A 60 AÑOS DE LA QUEMA DE LAS IGLESIAS
Profanación del Sagrario en la Catedral de Buenos Aires
La responsabilidad de Perón -nunca más
consonante con Nerón que aquella noche- debiera estar fuera de toda
duda. La quema de los templos y la curia porteña durante la madrugada
del 16 de junio de 1955 podría, en el mejor de los casos, no tenerlo por
instigador directo -según protestan no pocos peronistas contumaces,
fundándose en aquellas presuntas palabras del jefe a los hombres del
Ejército: «tomen medidas, porque éstas son bandas comunistas que están
quemando las iglesias, y después me lo van a atribuir a mí» (entre
paréntesis, no importaba en primer lugar atajar el sacrilegio, sino
salvar la propia fama).
Pero la comprobada participación del
vicepresidente Tessaire (masón para más señas, a cuyas órdenes partieron
desde el Ministerio de Salud Pública y otros edificios del gobierno
varios grupos hacia los templos luego siniestrados) no exime al General
de suficiente incumbencia en lo que vino. La inacción de los bomberos y
las fuerzas públicas que hubieran podido destacarse para ahogar las
hogueras acabó de estamparle la firma al estropicio. Por lo demás, el
propio Perón, años más tarde desde su exilio madrileño, se encargó de
pedirle al arzobispo local el levantamiento de la excomunión fulminada
en el tiempo de los hechos por hallarse "sinceramente arrepentido" de
los mismos. De lo que cabe indirectamente colegir su dirección: nadie
puede estar arrepentido de aquello que no hizo.
Con todo, si hubiera que atribuir la quema
de los templos a enemigos de Perón que hubiesen querido involucrarlo en
unos hechos cuya gravedad dañara irremisiblemente su nombre, lo cierto
es que se buscó perpetrar algo que fuera verosímil atribuirle. Los
ataques sacrílegos, con o sin la autoría de Perón, fueron precedidos de
parte del gobierno por una escalada de medidas claramente lesivas de la
identidad católica de la nación: supresión de la enseñanza religiosa en
las escuelas públicas, sanción de la ley del divorcio vincular,
convocatoria a una reforma constitucional para imponer la separación de
la Iglesia y el Estado. Para desafiar más groseramente a la autoridad
eclesiástica y corromper la moralidad pública, no se dudó incluso en
ordenar la reapertura de los prostíbulos, clausurados por décadas.
Así, luego de haber sumido a las masas en
perdurable infantilismo por el recurso del culto al líder, Perón sumó a
su causa a todos aquellos elementos supérstites o herederos de la
marejada anarco-socialista y anticlerical que habían llegado a la
Argentina desde las últimas décadas del XIX a
expensas del programa masónico-liberal, y logró que proyectasen muy
avante su furor anticristiano. Que bien lo dijo Desiderio Fierro en
aquellas coplas: de Uropa nos vino todo / lo malo como lo güeno. Hoy
queda, como fruto, una infeliz postración y una total amnesia de
nuestro patrimonio espiritual, coronada no sólo por la definitiva
corrupción de la política sino también -cruel ironía- por la
insospechada irrupción de la figura del Papa peronista, exponente perfecto de las más aborrecibles cualidades de su mentor.
Cuando hace diez años un grupo de
católicos de bien se resolvieron a conmemorar el cincuentenario del
múltiple sacrilegio y ofrecer la debida reparación visitando una por una
las iglesias antaño incendiadas, las puertas de las mismas (pese a la
lluvia y el frío invernal) les fueron cerradas sincronizadamente, de
manera que no les fue posible orar ante los respectivos Sagrarios. Era
arzobispo el cardenal Bergoglio. Este año, cumpliéndose sesenta del
artero ataque, se ha lanzado pareja convocatoria de la que queremos
hacernos eco desde acá. Que el Señor llene los corazones de los
asistentes con el santo celo de su Gloria.
A 60 AÑOS DE LA QUEMA DE LAS IGLESIAS
por Antonio Caponnetto
"En lo alto la mirada
luchemos por la patria redimida"
luchemos por la patria redimida"
Iglesia de San Ignacio tras el ataque sacrílego
La noche del 16 de junio de 1955, varios templos porteños fueron
incendiados y profanados, amén del Palacio Arzobispal, Santo Domingo y
San Francisco, la Capilla de San Roque, San Ignacio, La Merced, San
Miguel Arcángel, La Piedad, Nuestra Señora de las Victorias, Nuestra
Señora del Perpetuo Socorro, San Nicolás de Bari, San Juan Bautista, y
la misma Catedral Primada.
“Noche de la Pasión de Jesús en Buenos Aires”, fue llamada aquélla.
Noche trágica del sacrilegio, de la blasfemia, de la destrucción y del
pecado.
Junto a la Eucaristía pisoteada, los sagrarios rotos, los altares
mancillados, los cálices ultrajados, las imágenes sacras deshechas y
vejadas, no pocas reliquias patrias sufrieron el mismo y endemoniado
castigo. Desde las tumbas de los héroes hasta las banderas nacionales y
los trofeos de guerra.
Perón y su gobierno; Perón y sus secuaces, por acción y omisión, fueron
los responsables directos de esta grave iniquidad, corolario maldito de
una política anticatólica explícitamente alimentada por la masonería.
Política anticatólica, antinacional y masónica –quede en claro- que
continuaron con las mismas culpas quienes desde 1956 se adueñaron de la
caída del peronismo. A nosotros no nos engañan ni los "nacionales y
populares" ni los "libertadores". Detrás de los dos bandos asoma el
mismo amo.
Pocos, lo presentimos con dolor, querrán recordar los 60 años de aquella
jornada odiosa y envilecedora. Pocos querrán tener frente al
aniversario un gesto expiatorio, devocional y orante. Pocos querrán
dejar siquiera un cirio ante el Santísimo, en señal de desagravio, u
ofreciéndose penitencialmente al pie de las imágenes de Nuestra Señora.
Tal vez callen los prelados, enmudezcan los templos, y queden amnésicos
algunos o muchos de quienes fueron entonces protagonistas del drama. Tal
vez no -y lo deseamos- si el Espíritu Santo sostiene con sus dones a
quienes están obligados a hablar. Empezando por el Papa que, como
argentino, debería pronunciar al respecto una palabra justa y veraz, en
vez de recibir complacientemente a los herederos de los incendiarios.
Sea como fuere, nosotros recordaremos y rezaremos con renovada fidelidad
a Jesucristo. Y hemos de pedirle al Dios de los Ejércitos que nos
conserve la lucidez para comprender y el coraje para resistir.
Comprender que los ataques a la Iglesia no han cesado. Las llamas y los
destructores del presente son tan dañinos como aquel fuego que
carbonizó las estatuas y convirtió en cenizas los misales y los atriles.
Los saqueadores de hoy –herederos ideológicos y partidarios de los de
ayer- hacen de la Iglesia el blanco predilecto de sus insidias y
persecuciones. Esta vez, para mayor penuria, con la indiferencia y la
docilidad de la misma jerarquía eclesiástica. Resistir, entonces, sigue
siendo la consigna, librando el buen combate que nos pidiera el Apóstol
una vez y para siempre.
A quienes la noche del 16 de junio de 1955 se contaron entre los
bienaventurados que fueron perseguidos por causa de su amor a la Cruz, y
están vivos para atestiguarlo. A sus descendientes memoriosos y leales.
A los católicos argentinos todos, convocamos a visitar simbólicamente,
como en el ejercicio cuaresmal del Jueves Santo, algunos de aquellos
históricos templos otrora escarnecidos. Dentro o fuera de los mismos,
según las circunstancias, elevaremos nuestras plegarias.
Será un acto de merecida reparación, pero será también un juramento. La
promesa invicta e intacta, después de seis décadas, de que la mirada
está puesta en lo Alto y la voz de la esperanza amanecida.
¡CRISTO VENCE!
16 de junio, 18 hs.
Salida: San Miguel Arcángel, Bartolomé Mitre 886.
Llegada: Santo Domingo, Belgrano 422.
16 de junio, 18 hs.
Salida: San Miguel Arcángel, Bartolomé Mitre 886.
Llegada: Santo Domingo, Belgrano 422.