"Discutir
sobre religión es una cosa que ya no me gusta. Hace como treinta años que no
discuto —ni siquiera con los «censores»— de mis obras. Cuando era joven era un
gran discutidor.
Es cosa
inútil. Al que pone objeciones religiosas, ordinariamente hay que recomendarle
leer un buen Catecismo de Perseverancia. Ordinariamente habla de lo que no
sabe. Si tiene interés en saber, sé tomará esa pequeña molestia; si no tiene
interés, habla por hablar y entonces la discusión es inútil y aun peligrosa.
A los que
vienen a uno en un barco o en un tren con él: «Vea Reverendo, ¿cómo responde
usted a esto?», no hay que darles la solución, sino acrecentarles la objeción,
urgiría mucho más todavía, que vea que uno la sabe y aun la «siente» tanto como
él, o más. Es decir, hay que agudizarle (o crearle si acaso) el hambre de
saber, porque si esa hambre no existe, darle la solución es perder
tiempo..."
…Hoy día
hay muchos que preguntan «cómo es Dios» con la intención de aceptarlo o no
aceptarlo según les guste o no les guste; quiero decir «su existencia». Pero la
existencia es lo primero; y si es un hecho la existencia, con que yo no la
acepte, no la destruyo como hecho. (Me destruyo a mí mismo.)
…Esa posición
de decir: «Si Dios me gusta o me satisface, bien, entonces puede ser que lo
acepte», es un disparate monumental. Con ése no hay que discutir. Si Dios
existe, … no tengo más remedio que decir: «No me gusta, no lo comprendo; pero
si es un hecho, no tengo más remedio que arreglármelas con ese hecho como
pueda». Es lo que hacemos enfrente de todos los hechos' de la Naturaleza o del
Mundo Humano. Que traten, por ejemplo, de no aceptar una poliomielitis o un
ciclón, a ver si va.
Leonardo Castellani,
“Dinámica social”, nº 81, julio de 1957. Versión reproducida en “Pluma en
ristre” pág. 190.
Visto en: http://statveritasblog.blogspot.com.ar
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