LA VIRGEN MARÍA CORREDENTORA 6/9
Por vía de sacrificio
La pasión de Cristo realizó también
la redención del mundo por vía de sacrificio; y, análogamente, o sea,
salvando las debidas proporciones, hay que decir lo mismo de la
corredención mariana. Pero antes de pasar a demostrarlo es conveniente
precisar el verdadero sentido y alcance de la palabra sacrificio.
En sentido estricto, el sacrificio consiste en la oblación externa
de una cosa sensible, con cierta inmutación o destrucción de la misma,
realizada por el sacerdote en honor de Dios para testimoniar su supremo
dominio y nuestra completa sujeción a El.
Esta definición recoge las cuatro causas del sacrificio:
a) Material: la cosa sensible que se destruye (v.gr., un cordero).
b) Formal: su inmolación o destrucción en honor de Dios.
c) Eficiente: el sacerdote o legitimo ministro.
d) Final: reconocimiento del supremo dominio de Dios y nuestra total sujeción a El.
Esto supuesto, vamos a exponer la doctrina referente a Cristo y a María en forma de conclusiones.
1ª La pasión y muerte de Jesucristo en la cruz tienen razón de verdadero sacrificio en sentido estricto. (Doctrina católica.)
Lo negaron los socinianos,
protestantes liberales y los racionalistas y modernistas en general,
tales como Renán, Sabatier, Schmith, Harnack, Loisy, etc. Contra ellos,
he aquí las pruebas de la doctrina católica:
a) LA SAGRADA ESCRITURA. Ya en el Antiguo Testamento el profeta Isaías vaticinó el sacrificio de la cruz:
«Maltratado y afligido, no abrió la boca, como cordero llevado al matadero, como oveja muda ante los trasquiladores… Quiso quebrantarlo Yahvé con padecimientos. Ofreciendo su vida en sacriflcio por el pecado, tendrá prosperidad y vivirá largos días…» (Is 53,7 y 1o).
San Pablo insiste repetidas veces en la oblación sacrificial de Cristo:
«Y ahora todos son justificados gratuitamente por su gracia, por Ja redención de Cristo Jesús, a quien ha puesto Dios como sacrificio de propiciación* (Rom 3,24-25).
«Vivid en caridad, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros en oblación y sacrificio a Dios de suave olor» (Ef 5,2).
«Porque Cristo, que es nuestra pascua (o sea, nuestro cordero pascual), ha sido inmolado» (1 Cor 5,7)
«Pero ahora una sola vez, en la pienitud de los siglos, se manifestó (Cristo) para destruir el pecado por el sacrificio de sí mismo» (Heb 9,26).
b) EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA.
La Iglesia ha enseñado siempre y en todas partes, con su magisterio
universal ordinario, la doctrina de la conclusión. Y aunque no la ha
definido expresa y directamente—por ser una verdad tan clara y
fundamental—, la da por supuesta y la define indirectamente al definir
otras cosas afines. Véanse, por ejemplo, los siguientes cánones del
concilio de Trento relativos al santo sacrificio de la misa:
«Si alguno dijere que en el sacrificio de la misa no se ofrece a Dios un verdadero y propio sacrificio…, sea anatema» (D 948),
«Si alguno dijere que el sacrificio de la misa sólo es de alabanza y de acción de gracias o mera conmemoración del sacrificio cumplido en la cruz…, sea anatema» (D 950).
«Si alguno dijere que por el sacrificio de la misa se infiere una blasfemia al santísimo sacrificio de Cristo cumplido en la cruz, o que éste sufre menoscabo por aquél, sea anatema» (D 951).
c) LA RAZÓN TEOLÓGICA.
En la pasión y muerte de Cristo se dieron en grado excelentísimo todas
las condiciones que se requieren para un verdadero sacrificio en
sentido estricto, a saber:
MATERIA DEL SACRIFICIO: el cuerpo santísimo de Cristo inmolado en el madero de la cruz.
OBJETO FORMAL: la inmolación o
destrucción del cuerpo de Cristo, voluntariamente aceptada por El a
impulsos de su infinita caridad.
SACERDOTE OFERENTE: el mismo Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, ofreciéndose a la vez como Víctima.
FINALIDAD: devolverle a Dios el honor
conculcado por el pecado, reconociendo su supremo dominio y nuestra
completa sujeción a él
Se cumplen, pues en la pasión de Cristo todas las condiciones del verdadero sacrificio en grado superlativo. Para mayor abundamiento, escuchemos a Santo Tomás y a San Agustín exponiendo hermosamente esta doctrina:
«Propiamente hablando, se llama sacrificio una obra realizada en honor de Dios y a El debida para aplacarle. Ahora bien. Cristo se ofreció voluntariamente en su pasión por nosotros, y el hecho de haberla soportado voluntariamente con infinita caridad fue sumamente grato y acepto a Dios. De donde resulta claro que la pasión de Cristo fue un verdadero sacrificio» 21
«¿Qué cosa podían tomar los hombres más conveniente para ofrecerla por sí mismos que la carne humana? ¿Qué cosa más conveniente para ser inmolada que la carne mortal? Y ¿qué cosa tan pura para limpiar los vicios de los hombres que la carne concebida en el seno virginal sin carnal concupiscencia? Y ¿qué cosa podía ser ofrecida y recibida tan gratamente sino la carne de nuestro sacrificio, el cuerpo de nuestro sacerdote?» 22.
Como advierte Santo Tomás, aunque la
pasión de Cristo fue un horrendo crimen por parte de los que le mataron,
por parte de Cristo fue un sacrificio suavísimo de caridad. Por esto se
dice que fue el mismo Cristo quien ofreció su propio sacrificio, no
aquellos que le crucificaron 23
Advertencias. 1ª En
sentido lato, el sacrificio de Jesucristo comenzó en el momento de la
encarnación en el seno virginal de María (cf. Heb 10, 5-7), pero no se
realizó propiamente y en sentido estricto hasta su real inmolación en la
cruz.
2•a En el cielo
continúa perpetuamente el sacerdocio de Jesucristo (cf. Heb 7,17), pero
no su sacrificio redentor, que, por su infinita eficacia, se realizó
«una sola vez en la plenitud de los siglos (Heb 9,25), ya que con una sola oblación perfeccionó para siempre a los santificados»
(Heb 10,14). En el cielo ejerce Cristo su sacerdocio eterno
intercediendo continuamente por nosotros ante el Padre (cf. Heb 7,25),
siendo nuestro abogado ante El (i Jn 2,1) y comunicándonos la virtud
eterna de su sacrificio en la cruz por medio de la fe y de los
sacramentos por El instituidos.
2ª Los inmensos dolores de
María, sobre todo los de su compasión al pie de la cruz de Cristo,
tienen razón de verdadero y auténtico sacrificio, enteramente
subordinado al de Cristo Redentor y en forma análoga y proporcional.
(Doctrina cierta y casi común.)
Con su claridad acostumbrada, escuchemos al padre Cuervo exponiendo esta doctrina 24:
Para entender rectamente la compasión
de María en la pasión y muerte del Hijo y su cooperación con él en el
misterio de nuestra redención, hay que tener en cuenta las cosas
siguientes:
1ª La real asociación
de María al orden hipostático y al fin de la Encarnación, en virtud de
ja cual tiene una dignidad sólo inferior a la de Jesucristo y una
participación de su misión divina de salvar al mundo.
2ª La plenitud inmensa de su gracia, proporcional a su altísima dignidad y misión sagrada.
3ª Su unión
indisoluble con el Hijo por razón de su maternidad divina, de aquella
doble asociación con El y de su gracia plenísima.
4ª Los derechos que como madre suya tenía sobre la vida del Hijo, la cual, en cierto modo, le pertenecía a ella también.
Esto supuesto, es fácil deducir:
1º Que todos los trabajos y dolores de
María, cualquiera que fuera su origen o procedencia, estaban unidos,
por disposición divina y de su voluntad informada por la gracia, a los
de Jesucristo en el mismo fin de nuestra redención.
2º Que todos los trabajos, dolores,
aflicciones y hasta la misma muerte del Hijo en la cruz,
espiritualmente eran también dolores, aflicciones y muerte de la Madre,
por las relaciones de afinidad existentes entre los dos y las
sobrenaturales de la gracia, ofrecidos a Dios con unidad profunda de
voluntad, de intención y de fin.
3º Que toda la vida de María, después
de la concepción del Verbo, moralmente no fue otra cosa más que una
con-vida de Jesús, y que la misma inmolación física que Jesucristo hizo
voluntariamente de sí mismo en la cruz por la redención del género
humano, la hizo también María de un modo espiritual, juntamente con la
abdicación de todos sus derechos sobre la vida del Hijo, que, en cuanto
madre, en cierta manera le pertenecía.
Pero María no es Jesús, ni la vida de
éste físicamente la vida de María. Los dos están íntima e
indisolublemente unidos en un mismo orden y en un mismo fin, pero de muy
diversa manera. Jesucristo, como Sacerdote Supremo y Víctima al mismo
tiempo; María, como asociada y cooferente espiritualmente. Jesucristo,
en cuanto hombre, es Sacerdote Supremo y la Víctima propiciatoria en
virtud de la unión sustancial. María, aunque asociada al orden
hipostático, no lo está, sin embargo, sustancialmente, sino de una
manera puramente relativa. Esta asociación, aunque suficiente para
unirla con Jesucristo en el mismo fin de la Encarnación, no la
constituye en sacerdote supremo ni en la víctima propiciatoria, por
defecto en ella de la unión sustancial, ni tampoco formalmente en
sacerdote ministerial, por carecer del carácter, sino en algo
trascendente a este último, o sea, en cooperadora y cooferente
realmente de un modo espiritual de todo el sacrificio de Jesucristo, en
cuanto madre suya, mediadora y corredentora con El de todo el género
humano.
De donde se deduce que el sacrificio
de María, subjetivamente considerado, no es formalmente el mismo de
Jesucristo, por no encontrarse en ella de esa manera los elementos
constitutivos de aquél, pero sí objetiva y espiritualmente, en la misma
proporción de su cooperación espiritual al mismo sacrificio de Jesús en
la cruz.
La valoración del sacrificio de María,
en su cooperación al de Jesucristo, hay que medirla por su dignidad de
orden hipostático, por su inmensa gracia y caridad y por la misma vida
del Hijo, que, en cierto modo, le pertenecía. Teniendo en cuenta todas
estas cosas, no cabe duda que el sacrificio de María agradaría a Dios
por lo menos tanto como le desagradó el pecado del hombre; y, por
consiguiente, que la Virgen María cooperó con Jesucristo a nuestra
redención a modo de sacrificio o con-sacrificio, aplacando la ira
divina y reconciliándonos con Dios, en colaboración íntima con su divino
Hijo. Y esta cooperación de María a nuestra- redención es análoga a la
de Jesucristo con una analogía de proporcionalidad propia, por cuanto la
razón de sacrificio se encuentra en María formalmente, pero de muy
diversa manera, por lo mismo que sólo espiritualmente es el mismo del
Hijo».
¿Fue sacerdotal el co-sacrificio de María al pie de la cruz?
Intimamente relacionada con la
corredención mariana por vía de sacrificio se plantean los teólogos la
cuestión del llamado sacerdocio de María. La inmensa mayoría de los
teólogos niegan que el co-sacrificio de María al pie de la cruz fuera
sacerdotal, sencillamente porque María no recibió ni podía recibir—como
mujer que era—el sacerdocio ministerial, reservado por Dios
exclusivamente a los hombres. Pero otros teólogos, empleando en sentido
analógico la palabra sacerdote, atribuyen a la Virgen un real y
verdadero sacerdocio, muy inferior al sacerdocio supremo de Jesucristo,
pero muy superior al sacerdocio ministerial, que corresponde a los que
han recibido el sacramento del orden, y, desde luego, al sacerdocio
común, que corresponde a todos los cristianos (cf. r Pe 2,9).
Creemos que, rectamente entendida, es
verdadera la sentencia que atribuye a la Virgen un verdadero
sacerdocio, inmensamente superior al de los simples fieles e incluso
muy superior al ministerial—que de ninguna manera poseyó, puesto que no
recibió ni pudo recibir el sacramento del orden–, aunque infinitamente
inferior al sacerdocio supremo de Jesucristo. Escuchemos al P. Aldama
explicando con gran ponderación y serenidad este sacerdocio de María
25:
« ¿Puede decirse que esta cooperación de María (al sacrificio redentor) sea estrictamente sacerdotal, de tal manera que el sacrificio de la cruz fue ofrecido juntamente por Cristo y por María, de donde ésta poseería el correspondiente sacerdocio?»
En el Nuevo Testamento se distingue un
triple sacerdocio: el primero es el sacerdocio de Cristo, supremo y
eterno; el segundo es el sacerdocio ministerial, que existe en la
Iglesia por el sacramento del orden; el tercero es el sacerdocio
genérico de todos los cristianos, del que habla San Pedro (cf. i Pe
2,9).
La cooperación de la Virgen al
sacrificio de la cruz no puede reducirse a la actuación de este último
sacerdocio (el común a todos los cristianos). No sólo porque este
sacerdocio se refiere al sacrificio eucarístico, mientras que María
cooperó al sacrificio mismo de la CRUZ, sino también porque María, unida
de modo especial a la Víctima, fue asociada singularmente con Cristo
en la ‘realización de la obra de la redención. Ni puede reducirse
tampoco la actuación de María en el sacrificio de la cruz a la actuación
del sacerdocio ministerial, ya que este sacerdocio no lo tuvo María ni
lo pudo tener. Luego parece que hay que concluir que María poseyó un
sacerdocio inferior al de Cristo, pero superior a nuestro sacerdocio
ministerial».
En una palabra: María no fue sacerdote en el sentido en que lo son los que han recibido el sacramento del orden; pero fue supersacerdote, en cuanto que cooperó intrínsecamente con el mismo Cristo al sacrificio redentor de la humanidad.
Veremos en el próximo artículo la cuarta vía por la que realizó Cristo la salvación del mundo con la cooperación de María.