Por Roberto H. Raffaelli
Terroristas en la cárcel de Devoto, 25 de mayo de 1973, horas antes de su liberación
Sucedía -nos decían- que los argentinos
estábamos desunidos, desencontrados. Se reducía así nuestro fracaso
secular a una ridícula perspectiva psicologista, que proponía, como
solución, el encuentro en torno a banderas poco rigurosas hacia el
pasado, y -por lo tanto y a pesar de las declamaciones “nacionales”-
nada definitorias para el futuro.
“El falso amor al prójimo, es mal amor a
sí mismo”, decía Nietzsche. La alharaca conciliatoria y el “clearing de
las culpas” liberaron a los protagonistas de la desagradable necesidad
de recurrir a la honesta práctica de examen de conciencia. Era fácil
descargarlo todo sobre el esperpento militar de turno y mentirse una vez
más -papeleta sobre papeleta- “vox populi, vox Dei”.
Bajo este signo de lo blando, de lo
liberal, de lo electorero, ha nacido el nuevo Gobierno. Y conviene
tenerlo en claro, porque la amnistía y el indulto constituyen un caso
particular, aunque extremo, del “Día del Perdón” de los políticos.
Aunque, como se vio enseguida, ése es un juego apto solamente para
blandos.
DE LOS FUNDAMENTOS DE LOS LIBERADORES
El orden jurídico argentino ha
desincriminado en masa, sin distinción de bienes lesionados ni de medios
comisivos, los actos de terrorismo de estos años. Pasando por alto el
decreto de indulto, que solo menciona como fundamento el mandato popular
del 11 de marzo y las especialísimas características del momento, es en
la ley de aministía donde se ha ensayado justificar (toda amnistía
implica una “justificación” política, ética y jurídica) al terrorismo en
bloque.
Allí se hace mérito de que “la Nación
se ha visto privada de sus mecanismos normales de gobierno”, de que “fue
imposible preservar la voluntad popular y prevalecieron los intereses
imperialistas opuestos al país”. Y, luego de ociosas consideraciones
sobre política criminal (que servirían en todo caso para modificar las
penas, pero no para sustentar una amnistía) concluyó el presidente que
como el nuevo Gobierno “removerá las causas de esta especie de acciones,
no cabe calificar a los actores como socialmente peligrosos o
temibles”.
En virtud de esta teoría, cuatrocientos
terroristas -que Cámpora definiera como jóvenes, obreros y
estudiantes, que no han encontrado razones para creer en el sistema
democrático, ni oportunidad para ejercitar el sufragio como medio de
expresión de la voluntad popular”- recuperaron la libertad.
Y en seguida ellos y sus amigos se
hicieron los dueños del 25. Las banderas rojas, las patotas
vociferantes, el intento de asalto de Villa Devoto, la exclusión de las
Fuerzas Armadas del acto de asunción del mando (de que se jactaría luego
el ERP) bastaron a poco de desgranadas las cuatro banalidades
presidenciales, para evidenciar su falencia.
Ellos no recibían su libertad: la
habían “ganado”: la tomaban. Las declaraciones de los cabecillas,
arrogantes, imperativas, colocaban al movimiento terrorista en diálogo,
de poder a poder, con el Gobierno, reservándose además el primero una
suerte de soberanía estatal ante el Estado, y concediéndole a éste una
tregua. Los sucesivos comunicados del ERP subrayaron –si cabía- su
voluntad de poder y de lucha. En síntesis: el trotskismo armado emergía
de la amnistía, de la que había sido directo beneficiario, más arrogante
y combativo que nunca.
Se nos objetará la existencia paralela
de las “organizaciones especiales” peronistas. Lamentamos declarar que
ellas no cuentan. Y esto, que se evidenció con su absoluta pasividad
ante el despliegue trotskista del 25, no obedece en absoluto a razones
tácticas, ni de organización, sino que reconoce una causa más profunda:
su falta de justificación interior.
En efecto, el marxismo es una
ideología, implica una concepción del mundo. Por el contrario, el
peronismo es una fraseología: algo así como el precipitado conceptual de
una política oportunista. Colocadas una junto a otra dos
organizaciones, una marxista y otra peronista, y sometidas ambas a
iguales condiciones de temperatura y presión, prevalecerá
inexorablemente, la primera.
Porque las juventudes del peronismo,
educadas en una retórica confusa, con elementos nacionalistas,
socialistas y tercermundistas, que deben además ser redefinidos a cada
viraje de Perón se encuentran metafísicamente inermes ante el marxismo,
al que no le han enseñado a combatir, y el que tiene -hay que
reconocerlo- una gran capacidad definitoria y una verdadera ambición
totalitaria.
Las reacciones de Perón ante esta
circunstancia, cuya importancia decisiva valora, no son tema de este
párrafo. Lo cierto es que hubo un ganador: el trotskismo.
LO QUE EL TERRORISMO ATACA
Todos hemos conocido a personas
honradas que, sin aprobar la totalidad de los actos terroristas,
demuestran cierta satisfecha indulgencia respecto de algunos de sus
atentados individualmente considerados, teniendo en cuenta la
personalidad de los destinatarios de los mismos. Estas buenas almas -a
las que deseamos una prologada duración del orden burgués que las
apañara- suponen, con encantadora candidez, que los móviles del
terrorismo, que los valores que los mueven en esos casos concretos, son
-mágicamente- similares a los propios.
Los nacionalistas hace tiempo que no
nos engañamos al respecto. Tenemos cabal conciencia de cuando el
terrorismo ataca a un militar, el militar en sí es lo de menos, porque
se ataca al ejército como tal. Sabemos perfectamente que, cuando se mata
a un policía (y son ya muchos los humildes vigilantes muertos
estúpidamente), lo que se ataca, en efigie, es la idea misma de orden,
de sociedad, de Estado. Todos esos actos son cometidos en nombre de una
concepción del mundo, de un sistema de valores que nos es profunda,
visceralmente repugnante. No nos importa a quién matan, nos importa
porqué -en nombre de qué- matan.
Y desde este punto de vista, el único
admisible, concluimos que el terrorismo no se dirige contra tal o cual
régimen concreto -sin perjuicio de que la proverbial estupidez de la
Revolución Argentina haya sido el marco adecuado para su formal
aparición- sino contra la Nación misma, contra su existencia histórica y
contra sus valores tradicionales.
EL MAÑANA POSIBLE
Dejemos de lado la ley de amnistía.
Ella constituye, como vimos, un acto de injusticia, no ya contra las
víctimas de terrorismo, sino -muy por encima de ellas- contra la Nación
Argentina, cuya permanencia como tal el terrorismo cuestiona. Ella
constituye el Estatuto del Terrorista Urbano, y la devolución de los
mejores cuadros combatientes a la guerrilla que se retira triunfalmente a
sus cuarteles con las armas y bagajes obtenidos en los hechos
amnistiados para reorganizarse y ampliar su capacidad operativa.
¿La actual reacción de Perón?. En el
corto plazo puede ser eficaz, desde que cuenta ahora, además de su
reconocida habilidad, con todo el poder del Estado. Es de prever un
lógico endurecimiento del peronismo ante los recién liberados. Pero hay
que contar también con otros factores importantes. En primer lugar, la
minoría marxista actuante dentro del peronismo: en segundo término, la
imposibilidad esencial del peronismo de oponer “a esa mística, otra
mística; a esa revolución, otra revolución”.
Pero existen todavía, en la Argentina,
reservas de salud y de fuerza, oprimidas, tanto por la plutocracia
dominante, como por la tiranía de las ideologías en boga. Existen los
verdaderos productores, los restos de vida y valores tradicionales
conservados en gran parte del interior. En cualquier caso, esas fuerzas
se reunirán -y adquirirán su veta heroica y revolucionaria- contra una
nueva escalada del trotskismo, ocasión que servirá también para
emancipar a la Argentina, en nombre de su vida entrañable y concreta, de
la servidumbre secular del lucro burgués.
En: Revista Cabildo, pág. 16 y 17, 1ra época, Año 1, Número 2, junio de 1973.-