El tema de la "teología de la liberación" genera diversas reacciones en la nueva era francisquista. Y esto se refleja en una institución como el Opus Dei, cuyos miembros se han caracterizado por opinar de manera bastante homogénea, siempre en sintonía con en el magisterio actual.
Mientras el cardenal Cipriani, peruano y miembro del Opus Dei, ha pedido al prefecto de la CDF, Gerhard Müller, más prudencia y menos ingenuidad respecto de Gustavo Gutiérrez, el Dr. Roberto Bosca, argentino y también miembro del Opus Dei, en un ataque de francisquismo, sale a contradecir al peruano, sin citar su nombre pero con clara alusión a uno de los términos empleados por el cardenal. Lo llamativo del caso es que, hasta ahora, la CDF no ha dicho que dejan de tener vigencia las instrucciones sobre la "teología de la liberación" publicadas durante el pontificado de Juan Pablo II.
Para completar el panorama, ofrecemos a nuestros lectores las conclusiones de un estudio de José Luis Illanes, del Opus Dei, sobre la "teología de la liberación", que cita a varios de sus representantes más destacados. Claro que alguno podría decir: eso era antes... en 1985.
¿Veremos a Gustavo Gutiérrez recibir el doctorado honoris causa por alguna universidad del Opus Dei? Tal vez Bosca quiera proponerlo.
Oportet
primum scire modum scientiae quam scientiam ipsam. Estas
palabras de Tomás de Aquino, citadas por Clodovis Boff al comienzo de su ensayo
epistemológico, pueden servirnos para
introducir estas breves reflexiones finales. Hemos intentado a lo largo de las
páginas que preceden captar la naturaleza y el método de la teología de la
liberación tal y como, desde finales de los años sesenta y principios de los
setenta, viene siendo practicada por un número amplio de autores.
Si tuviera que pronunciar una palabra que
resumiera mi actitud de espíritu ante cuanto ha acontecido y acontece con
motivo de la teología de la liberación, esa palabra sería, sin duda alguna la
palabra «drama». Drama de América Latina, surcada de grandes problemas y
necesitada de hondas transformaciones sociales, pero fuente a la vez de
inmensas esperanzas. La teología de la liberación
que ha sido objeto de nuestro examen, se inserta en ese contexto, provocando
una conmoción profunda, abriendo interrogantes y suscitando incertidumbres
respecto a las perspectivas de futuro. Podrá ser, tal vez, un reactivo que
fuerce a afrontar los problemas y a buscar soluciones, pero, al haber emprendido un camino que aleja de
la verdad, es, en sí misma, factor de crisis que agrava las cuestiones y agosta
posibilidades reales. Drama de la teología, del que estos teólogos de la
liberación son, a un tiempo, fruto, testimonio y factor desencadenante. Se advierte en sus obras una reacción,
violenta en ocasiones, desmedida en otras, amarga casi siempre, frente a una
teología no ya académica, sino academicista, separada del existir eclesial y de
la espiritualidad vivida. Cabe detectar también el deseo profundo de romper
con un teologizar europeo demasiado influido por las negaciones de la teología
dialéctica -por no hablar de antecedentes más remotos-, para
afirmar en cambio la positividad de la historia y la fuerza vivificadora del
cristianismo. Hay en todo ello realidades profundamente válidas, aunque no en
la forma en que han sido presentadas. Porque, en el transfondo de todo su empeño, se percibe la enfermedad mortal de
un teología que, perdida la confianza en la verdad trasmitida por la tradición
cristiana y cortados los vínculos con su fuente originaria, se revela incapaz
de aportar a la sociedad en la que vive la luz de la palabra evangélica tomada
en toda su entereza.
Quizá pueda describirse lo acontecido en esta
teología de la liberación como el proceso sufrido por quienes, siendo
creyentes, han intentado iniciar un diálogo con el marxismo, pero, carentes del
vigor intelectual suficiente para criticarlo, han sido dominados por la
cadencia inmanente al planteamiento marxiano, hasta desembocar en un progresivo
reduccionismo del valor de la fe como conocimiento; proceso que ha sido hecho
posible por la previa o concomitante acción de un ambiente teológico en el que ese
valor de la fe se veía ya negado o al menos discutido. Ha habido en la génesis
de esta teología de la liberación una interacción entre factores teológicos y
políticos o ideológicos: una cierta crisis de la teología facilitó el
acercamiento al marxismo sin la suficiente fuerza crítico-especulativa; y ese
acercamiento al marxismo provocó a su vez el sucesivo radicalizarse de las
deficiencias teológicas preexistentes. Se ha dado, en suma, un movimiento en
espiral que culmina en el conjunto de ideas sobre la teología y el método
teológico que hemos venido examinando y en la crisis de la fe que ese método
implica y provoca.
Tal vez la conclusión más
importante de nuestro estudio dice relación al concepto mismo de teología, y a
sus relaciones con la praxis. Es obvio que la teología, como todo pensar humano
profundo, no es ni puede ser una elaboración de laboratorio. La teología recibe
su substancia vital de la Iglesia y es en comunión con la vida de la Iglesia,
con su existir concreto, como debe desarrollarse. Una teología desconectada de
la vivencia cristiana, una teología que no se alimente vitalmente de una
espiritualidad y que no se ordene a ella, es una teología condenada, a más o menos
corto plazo, a la esterilidad, más aún, que nace ya muerta. Pero, una vez dicho
todo eso, es necesario añadir que la teología no parte de la praxis, sino de
una realidad que trasciende a toda praxis: la palabra de Dios. Todo teologizar
es un teologizar desde la palabra divina, palabra que no es ciertamente palabra
vacía, abstracta o vana, sino palabra de vida, pero que, precisamente por ello,
es palabra que, a la vez e inseparablemente, interpela, eleva, ilumina e
informa. El Dios que llama e invita es un Dios que, al mismo tiempo, desvela su
propio ser y el ser del hombre, precisamente porque la invitación que dirige es
a participar en su propia vida.
La teología tiene que tener la audacia y, si
se quiere, también la ingenuidad de proclamar el valor intelectual de la
revelación y de la fe, y de dialogar desde ahí con
las ciencias y los
problemas de su tiempo. En este sentido -y con ello terminamos-, los puntos centrales de la
Instrucción de la Sagrada Congregación de la Doctrina de la Fe son aquellos en los
que recuerda que la reflexión teológica sobre la justicia – y lo mismo cabría decir de
cualquier otra reflexión- debe partir de la verdad sobre Jesucristo, de la
verdad sobre la Iglesia, de la verdad sobre el hombre, creado a imagen de Dios y llamado a la gracia de la
filiación divina. Sólo una teología que
parta de ahí podrá ser, en lo religioso y en lo social, auténticamente liberadora, porque sólo una
teología así revela hasta lo hondo el alcance de la esclavitud... y el de la libertad.
Tomado de:
Illanes, J. L. TEOLOGIA DE LA LlBERACION. ANALISIS DE SU
METODO. En rev. SCRIPTA THEOLOGICA 17 (1985/3), ps. 782-786.