UN DESATINO
OPINIÓN:
Constitución.
Constituir es formar, componer, establecer, fundar, dotar. Cuando una pareja se
casa queda constituido un matrimonio; cuando se crea un club de fútbol una
de las primeras medidas es la de constituir su comisión directiva.
Los países establecen sus leyes fundamentales, el orden en el cual se basará su
vida pública, y a ese orden se lo llama constitución, ya que constituye las bases con las que han de
regir sus normas de convivencia.
Desde
la antigüedad hay constituciones, desde que hay sociedades organizadas. Una de
las más célebres es la que Licurgo estableció
para Esparta, sabia constitución que tenía una norma singular: la constitución
debía conservarse en la memoria pero no escribirse. ¿Por qué no habría de
escribirse? Porque un texto, no escrito, es una idea, pero una vez escrito
queda preso de sus palabras; en nuestra Constitución tenemos un ejemplo:
dice que nadie será privado de su libertad sino en razón de una orden del juez
competente. Bien; entonces la policía a nadie priva de su libertad, sino que simplemente lo detiene, o lo demora. O sea que es posible hacer lo que la
Constitución manda que no se haga simplemente cambiando las palabras. Inglaterra ha tratado de seguir ese
ejemplo, y a pesar de tener una rica, compleja y sabia vida política nunca ha
escrito su Constitución.
Norteamérica, al
separarse de Inglaterra, careciendo de tradiciones y de normas generales para
los estados separados, aislados entre sí, debió formular un texto escrito que
los uniera, los federara a todos -federar
es unir- y diera las bases de su vida cívica. Esa
Constitución ha servido de ejemplo a casi todas las que se dictaron después.
Entre nosotros la Asamblea del Año XIII
trató de copiar la Constitución de Cádiz, dictada por los españoles el 19 de
marzo de 1812. No se pudo concretar. Poco después se hicieron varios intentos
que fracasaron. En 1826 Rivadavia
inspiró una Constitución, que copiaba algo de la norteamericana y algo de la
francesa y de la española, estableciendo un régimen unitario; no pudo
aplicársela porque las provincias la rechazaron.
Los unitarios
siguieron insistiendo en que había que dictar
una constitución. Quiroga,
aunque federal, decía que sí, total la constitución no sería más que un
cuadernito con el que se los satisfaría a esos unitarios, pero ordenaría un régimen
federal. Rosas sostenía que no: que debíamos constituirnos primero, crear en la realidad las bases prácticas y
posibles de convivencia (una de esas bases los tratados entre las provincias) y
luego pasar por escrito el orden alcanzado incluyendo lo que hubiera resultado
satisfactorio y desechando lo que no diera buenos resultados. No se le hizo
caso y sus enemigos, en 1853, dictaron la Constitución copiando de la
norteamericana, incluso con malas interpretaciones por errores de traducción.
La Constitución no sirvió, como se dice,
para pacificar el país. A
pesar de ella hubo muchas guerras entre provincias (el Estado de Buenos
Aires contra los Trece Ranchos), levantamientos de Peñaloza, de Varela, de Alem
en 1890 y 1893, de Yrigoyen en 1905, que fracasaron militarmente, no pudieron
derrocar al poder. Que las revoluciones armadas fracasen, que las guerras
civiles no puedan voltear los gobiernos, no significa que se goce de una paz
perfecta. Yrigoyen, después de su
fracaso de 1905, dijo que era inmoral tratar de voltear un gobierno si no se
contaba con el apoyo de las fuerzas armadas, pues quedaba visto que antes las
puebladas podían imponerse sobre los ejércitos y ahora, con el avance de las
técnicas y los nuevos armamentos, ya no.
La Constitución actual es una vergüenza
porque es el resultado de un pacto entre dos caudillos. Los dos caudillos
acordaron qué cosas cambiarían y convocaron al pueblo para que apruebe. Los señores convencionales constituyentes no
tenían otra cosa que acatar el mandato de sus jefes, entonces, en vez de comportarse
como señores se limitaron a
encomendarles a tinterillos que redactasen la voluntad de los jefes. El resultado es este desastre que un buen
escritor aconsejaba que se prohibiera en los colegios, para que los alumnos no
aprendan a escribir mal.
Actualmente se quiere modificarla una vez
más.
Es indudable que el país vive momentos
aflictivos, crisis que afectan a los ciudadanos en sus vidas personales,
problemas ante los que la sociedad se muestra impotente, sin soluciones a ofrecer.
Me refiero, por supuesto, a los cambios
que han producido una gravísima disminución del empleo, con miles de jóvenes -y
de viejos también- fuertes, capacitados, instruidos, vigorosos, con el ánimo
bien dispuesto para ser útiles a la comunidad brindando su trabajo, y que sin
embargo se ven marginados, despreciados por un país que no precisa de sus
servicios.
Este es el problema más angustiante de
hoy, y un desafío a la clase política que tiene la obligación de procurar el
mejor ordenamiento posible para la sociedad. Que en estos momentos, ante una clase media
que desaparece, un ordenamiento de seguridad de las personas que en gran parte
ha perdido la confianza de la gente, drogas, corrupciones, los políticos nos
aboquemos a estudiar una reforma de la Constitución; discutamos si la
presidente, los gobernadores y los legisladores debieran ser reelegibles o no; parecería
una actitud agraviante hacia los afligidos, los dolientes, los padres de chicos
con hambre, los desesperados que interrumpen el tránsito en los caminos para
que sus reclamos sean oídos por quienes tengan alguna posibilidad de solucionarlos.
No digo que el ordenamiento jurídico del
Estado no tenga fundamental importancia ni deba ser dejado de lado.
Simplemente me parece que los males que puedan señalársele a la Constitución
actual no tienen ni gravedad ni urgencia como para crear otro campo de
conflictos, de enfrentamientos, de discordias entre quienes estamos obligados a
dedicar nuestras mejores energías al análisis y al remedio de cuestiones que
son de mucha mayor enjundia. Si la
Constitución ha de ser un instrumento normativo de la vida cívica, no puede
estar cambiándosela cada vez que se le encuentre algo que en ese momento no nos
guste. Se supone que los constitucionalistas no la han hecho para una
circunstancia determinada sino para que sea guía, norma, cartabón. Suponer que
está permanentemente a tiro de modificación equivale a renunciar a una
Constitución permanente, estable, para manejarse sólo por normas que se piensen
adecuadas para cada circunstancia particular.
DR.
JORGE B.LOBO ARAGÓN