miércoles, 5 de diciembre de 2012

LA RE REELECCIÓN

UN DESATINO
OPINIÓN:

Constitución. Constituir es formar, componer, establecer, fundar, dotar. Cuando una pareja se casa queda constituido un matrimonio; cuando se crea un club de fútbol una de las primeras medidas es la de constituir su comisión directiva. Los países establecen sus leyes fundamentales, el orden en el cual se basará su vida pública, y a ese orden se lo llama constitución, ya que constituye las bases con las que han de regir sus normas de convivencia.
Desde la antigüedad hay constituciones, desde que hay sociedades organizadas. Una de las más célebres es la que Licurgo estableció para Esparta, sabia constitución que tenía una norma singular: la constitución debía conservarse en la memoria pero no escribirse. ¿Por qué no habría de escribirse? Porque un texto, no escrito, es una idea, pero una vez escrito queda preso de sus palabras; en nuestra Constitución tenemos un ejemplo: dice que nadie será privado de su libertad sino en razón de una orden del juez competente. Bien; entonces la policía a nadie priva de su libertad, sino que simplemente lo detiene, o lo demora. O sea que es posible hacer lo que la Constitución manda que no se haga simplemente cambiando las palabras. Inglaterra ha tratado de seguir ese ejemplo, y a pesar de tener una rica, compleja y sabia vida política nunca ha escrito su Constitución.
Norteamérica, al separarse de Inglaterra, careciendo de tradiciones y de normas generales para los estados separados, aislados entre sí, debió formular un texto escrito que los uniera, los federara a todos -federar es unir-  y diera las bases de su vida cívica. Esa Constitución ha servido de ejemplo a casi todas las que se dictaron después.
Entre nosotros la Asamblea del Año XIII trató de copiar la Constitución de Cádiz, dictada por los españoles el 19 de marzo de 1812. No se pudo concretar. Poco después se hicieron varios intentos que fracasaron. En 1826 Rivadavia inspiró una Constitución, que copiaba algo de la norteamericana y algo de la francesa y de la española, estableciendo un régimen unitario; no pudo aplicársela porque las provincias la rechazaron.
Los unitarios siguieron insistiendo en que había que dictar una constitución. Quiroga, aunque federal, decía que sí, total la constitución no sería más que un cuadernito con el que se los satisfaría a esos unitarios, pero ordenaría un régimen federal. Rosas sostenía que no: que debíamos constituirnos primero, crear en la realidad las bases prácticas y posibles de convivencia (una de esas bases los tratados entre las provincias) y luego pasar por escrito el orden alcanzado incluyendo lo que hubiera resultado satisfactorio y desechando lo que no diera buenos resultados. No se le hizo caso y sus enemigos, en 1853, dictaron la Constitución copiando de la norteamericana, incluso con malas interpretaciones por errores de traducción.
La Constitución no sirvió, como se dice, para pacificar el país. A pesar de ella hubo muchas guerras entre provincias (el Estado de Buenos Aires contra los Trece Ranchos), levantamientos de Peñaloza, de Varela, de Alem en 1890 y 1893, de Yrigoyen en 1905, que fracasaron militarmente, no pudieron derrocar al poder. Que las revoluciones armadas fracasen, que las guerras civiles no puedan voltear los gobiernos, no significa que se goce de una paz perfecta. Yrigoyen, después de su fracaso de 1905, dijo que era inmoral tratar de voltear un gobierno si no se contaba con el apoyo de las fuerzas armadas, pues quedaba visto que antes las puebladas podían imponerse sobre los ejércitos y ahora, con el avance de las técnicas y los nuevos armamentos, ya no.
La Constitución actual es una vergüenza porque es el resultado de un pacto entre dos caudillos. Los dos caudillos acordaron qué cosas cambiarían y convocaron al pueblo para que apruebe. Los señores convencionales constituyentes no tenían otra cosa que acatar el mandato de sus jefes, entonces, en vez de comportarse como señores se limitaron a encomendarles a tinterillos que redactasen la voluntad de los jefes. El resultado es este desastre que un buen escritor aconsejaba que se prohibiera en los colegios, para que los alumnos no aprendan a escribir mal.
 Actualmente se quiere modificarla una vez más. Es indudable que el país vive momentos aflictivos, crisis que afectan a los ciudadanos en sus vidas personales, problemas ante los que la sociedad se muestra impotente, sin soluciones a ofrecer.
Me refiero, por supuesto, a los cambios que han producido una gravísima disminución del empleo, con miles de jóvenes -y de viejos también- fuertes, capacitados, instruidos, vigorosos, con el ánimo bien dispuesto para ser útiles a la comunidad brindando su trabajo, y que sin embargo se ven marginados, despreciados por un país que no precisa de sus servicios.
Este es el problema más angustiante de hoy, y un desafío a la clase política que tiene la obligación de procurar el mejor ordenamiento posible para la sociedad. Que en estos momentos, ante una clase media que desaparece, un ordenamiento de seguridad de las personas que en gran parte ha perdido la confianza de la gente, drogas, corrupciones, los políticos nos aboquemos a estudiar una reforma de la Constitución; discutamos si la presidente, los gobernadores y los legisladores debieran ser reelegibles o no; parecería una actitud agraviante hacia los afligidos, los dolientes, los padres de chicos con hambre, los desesperados que interrumpen el tránsito en los caminos para que sus reclamos sean oídos por quienes tengan alguna posibilidad de solucionarlos.
No digo que el ordenamiento jurídico del Estado no tenga fundamental importancia ni deba ser dejado de lado. Simplemente me parece que los males que puedan señalársele a la Constitución actual no tienen ni gravedad ni urgencia como para crear otro campo de conflictos, de enfrentamientos, de discordias entre quienes estamos obligados a dedicar nuestras mejores energías al análisis y al remedio de cuestiones que son de mucha mayor enjundia. Si la Constitución ha de ser un instrumento normativo de la vida cívica, no puede estar cambiándosela cada vez que se le encuentre algo que en ese momento no nos guste. Se supone que los constitucionalistas no la han hecho para una circunstancia determinada sino para que sea guía, norma, cartabón. Suponer que está permanentemente a tiro de modificación equivale a renunciar a una Constitución permanente, estable, para manejarse sólo por normas que se piensen adecuadas para cada circunstancia particular.

DR. JORGE B.LOBO ARAGÓN