Tierra de delincuentes impunes y de Álvarez y Borges
por Rodolfo Patricio Florido • • 1 Comentario
Los casos se multiplican y día a día la muerte es una certeza que
termina por concretarse en alguna imagen que nos horrorizará,
tardíamente. Impunidad por un marco legal que lo permite y una clase
política que tiende a victimizar al delincuente. Esa minoría hábil
declarante que tiene un discurso aprendido para explicar que si tuviera
una oportunidad laboral no delinquiría, cuando en realidad decidió vivir
con atajos -no todos obviamente- que le rinden más dinero que el digno
salario de un pobre que lucha por no ingresar al deseo de apropiarse de
lo ajeno para compensar la distancia entre lo deseable y lo posible.
Tan
cierto como que la pobreza no es precondición para el delito,
-afirmación confirmada por la enorme mayoría de familias con carencias
que se desloman sin robar ni matar para mostrar un camino de esfuerzo y
dignidad-, es también la existencia de sectores empresariales
millonarios -no todos obviamente- que; lejos de hacer un esfuerzo por
incluir a los más necesitados, se abusan de la perentoriedad de sus
necesidades para bastardear sus esfuerzos. Algunos de estos se hacen
sentir hablando de la sabiduría del Papa Argentino, mientras actúan
absolutamente en contrario a sus expresiones declamativas. Estos, son
también, como muchos delincuentes, hábiles declarantes frente a las
cámaras o su público, en tanto que son sepulcros blanqueados en la
cotidianeidad de la disposición de sus fortunas.
La opinión pública se equivoca cuando critica a los jueces. Los habrá
menos permisivos y más permisivos, pero, lo cierto, es que no hacen
otra cosa que decidir y aplicar lo que la Ley Penal establece, dentro de
las penas mínimas y máximas que pueden decidir. Podremos no estar de
acuerdo. Pero los jueces no pueden decidir en contrario a las leyes que
existen.
Dos ejemplos menores de los más recientes últimos días.
Un joven menor de edad, 16 años, fue detenido por la policía
rionegrina robando en un domicilio. Fue llevado al juez. Este, por su
condición de menor y como la Ley lo establece, lo liberó y se lo entregó
a sus padres. Hasta aquí, todo normal. El problema es que la situación
se repitió 3 VECES en la misma noche.
O sea, era detenido, entregado a sus padres, volvía a salir, volvía a
robar, volvía a ser detenido, volvía a ser entregado a sus padres,
volvía a salir y volvía a robar. Así, sucesivamente toda la noche. Es
más que obvio que este menor no solo no tiene la menor contención
jurídica ni familiar, sino que; en aras de una supuesta legislación
progresista y la falta concreta de recursos del Estado para una efectiva
recuperación con profesión y salida laboral, sigue un camino que
inevitablemente lo llevará a la muerte o a producir la muerte de
terceros inocentes. Pero eso sí, los menores son intocables y algunas
paredes gritarán “ni uno menos”. Hipócritas. Están condenando a ese
chico a regresar a un “Hogar” que es más un aguantadero anárquico que
una familia que lo ame, lo controle y lo contenga.
Por su parte, el Estado y la Justicia, que es parte de ese Estado,
cumple el protocolo legal de mostrarse considerado y comprensivo,
entregándole ese menor a unos padres desaprensivos cuando no cómplices.
Obviamente no faltará algún hábil declarante que exprese algo así como…
“Lo que pasa es que el pibe es difícil de controlar”. Puede haber algo
de cierto. Pero no es menos cierto que el control amoroso de un pibe no
se pierde una noche sino que se pierde mucho tiempo atrás cuando se lo
desatiende y no se ejercen los roles de padres que deben ejercerse. Y,
la pobreza no es una excusa. La más absoluta mayoría de los hogares
pobres, con padres o ausencia de uno de ellos, cuidan, controlan, aman a
sus hijos y estos no ingresan al circuito de la delincuencia en el que
el más pesado y violento es el líder a seguir y la persona a imitar.
El otro ejemplo sucedió hace unos días en Bariloche cuando tres
delincuentes de corta vida y más que frondoso prontuario, aceptaron
condenas menores -3 y 4 años- por el mecanismo de juicio abreviado,
luego de haber asaltado con armas y cuchillos un negocio, golpear a
culatazos al dueño, darle repetidos puntazos con un cuchillo en la
espalda, mientras que se le recordaba… “quedate quieto porque a vos ya
te agarré con un cuchillo, te acordás”, no conformes con eso, golpearon a
una mujer, la tiraron al piso y luego la patearon ya caída. Juicio
abreviado, 3 y 4 años de cárcel -que obviamente serán muchos menos. En
paralelo, la sociedad ve como uno de sus referentes políticos locales
oficia -legal y legítimamente por cierto- de abogado de uno de los
delincuentes que; no asesinaron en uno de sus puntazos, culatazos y
patadas en el piso a alguno de los asaltados, de casualidad o porque
Dios así lo quiso. ¿Es legal todo lo que sucedió? Absolutamente Sí.
¿Actuaron conforme a las prerrogativas y márgenes que la ley establece?
Absolutamente Sí. La sociedad siente que no es justo. ¿Y entonces que
sucede? Lo que sucede es que las leyes que existen, que no son
sancionadas por los miembros de la Justicia sino por los integrantes del
poder legislativo y / o a instancias de varios Poderes Ejecutivos
Nacionales en distintos momentos de nuestra historia, incluyendo la
Dictadura, han perdido su esencia inicial porque esta sociedad no tiene
nada que ver con la sociedad preexistente a la hora que fue sancionada.
Tampoco, antes, un dirigente político con aspiraciones de liderar
procesos políticos locales habría disfrutado de su profesión como
abogado para defender a personas que agreden a la sociedad que él
pretende o pretendió liderar. Todo es legal y obviamente tan opinable
como mis propios conceptos, firmados por cierto. ¿Ético, Moral, Justo?
Todo dependerá en donde cada sociedad ponga el acento. Los argentinos
somos muy particulares. Defenestramos a un futbolista si se casa con la
esposa separada de un amigo, pero no nos inmutamos frente a situaciones
como las descriptas. Por un instante me acorde de esos diálogos
maravillosos de Álvarez (Alberto Olmedo) y Borges (Javier Portales)
cuando Olmedo contaba un argumento de película en donde una familia era
agredida, violentada, asaltada y hasta asesinada frente a la mirada
pasiva del Jefe de Familia, hasta que le tocaron al Bobby (el perrito) y
ahí se descontrolaba en aras de las violaciones sufridas.