martes, 10 de junio de 2014

LA FALSA DOCTRINA DEL ESPIRITU DE FRANCISCO

LA FALSA DOCTRINA DEL ESPIRITU DE FRANCISCO
«el Espíritu Santo nos enseña el camino; nos recuerda y nos dice las palabras de Jesús; nos hace orar y decir Dios Padre, nos hace hablar a los hombres en el diálogo fraterno y nos hace hablar en profecía» (texto).
Ésta es la blasfemia de Francisco sobre el Espíritu.
El Espíritu «nos enseña: es el Maestro interior». Sólo hay un Maestro: Jesucristo: «Ni llaméis padre a nadie sobre la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el que está en los Cielos. Ni os hagáis llamar maestro, porque uno sólo es vuestro Maestro, Cristo» (Mt 23, 9-10).
Dios Padre es el Padre de las almas; Dios Hijo es el Maestro de los corazones; y ¿qué es el Espíritu del Padre y del Hijo? El Amor en el hombre.
El Espíritu es el que lleva al hombre al Padre y al Hijo. No es el que enseña el camino. Jesús es el Camino. Jesús ha enseñado la manera de caminar por ese Camino. Jesús ha dado la doctrina. El Espíritu lleva a la Verdad de esa doctrina: «pero el Abogado, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en Mi Nombre, Él os enseñará todo y os traerá a la memoria todo lo que yo os he dicho» (Jn 14, 26).
El Espíritu no enseña como maestro, sino como Amor. Jesús enseña como maestro, como doctor, como el que sabe la doctrina.
Pero el Espíritu enseña a vivir esa doctrina: enseña el amor. Jesús enseña la idea, la Palabra. El Espíritu hace que el hombre obre esa Palabra.
Por tanto, el Espíritu no «nos guía por el camino recto a través de situaciones de la vida». El Espíritu no guía por el camino, sino que mueve a obrar en el Camino, que es Jesús. El Espíritu es la moción divina en el corazón, para que el hombre, caminado, siguiendo las huellas de Cristo en su vida, pueda obrar la Voluntad del Padre. Es el que mueve a obrar el amor. No es el que guía. Cristo guía al alma en el Camino, que es Él Mismo. Y la guía con Su Palabra. Su Palabra es Luz para el alma, es conocimiento para la inteligencia del hombre. Pero Su Palabra también es Amor. Para que la Palabra sea Amor, es necesario el Espíritu: es el que mueve a obrar la Palabra. Es el que ama en el hombre, es el que pone el amor en el hombre, en su corazón.
El Espíritu Santo no «nos enseña a seguirlo (el camino), para andar en sus pasos». Enseña a obrar el amor, enseña a amar. Enseña a hacer la voluntad del Padre. Enseña a practicar el Evangelio, a vivir la Palabra de Dios, a imitar a Cristo en sus obras: «El que cree en Mí, ése hará también las obras que Yo hago, y las hará mayores que éstas, porque Yo voy al Padre; y lo que pidiereis en Mi nombre, eso haré» (Jn 14, 12-13). Cristo obra en el Espíritu. Cristo, que es la Palabra, obra –Su Palabra- en el Espíritu, que el Padre envía en Su Nombre.
Para hacer las obras de Cristo, y mayores que las que hizo Cristo, es necesario el Espíritu de Cristo: es el que obra la Palabra, que es Cristo. Por tanto, el Espíritu no enseña el Camino, no enseña a seguir a Cristo. Enseña a hacer las mismas obras que Cristo hizo.
«Más que un maestro de la doctrina, el Espíritu Santo es un maestro de la vida. Sin duda, es una parte de la vida, incluso sabiendo, conociendo, pero en el horizonte más amplio de la existencia cristiana y armonioso». El Espíritu no es el Maestro de la vida, sino el que enseña todas las cosas, pero no como maestro, no como doctor, no como filósofo. No enseña a vivir la vida; enseña a obrar la Vida Divina. El Espíritu no es «una parte de la vida», no convive con la vida del hombre, no es parte de la vida de los hombres, no acompaña la vida de los hombres. No da conocimientos a los hombres, no les da saberes, no les hace comprender. El Espíritu mete al hombre en la Vida Divina para que obre la Palabra y realice la voluntad del Padre, en esa obra de la Palabra.
El Espíritu enseña todas las cosas de la Vida Divina: enseña a usar la Gracia Divina, los dones divinos, los carismas para la Iglesia. Enseña a usar lo divino, a poner en práctica la Palabra Divina, que es la Vida de Dios.
El Padre engendra Su Palabra y el Espíritu obra lo que el Padre engendra. Y, por eso, la Virgen María concibe en su corazón la Palabra del Pensamiento del Padre y es el Espíritu el que la obra en su Seno Virginal. Sin Fe en la Palabra, el Espíritu no puede obrar en el hombre. El Espíritu obra en la medida en que el hombre, con su corazón, cree en la Palabra.
Francisco sólo habla de una enseñanza a la mente del hombre, de un conocimiento para el hombre, de una vida humana. Quien no tenga claro la doctrina sobre el Espíritu, entonces no sabe discernir las palabras de ese hombre. Decir que el Espíritu es un maestro interior tiene sabor a gnosticismo.
El Espíritu Santo «nos recuerda todo aquello que Jesús dijo: Es la memoria viviente de la Iglesia». El Espíritu Santo es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. Luego, no es una memoria. No es una inteligencia, no es un acto de recordar. El Espíritu trae a la memoria todo cuanto Jesús dijo para obrar la Profecía, para hacer profetas, para obrar el amor a la Verdad. El Espíritu no «nos hace entender las palabras del Señor…». No nos trae a la memoria para entender, sino para obrar. Con el Espíritu siempre se obra. Es la Palabra la inteligencia, la que hace entender. Es la Palabra el Maestro del alma. No es el Espíritu el que hace comprender la Palabra del Hijo, sino el que obra la Palabra del Hijo. Y, cuando el alma obra la Palabra en su vida, es cuando la Palabra le enseña los misterios de Dios. Es siempre Jesús el que enseña en la Obra del Espíritu. El Espíritu nunca enseña, siempre obra la Palabra que se cree. Si el hombre no cree, el Espíritu no obra.
El Profeta es el que obra la Verdad en medio de la Iglesia y del mundo. No es el que enseña el Evangelio. No es el que enseña la doctrina de Cristo. No es un teólogo; no es un filósofo. No es uno que da ideas. El Profeta da testimonio de la Verdad de la Palabra ante hombres que no creen, que viven su mentira, que viven en el error. Y se da testimonio de la Verdad, no para enseñar a los hombres, sino para obrar la Verdad ante los hombres.
Porque, siendo Cristo la Verdad, no es una Verdad en la sola inteligencia, en el solo conocimiento, en la sola idea. No es una verdad fría de la inteligencia. Es la verdad que se obra, que se vive, que trae la Presencia de Dios, que lleva a una vida piadosa, religiosa, llena del amor a la virtud. Y el Profeta pone esa Obra de la Palabra en medio de los hombres. Y, por eso, todo profeta, no sólo dice palabras de profecía, sino que obra sanaciones, liberaciones, milagros. Se obra la Verdad; se obra a Cristo en medio de la Iglesia.
Y, por eso, todo sacerdote es un Profeta: obra a Cristo en el Altar. Muy pocos sacerdotes se dan cuenta de lo que son. ¡Cuántos sacerdotes niegan las profecías, niegan a los profetas de Dios, y se están negando a sí mismos!
El Espíritu trae a la memoria las palabras del Señor para obrar la verdad, no para entender la Verdad. No «nos hace entrar cada vez más plenamente en el sentido de sus palabras…». Francisco no ha comprendido absolutamente nada de lo que es el Espíritu, porque no cree en Él.
En su fe sólo hay dos cosas: el Padre, que es Dios; y Jesús, que es el Maestro, pero no Dios, sino un hombre santo en la gloria. Para Francisco, el Espíritu es sólo una palabra para reflejar un concepto; es un término para poder interpretar el Evangelio según ese término humano. Es una memoria viviente: es decir, es un recuerdo que se pasa, en la Iglesia, a través de la historia de los hombres. Vive en cada miembro de la Iglesia. Vive como concepto, porque es una inteligencia, es un acto de recordar las palabras de Cristo.
«Un cristiano sin memoria no es un verdadero cristiano: es un cristiano a mitad de camino, es un hombre o una mujer prisionero del momento, que no sabe atesorar su historia, no sabe leerla y vivirla como una historia de salvación». Un cristiano sin fe es el que no es un verdadero cristiano. El cristiano sin memoria sigue siendo cristiano, si tiene fe. Francisco anula la fe para poner su fe fundante en la memoria, su memoria viviente, el legado de la memoria, del recuerdo.
Para Francisco, en la Iglesia hay que tener recuerdos de la palabra de Dios para no quedarse en el tiempo presente sin hacer nada, sino que debe renovar cada hombre su tiempo interpretando el Evangelio: «con la ayuda del Espíritu Santo, podemos interpretar las inspiraciones interiores y los acontecimientos de la vida a la luz de las palabras de Jesús. Y así crece en nosotros la sabiduría de la memoria, la sabiduría del corazón, que es un don del Espíritu». Esta es la herejía principal de este hombre.
El Espíritu es un término, un concepto, para interpretar las inspiraciones interiores y la vida de cada hombre. Se cogen las palabras de Jesús, y a la luz de esas palabras, usando la mente del hombre, haciendo memoria de las cosas que ha hecho Dios en la historia de los hombres, se llega a dar con un pensamiento, con una razón, que sirva para vivir el Evangelio en el tiempo de cada hombre. Es su fe universal: se recuerda el pasado para poner un futuro a la vida de los hombres. Se recuerda para interpretar el Evangelio a la luz de cada uno, de lo que uno piensa en la vida. Y ese conocimiento es el Espíritu. Es la gnosis de Francisco. Y, por eso, cae en el canalismo: «el Espíritu Santo nos hace hablar a los hombres en la profecía, es decir nos está haciendo CANALES, humildes y obedientes de la Palabra de Dios».
El Profeta es un canal de la Palabra de Dios: ésta es su blasfemia. Esto es hablar como un ocultista, como uno de la nueva Era. El profeta trae un mensaje que canaliza, que viene de un emisor, de una fuente, de uno que experimenta fenómenos paranormales, mentales, etc.
El Profeta no es un canal, sino uno que obra la Palabra de Dios. No es un transmisor de la Palabra, es un obrador de la Palabra. La Palabra de Dios no es un emisor de energías que hay que canalizarlas. La Palabra de Dios trae una obra divina que hay que ponerla en práctica, que hay que vivirla. No trae una obra humana: «La profecía se hace con franqueza, para mostrar abiertamente las contradicciones e injusticias, pero siempre con mansedumbre y la intención constructiva. Imbuidos del espíritu de amor, podemos ser signos e instrumentos de Dios que ama, que sirve, que da la vida». El profeta no muestra ni las contradicciones ni las injusticias, sino que da la Verdad como es, aunque los demás no quieran escucharla. Y es el Espíritu el que obra esa Verdad en el alma; no es el hombre el que se esfuerza por dar la Palabra. Es el Espíritu el que mueve al hombre para dar la Palabra. No hay que hacer la profecía con franqueza; porque el hombre no tiene que hacer nada. Sólo tiene que dejarse mover por el Espíritu e ir a aquel lugar que el Espíritu quiere y decir las palabras que el Espíritu pone en su boca.
Esta forma de comprender Francisco al Espíritu es signo de su falta de fe. No tiene la fe católica. No sabe guiar a la Iglesia hacia la Verdad. No sabe obrar la Verdad, porque no se deja mover del Espíritu. Busca la verdad entre los hombres, en el diálogo con ellos y es lo que enseña: «El Espíritu nos hace hablar a los hombres en el diálogo fraterno. Es útil hablar con otras personas en el reconocimiento de sus hermanos y hermanas; hablar con los amigos, con ternura, con dulzura, la comprensión de las angustias y esperanzas, tristezas y alegrías de los demás». Es el tema de Francisco: los hombres, charlar con ellos, hablar de tantas cosas que no hay tiempo para escuchar la Voz de Dios en el corazón. Es la fraternidad con los hombres. Y, por esa fraternidad, Francisco se ha puesto como dios en la Iglesia y no sabe de la vida espiritual nada de nada. No sabe hablar la Verdad. Sólo sabe decir sus mentiras desde que se levanta hasta que se acuesta. Y, por supuesto, no se le puede hacer caso en nada. Todo lo que hace en la Iglesia es nulo para la Iglesia Católica. Será valido para aquellos hombres que, con una venda en los ojos, lo siguen al precipicio del infierno.