LA ÚLTIMA CRUZADA
UNAS PALABRAS AL LECTOR.
He
publicado en distintas fechas, los cuatro artículos que ahora reúno en
este opúsculo, por tratar en todos ellos sobre el mismo tema: la urgente
necesidad de la elección del papa.
La
crisis eclesiástica que estamos viendo hoy con ojos asombrados, que es
propiamente la muerte mística de la Iglesia, no comenzó realmente con la
apostasía del Concilio Vaticano II, que introduce en la Iglesia
oficialmente la herejía modernista, es decir, la Revolución total, sino
que se remonta a tiempos anteriores. Estrictamente hablando, aunque San
Pablo advierte sobre el “misterio de iniquidad” que ya estaba actuando
dentro de la Iglesia, este “misterio” arranca desde Caín y sus
descendientes. No se trata, pues, de un enemigo exterior, que no ha
dejado de haberlo nunca, sino de la semilla de Satanás sembrada en el
alma de los mismos fieles. Es un peligroso enemigo interior. San
Agustín, el más insigne de los Padres latinos, ciertamente(+430), en su
apologética obra LA CIUDAD DE DIOS que tanto nombre le ha dado hasta
nuestros días, dice que ese “misterio de iniquidad”, un día formaría un
poderoso cuerpo al Anticristo dentro de la misma Iglesia.
Resulta
inexplicable que conforme fueron pasando los siglos de gloria y
esplendor que tantos y reconocidos beneficios trajeron a toda la
humanidad, beneficios ahora totalmente ignorados o silenciados, los
mismos jerarcas de la Iglesia incluso, hayan ido abandonando
paulatinamente aquella admirable concordia entre el poder temporal y el
poder de la Iglesia, que el mundo conoció como la “Cristiandad”, para
llegar a decirse, incluso ellos mismos, que aquello fue una “odiosa
Teocracia”, al mismo tiempo que observaban con mirada estólida que las
fuerzas mancomunadas del mundo enemigo de Cristo, trabajara
incansablemente para la edificación de la Teocracia de Satanás, tomando
los puestos que los hijos de la Iglesia muchas veces dejaban
voluntariamente. No, a esa”Teocracia” de la Iglesia; ¿sí, a la de
Satanás?.
No
podían ser otros los resultados de tanta traición, de tanta
indiferencia, de tanta defección, de tanta soberbia, de tanto
particularismo, de tanto interés ajeno a los de la Iglesia de Dios. Lo
que ahora estamos viendo en su etapa terminal de consolidación, y con
buen éxito, es la luciferización del mundo.
Esta
antigua conjuración, esta gradual apostasía, esta gran desgracia fue
denunciada por los papas, que desafortunadamente no fueron oídos, sino
que más bien, la sociedad en masa como si fueran animales sin razón, se
entregó a toda clase de vicios, de licencias, y la Ciudad Católica fue
minada en sus estructuras desde sus mismos cimientos. Los más
conscientes del mal que hacían, no consideraron su acción muy
trascendente.
No
podemos culpar de esta situación completamente a los enemigos de Cristo,
cuyo título antonomásticamente corresponde al Judaismo, sino que gran
parte de la culpa la tienen los mismos cristianos que se dejaron influir
y abandonaron la lucha para comer el alimento putrefacto que se les
ofrecía.
Es muy
fácil cargar la culpa al que subvierte para no aceptar la propia
culpabilidad. Así quiso justificarse Adán, y fue condenado. El judío
judaiza, pero el cristiano se deja judaizar. “La cobardía de los buenos,
fomenta la audacia de los malos”, decía el papa León XIII.
Pudo
entonces durante el siglo pasado, estructurarse férreamente la base de
la organización que serviría para construir el gobierno mundial
anticristiano. El presidente Grant de los Estados Unidos en 1872, cuando
inicia su segundo período presidencial, puede ya anunciar confiado en
su discurso, que “…se prepara el mundo para que en tiempo oportuno, se
convierta en una gran nación que no hablará más que una sola lengua…”.
Otros
acontecimientos importantes apuntalan el plan, como la fundación en 1843
de la sociedad masónica secreta B’nai Brith exclusivamente para judíos,
cuyo jefe mundial ha visitado y mantenido cordialísima entrevista con
Juan Pablo II en 1997; la instalación en Nueva York en 1867 de
la Alianza Democrática Universal de Mazzini el ascenso vertiginoso de
los grupos de banqueros de Schiff, Kuhn y Loeb y otros, posteriores
financieros de la Revolución Comunista de 1917; y el traslado en 1872
también a Nueva York del Consejo General de la Internacional de Carlos
Marx.
Todos
estos acontecimientos, entre otros que no mencionamos ni tratamos para
no abandonar nuestro tema, fortalecieron grandemente al organismo que
buscaba, ya firmemente, un gobierno mundial anticristiano, mientras las
estructuras de la Iglesia entraban en una anemia, en un franco
debilitamiento, no solamente social sino interno en las mismas
estructuras de la Iglesia. Es cierto, se infiltraba, se corrompía, se
subvertía, pero al mismo tiempo los cristianos abandonaban la lucha poco
a poco y se daba oídos a las novedades y a lo que San Pablo llama
las”fábulas judaicas”. No hay ninguna justificación posible porque no
existe el poder que pueda contra el Poder de la Iglesia que es la
Iglesia de Dios. Siempre las derrotas hay que atribuirlas a fallas en
los hijos de la Iglesia que no supieron aprovechar los medios que ella
les proporciona.
San Pío
X, en su famosa Encíclica PASCENDI DOMINICI GREGIS ya a comienzo de
nuestro siglo, denuncia ese mismo “misterio de iniquidad”, que antes de
haber desaparecido, como era natural invade a toda la Iglesia y llega a
sus venas y vasos capilares más pequeños. El mal se había extendido
increíblemente. Se había fortalecido principalmente por la corrupción
que afectaba a jerarcas y fieles. Los papas de nuestro siglo,
prácticamente solos, luchaban “cuerpo a cuerpo” contra esta situación
que no solamente amenazaba a la Iglesia, sino a cualquier principio
religioso en el corazón de los hombres. Los iluminados del siglos
pasado, habían anunciado ya la división de la Iglesia en “dos anillos”:
el de los progresistas y el de los tradicionalistas que serían odiados;
la celebración de un concilio; las reformas a la Liturgia; el nuevo
sacerdocio…pero, lo más grave, la llegada al Trono de San Pedro de un
individuo al que llaman “el convertido del Vaticano” que acordemente con
los lineamientos del Poder Mundial, adaptaría a la Iglesia al espíritu
moderno, y sería recibido con aprobación y júbilo por todos, grandes y
pequeños, por jerarcas y pueblo prostituidos. Y que gracias a su
prerrogativa de infalibilidad y de obediencia que se le debe, declararía
el advenimiento del “nuevo orden social” de Cristo. Y así, todos
marcharían pensando que lo hacen bajo la bandera de las Llaves de San
Pedro.
Demasiado
conocida es la historia, desde que el antipapa Roncalli fue coronado
con la triple corona de los papas. Por la “ventana” que abriera entraron
en la Iglesia todos los males, en tal cantidad, como no se había visto
jamás, con la aprobación y aplauso de las mismas jerarquías y de los
fieles corrompidos, unas y otros por la acción de Satanás y sus
corifeos, penetrando todas las áreas y niveles no solamente de la
Iglesia, sino de todo el mundo cristiano. No puede descartarse de
ninguna manera una vasta infiltración que llegaba a ocupar muy altos
puestos, contra la cual los verdaderos católicos no se levantaron,
escudándose en la obediencia y en la unidad de la Iglesia, lo que
propició que el error y la infiltración llegaran al grado de no poder
ser ya humanamente controlados. Se sucedieron entonces antipapas que
actuaron en asombrosa acordidad y como animados del mismo espíritu, que
formaban indudablemente una misma entidad moral, lo cual estaba
perfectamente anunciado en la profecía de Daniel que habla de las cuatro
bestias y en la de San Juan en el Apocalipsis, en la que reúne en una
sola, o primera bestia, y en estricta forma inversa, todos los atributos
de las bestias del profeta Daniel. Se identificaba así, QUIEN ocupaba
el Vaticano.
Como
era natural, llegado el enemigo a la cumbre de la Iglesia, la
Alianza (Is. 24; Luc. 22) fue rota. El Sacrificio perpetuo (Dan.
12), fue eliminado. Vimos la abominación de la desolación en el lugar
santo (Mat. 24; Marc. 13). La Misa fue cambiada tiránica y
fraudulentamente por un rito, si bien, parecido a los ojos del pueblo en
un principio, era inválido y blasfemo, copiado de las liturgias
protestantes. Se afirmaba así el cumplimiento de la profecía de II de
tesalonicenses, sobre la Apostasía al ser quitado el “impedimento”, es
decir el Sacrificio.
La
Iglesia no esperaba la eliminación total de todo rito, o prohibición o
persecución sangrienta que lo impidiera, una clausura de los templos,
aunque algunos así interpretaron o imaginaron. No habría entonces engaño
y seducción necesarios al Anticristo para aparecer como santo.
Se
trataba, pues, del engaño y de la seducción la cual lleva a hacer algo
malo, como bueno. Había que presentar otra cosa similar, pero inválida.
El Anticristo no puede reinar con el Sacrificio, y el pueblo debía
aceptar bajo el signo de la obediencia, un fruto “bueno para comerse,
hermoso a la vista y deseable para alcanzar por él sabiduría” (Gen.
3), pero que ciertamente, matara.
Así es
cómo se dio el fraude, y se aceptó el fraude, y así fue cómo, el mundo
fue no solamente privado del pararrayos que detiene a la Justicia
divina, sino de la fuente de la Gracia, de las virtudes y dones del
Espíritu Santo en forma eminente. Claro está que desde esto, el camino
estaba expedito para los enemigos del nombre cristiano, pero también,
para todos los acontecimientos del fin. La anemia cristiana dejó entrar a
los derechos humanos, al humanismo, a la filantropía, a la democracia
cuyo poder viene de las masas estúpidas y a tantas doctrinas que han
convertido ya este mundo en una horrenda pepitoria.
El
resto fiel fue arrojado fuera, y en un principio, sufrió una extrema
desorientación. Tardó algunos años en comprender no solamente la
usurpación del Trono pontificio, sino la necesidad de reestructurar la
jerarquía eclesiástica. La sucesión apostólica estaba gravísimamente
comprometida. De esta situación confusa se valieron grupos como el de
Mons. Lefebvre para captar la militancia de quienes se levantaban contra
la impiedad, para impedirles al mismo tiempo, llegar a las últimas
consecuencias: declarar la Sede vacante y elegir al papa.
El
impacto desconcertante del inexplicable cambio de rito junto con la
gravedad del mismo hecho, evidente anuncio de lapsos místicos
escatológicos, nubló la vista a la inmensa mayoría para quienes pasó
inadvertido que las “formas” de otros Sacramentos habían sido alteradas e
invalidadas. La Iglesia no tendría más sacerdotes y obispos válidos
después del año 1970. Todo se cambiaba, todo se alteraba, a veces en la
forma más estúpida, y bajo el concertado esfuerzo de los poderes
exteriores e interiores (primera y segunda bestias, Ap. 13), el pueblo y
los jerarcas iban aceptando sin apenas percibir nada. Es decir, los que
no eran invasores. La corrupción de las costumbres, la descomposición
familiar, la inquietud general, la crisis económica galopante, el
descontrol y la rebeldía generales, la alteración de la naturaleza que
va en aumento y tantas otras desgracias, iban paulatinamente provocando
un reumatismo diabólico y un entumecimiento cerebral que impedía
reaccionar y descubrir el engaño.
Pero, a
unos pocos, esto sí fue revelado y conocieron en diversas formas y
grados la situación. Ese “resto fiel” o pequeño remanente, aún
desorientado en un principio, en el fondo del corazón, sabía que las
cosas no estaban bien, que algo muy grave estaba sucediendo, y que era
necesario resistir, conservando toda la Doctrina que siempre se había
predicado.
Ellos
eran los responsables al ser de Dios favorecidos. A ellos estaba
reservado el rescate y el triunfo de la Iglesia. Ellos tenían todos los
elementos que humanamente Dios necesita para que, no solamente los
traidores del Vaticano fueran expulsados, sino que el mundo volviera a
Dios los ojos y así, fueran desenmascarados los enemigos de Jesucristo. A
muchos parecerá asombroso, pero así lo dice claramente el Cap. 12 del
Apocalipsis. Porque aunque eran muy pocos, por sabido se calla que el
número nunca ha importado para hacer triunfar la causa de Dios cuando
hay verdadera Fe y verdadera Caridad.
Pero
sucedió completamente lo contrario. Los fieles de las nuevas catacumbas,
se dividieron, hablaron unos contra otros, destruyeron intencionalmente
la Caridad, se enemistaron, provocaban muchas veces lo que condenaban,
se dejaron manipular por intereses ajenos a la Iglesia. Encontraron un
modo de vivir sin problemas y se escudaron en la promesa de Cristo que
debe salvar a Su Iglesia aún contra una Iglesia dividida y decapitada. Y
en el momento que con consciencia negaron la urgencia de la unidad bajo
el Pastor común, contra la Doctrina clara, sostenida e incuestionable, y
no solamente negaron, sino que impidieron con todos los medios al
alcance, o se burlaron y condenaron cualquier intento, se desligaron
voluntariamente de esa cabeza, y la Iglesia fue decapitada. La muerte de
la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, que bajaba al sepulcro como el
Cuerpo del Redentor, por obra de Su pueblo traidor y soberbio.
Quisiera
yo pensar de otra manera, pero los hechos de los que he sido testigo,
que mis ojos han visto, no me engañan ni han engañado a los pocos que
han experimentado con dolor estas experiencias amargas, que no pueden
ser imputadas a una totalidad mucho menos si desconocen muchas cosas.
No
puede negarse que hubo infiltraciones y hubo también quienes
intencionalmente provocaron esta situación, pero ¿esto es motivo para
exculpar a los demás?. Es innegable que algunos trepadores no solamente
con intenciones adversas, sino por soberbia, por avidez de poder y
reconocimientos arribaron al episcopado, pero, el ver ahora, cómo ha
sido posible paralizar a todos, cómo ha sido posible engañarlos, cómo ha
sido posible desviar sus ojos a otra parte, cómo ha sido posible
aislarlos y ocultarles, es la clase de pensamiento que recuerda la
profecía de Daniel sobre el quebrantamiento completo del pueblo de los
santos. Y ese es el momento, dice Daniel, en que han de acontecer todas
las cosas del fin. Santo Tomás de Aquino les llama “preámbulos”, que no
deben suceder al mismo tiempo.
En
honor a la verdad, esta es una situación dolorosa que nunca he
comprendido cabalmente. Es el “influjo” de Satanás, es el misterio de
iniquidad llegado al colmo, por el que sabemos, ciertamente que la
Iglesia ha de resucitar para asumir el triunfo definitivo, la Palabra de
nuestro Señor está comprometida, pero el mundo ha de ser destruido. “La
Iglesia será quitada”, decía San Victorino mártir, y este momento nos
anuncia la proximidad inminente. Pero previamente, tendremos que sufrir
una terrible purificación, para que sea posible salvar a los más
posibles. Porque si el hombre ya se niega a actuar, si hace prevalecer
su opinión, su prudencia o conveniencia, su soberana voluntad, su
civilización, entonces ya no tiene Dios que mantenerlo en este mundo. De
Dios nadie se burla.
Bien
entonces, que no se haya revelado a todos, todas las cosas para que las
manipulen, y para que no se actuara por la urgencia de ese conocimiento,
sino por amor a la Iglesia y a la Palabra; bien que no se haya revelado
la presencia del Anticristo, sino sólo a unos pocos; bien que no haya
la persecución material que tanto nos afecta a los humanos que vemos las
cosas de la materia antes que las del espíritu, para que se descubriera
con los ojos de la Fe y de la Caridad, una mucho peor; bien que todas
las señales que estamos viendo pasen inadvertidas para no actuar en
razón de ellas; bien que aparentemente no urgiera la unidad y la
elección del papa, para probar la fidelidad a la Doctrina de aquellos
que habían sido escogidos para revelarles la supresión del Sacrificio,
que debía indicar otra serie de profecías que no pueden ser separadas;
bien que todo así sucediera, para ver con claridad si todavía había diez
justos en Sodoma.
¿Cuál
es el futuro ahora, ante una “Iglesia” oficial, la del Vaticano de las
cuatro bestias, sin esperanza de retorno, humanamente considerado, y una
“Iglesia” de las catacumbas dislocada, decapitada, llena de opinadores
que quieren hacer oír su voz como unas matracas, de directores, de
juzgadores y fichadores de obispos, de pseudo-canonistas que embrollan
todo lo que tocan, de pseudo-teólogos más papistas que el papa, de
salvadores de la Iglesia pugnando todos en direcciones diametralmente
opuestas, de prudentes, de suficientes, de quienes “todo lo envuelven en
los pliegues de la bandera política”, y un mundo horriblemente podrido,
escandaloso, rebelde, de mentes cauterizadas, confuso y soberbio?.
¿Será
ya el momento de callar, para escuchar la tormenta embravecida que se
acerca, o es el de pugnar aún por la unidad, por la elección del papa,
para que el resto fiel soporte los días de purificación y terror que
vienen sobre este mundo apóstata de Dios?, ¿será que sea el momento
todavía, porque todavía a alguien le importa, de denunciar las misas
negras que se han efectuado sobre la tumba de San Pedro, las cruces
negras invertidas en los ornamentos de Juan Pablo II que claramente
vimos por las fotografías que transmitió la prensa en ocasión de su
visita a nuestra Señora de París?, ¿será que todavía haya algunos pocos
que se levanten por el honor de Jesucristo, desechando las palabras
extrañas y seductoras de los demás?.
Quien
haya leído el Cap. 24 del profeta Isaías que llamamos EL APOCALIPSIS DE
ISAÍAS, porque habla de las cosas del fin del mundo, sabe que todos los
acontecimientos de espanto que describe, tienen dos detonantes: la
supresión del Sacrificio que él llama propiamente “Alianza”, como lo
llama nuestro Señor Jesucristo en los Evangelios (Luc. Cap. 22, v.
20), y la violación de la Ley de Dios. Ubicaba yo perfectamente el
primero, porque todos sabemos que la reforma de Paulo VI es cabalmente
la supresión de la Misa al alterar el entorno litúrgico que implica una
intención (Apostolicae Curae del Papa León XIII), y al variar la esencia
de las “formas” sacramentales tradicionales (Catecismo Romano. B.A.C.
La Eucaristía. Pags. 456 a 460; Tratado de la Santísima Eucaristía.
B.A.C. Gregorio Alestruey. Pags. 60 a 65; Sum. Theo. Forma de los
Sacramentos, q. 3; Denz. 414, 415, 715; etc.). Pero, en cuanto al
segundo, es decir, la violación de la Ley, todo me parecía confuso,
insuficiente, lejos de la extrema claridad de una profecía bíblica
cumplida. Así, buscaba yo en el cambio del Derecho Canónico, en el viaje
de Juan Pablo II al Sinaí, y en otros hechos. Al fin, cosa increíble, a
principios del mes de diciembre de 1997, la escritora Lucrecia Roper
nos informa que desde 1992, existe un proyecto que se pretende implantar
cuando mucho en el año 2,000, que elimina los Diez Mandamientos de la
Ley de Dios, para que la humanidad toda, tenga otro código de
moral:”Necesitamos un nuevo paradigma que cambie todo el sistema de
ideas y de moral. El mecanismo que usaremos será el reemplazo de los
Diez Mandamientos por los principios contenidos en la Carta de la
Tierra”. Así aseguró, dice la Roper, Mijail Gorvachev, quien trabaja
activamente en el proyecto,que coadyuvan diversos gobiernos, millonarios
judíos y la O.N.U. Y evidentemente el mismo Vaticano, porque quien
calla, otorga, y en ningún momento hemos oído que levante su voz, contra
esto.
Bien
decía Leonardo Castellani, en una afirmación que parece profética, (El
Apokalipsis), que San Juan menciona en su primera bestia, los atributos
de las cuatro bestias de Daniel estrictamente a la inversa, porque el
Anticristo ha de comenzar destruyendo al Cristianismo para llevar a los
fieles al Paganismo. Y aunada a toda la obra de destrucción hecha hasta
el día de hoy, la eliminación del Decálogo es el Paganismo.
Todo lo
cual dá por resultado: apostasía de la Fe católica desde el Concilio
Vaticano II; supresión del Sacrificio o Nueva Alianza, desde el
fraudulento cambio de 1969; adulteración de otras formas sacramentales
que priva a la Iglesia de sacerdotes y obispos válidos desde 1969-70;
prostitución de todos los niveles de la sociedad y disolución total;
apostasía de Dios de toda la humanidad que si bien ya sucede de hecho,
de derecho se introducirá antes del año 2,000 con la implantación de la
Carta de la Tierra que es una sustitución del Decálogo.
Rechazada
la dependencia del derecho humano al derecho de Dios, negada toda
sumisión a toda autoridad lo que sucede donde no está Jesucristo,
alejada la sociedad y los gobiernos de Dios, aparece la indigencia
moral, producto de la apostasía, aparece la lucha desesperada por el
poder ilimitado que no reconoce ni respeta nada y que pretende dilatarse
a costa de lo que sea y se vuelve al Paganismo. Se oscurece en los
ánimos la luz de todo principio moral y se rechaza toda estabilidad y
tranquilidad del orden cristiano interno y externo, privado y público
que salvaguardan la prosperidad de las familias y de los Estados,
ahogándose así la voz de la naturaleza, que aún a los ignorantes y a las
tribus no civilizadas enseña lo lícito o ilícito, lo que es bueno o es
malo, haciendo sentir la responsabilidad de las propias acciones ante
Dios. Arrancados los mismos fundamentos de la autoridad que dá a unos el
derecho de mandar y a otros la obligación de ser obedientes surgen las
violentísimas agitaciones que están hundiendo todo en un profundo abismo
de caos y desesperación.
Inmensos
recursos emplean los enemigos del hombre y del catolicismo, jefaturados
por las fuerzas del Infierno, en una acción perfectamente estructurada,
largamente planeada, profundamente conocidas las columnas claves que
sostienen todo el edificio, contra las cuales todos los recursos
reunidos y en una sola dirección de todos los cristianos, son
absolutamente impotentes e inútiles si no se tiene la ayuda divina.
Ayuda divina que incuestionablemente se tiene, pero por los caminos
marcados por Dios mismo y no por los que el mismo hombre desea.
Qué
extraño resulta ahora ver que sabido perfectamente que la salvación de
la Iglesia es la salvación del mundo, y que no estando Pedro, no existe
la Iglesia, la Iglesia remanente reconociendo la usurpación del Trono
pontificio mediante una vasta labor de siglos, mediante el empleo de
poderosos recursos y agentes incondicionales, se niegue sistemáticamente
a la elección papal, mientras se trabaja de muchas otras maneras, todas
infructuosas para vencer a las fuerzas que se tienen al frente,
confiando en promesas inexistentes y en ilusiones, antes que obrar con
la urgencia que el caso requiere. Esto es lo que completa el cuadro
trágico y pavoroso que estamos viendo. Y si a tiempo no se rectifica,
sucederá aquello que el profeta Isaías decía: “Los desertores del Señor
serán aniquilados” (1, 28).
Moisés y
todos los profetas, enseñaron con claridad, que el pecado es una
oposición no solamente a Dios, sino a una sola norma. Es un
quebrantamiento a la fidelidad (Is. 1, 2-4), es un adulterio (Jer. 3,
20), es una actitud hostil, frente a la soberanía y a los requerimientos
de Dios y de la Iglesia. Es una fuga hacia el engaño (Hebr. 3,
13), hacia la mentira (Sant. 3, 14; Juan 8, 44 y sigs.; Rom. 1,
25), hacia las tinieblas y confusión enemigas de la luz (Juan 1, 5 y
sigs.).El pecado definitivo contra el Espíritu Santo es el separarse de
Cristo, y el no querer actuar actualmente para tener al papa en la
Iglesia, prefigura este pecado, aunque las apariencias sean otras,
porque Cristo y el papa son una misma cabeza, y porque no solamente nos
llamamos cristianos por Cristo, sino por la Piedra de la que no nos
podemos separar. Cristo a través del papa, habla, gobierna y edifica Su
Cuerpo místico. El pecado se caracteriza por ser una anarquía o
insumisión de la ley, y no solamente en cuanto quebrantamiento exterior
de una prescripción legal. Cuando el cristiano peca, pisotea al Hijo de
Dios y reputa por inmunda la Sangre de Su Alianza(Hebr. 10, 26 y
sigs.). Pero, ¿es absolutamente consciente el hombre, del tremendo
significado y consecuencias de su acto?. Bien sabido es que
ordinariamente, el pecador, aunque su pecado sea muy grave, no quiere
primariamente la separación de Dios. Es llevado sin embargo por el amor
engañoso hacia los bienes creados, y más exactamente, es llevado por el
amor propio y por la apetencia a un bien aparente que su propia soberbia
le presenta, su conveniencia o su sensualidad. La consciencia sin
embargo, no deja de advertir que esa CONVERSIO AD CREATURAM implica la
incompatibilidad con la amistad de Dios. Internamente se sabe que se
renuncia al seguimiento de Cristo. La rebelión directa contra Dios,
solamente constituye por la intención, una agravación del rechazo
indirecto .
Se puede aplicar esto, con toda
propiedad, al estado actual de cosas, pues quienes se niegan a veces a
la elección del papa, quienes oponen contingencias, prudencias,
conveniencias, no están directamente negando la necesidad del papa, y
las doctrinas enseñadas por la Iglesia, pero indirectamente, lo mismo
que el hombre que peca sin querer apartarse primariamente de Dios, y de
hecho, se están revelando contra Dios y contra los dictados de la
Iglesia, y están cerrando sus ojos a toda la devastación que ven por
todas partes que viene de la falta de una cabeza. Pues saben
perfectamente bien, sobre todo los obispos y los sacerdotes, que sin la
cabeza, los fieles se dispersan, que sin la cabeza, los obispos se
convierten en una masa confusa y perturbada, como decía León XIII, que
sin la cabeza, la herejía surge tarde o temprano, y más bien temprano
que tarde, y que sin la cabeza no hay Iglesia, porque donde no está
Pedro, no está la Iglesia.
Sienten con esta actitud indirecta
salvar su ortodoxia, salvar su jurisdicción, ofrecer al pueblo una
seguridad doctrinal y llegan a sentir que su actitud aunada con su
trabajo apostólico está salvando y conservando a la Iglesia por lo que
Dios debe actuar no solamente en razón de su entrega, de su trabajo y de
su doctrina, sino principalmente por la Palabra comprometida de
Jesucristo. Pero no es así, porque engañados, no están haciendo lo
necesario en este momento de extremísima necesidad. Por esto, San
Agustín decía que el pecado es”pensamiento, palabra y obra”, y la acción
o la omisión pecaminosa, es la denegación a Dios del honor que le es
debido (Rom. 1, 21). Hay también en muchos, una evidente confusión. La
confusión es falta de luz, es decir, oscuridad. Y la oscuridad es
enemiga de la luz (Juan 1, 5 y sigs.). La confusión es enemiga de la
salvación. San Pablo habla de los confusos como hombres que “siempre
están aprendiendo, sin lograr jamás llegar al conocimiento de la
verdad” (II de Tim. 7, 3). Estos no tienen Fe porque la Fe suple lo que
no se entiende o lo que no se conoce, ni tienen humildad, porque han de
averiguarlo todo, saberlo todo, no confían en nadie, más que en su
parecer soberano. “Para los contaminados y los que no tienen Fe, nada es
puro, porque tienen contaminada su mente y su conciencia” (Tito 1,
15). Estos, están descuidando el celo ardiente por el Reino de Dios y
por el establecimiento del orden cristiano en todo el mundo, conforme a
los deseos de Dios, para limitarse, lo cual les resulta peligroso, a la
mera purificación, a la salvación personal, o al beneficio de la parcela
que se atiende, cuando el momento obliga a acciones más universales y
trascendentes. Los santos contemplativos y de grandes penitencias,
dejaron sus claustros y sus prácticas, para sumarse a la lucha exterior,
cuando la Iglesia estaba en peligro. Y fueron al mundo y vencieron.
¿No es un verdadero contrasentido
predicar, y al mismo tiempo ser infiel a lo que se predica?, ¿predicar
la ocupación del Trono sagrado de San Pedro por antipapas, al mismo
tiempo que se niega con las palabras o con las obras la necesidad del
papa?. ¿Cómo se explica en los seminarios a los espíritus jóvenes en
formación, la doctrina de la necesidad constante del magisterio papal,
condicionándola al mismo tiempo a contingencias, a conveniencias o a
pareceres humanos?, ¿cómo se evita que los fieles se acostumbren y
aprendan que no siempre es necesario Pedro?. O se calla la doctrina, o
se condiciona, y así se enseña herejía. Se olvida que la ley de la
oración determina la ley de lo que se cree. Entonces, ¿es necesario
siempre el papa, según el dogma, en todo tiempo, sin interrupción, o no
es necesario?, ¿se debe elegir a Pedro inmediatamente en situación de
sede vacante, o se puede por diversas circunstancias dilatar la
elección?, ¿y quién dirá cuáles son esas circunstancias?, ¿hasta
cuánto?, ¿quién dará esa norma?, ¿se puede negar o condicionar el Dogma
del Concilio Vaticano I sobre la perpetuidad del pontificado que Dios no
opera como por arte mágica sino que el hombre es el que está obligado a
conservarla?, ¿no es el momento de obrar para demostrar que se cree lo
que se confiesa con la palabra?, ¿se negarán las innúmeras doctrinas
sobre la unidad absoluta, que solamente se logra estando Pedro, y sabido
esto, se continuará manteniendo la división en la Iglesia con verdadera
protervia herética?, ¿si en ciertos momentos sobre todo en los de
crisis, es necesario esperar para elegir, cuándo es necesario Pedro
entonces?, ¿no se puede pensar y con toda razón que esta actitud casi
completamente general, entraña una terrible herejía?. Actualmente la
inacción implica una actitud cismática y herética evidente. ¿Cuánto
formal, y cuánto material después de expuesta la Doctrina?.
Muchos esperan un milagro,
¿sucederá?. Muchos esperan ya a Elias y a Enoc para que les diga cuándo
elegir, y hasta para elegir ellos mismos, ¿no saben que las Escrituras
dicen que no solamente no serán por todos conocidos, sino que se
burlarán de sus doctrinas y serán considerados fastidiosos?. Otros
quieren una mayor cantidad de obispos y sacerdotes, ¿cuántos?, ¿cómo se
pondrán de acuerdo en ese número?, ¿en cuanto tiempo tendremos una
supuesta cantidad que nadie conoce, si en cuarenta años apenas existen
como cuarenta obispos aproximadamente?, ¿estaremos sin papa doscientos
años?. Se esperan también otras circunstancias, otras situaciones, otros
momentos más adecuados, ¿están ciegos que no ven que las cosas cada vez
están peor y más complicadas, que la herejía por todas partes se está
introduciendo en las filas tradicionalistas?, ¿no es evidente, doctrina
de la Iglesia, que el tiempo que transcurra esperando esas cosas
destruirá la Doctrina ortodoxa que queda y entonces tampoco sera posible
la unidad y la elección de Pedro?. Pero tampoco dicen qué es lo que hay
que esperar para esperarlo, ni aseguran que todos estarán de acuerdo en
haber reconocido el tiempo adecuado. Otros quieren que en el mismo
Vaticano surja la solución, y que por arte de magia, los apóstatas que
allí pululan se vuelvan ortodoxos y que desaparezcan todos los
infiltrados que por años fueron llegando a las cumbres de los mandos
eclesiásticos. Y creo que estos son los más ilusos. Esperan entonces
acontecimientos en Roma y hacen depender a la Iglesia remanente de la
influencia del Anticristo.
Todo esto, es pura ilusión, todo
esto es soslayar, todo es dejarse manipular. Todo soberbia, todo
cobardía, todo interés personal. ¡Que cosa más insulsa y que argumentos
más inválidos hemos llegado a oír, insulsos e increíbles!. Lo más
seguro, sigue siendo, sin embargo, lo que la voz de la Iglesia dice y
que nadie quiere atender: en sede vacante, lo más importante y sagrado
es elegir inmediatamente.
En cierta ocasión, alguien me
dijo: “Si elijen pocos, nadie lo va a reconocer”, y le
contesté: “¡Hombre, y qué nos importa!. El número no legitima. Dios no
necesita la aprobación de todos los obispos y sacerdotes
tradicionalistas que existen, y mucho menos la aprobación o
reconocimiento de uno o de cien líderes firuletes”
¿Qué se puede esperar ahora ante
esta situación pavorosa?, afuera no hay Fe, y los que creen tenerla,
aunque sin culpa porque han sido engañados, no nos sirven absolutamente
para nada. Y dentro no hay Caridad. No hay unión. ¿Qué sucederá ante el
abandono de la Iglesia remanente, de la tremenda responsabilidad?, ¿será
posible que haya todavía quien dé oídos a las primordiales necesidades
de la Iglesia y de las almas que se están perdiendo?.
Los verdaderos pastores, obispos y
sacerdotes, y los verdaderos laicos cristianos, todos aquellos que sólo
buscan el honor de Jesucristo, abandonarán su actitud cismática, y aún
contra su conveniencia o seguridad personal, se unirán a los pocos que
ahora desean que Pedro los gobierne, que el santo padre esté de nuevo en
el mundo para hablar la Palabra de Jesucristo que ahora enmudece, y
para ser llevados infaliblemente al puerto de la salvación. Porque saben
que no hay nada más importante que la salvación de la Iglesia y la
lucha por el honor de Jesucristo. Y saben también que aunque pequeños
ante el inmenso poder de los enemigos, han de pelear con la fuerza de
Dios, que extenderá Su Brazo poderoso para llevarlos al triunfo. Dejarán
entonces que los muertos entierren a sus muertos, pero no dejarán de
orar por todos.
Y estarán conscientes, que al
abandonar los quistes vergonzosos que el Gobierno Mundial les ha
permitido para subsistir un poco de tiempo para luego diluirse y
desaparecer, caerá sobre sus cabezas todo aquello que las sagradas
Escrituras anuncia para los verdaderos seguidores de Jesucristo.
Porque vivir píamente en Cristo y
hacer Su santísima Voluntad, indudablemente es ser perseguido (II Tim.
3, 12),porque es quedar expuesto a la ira de Satanás y sus corifeos; no
debe ser cosa ignorada lo que Cristo dice:”Bienaventurados seréis,
cuando os aborrecieren los hombres, y os aparten de sí, y os ultrajen, y
desechen vuestro nombre como malo, por el Hijo del Hombre” (Luc. 6,
22); “seréis aborrecidos de todos por mi nombre” (Marc. 13,
13), (ABORRECER, según el diccionario de la lengua: tener horror, odio y
aversión a una persona o cosa. Detestar, aburrir, fastidiar o
molestar); “bienaventurados sois cuando os maldijeren, y os
persiguieren, y dijeren todo mal contra vosotros mintiendo, por mi
causa” (Mat. 5, 11); “seréis aborrecidos de todos, por mi nombre” (Mat.
10, 22); “el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco
yo soy del mundo” (Juan, 17, 14); “si el mundo os aborrece, sabed que a
mí me aborreció primero que a vosotros” (Juan, 15, 18); “viene la hora
en que cualquiera que os mate, pensará que hace un servicio a
Dios” (Juan, 16 , 2 ).
Entenderán aquello que el Dr. Homero
Johas dice en su artículo LA IGLESIA Y “EL PAPA MATERIALITER”: “La
consagración de Obispos puede ser un remedio pasajero hasta la elección
de un verdadero papa y no un remedio ligado a la vacancia perenne, a la
doctrina de la perenne acefalia de la Iglesia”, porque si la salvación y
la reestructuración de la jerarquía que incluye al papa no se pugna, no
se justifica en lo absoluto la aplicación de la Epiqueya en este caso
de extrema necesidad y se es reo de violar la ley canónica. Porque en la
Iglesia, “nada se confirió independientemente de Pedro” (Satis
Cognitum, 36. León XIII). Y así, no tiene razón de ser nada de lo que se
está haciendo aisladamente y fuera de lo que la Iglesia misma manda.
Que “el poder de elegir la Cabeza
suprema de la Iglesia, (Johas), existe siempre en la Iglesia, JURE
DIVINO, por la misma Constitución divina de la Iglesia. Este poder puede
ser regulado en su ejercicio por el Derecho humano papal, pero no puede
ser eliminado o impugnado por el Derecho humano, so pena de ser norma
nula. Faltando el Colegio de Cardenales, los electores designados
humanamente “non est dubitandum quin Ecclesia possit sibi provideri de
Summo Pontífice” (no se puede dudar que la Iglesia puede proveerse de
Sumo Pontífice) escribe Vitoria, porque “de otro modo existiría la
vacancia perpetua en aquella Sede que debe durar perpetuamente”. “Illa
potestas est communis et a tota Ecclesia debet provideri” (dicha
potestad es común y debe ser provista por toda la Iglesia) (Recol.
18). “En caso de necesidad el poder superior desciende al poder
inmediatamente inferior” porque “esto es indispensable para la
sobrevivencia de la Sociedad y para evitar las tribulaciones de la
extrema necesidad” (Billot, De Ecclesia Christi). Lo que es de necesidad
de medio para el fin para el cual existe la Sociedad está por encima de
lo que es de necesidad de precepto para el ordenamiento de los actos
sociales”. Porque, “El medio CANÓNICO en cuanto Derecho meramente
humano, no es el ÚNICO MEDIO jurídico en casos de necesidad. La
intención del legislador humano en la Iglesia, no intenta impedir lo que
es de necesidad por Derecho Divino. La designación humana de electores
papales, no intenta impedir la necesidad de elecciones papales, sino
solamente ordenar el modo de elegir ya que Cristo no dejó leyes
electorales”.
“El objeto de la Fe, enseña Pío XI, no
puede tornarse oscuro e incierto, también dice Johas, al punto de que
sea necesario tolerar opiniones opuestas” (Mort. ánimos). Pero los que
apartan la Cabeza visible de la Iglesia, IPSO FACTO obscurecen para sí,
la Iglesia visible y terminan como una “jerarquía de
comparsas” y “obispos sin jurisdicción, acéfalos”.
“Ante los males presentes, termina
el Dr. Johas, recordemos: Dios no quiere que acontezca el mal porque es
Santo; tampoco quiere que no acontezca, porque en ese caso no ocurriría;
pero quiere permitir que acontezca, para prueba de unos y libre
condenación de otros. Por lo tanto, haciendo lo que se debe hacer,
adoremos la Voluntad divina y digamos el FIAT VOLUNTAS TUA ante tal
prueba en la cual vemos caer a unos a la izquierda y a otros a la
derecha”.
Quiera Dios clemente, que los
sentimientos no se hayan atrofiado por una voluntad árida y sin
emociones por el cumplimiento del deber, y que por lo menos algunos
abran los ojos, para que sin respetos humanos y desnudos de cualquier
interés mundano, con Fe y con Caridad, en esta hora dramática, revivan a
la que ha muerto habiendo sido decapitada. Si mis escritos han de
contribuir para esto, he de darle gracias a nuestro Señor y a Su gran
Madre, nuestra santísima Virgen María.
+ MONS. JOSÉ F. URBINA AZNAR.
LAUS ET GLORIA