domingo, 17 de marzo de 2019

Escucharse a sí mismo


Escucharse a sí mismo

“Breviario dei nostri giorni” [Breviario de nuestros días, ndt] – Ed. Mondadori, 2018 – es la última empresa literaria, la 151ª del prolífico cardenal Gianfranco Ravasi, promovida por él mismo con una página (La Verità, 24 de enero de 2019), en la que campea, en la entrevista concedida al redactor, el panorama cultural del prelado, del cual, en rápidas referencias, indagaremos, con el fin de una sana vacunación ‘pro fidelibus’, las temáticas y los pasajes relativos que las iluminan. Iremos, por lo tanto, en nuestra exploración, siguiendo el orden de exposición de las preguntas y de las respuestas – no todas, porque sería muy largo el hacerlo –, después de lo cual, haremos nosotros una pregunta al entrevistador, sólo para cerrar el círculo de esta excursión.
Como es habitual, el redactor antepone al catálogo de las preguntas el perfil resumido del autor, mostrando sus aspectos de mayor importancia y más calificadores. Por esto: ¿quién es el cardenal de la Santa Católica Apostólica (Romana) Iglesia? Nos lo presenta el periodista: “Hombre de gran espiritualidad, que no desdeña las incursiones en los ritos y en los lenguajes contemporáneos (es una “tweetstar” con más de 100.000 seguidores, y aun gustándole Bach, no desdeña evocar a John Lennon, Bob Dylan, Bruce Springsteen, Amy Winehouse, John Cage, el compositor estonio Arvo Pärt, Claudio Baglioni, Ermal Meta junto a Fabrizio Moro e incluso a Rita Pavone)”


Presidente del Pontificio Consejo de la Cultura, teólogo, biblista, políglota – habla varias lenguas, y no sólo ‘vivas’: griego antiguo, latín, arameo, siríaco, samaritano, ugarítico. Una mente de vastos, raros y poderosos conocimientos de quien nos habríamos esperado, entre tanto – como hombre de Dios y de Iglesia –, una tímida referencia a P. L. de Palestrina, a Lorenzo Perosi, a Casimiri, por ejemplo, y no la reunión de cerumen rockero, cuyos exponentes representan lo más laico, trasgresor y agnóstico que se pueda dar. John Lennon: aquel que se jactó de ser más popular que Cristo, aquel que embadurnado en el estiércol hinduista de Rainesh predijo como inminente el final del Cristianismo, aquel que vivió de pan, tantrismo y cocaína, aquel que, en la dulzona cantinela triste de la pieza “Imagine”, auspicia una humanidad en paz sin Dios, sin Cielo y sin Infierno; Bob Dylan, abusivo Nobel, condecorado por la Academia luterana de Estocolmo por el vacío pneumático del que se sustancian sus reflexiones, con el fondo de un bordón de guitarra del tipo: “Yo acepto el caos, pero no sé si él me acepta a mí”, o también: “Me gustaría hacer algo que valiese la pena, como plantar un árbol en el océano. Pero sólo soy un guitarrista”; Amy Winehouse, joven cantante que ardió de alcohol y droga con sólo 28 años; John Cage, cerebral experimentador de ruidos y silencios vendidos por golpes de genio; Claudio Baglioni, melaza de la canción italiana.
Es tanto el atractivo que siente por el mundo cancionero, que no puede dejar de proponer al lector haber dedicado – dice el entrevistador – “líneas llenas de sentimiento a la cantante rock Janis Joplin, blanca de voz ‘negra’, muerta a los 27 años por sobredosis de heroína”. Un ejemplo negativo, de acuerdo, que se presenta como severa amonestación, pero que, incrustado en el aura de las citas, sabe mucho a celebración del artista maldito, cuyos modelos llenan la necrópolis del romanticismo soberbio, rebelde y suicida, cuyo halago de gloria ha tragado ya en el oscuro abismo a centenares de jóvenes, y no tan jóvenes, con la ilusión de plantarse en el mausoleo de los dioses. Y no se crea malévola intención nuestra atribuir semejante atracción del cardenal Ravasi, porque, en verdad, es él mismo el que, en una intervención suya, sostuvo la tesis según la cual “el arte que desacraliza busca también el absoluto” (Il Giornale, 26 de mayo de 2010), significando, por ejemplo, que incluso en aquella blasfema, obscenográfica, orgiástica y sodomítica “Última Cena” del pintor ateo Alfred Hrdlicka – expuesta en el Museo Diocesano de Vienna (mayo de 2008), con el placet del cardenal Christoph Schönborn – anida una búsqueda ansiosa del absoluto. ¿Pero cuál? Nosotros, con una carta del 28 de agosto de 2010, le pedimos luces, porque, según su tesis, también en los diferentes espectáculos blasfemos – la película “Hair”, el musical “Godspell” –, en los que Jesús es un vulgar lujurioso, existe una tensión hacia el absoluto, ¿pero cuál? Respondió (septiembre de 2010) echándole la culpa al periodista que había transmitido su pensamiento de modo grosero y acomodado. Pero no lo aclaró.
La entrevista revela, en el cardenal, una complaciente propensión a citar, y quedaríamos admirados si, en el cesto de los autores, encontráramos, sólo por mantenernos ‘in partibus fidelium’, a un San Pablo, a un Santo Tomás, a un Pascal, a un Dante, a un Manzoni, autores cuyas obras son y serán, a pesar de la política hipermodernista del actual Pontífice, “lucernae pedibus nostris” (ex Ps. 118, 105); quedaríamos admirados ‘si’, pero de dichos grandes autores no hay ni la más mínima huella, ya que el torrente de dichos, aforismos y sentencias que acompañan y refuerzan su discurso, proviene del área laicista y gnóstica y que Su Eminencia define “‘Jugos’ de autores, de épocas, culturas, fes diferentes, incluso de ninguna fe, capaces de condensar en un rayo un precepto de vida, una experiencia personal, una verdad universal”.
La entrevista ofrece, obviamente, una reseña de muestras de las temáticas y de las citas expuestas en el libro, pero, como es este el método para dar a un sujeto la proyección de su calidad real, se sigue que los 20 autores, junto a sus respectivos discursos, representan, en escala, la de su cantidad real difundida en el libro.
Encontramos fragmentos de A. Einstein, A. Kraus, O. Wilde, G. Papini, Platón, B. Chatwin, B. Brecht, J. Green, W. Allen, H. de Balzac, Voltaire, J. Conrad, G. Cernonetti, S. Rodotà, Napoleón III, H. Küng, N. Gómez, C. Baudelaire. Su Eminencia no deja, naturalmente, de advertirnos las 67 citas de Jesús, así como recuerda añadir a la plétora de aforismos también uno de San Agustín.
No cabe en la economía de esta intervención ofrecer por extenso los dichos de los 20 sabios, porque saldría un verdadero ensayo, pero ofrecer algunos de ellos es necesario para iluminar la tensión intelectual que caracteriza el pensamiento del cardenal Ravasi y determina su colocación en el área neomodernista.
Por orden:
  • Oscar Wilde: “Todos aquellos que son incapaces de aprender se han puesto a enseñar”. Con rigurosa lógica, según el aforismo del irlandés – que no se da cuenta de que se ha dado el golpe de azada en los pies, él que se puso como ‘maestro de pensamiento’ –, Su Eminencia reduce a Jesús, “Maestro, Camino, Verdad, Vida”, a la figura de un abusivo e ignorante profesor, en el cual su altiva pedantería prevalece sobre la ciencia. El cardenal no lo pensará, pero entre tanto, una cita como esta, echada ahí como joya de erudición, puede desbordar en vilipendio.
  • Woody Allen: “No tengo nada contra Dios, es su club de fans el que me preocupa”, al que une, por afinidad temática a H. de Balzac: “La enfermedad de nuestro tiempo es la superioridad, hay más santos que hornacinas”. El cardenal cubre su aversión por la Tradición desviando el tiro con el tema del clericalismo como causa, por ejemplo, de la concordia todavía no alcanzada con el ‘mundo’. El aforismo de De Balzac será retomado, en el 68 revolucionario en la variante “Menos santos, más preservativos”, de la cual la reciente exhortación bergogliana a la educación sexual en las escuelas parece el fin del camino. La Iglesia de Cristo, Católica, Apostólica, Romana es, dogmáticamente, superior a todo, tanto por la titularidad divina de su Fundador, como por su exclusivo poder salvífico – Extra Ecclesiam nulla salus – y por su indefectibilidad. Pero a Su Eminencia le gusta una Iglesia de dignidad y valor similar a todas las confesiones, como, por otro lado, demuestra su carta “Estimados hermanos masones”, publicada en Il Sole 24 Ore, el 14 de febrero de 2018 – fiesta de los… enamorados – en la que auspicia la superación de las recíprocas divergencias, considerando más proficuo un acuerdo, sin duda portador de benéfica fecundidad. Más masones y menos Iglesia.
  • Voltaire: “Dios de todos los seres, haz que aquellos que encienden velas para celebrarte no desprecien a los que se contentan con la luz de tu sol”. Cómo pueda el cardenal insertar al triste Voltaire – despreciador de Dios, negrero confeso y practicante, sodomita, parásito a costa de damas, muerto desesperado engullendo sus propias heces – entre los ejemplos de un ateísmo que busca a Dios, nos resulta difícil. Consintiendo el lamento del filósofo, Su Eminencia llama soberbio al creyente – se entiende: católico – que no distingue el error del que yerra, así como exhortaba Juan XXIII, que consideraba inútil aplicar el rigor, prefiriendo la medicina de la misericordia. Nosotros pensamos que no es posible ni lícito, separar al individuo de sus propias opciones históricas de modo que, por ejemplo, el arrianismo o cualquier otra herejía puedan y deban ser colocadas en una categoría aparte y, por consiguiente, recuperar a Arrio y a otros. Pero, sin no es suficiente esta reflexión nuestra, es bueno escuchar a una autoridad, al difunto cardenal Giacomo Biffi, que, al respecto, afirma esto: “Hay que distinguir entre el error y el que yerra… El principio es acertadísimo y toma su fuerza de la misma enseñanza evangélica: el error sólo puede ser lamentado, odiado, combatido por los discípulos de Aquél que es la Verdad, mientras que el que yerra – en su inalienable humanidad – es siempre una imagen viva, aunque incoativa, del Hijo de Dios encarnado y, por tanto, debe ser respetado, amado, ayudado en lo posible. Sin embargo, no podía olvidar, reflexionando sobre esta sentencia que la histórica sabiduría de la Iglesia no ha reducido nunca la condena del error a una pura e ineficaz abstracción. El pueblo cristiano debe ser puesto en guardia y defendido de aquel que ha sembrado el error… Jesús, a este propósito, dio a los jefes de la Iglesia una directiva precisa: aquel que escandaliza con su comportamiento y con su doctrina, y no se deja convencer ni por las amonestaciones personales, ni por la más solemne reprobación de la ‘Ecclesia’, “sea para ti como un pagano y un publicano” (Mt. 18, 17), previendo y prescribiendo la institución de la excomunión” (Giacomo Biffi: Memorie e digressioni di un italiano cardinale – Ed. Cantagalli, 2007, pág. 179). Exhibir a Voltaire como refuerzo a las 67 citas de los “logia” evangélicos, no ha sido, Eminencia, un hermoso servicio a Cristo sino, digámoslo claramente, un esputo.
  • Napoleón III – Respondiendo al entrevistador, que le cita a Stefano Rodotà – desaparecido en 2017 –, que habla sobre los “empresarios del miedo” – y sobre el cual el cardenal ha glosado en su libro: “Algunos políticos con espuma en la boca construyen sus fortunas de secuelas precisamente sembrando miedo” – textualmente dice: “Napoleón III sostenía: ‘En política es necesario curar los males, no vengarlos’”. ¡He aquí otro campeón de la ternura hipocrática, Carlos Luis Napoleón Bonaparte, llamado Napoleón III, que Su Eminencia extrae del cilindro de su erudición! Entre tanto, no se entiende dónde está el nexo lógico entre la observación de Rodotà y la máxima del francés exhibida por el cardenal, pero no es eso lo que interesa, porque lo que nos urge advertir es la total extrañeza de Bonaparte a la idealidad expresada por su dicho. Sabemos, en efecto, con qué cinismo promovió una cruenta política imperialista en el Norte de África y en Centro América – véase la trágica aventura mexicana de Fernando Maximiliano de Habsburgo, dolosamente empujado por Bonaparte a imponerse como rey de aquella nación, fusilado en Querétaro (1867) – pero sobre todo conocemos con qué y cuánta dosis de ignominia se hizo partícipe, a una con el italiano Cavour, de la disolución moral y física de Virginia Oldoini – condesa de Castiglione –, juguete sexual con el fin de una alianza militar italo/francesa. Sale irónica la sonrisa ante quien, de palabra, se propone como buen samaritano, pero en los hechos demuestra ser un sádico.
Pero Eminencia, ¿no tenía, en su tan vasto repertorio aforístico, alguno más cercano a nuestro sentir cristiano? ¿Qué es esta pulsión que le empuja a acompañar sus trabajos tomando ideas y temas de los huertos donde se cultiva la mala verdura de la hipocresía, del ateísmo, de la gnosis espuria, de la paradoja que es fin para sí misma? Usted nos responderá que “Fas est et ab hoste doceri” – Es lícito ser instruido incluso por un enemigo (Ovidio: Metamorfosis, 4, 428) –, con lo que estamos de acuerdo cuando se trata de cuestiones humanas, pero no de las divinas, para las cuales, frente a la Verdad Revelada, no hay enemigo que pueda añadir algo positivo.
Concluimos refiriéndonos a una precisión suya allí donde afirma que debe atenerse a la necesidad de ser breves, especialmente en un libro donde se trata de fragmentos de pensamiento fulminantes, porque, como acertadamente escribe, “la brevitas de los latinos es una feliz síntesis de concisión y de riqueza de significado… como dice un proverbio popular alemán, ‘in der kurze liegt die würze’, en la brevedad está el jugo”. Nosotros no desdeñamos la cultura paremiológica – id est: del proverbio – como para no acoger incluso uno alemán, pero, vista la referencia a la “brevitas” latina, nos habríamos esperado que precisamente de nuestra sabiduría materna hubiera pescado – ¿qué sé yo? – el bellísimo aforismo de Catón que, con ágil dístico, dice: “Miraris versus nudis me scribere verbis / hoc brevitas fecit, sensu uno iungere binos” – Te sorprendes de que escriba versos con palabras desnudas / la brevedad unió dos en un solo significado. (Dist. IV, 49).
Nos propusimos, al inicio, dirigirle al entrevistador una preguntita, esta: “¿Por qué no ha preguntado al cardenal Ravasi las razones de esa participación suya – en noviembre de 2014 – en los Andes argentinos, en el rito pagano de la “Pachamama”, versión local de la antropófaga “Gran Madre” siro-fenicia, alegre y danzante – él y la monja – como moderno coribante?”.
Hasta la próxima entrevista.
L. P.
(Traducido por Marianus el eremita/Adelante la Fe)