Mirando pasar los hechos
TRISTE MEMORIA
Desde hace mucho tiempo la
población de Gaza soporta un sitio riguroso, que hasta le impide incluso
recibir asistencia alimentaria o médica. Asedio tenaz, acompañado de ataques aéreos sobre la
población civil y la destrucción de viviendas o edificios públicos. Siempre
envolviendo a todos —mujeres, niños y ancianos— bajo la acusación
de “terroristas”… Bernard Henry-Levy —severo crítico contra Hamas—
reconocía en aquel entonces sentirse “perturbado por las imágenes de los niños
palestinos muertos”.
Una joven idealista
norteamericana, Rachel Corrie, concurrió a Gaza movida por sus ideales
humanitarios. El domingo 16 de marzo de 2003 se plantó ante un tanque bulldozer del ejército israelí, que se disponía a derribar
la casa de un médico palestino en Rafah. El tanque la aplastó destrozándole el
cráneo, las piernas y todos los huesos de la columna. Murió de inmediato. Tenía
23 años
Cuando una flotilla
humanitaria procuraba acercarle auxilios a la población de Gaza, fue abordada
por tropas israelíes que produjeron matanzas llevándose una cantidad de presos.
La explicación del premier Benjamín Netanyahu fue que “no era un crucero de
amor; no era una operación pacífica, era una operación terrorista…” (cfr. “La Nación” del 3 de junio de 2010).
FELIZ MEMORIA
Hace unos años, dieciocho
pilotos de combate israelíes, se negaron noblemente a
cumplir la orden de realizar ataques aéreos sobre la población palestina.
Anteriormente el ciudadano
judío Mordechai Vanunu, movido por
su altos principios, informaba sobre la existencia de una fábrica
clandestina de armas nucleares en Israel. A raíz de lo cual fue condenado a
dieciocho años de prisión —doce en confinamiento aislado— en medio
del gran silencio general. Primero fue secuestrado por el Mossad en Londres y luego llevado a Israel pasando por
Roma. (Ninguno de los dos países protestaron por la violación de sus fronteras
- cfr. “La Nación”, 14 de octubre de
2003).
MEMORIA SELECTIVA
“Sé que en algún momento
nos van a volver a atacar desde Gaza”. Títular de un interviú de Elisabetta Piqué (“La Nación”, 24 de noviembre de 2012).
A NADIE LE IMPORTA…
Los obispos argentinos acaban
de publicar sus reflexiones al acercarse la Navidad, bajo el rótulo testimonial: “Creemos en Jesucristo, Señor
de la historia”. Con una coherente
introducción —resaltando los orígenes cristianos de la
nacionalidad— que justificaría por sí sola el documento por encima de
todo lo demás. Siendo perceptible —y dicho con el mayor respeto—
que más adelante las expresiones
van perdiendo precisión o contundencia. Por ejemplo, al resaltar una honda preocupación por algunos “síntomas” (sic)
de la crisis moral y cultural persistente… Menguando la certeza el
término “síntoma”, como mero indicio
de un padecimiento oculto.
También reafirman que la
familia fundada sobre el matrimonio entre varón y mujer es la base de toda la
sociedad y nada puede remplazarla. Empero —señalan— un conjunto de
iniciativas legislativas “parecen soslayar su importancia o dañar su
identidad”. (Corresponde
acotar que “parecen” las cosas
posibles, sin certeza de su importancia y menos si sólo soslayan…).
Sobre la Educación Pública
(materialista, laica, con escandalosa instrucción sexual) los prelados
manifiestan la “necesidad de mejorar el sistema educativo…” (Otra digresión ineludible: se mejora lo bueno).
En fin, sin agotar el
análisis, el Episcopado corona su reflexión registrando que “a casi treinta
años de la democracia”, corremos el peligro
de una división irreconciliable. Y recuerda sombras históricas, como la
oposición entre unitarios y
federales… sin duda acercando un paralelo desproporcionado con la aniquilación
de la República. Hoy usurpada por el terrorismo, atribulada por la delincuencia
asesina ostensiva de “Batallones Militantes”… Mientras para mayor sarcasmo,
en las mazmorras yacen centenares de prisioneros de guerra, torturados
hasta la muerte.
Es muy llamativa la desilusión
de los prelados ante el fracaso de
los “treinta años de democracia”, como sorprendidos por el amargo fruto de la panacea. Pero justamente un
personaje inescrutable, vino a reponer el sentido de las cosas, desentrañando
la fatalidad de los escrutinios en
su condición de genuino fruto de las urnas. Y para cerrar desde su autoridad
todo comentario sobre el documento eclesial, ha decretado con gracejo rockero: “¿Qué documento?… a nadie le importa" (cfr. “La Nación”, 30 de noviembre de 2012).
Algunos acotan que la
insolencia tiene relación con los desplazamientos de la óptica religiosa hacia
la visión sociopolítica. Y el típico lenguaje encogido o diluyente de los
“políticos”, por momentos asido al patetismo. Pero ante todo causal de penosas
confusiones, a menudo ahondadas e ilustradas por infaltables Voceros…
Casimiro Conasco
Noviembre de 2012