Silencios elocuentes
La vida monacal está impregnada de silencio. Más aún, está imbuida y saturada de muchos silencios.
No sólo porque sea conveniente, sino porque es algo constitutivo, algo
propio, íntimo e indispensable para que se lleve a cabo la vida de
oración, del rezo de las Horas, del contacto con lo divino y de ese ora et labora
que nuestros padres fundadores imprimieron en nuestros claustros. Sin
vida de silencio, sin silencios, nunca se podría llegar a escuchar la
música callada y percibir la soledad sonora, de las que hablaba tan
sabiamente San Juan de la Cruz
Intento ilustrar a
mis novicios modernistas con estos pensamientos, aunque bien sé que los
pobres viven en un mundo que se ha cerrado positivamente a estas
elevaciones espirituales.
La técnica es lo que impregna su vida. Y
aunque los pobres quieren elevarse, resulta inútil. Habría que hacer un
esfuerzo enorme, impulsados por la Gracia, para salir de este atolladero
que impide los silencios exteriores e interiores.
El mundo no conoce el valor del silencio. No sabe
vivirlo. Es preciso reconocer que en esto hemos sido pioneros los monjes
de todos los tiempos. Quiero decir de los antiguos tiempos. De los que llegan hasta el año ese
que todos mis lectores conocen bien, cuando comenzó a romperse la vida
consagrada y a necesitar demostrar al mundo que los consagrados eran
como los mundanos y que haciéndose mundanos podrían enseñar al mundo el
valor de la vocación de no ser mundanos. Galimatías conciliar, por así
decir. Estafa monumental. Timo de la estampita para incautos, que aún
nos están vendiendo como el bálsamo curativo de todos los tiempos. Puede
uno reirse, liarse y enredarse lo que quiera, pero éste es el
planteamiento que nos impusieron los destructores de la Iglesia. Y que
nos siguen imponiendo. Me he impuesto silencio a mí mismo, para no
comentar la reciente clausura del año de la vida consagrada. Para no
alterar mis humores, más que nada.
En el mundo-mundano,
los silencios tienen otro sentido muy diferente. Basta ver cómo se van
interpretando los silencios de los políticos, que -aderezados de frases
ambiguas y de una de cal y otra de arena-, van dando pistas sobre sus
deseos, sus ambiciones, sus dardos envenenados y sus tácticas perversas
hacia los de dentro y los de fuera.
Algo de esto he constatado en el silencio clamoroso, chillón, estridente y llamativo de Francisco ante la manifestación celebrada en Roma el pasado 30 de enero en contra de las nuevas leyes de matrimonio. Muy pocos medios han comentado este evento, que es el primero en el que no mete Francisco la cuchara.
Algunos de mis novicios estaban por allí en esos
días, y volvieron muy extrañados de que no hubiera en la manifestación
ningún obispo. Esperaban luego escuchar algo de la boca del Santo Padre,
pero tampoco. Volvieron atónitos, preguntándose la razón grave de esta
silenciosa actitud de los Pastores y del Sumo Pontífice. Parece ser que
en esta ocasión, no ha tenido ganas de tener olor a oveja y se ha echado
un desodorante anti-manifa, para que no lo confundan con los asistentes
y organizadores.
Ni una palabra, ni
una alusión, ni un mensaje por videoconferencia, ni una palabra de
ánimo, ni un impulso paternal, ni una palmadita en la espalda, ni una
frase amable, ni un poco de apoyo de Padre y Pastor. Silencio sepulcral,
que es el peor de los silencios. Claro que un silencio de este estilo, y
puesto que hace ya tiempo que el Vaticano se mueve en el más puro
estilo mundano (hay millones de ejemplos), es de lo más elocuente que se
pudiera pensar.
Un silencio en una persona que se caracteriza por su incontinencia verbal,
que habla de todo, que hace broma de todo, que se mete en todo y que
organiza todo…. es algo sumamente elocuente, ciceroniano y bien clarito.
Mis novicios
pardillos discutían entre sí: ¿por qué no ha dicho nada? ¿se le ha
olvidado? ¿creerá que es mejor callar para no herir? ¿preferirá que las
autoridades de Roma no se molesten con la alusión? ¿verá más práctico
dejar que los seglares sean los que den muestras de su disconformidad?
Al final he tenido que terciar yo: -Vamos a ver,
crédulos e inocentones discípulos míos: Si una persona ha hablado hasta
ahora con bastante complacencia de los gays, ha recibido a transexuales,
ha dejado entrever sus simpatías con todo este mundillo, ha escondido
la doctrina como esconde su Cruz pectoral, y no ha dicho no a las uniones homosexuales, calla ahora ante esta manifestación: ¿qué conclusión lógica debemos suponer?
Pues esa. La que
todos están pensando. Dice el refrán castellano que el que calla,
otorga. Exactamente. Viva el matrimonio homosexual. Y mientras tanto,
paseando el cuerpo del Padre Pío por toda Roma. Qué piedad. Qué devoción.
–Y qué cara dura -ha añadido Fray Malaquías-, que pasaba por aquí.
Fray Gerundio