijeron, el enemigo no era más que un montón de bastardos. Era una nueva clase de guerra; con todas las destrucciones y todas las matanzas aprobadas.
A mucha gente le gustó la idea de la guerra total: tenía un toque moderno, en sintonía con nuestra espectacular tecnología. Para ellos era como un partido de fútbol.
Cuando volví a los Estados Unidos, las esposas de tres comerciantes de un pequeño pueblo, de mediana edad y algo regordetas, me dieron un aventón en su auto mientras volvía a casa de a pie desde Camp Atterbury. "¿Mataste a muchos alemanes?" preguntó la que manejaba en un tono superficial y casi alegre. Le dije que no lo sabía.
Lo tomaron por modestia. Cuando me estaba bajando del auto, una de las damas me palmeó maternalmente la espalda: "Apuesto a que ahora te gustaría cruzar el mar y matar a algunos de esos japos mugrientos ¿no es cierto?"
Intercambiamos guiños cómplices. No les dije a esas almas simplotas que en el frente estuve apenas una semana antes de caer prisionero de los alemanes. Y, más específicamente, tampoco les dije lo que sabía y pensaba acerca de matar alemanes mugrosos y acerca de la guerra total. La razón por la cual me sentí mal entonces, y sigo sintiéndome mal ahora, tiene que ver con un hecho que tuvo un tratamiento muy superficial en los diarios norteamericanos. En Febrero de 1945, Dresden, en Alemania, fue destruida y en esa destrucción murieron más de 100.000 seres humanos. Yo estuve ahí. No muchos saben qué tan dura se puede volver la democracia norteamericana.
Fui uno más de un grupo de 150 soldados de infantería, capturados en la Batalla de las Ardenas y llevado a trabajar a Dresden. Nos dijeron que Dresden era la única ciudad alemana importante que, hasta el momento, se había librado de los bombardeos. Eso fue en Enero de 1945. Su suerte se explicaba por el nulo valor militar de sus instalaciones que se limitaban a hospitales, cervecerías, plantas de procesamiento de alimentos, casas de suministros quirúrgicos, cerámica, fábricas de instrumentos musicales y similares.
Desde el comienzo de la guerra, la principal preocupación de la ciudad fueron los hospitales. Cada día cientos de heridos llegaban desde el Este y el Oeste a sus tranquilos santuarios. Por la noche, podíamos oír el sordo ruido de ataques aéreos distantes. "Esta noche le están dando a Chemnitz", solíamos decir, y especulábamos cómo sería estar en el papel de aquellos brillantes jóvenes pilotos con sus miras ópticas y sus retículos en cruz.
"Gracias al cielo que estamos en una ciudad abierta", pensábamos, y de la misma manera pensaban miles de refugiados – mujeres, niños y ancianos que e inundaron la ciudad hasta el doble de su población normal y que llegaban en un desahuciado reguero humano procedentes de las humeantes ruinas de Berlín, Leipzig, Breslau, Munich...
No había guerra en Dresden. Es cierto que los aviones pasaban casi todos los días y las sirenas sonaban, pero los aviones siempre estaban en camino hacia otro lado. Las alarmas incluso proporcionaban un período de alivio en una tediosa jornada de trabajo. Producían algo así como un evento social, una oportunidad para chismear en los refugios. De hecho, esos refugios no eran más que una muestra, un reconocimiento casual, de la emergencia nacional: en su mayor parte no eran más que bodegas y sótanos con bancos para sentarse y bolsas de arena que bloqueaban las ventanas. Había unos cuantos bunkers más adecuados en el centro de la ciudad, cerca de las oficinas públicas, pero nada como la fortaleza subterránea firme que hacía que Berlín fuera impermeable a los golpes diarios. Dresden no tenía motivos para prepararse para un ataque – y por eso se relaciona con ella una gesta bestial.
Dresden era, sin duda, una de las ciudades más hermosas del mundo. Sus calles eran anchas, bordeadas de árboles que les daban sombra. Estaba salpicada de innumerables pequeños parques y estatuas. Tenía maravillosas iglesias antiguas, bibliotecas, museos, teatros, galerías de arte, cervecerías al aire libre, un zoológico y una famosa universidad.
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El Altmark (Mercado Viejo) de Dresden hacia 1900 |
En su momento supo ser un paraíso turístico. Seguramente los turistas
habrán estado mucho mejor informados sobre los placeres de la ciudad que
yo. Pero la impresión que tengo es que en Dresden – en la ciudad física
– estaban los símbolos de la buena vida; esa vida agradable, honesta,
inteligente. Eran símbolos de la dignidad y de la esperanza de la
humanidad. Monumentos a la verdad en estado de espera. Dresden, el
tesoro acumulado durante cientos de años, hablaba con elocuencia de
aquellas cosas excelentes de la civilización europea por las que nuestra
deuda sigue siendo profunda.
Fui un prisionero, hambriento, sucio, lleno de resentimiento hacia mis captores; pero amé esa ciudad y vi el bendito milagro de su pasado y la rica promesa de su futuro.
En Febrero de 1945 bombarderos norteamericanos convirtieron este tesoro en escombros triturados y en brasas; destriparon a la ciudad con potentes explosivos y luego la incineraron con bombas incendiarias.
Fui un prisionero, hambriento, sucio, lleno de resentimiento hacia mis captores; pero amé esa ciudad y vi el bendito milagro de su pasado y la rica promesa de su futuro.
En Febrero de 1945 bombarderos norteamericanos convirtieron este tesoro en escombros triturados y en brasas; destriparon a la ciudad con potentes explosivos y luego la incineraron con bombas incendiarias.
Es posible que la bomba atómica represente un avance fabuloso, pero es
interesante notar como el primitivo TNT y la termita lograron exterminar
en una sola sangrienta noche más personas que las que murieron en todos
los bombardeos de Londres. La supuesta "Fortaleza Dresden" disparó una
docena de tiros contra nuestros aviadores. Probablemente, una vez de
regreso en sus bases y sorbiendo su café caliente, habrán comentado algo
como: "La FLAK [20] estuvo inusualmente liviana esta noche. Bueno,
supongo que es hora de ir a dormir".
Pilotos británicos capturados, provenientes de las unidades de cazas tácticos (que son los que cubren las tropas de primera línea), solían criticar a los pilotos que habían volado bombarderos pesados en incursiones sobre las ciudades con comentarios parecidos a: “¿Cómo demonios soportaron el hedor a orina hirviendo y a cochecitos para bebés quemados?"
Una rutina de noticias perfecta: "Durante la última noche nuestros aviones atacaron Dresden. Todos los aviones regresaron sin inconvenientes".
El único alemán bueno es el alemán muerto: más de 100.000 hombres malos, mujeres y niños (los físicamente aptos estaban en los frentes) fueron para siempre purgados de sus pecados contra la humanidad. Por casualidad me encontré una vez con un bombardero que participó del ataque. "Odiamos hacerlo", me dijo.
La noche en que vinieron, la pasamos en una cámara de carne subterránea en un matadero. Tuvimos suerte, porque era el mejor refugio de la ciudad. Los gigantes anduvieron de caza por la tierra sobre nosotros. Primero vino el suave murmullo de sus bailes en las afueras, luego los gruñidos de sus esfuerzos por llegar hacia donde estábamos y, finalmente, el estruendo ensordecedor de sus tacones sobre nosotros – para desvanecerse por las afueras otra vez. Y volvieron a barrer una y otra vez: bombardeo de saturación.
Una anciana me contó: "Grité y lloré y arañé las paredes de nuestro refugio. Le pedí a Dios: por favor, por favor, por favor, querido Dios, haz que se detengan. Pero Dios no me oyó. Ningún poder podía detenerlos. Llegaron, ola tras ola. No había manera en que pudiéramos rendirnos; no hubo manera de decirles que ya no podíamos soportarlo más. Nadie podía hacer otra cosa que sentarse y esperar la mañana”. La hija y el nieto de la anciana habían sido asesinados.
Nuestra pequeña prisión terminó quemada hasta los cimientos. Se decidió que seríamos evacuados a un campamento periférico ocupado por prisioneros sudafricanos. Nuestros guardias formaban un grupo melancólico: Volksstürmers [21] ancianos y veteranos discapacitados. La mayoría de ellos eran residentes de Dresden y tenían amigos y familiares en algún lugar del holocausto. Antes de que marcháramos, un cabo que había perdido un ojo después de haber estado dos años en el frente ruso, averiguó que su esposa, sus dos hijos y sus padres habían sido asesinados. Tenía un solo cigarrillo. Lo compartió conmigo.
Pilotos británicos capturados, provenientes de las unidades de cazas tácticos (que son los que cubren las tropas de primera línea), solían criticar a los pilotos que habían volado bombarderos pesados en incursiones sobre las ciudades con comentarios parecidos a: “¿Cómo demonios soportaron el hedor a orina hirviendo y a cochecitos para bebés quemados?"
Una rutina de noticias perfecta: "Durante la última noche nuestros aviones atacaron Dresden. Todos los aviones regresaron sin inconvenientes".
El único alemán bueno es el alemán muerto: más de 100.000 hombres malos, mujeres y niños (los físicamente aptos estaban en los frentes) fueron para siempre purgados de sus pecados contra la humanidad. Por casualidad me encontré una vez con un bombardero que participó del ataque. "Odiamos hacerlo", me dijo.
La noche en que vinieron, la pasamos en una cámara de carne subterránea en un matadero. Tuvimos suerte, porque era el mejor refugio de la ciudad. Los gigantes anduvieron de caza por la tierra sobre nosotros. Primero vino el suave murmullo de sus bailes en las afueras, luego los gruñidos de sus esfuerzos por llegar hacia donde estábamos y, finalmente, el estruendo ensordecedor de sus tacones sobre nosotros – para desvanecerse por las afueras otra vez. Y volvieron a barrer una y otra vez: bombardeo de saturación.
Una anciana me contó: "Grité y lloré y arañé las paredes de nuestro refugio. Le pedí a Dios: por favor, por favor, por favor, querido Dios, haz que se detengan. Pero Dios no me oyó. Ningún poder podía detenerlos. Llegaron, ola tras ola. No había manera en que pudiéramos rendirnos; no hubo manera de decirles que ya no podíamos soportarlo más. Nadie podía hacer otra cosa que sentarse y esperar la mañana”. La hija y el nieto de la anciana habían sido asesinados.
Nuestra pequeña prisión terminó quemada hasta los cimientos. Se decidió que seríamos evacuados a un campamento periférico ocupado por prisioneros sudafricanos. Nuestros guardias formaban un grupo melancólico: Volksstürmers [21] ancianos y veteranos discapacitados. La mayoría de ellos eran residentes de Dresden y tenían amigos y familiares en algún lugar del holocausto. Antes de que marcháramos, un cabo que había perdido un ojo después de haber estado dos años en el frente ruso, averiguó que su esposa, sus dos hijos y sus padres habían sido asesinados. Tenía un solo cigarrillo. Lo compartió conmigo.
La marcha a nuestros nuevos cuarteles nos llevó a la periferia de la
ciudad. Resultaba imposible creer que alguien hubiera sobrevivido en su
centro. Normalmente, el día habría sido frío, pero las ráfagas
ocasionales del colosal infierno nos hicieron sudar. Y el día habría
sido claro y brillante a no ser por una nube opaca y alta que convirtió
el mediodía en crepúsculo.
Una sombría procesión obstruyó las carreteras hacia las afueras. Personas con rostros ennegrecidos llenos de lágrimas; algunos llevando heridos y otros llevando a cadáveres. Se reunían en los campos. Nadie hablaba. Unos pocos, con brazaletes de la Cruz Roja, hacían lo que podían por las víctimas.
Alojados con los sudafricanos, disfrutamos de una semana sin trabajo. Al final, se restablecieron las comunicaciones con un cuartel general de rango superior y se nos ordenó caminar siete millas hasta el área más afectada.
Nada en el distrito había escapado a la furia. Una ciudad de edificios aserrados, con estatuas astilladas y árboles destrozados; todos los vehículos detenidos, retorcidos y quemados, abandonados para que se oxiden o se pudran en la estela de una fuerza maléfica. Los únicos sonidos aparte de los nuestros fueron los de la caída de los revoques y sus ecos.
No puedo describir la desolación con propiedad, pero puedo dar una idea de cómo nos hizo sentir recurriendo a las palabras de un soldado británico que deliraba en un improvisado hospital de prisioneros de guerra: "Es aterrador, le digo. Caminaba por una de esas malditas calles sangrientas y sentía mil ojos detrás de mi cabeza. Los oía susurrar detrás de mí. Me daba la vuelta para verlos y no había ni un alma en pena a la vista. Puedes sentirlos y oírlos, pero nunca hay nadie allí". Y sabíamos que lo que decía era exactamente así.
Para nuestro trabajo de "salvamento", nos dividieron en pequeños equipos, cada uno bajo una guardia. Nuestra macabra misión consistía en buscar cuerpos. La recolección fue abundante, tanto ese día como los muchos que siguieron. Empezamos a pequeña escala, una pierna aquí, un brazo allí y un bebé ocasional, dimos con una veta principal antes del mediodía.
Nos abrimos paso a través de la pared de un sótano para descubrir un apestoso montón de más de 100 seres humanos. Las llamas deben haber barrido el sitio antes de que el colapso del edificio sellara las salidas, porque la carne de los que quedaron atrapados se asemejaba a la textura de las pasas de uva. Se nos explicó que nuestro trabajo consistía en meternos entre los escombros y sacar los restos. Alentados por la amenaza de quedar detenidos, esposados y otras amenazas guturales que nadie entendió, nos metimos a vadear por un desagradable caldo compuesto por el agua de las tuberías reventadas y las vísceras de las víctimas con las que estaba cubierto el suelo.
Varias víctimas, que no murieron en forma inmediata, quizás habían intentado escapar por una estrecha salida de emergencia. En cualquier caso, había varios cuerpos apretujados en el pasillo. Su líder había logrado llegar hasta la mitad de los escalones antes de quedar enterrado hasta el cuello por una caída de ladrillos y revoque. Habrá tenido unos 15 años, creo.
Lamento manchar la nobleza de nuestros aviadores, pero muchachos, sepan que ustedes mataron aquí a una apabullante cantidad de mujeres y niños. El refugio que acabo de describir e innumerables otros como ése estaban llenos, repletos, de ellos. Tuvimos que exhumar sus cuerpos y llevarlos a las piras funerarias en los parques. De ahí es que lo sé.
Una sombría procesión obstruyó las carreteras hacia las afueras. Personas con rostros ennegrecidos llenos de lágrimas; algunos llevando heridos y otros llevando a cadáveres. Se reunían en los campos. Nadie hablaba. Unos pocos, con brazaletes de la Cruz Roja, hacían lo que podían por las víctimas.
Alojados con los sudafricanos, disfrutamos de una semana sin trabajo. Al final, se restablecieron las comunicaciones con un cuartel general de rango superior y se nos ordenó caminar siete millas hasta el área más afectada.
Nada en el distrito había escapado a la furia. Una ciudad de edificios aserrados, con estatuas astilladas y árboles destrozados; todos los vehículos detenidos, retorcidos y quemados, abandonados para que se oxiden o se pudran en la estela de una fuerza maléfica. Los únicos sonidos aparte de los nuestros fueron los de la caída de los revoques y sus ecos.
No puedo describir la desolación con propiedad, pero puedo dar una idea de cómo nos hizo sentir recurriendo a las palabras de un soldado británico que deliraba en un improvisado hospital de prisioneros de guerra: "Es aterrador, le digo. Caminaba por una de esas malditas calles sangrientas y sentía mil ojos detrás de mi cabeza. Los oía susurrar detrás de mí. Me daba la vuelta para verlos y no había ni un alma en pena a la vista. Puedes sentirlos y oírlos, pero nunca hay nadie allí". Y sabíamos que lo que decía era exactamente así.
Para nuestro trabajo de "salvamento", nos dividieron en pequeños equipos, cada uno bajo una guardia. Nuestra macabra misión consistía en buscar cuerpos. La recolección fue abundante, tanto ese día como los muchos que siguieron. Empezamos a pequeña escala, una pierna aquí, un brazo allí y un bebé ocasional, dimos con una veta principal antes del mediodía.
Nos abrimos paso a través de la pared de un sótano para descubrir un apestoso montón de más de 100 seres humanos. Las llamas deben haber barrido el sitio antes de que el colapso del edificio sellara las salidas, porque la carne de los que quedaron atrapados se asemejaba a la textura de las pasas de uva. Se nos explicó que nuestro trabajo consistía en meternos entre los escombros y sacar los restos. Alentados por la amenaza de quedar detenidos, esposados y otras amenazas guturales que nadie entendió, nos metimos a vadear por un desagradable caldo compuesto por el agua de las tuberías reventadas y las vísceras de las víctimas con las que estaba cubierto el suelo.
Varias víctimas, que no murieron en forma inmediata, quizás habían intentado escapar por una estrecha salida de emergencia. En cualquier caso, había varios cuerpos apretujados en el pasillo. Su líder había logrado llegar hasta la mitad de los escalones antes de quedar enterrado hasta el cuello por una caída de ladrillos y revoque. Habrá tenido unos 15 años, creo.
Lamento manchar la nobleza de nuestros aviadores, pero muchachos, sepan que ustedes mataron aquí a una apabullante cantidad de mujeres y niños. El refugio que acabo de describir e innumerables otros como ése estaban llenos, repletos, de ellos. Tuvimos que exhumar sus cuerpos y llevarlos a las piras funerarias en los parques. De ahí es que lo sé.
La técnica de la pira funeraria se dejó de lado cuando se hizo evidente
la dimensión del número de víctimas. No había suficiente mano de obra
para hacerlo bien, así que al final mandaban a un hombre con un
lanzallamas para incinerarlos allí donde yacían los muertos. Quemados
vivos, asfixiados, aplastados – hombres, mujeres y niños asesinados en
forma indiscriminada.
Cuando nos habíamos acostumbrado a la oscuridad, al olor y a la carnicería, comenzamos a especular sobre lo que cada uno de los cadáveres habría sido en la vida. Era un juego sórdido: “... hombre rico, hombre pobre, mendigo, ladrón. . . [22] " Algunos tenían bolsos gordos llenos de cosas y joyas; otros tenían comida, algo muy valioso en aquellos días. Un niño todavía sostenía la correa atada a su perro.
A cargo de nuestras operaciones en los refugios antiaéreos teníamos ucranianos renegados con uniforme alemán. Venían rugiendo borrachos de unas bodegas adyacentes y parecían disfrutar su trabajo una enormidad. Es que les resultaba rentable ya que despojaban a cada cuerpo de todo objeto de valor antes de que los lleváramos a la calle. La muerte se convirtió en un lugar tan común que hasta podíamos bromear acerca de nuestras lúgubres cargas y deshacernos de ellas como si fuesen basura.
No fue así con los primeros, especialmente con los jóvenes. Los levantamos con cuidado sobre las camillas, colocándolos con cierta apariencia de dignidad funeraria en su último lugar de descanso sobre la pira. Pero, como dije, nuestra dignidad, atónita y triste, dio paso a la insensibilidad. Al final de un día espantoso, fumábamos y observábamos el impresionante montón de muertos acumulados. Uno de nosotros arrojó su colilla de cigarrillo a la pila: "Campanas del infierno," – dijo – "estoy listo para la muerte cuando quiera que venga a buscarme".
Unos días después del bombardeo, las sirenas volvieron a aullar. A los sobrevivientes, apenados y desconsolados, esta vez los rociaron con folletos. Perdí mi copia de esa épica acción, pero recuerdo que fue algo así:
Cuando nos habíamos acostumbrado a la oscuridad, al olor y a la carnicería, comenzamos a especular sobre lo que cada uno de los cadáveres habría sido en la vida. Era un juego sórdido: “... hombre rico, hombre pobre, mendigo, ladrón. . . [22] " Algunos tenían bolsos gordos llenos de cosas y joyas; otros tenían comida, algo muy valioso en aquellos días. Un niño todavía sostenía la correa atada a su perro.
A cargo de nuestras operaciones en los refugios antiaéreos teníamos ucranianos renegados con uniforme alemán. Venían rugiendo borrachos de unas bodegas adyacentes y parecían disfrutar su trabajo una enormidad. Es que les resultaba rentable ya que despojaban a cada cuerpo de todo objeto de valor antes de que los lleváramos a la calle. La muerte se convirtió en un lugar tan común que hasta podíamos bromear acerca de nuestras lúgubres cargas y deshacernos de ellas como si fuesen basura.
No fue así con los primeros, especialmente con los jóvenes. Los levantamos con cuidado sobre las camillas, colocándolos con cierta apariencia de dignidad funeraria en su último lugar de descanso sobre la pira. Pero, como dije, nuestra dignidad, atónita y triste, dio paso a la insensibilidad. Al final de un día espantoso, fumábamos y observábamos el impresionante montón de muertos acumulados. Uno de nosotros arrojó su colilla de cigarrillo a la pila: "Campanas del infierno," – dijo – "estoy listo para la muerte cuando quiera que venga a buscarme".
Unos días después del bombardeo, las sirenas volvieron a aullar. A los sobrevivientes, apenados y desconsolados, esta vez los rociaron con folletos. Perdí mi copia de esa épica acción, pero recuerdo que fue algo así:
“Al pueblo de Dresden: nos vimos obligados a bombardear su ciudad debido al intenso tráfico militar de sus instalaciones ferroviarias. Nos hemos damos cuenta de que no siempre le acertamos a nuestros blancos. La destrucción de cualquier otra cosa que no haya sido un objetivo militar fue consecuencia de una inevitable y lamentable mala fortuna de la guerra. "Eso explicó la matanza a entera satisfacción de todo el mundo, estoy seguro, pero no despertó más que desprecio.
Es un hecho que 48 horas después de que el último B-17 se hubo alejado
rugiendo hacia el oeste para gozar de un merecido descanso, los
batallones de trabajo se distribuyeron por los rieles de ferrocarril
dañados y los restituyeron a su servicio casi normal. Ninguno de los
puentes ferroviarios sobre el Elba quedó fuera de servicio. Los
fabricantes de visores de bombardeo deben haberse sonrojado al saber que
sus maravillosos dispositivos habían colocado las bombas hasta a tres
millas [23] de distancia de lo que los militares declaraban que habían
sido los blancos a destruir.
El folleto debió haber dicho:
El folleto debió haber dicho:
"Destruimos todas las benditas iglesias, hospitales, escuelas, museos, teatros, la universidad, el zoológico y todos los edificios de departamentos de la ciudad, pero, sinceramente, no lo hicimos demasiado a propósito. C’est la guerre. Lo sentimos mucho. Por otro lado, el bombardeo de saturación está de moda últimamente, así que ya saben".Existió una razón táctica: detener los ferrocarriles. Una maniobra excelente, sin duda, pero la realización fue horrible. Por sus bahías de bombas los aviones comenzaron a vomitar explosivos de alto poder y bombas incendiarias por los alrededores de la ciudad pero, por el patrón que presentaron sus impactos, debieron haber seguido las indicaciones de un tablero de Güija. [24]
Calculen pérdidas y ganancias. Más de 100,000 no combatientes y una
magnífica ciudad destruida por las bombas lanzadas bien lejos de los
blancos declarados: los ferrocarriles quedaron inutilizados
aproximadamente tan solo por dos días. Los alemanes lo consideraron la
mayor pérdida de vidas sufridas en una sola incursión. La muerte de
Dresden fue una tragedia amarga, innecesaria y deliberadamente
ejecutada. El asesinato de niños, sean cuales fueren, y de cualquier
enemigo que el futuro pueda depararnos, nunca podrá ser justificado.
La respuesta fácil para los grades reproches como el mío es el más odioso de los lugares comunes: "Son cosas de la guerra."; o bien el otro: "Se la buscaron. Lo único que entienden es la fuerza".
¿Quién se la buscó? ¿Quién es el que solamente entiende por la fuerza? Créanme, no es fácil racionalizar la devastación de las viñas que contienen las uvas de la ira [25] cuando se recogen bebés en canastas o se ayuda a un hombre a cavar donde cree que puede estar enterrada su esposa.
Ciertamente, las instalaciones militares e industriales enemigas debieron haber sido destruidas, y ¡ay de aquellos lo suficientemente estúpidos como para buscar refugio cerca de ellas! Pero la política de "Hazte Dura Norteamérica ", el espíritu de venganza, la aprobación de cualquier destrucción o asesinato, nos han hecho famosos por practicar brutalidades obscenas.
Nuestros líderes tenían carta blanca en cuanto a lo que podían o no podían destruir. Su misión era ganar la guerra lo más rápido posible; y si bien estaban admirablemente capacitados para hacer precisamente eso, sus decisiones sobre el destino de ciertas reliquias mundiales invalorables –Dresden en este caso – no siempre fueron sensatas. Cuando, al final de la guerra, con la Wehrmacht quebrándose en todos los frentes, nuestros aviones fueron enviados a destruir esta última gran ciudad, dudo que alguien se hiciera la pregunta: “¿Cómo nos beneficiará esta tragedia y cómo se comparará ese beneficio con los efectos negativos a largo plazo?
Lo que vi de nuestra guerra aérea, a medida en que el conflicto europeo se acercaba a su fin, tenía todos los signos de ser una guerra irracional por la guerra misma. Los blandos ciudadanos de la democracia estadounidense habían aprendido a patear a un hombre por debajo del cinturón y hacer que el bastardo gritara.
Cuando llegaron los rusos y descubrieron que éramos norteamericanos, nos abrazaron y nos felicitaron por la completa desolación que nuestros aviones habían producido. Aceptamos sus felicitaciones con buena educación y la adecuada modestia, pero en aquel momento sentí lo mismo que siento ahora: que hubiera dado mi vida por salvar a Dresden para las generaciones futuras.
La respuesta fácil para los grades reproches como el mío es el más odioso de los lugares comunes: "Son cosas de la guerra."; o bien el otro: "Se la buscaron. Lo único que entienden es la fuerza".
¿Quién se la buscó? ¿Quién es el que solamente entiende por la fuerza? Créanme, no es fácil racionalizar la devastación de las viñas que contienen las uvas de la ira [25] cuando se recogen bebés en canastas o se ayuda a un hombre a cavar donde cree que puede estar enterrada su esposa.
Ciertamente, las instalaciones militares e industriales enemigas debieron haber sido destruidas, y ¡ay de aquellos lo suficientemente estúpidos como para buscar refugio cerca de ellas! Pero la política de "Hazte Dura Norteamérica ", el espíritu de venganza, la aprobación de cualquier destrucción o asesinato, nos han hecho famosos por practicar brutalidades obscenas.
Nuestros líderes tenían carta blanca en cuanto a lo que podían o no podían destruir. Su misión era ganar la guerra lo más rápido posible; y si bien estaban admirablemente capacitados para hacer precisamente eso, sus decisiones sobre el destino de ciertas reliquias mundiales invalorables –Dresden en este caso – no siempre fueron sensatas. Cuando, al final de la guerra, con la Wehrmacht quebrándose en todos los frentes, nuestros aviones fueron enviados a destruir esta última gran ciudad, dudo que alguien se hiciera la pregunta: “¿Cómo nos beneficiará esta tragedia y cómo se comparará ese beneficio con los efectos negativos a largo plazo?
Lo que vi de nuestra guerra aérea, a medida en que el conflicto europeo se acercaba a su fin, tenía todos los signos de ser una guerra irracional por la guerra misma. Los blandos ciudadanos de la democracia estadounidense habían aprendido a patear a un hombre por debajo del cinturón y hacer que el bastardo gritara.
Cuando llegaron los rusos y descubrieron que éramos norteamericanos, nos abrazaron y nos felicitaron por la completa desolación que nuestros aviones habían producido. Aceptamos sus felicitaciones con buena educación y la adecuada modestia, pero en aquel momento sentí lo mismo que siento ahora: que hubiera dado mi vida por salvar a Dresden para las generaciones futuras.
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NOTAS:
1)- El texto de la capitulación de Alemania fue firmado el 8 de mayo de 1945,
2)- Enciclopedia Británica 1954, Volumen VII, pág. 648 —
Citado por Tustin, Joseph P. — Chief Historian. Historical Division. Office of Information Services. Headquarters United States Air Forces in Europe, 11 December 1954. — (Historiador Jefe. División Histórica. Oficina de Servicios de Información. Cuartel General de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos en Europa, 11 de Diciembre 1954). Cf. media.defense.gov/2013/May/23/2001329959/-1/-1/0/Dresden%20again.pdf
Consultado el 16/01/2019
Nota: Las próximas referencias marcadas con [#] son citas que figuran en este documento.
3#)- Statistisches Bundesamt (Oficina Federal de Estadísticas), Oficina de Wiesbaden, Alemania, 15 de Noviembre 1954,
4#)- Rodenberger, Axel Der Tod von Dresden (La muerte de Dresden) Franz Müller-Rodenberger, Dortmund, Alemania, 1953, pág. 16
5)- Tanto como para poner una nota al margen para los triscaidecafóbicos supersticiosos: el 13 de Febrero de 1945 fue un Martes 13. Aparte de eso, era carnaval y el martes 14 siguiente fue, como siempre, el Día de San Valentín - el día de los enamorados. Algunas fechas tienen cierta ironía.
6#)- Tustin, Joseph P. Op.Cit. pág. 10
7#)- Lt. Gen. Doolitle, James H. — General al mando de la 8a. Fuerza Aérea — The Army Air Forces In World War II. (Las Fuerzas Aéreas del Ejército en la Segunda Guerra Mundial). Testimonio del autor ante la conferencia de los comandantes de las Fuerzas Aéreas Aliadas, el 15 de Febrero de 1945.
8#) Tustin, Joseph P. Op.Cit. pág. 13
9#) Tustin, Joseph P. Op.Cit. pág. 12
10)- Diario Die Welt, del 12/02/1995 pág.8 Citado en: https://vielspassimsystem.wordpress.com/2016/02/13/ein-wirklicher-holokaust-dresden-13-14-15-febuar-1945/
Nota: citas siguientes de esta fuente están marcadas con ##.
11##) Die Welt 03/03/1995 Pág.8
12)- 2.659 toneladas lanzadas durante las dos oleadas de los ingleses y 782 toneladas lanzadas por los norteamericanos al día siguiente.
13)- El Informe de Tustin, Joseph P. habla de "High Explosives"
14)- El fenómeno se produce cuando el núcleo de un incendio produce una cantidad tan grande de calor que el aire caliente disparado hacia arriba ocasiona un "efecto aspiradora" al nivel de la superficie terrestre con lo que el aire frío que entra por abajo lo hace a tal velocidad que se aproxima a la de un huracán. En el bombardeo de Hamburgo el fenómeno se produjo espontáneamente. En Dresden fue calculado y provocado ex-profeso.
15)- https://es.wikipedia.org/wiki/Dresde#Guerras_Mundiales
16)- https://es.wikipedia.org/wiki/Bombardeo_de_Dresde
17)- https://en.wikipedia.org/wiki/Bombing_of_Dresden_in_World_War_II
18)- Original en https://pulsemedia.org/2011/06/25/the-blood-of-dresden/ Visitado el 19/02/2017
"Armagedón en Retrospectiva" es un relato en donde Vonnegut describe las escenas de "obscena brutalidad" de las que fue testigo mientras era un prisionero de guerra en Dresden y que le inspiraron para escribir su clásica novela "Matadero cinco".
19)- Las Reglas del Marqués de Queensberry son un conjunto de normas generalmente aceptadas en el deporte del boxeo. Fueron respaldadas públicamente por John Douglas, 9º marqués de Queensberry y se publicaron por primera vez en 1867.
20)- Acrónimo de artillería antiaérea.
21)- El Volkssturm fue una milicia nacional creada hacia finales de la guerra (el 18 de octubre de 1944). Bajo las órdenes de Joseph Goebbels todos los varones entre los 16 y 60 años fueron conscriptos e integrados al plan de defensa.
22)- Se trata de un juego infantil de conteo con las palabras: "Tinker, tailor, soldier, sailor, rich man, poor man, beggar man, thief," (Hojalatero, sastre, soldado, marinero, hombre rico, hombre pobre, mendigo, ladrón,) - Lo juegan preferentemente las niñas en el marco de un juego más amplio para "adivinar" con quién habrán de casarse.
23)- Unos 4.8 kilómetros.
24)- La Güija (u Ouija) es un tablero de madera sobre el cual figuran el alfabeto y los números. Mediante el mismo los espiritistas supuestamente se comunican con los espíritus.
25)- Referencia a la novela Viñas de Ira (también Uvas de la Ira) de John Steinbeck (1902-1968)