viernes, 2 de agosto de 2013

EL NUEVO QUIJOTE Y SUS MOLINOS DE VIENTO

ACERTADA DECISIÓN DEL CONGRESO

El nuevo Quijote y sus molinos de viento

Por amplia mayoría (más de dos tercios) el Pleno del Congreso del Perú, en su sesión de 4 de julio, rechazó la propuesta del parlamentario Carlos Bruce de agravar las penas establecidas por el Código Penal para delitos contra las personas, cuando su móvil fuera la discriminación por “orientación sexual” e “identidad de género”.
 

Esta decisión es sin duda acertada, dadas las severas críticas a esos dos conceptos oriundos de la “ideología de género” neomarxista, cuyo subjetivismo, falta de sustento y sesgo ideológico han sido ampliamente demostrados en numerosos estudios.
Decepcionado por ese voto negativo, Bruce lo atribuyó a “la homofobia que existe en el Congreso”. Su moción, agregó, se fundaba en que “objetivamente, todos lo sabemos —y a diario está en los periódicos— ... personas homosexuales, lesbianas y travestis son atacadas y hasta asesinadas”. Para él, la causa de esas agresiones sería “la homofobia que existe en nuestro país”. O sea, tendríamos un Congreso “homófobo” representando a un país “homofóbico”...

La “homofobia”, esa homo-ficción...

Permítanos el honorable congresista discordar de su afirmación. Es cierto que la abrumadora mayoría de los peruanos reprueban las conductas homosexuales. Pero esa justa reprobación de ningún modo puede llamarse “homofobia”. Como tuvimos ocasión de demostrarlo (ver Caperucita Roja y el cuento de la ’homofobia’), sencillamente la “homofobia” no existe.
La palabra “fobia” tiene dos sentidos muy precisos: una patología física, debida a vectores microbianos —por ejemplo la hidrofobia—, o un disturbio mental caracterizado por un miedo irracional, como la claustrofobia.
Los casos de fobias mentales son rarísimos, como lo explica el mayor estudioso del asunto en el Perú, el renombrado psiquiatra Honorio Delgado [1]. Y no se relacionan para nada con el juicio moral objetivo que se tenga acerca de personas o conductas.
Por otro lado, el término “homofobia” es pura ficción, un mito sin ninguna base científica. Se trata de un neologismo publicitario, creado a fines de los años ’60 por el psicólogo estadounidense G. Weinberg a pedido del lobby homosexual de ese país, con el único fin de desacreditar, intimidar y silenciar a los que legítimamente desaprueben las conductas homosexuales por cualquier razón, sobre todo moral [2].
La inconsistencia de esa palabra es tan notoria que a fines del año 2012 la Associated Press recomendó en su Stylebook—guía de redacción para periodistas— que no sea mencionada en las noticias de dicha agencia, por considerarla un vocablo carente de sentido “en contextos políticos o sociales” [3].
Así, el señor Bruce necesitaría urgentemente actualizarse sobre el asunto. De lo contrario, se expone a quedar como un Quijote embistiendo contra “homofantasmas”...

¿De dónde provienen las agresiones?

Por otro lado, si existiera “homofobia” en el Perú, habría que achacársela a los propios homosexuales. Pues los hechos demuestran que, aqui como en otros países, los crímenes más atroces cometidos contra esas personas son perpetrados por elementos de su misma condición [4].
Cabría indagar a qué se debe la extrema crueldad que caracteriza esas muertes de homosexuales a manos de sus congéneres. Por ejemplo el asesinato del travesti F. Pérez, (a) “Paloma”, en octubre de 2011: primero fue golpeado por su conviviente a puñetazos, después estrangulado, y ya inconsciente, el asesino “le destrozó la cabeza” a palazos; después durmió dos días con el cadáver escondido debajo de la cama, antes de intentar quemarlo bajo un puente en Lima [5]. Igualmente macabros fueron los casos de E. R. Armestar, asesinado y descuartizado por su pretendido “amante” R. Vásquez Mori, en julio de 2012, o del homosexual promiscuo A. Ormeño, conocido como “amigo de las estrellas” y asesinado por estrangulamiento por uno de sus cómplices de ocasión.
Otros crímenes horrendos fueron los de las lesbianas A. Delgado (2009) y K. Falen (2012), del estilista Marco Antonio; y la lista continúa... Todos ellos tienen en común el particular ensañamiento de sus perpetradores homosexuales y lesbianas.

Del abismo del vicio al abismo del crimen

¿Cuál puede ser la causa de esta saña? —La respuesta es sencilla si consideramos el dato fundamental en el caso, pero casi siempre omitido en los análisis: el fondo moral de esos delitos. Como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, el pecado de sodomía constituye un “grave desorden” moral. Quien lo practica es considerado un amoral, es decir, una persona que perdió el sentido moral.
Por la natural correlación que existe entre las virtudes como entre los vicios, quien se descontrola hasta caer en la práctica homosexual, queda más propenso a incurrir en descontrol análogo en otros ámbitos. Por eso, las estadísticas muestran que el exceso de alcohol, el consumo de drogas y los niveles de violencia doméstica son proporcionalmente mucho mayores en parejas de homosexuales que en el resto de la población [6].
Siendo asi, ¿hasta qué grado de descontrol puede llegar un individuo que, además de entregarse al vicio contra naturaleza, sea consumidor de alcohol o narcóticos, y propenso a la agresividad?
A esta pregunta responde la Sagrada Escritura: “Un abismo atrae a otro abismo” (Ps. 42, 8). Y los mencionados crímenes lo comprueban: la trayectoria desde el abismo de vicio al abismo del crimen es corta, y su incidencia crece a medida que se acentúa la devastadora crisis moral de nuestros días; una crisis que pocos hombres públicos se atreven a mirar de frente y designar como tal, porque tendrían que reconocer que la solución sólo puede ser también moral.
En todo caso, si el señor Bruce desea saber dónde está el origen de la agresividad contra homosexuales, haría bien en buscarlo entre los mismos homosexuales, en vez de embestir contra imaginarias “homofobias”.

El Perú, nación católica sofocada por un Estado laico

Por último, el congresista sugiere que la oposición al homosexualismo basada en la moral cristiana no tendría validez en nuestro país, ya que “somos un Estado laico (término que disfraza su verdadero nombre: Estado ateo). Entonces el Estado, por ser laico, ¿debería ser absolutamente relativista, y legitimar cualquier transgresión al orden natural y a la Ley moral? ¿Adónde iríamos a parar?
Es bueno recordar que también somos un país democrático, donde supuestamente el pueblo gobierna. No obstante, el pueblo peruano nunca ha sido llamado a pronunciarse democráticamente sobre si desea o no que nuestro Estado sea laico.
Y además somos un pueblo entrañadamente cristiano. Pero en la peculiar democracia que nos rige, el laicismo de Estado fue fruto de una imposición ideológica, sin que la población pudiese opinar: en ese punto, lamentablemente, no somos muy diferentes de la difunta Unión Soviética, de la China maoísta o de la actual Corea del Norte...
La verdad, entonces, es que podemos definirnos como una Nación profundamente católica, aprisionada en la camisa de fuerza de un Estado laico. En estos tiempos en que la palabra “discriminación” está tan de moda, podemos decir que hoy, en una variedad de temas, la gran discriminada del Perú es la mayoría cristiana de la población. Si ella fuera llamada a pronunciarse libremente, ¡qué gran sorpresa tendríamos!