Guerra del infierno a Santa Gema Galgani. ¡¡¡IMPERDIBLE!!!
En estos menguados tiempos en que tan suelto anda el demonio por el
mundo y tan patente se deja sentir su acción en muchos de sus míseros
esclavos, abundan los ingenuos que se maravillan y escandalizan de que
ese espíritu de perdición intervenga en las vidas de los santos,
siquiera sea para perfeccionarlas y embellecerlas. Como quiera que el Señor no subordina sus disposiciones a los gustos
de los tiempos y a las necias exigencias de sus enemigos, permite en
nuestros días, como en todos los tiempos, al demonio tentar nuestra
virtud, y se sirve de ese enemigo del género humano para probar a los
hombres como el oro en el crisol, y hacer la selección entre réprobos y
escogidos.
La Divina Providencia no permite, sin embargo, seamos tentados sobre
nuestras fuerzas, disponiendo sapientísimamente que los niños en la
virtud sean tentados como niños y los gigantes como gigantes.
Gigante en la virtud era sin duda Santa Gema; natural es que sus combates con el infierno fueran formidables.
Previniéndola para ellos el celestial Esposo, le dijo en cierta
ocasión:“Haré que seas pisoteada por los demonios. Así que, hija mía,
prepárate; el demonio será quien de la última mano a la obra que en ti
deseo ejecutar”.
Se preparó la Sierva de Dios, si es que ya no estaba bien preparada:
la guerra no tardó en llegar; pero tan brutal y despiadada que nos hace
estremecer.
En pocas vidas de santos encontramos que el Señor concediese al
demonio la libertad para engañar y atormentar que descubrimos en la de
nuestra Gema.
No hay para qué decir que el maligno espíritu se aprovechó largamente de ella.
Trató primeramente de engañarla, incitándola ora a la presunción, ora a la desconfianza y desesperación.
Para lo primero poníale ante los ojos que el confesor y el director
guardaban cuidadosamente sus cartas para publicarlas un día en alabanza
suya. No dejaba de ser peligrosa esta tentación, ya que sabía Gema que
el uno y el otro conservaba aquellos documentos donde tantos favores del
cielo referían.
Más molestas que estas tentaciones eran aquellas otras en que,
aprovechándose el enemigo de las desolaciones y temores de Gema, la
empujaba hacia el abismo de la desesperación. Clamaba la pobre joven por
Jesús; lo buscaba con febril afán, y al no acudir el Divino Salvador a
sus clamores, se presentaba en su lugar el demonio, diciéndole: “¿No ves
que ese Jesús no te escucha ni se cuida de ti? ¿Por qué te cansas
corriendo tras él? Abandónalo ya, resignándote a tu triste suerte”.
A veces pasaba el tentador más adelante, recordándole apariencias de
pecados y tratando de persuadirle que por ellos estaba ya sentenciada al
infierno.
“Para ti ya no hay esperanza —le decía—; te llevaré al infierno,
porque efectivamente me perteneces; puedes vivir bien persuadida de que
Dios te ha abandonado”. Esta tentación ha causado en todo tiempo
indecibles angustias a los santos. Superfluo es añadir que también
constituyó para Gema horrible martirio.
Una de las cosas que más desesperaba al demonio era la docilidad de
Gema en dejarse gobernar por sus directores. ¿Qué no podría prometerse
el astuto de joven tan simple y candorosa, abandonada a su propio
juicio? Así que dirigió todos sus tiros contra ese baluarte.
Pintaba al Padre Germán como a iluso, charlatán, ignorante, fanático y olvidadizo.
Como nada lograba con semejantes insinuaciones, acudía a la
violencia, siendo muy frecuente el que cuando Gema se ponía a escribirle
le arrancase la pluma de la mano, le hiciese trizas el papel, la
arrojase del escritorio y hasta la agarrase de los cabellos,
arrastrándola por el suelo. Al desaparecer, después de ejecutadas tales
violencias, gritaba desesperado: — ¡Guerra, guerra a tu Padre y a
vuestras almas!
Toda la rabia del infierno vino a estrellarse en la inflexible constancia de estas dos almas esclarecidas.
También la obra de monseñor Volpi desconcertaba al infierno, llegando
el demonio en su ciego empeño por neutralizarla y contrarrestarla hasta
tomar la figura del Prelado.
Varias veces sucedió que al llegarse la candorosa joven al
confesonario, se encontró con que bajo las apariencias del confesor se
sentaba en él el demonio.
“Una vez —dice el Padre Germán— logró representar su papel con tanta
propiedad que, permitiéndolo Dios, logró persuadir a la pobrecita era su
propio confesor en persona. Por fortuna me ocurrió a mí por aquellos
días tener que pasar por Luca y, enterado del caso, conseguí, no sin
gran trabajo y en virtud de santa obediencia, recobrase la paz perdida y
la confianza en aquel santo sacerdote”.
Llevando más adelante el demonio sus malignas artes, trató de meter
cizaña entre el confesor, el director y el Padre Pedro Pablo. El empeño
parece difícil, tratándose de personas tan ilustradas, y que con tanta
pureza de intención buscaban la santificación de Gema; pero también el
ardid fué de los mejor tramados, costando no poco trabajo el
descubrirlo.
Urdió el tentador una serie de cartas como del Padre Germán a
monseñor Volpi y al Padre Pedro Pablo, y de monseñor Volpi al Padre
Pedro Pablo.
El fin de ellas era desorientar y enemistar a los directores de Gema
presentar a ésta como embaucadora e ilusa y privarla de la sagrada
comunión. Ocasionó la infernal maniobra algunos disgustos y costó no
pequeño trabajo deshacerla; pero al fin se logró poner en claro que
todas aquellas cartas eran de procedencia infernal.
Enterada la sierva de Dios de todas estas diabólicas maniobras,
escribía al director: “Sí; sí; el monstruo redobla sus esfuerzos para
privarme de la ayuda de mi Padre y del Padre Provincial, porque ve serme
de gran provecho. Pero, si esto llegase a suceder, no faltaría Jesús en
mi corazón”. Con este sublime acto de resignación respondía Gema a las
ardides y fieras maquinaciones del infierno para privarle de dirección.
Si a tales extremos llegaba el demonio para perder a Gema, ni que
decir tiene que no repararía en tomar toda clase de formas y figuras
para mejor conseguir sus diabólicos intentos.
Así fué. Le hemos visto tomar la figura del confesor.
Pasando más adelante, tomaba frecuentemente la figura del Ángel de la Guarda, y no pocas veces la del mismo Jesucristo.
Lo más ordinario, sin embargo, era se le apareciese en forma de negro
gigantesco, de repugnante y asqueroso enano, de perro rabioso, de
dragón con dilatadas fauces y afilados dientes, de gato negro descomunal
y de otras distintas fieras salvajes.
Los últimos años eran frecuentísimas todas estas apariciones, hasta
el extremo de que la Sierva de Dios llegó a perder el espanto que en su
principio le ocasionaban.
Persuadido el demonio de que nada conseguía con todos sus engaños,
maltrataba a la pobre doncella de mil maneras a cual más brutales.
Unas veces la golpeaba con fiereza, otras la arrastraba por el suelo,
cuándo la tiraba de los cabellos hasta arrancárselos, ya se arrojaba
sobre su espalda arañándola, ya, finalmente, la sacaba del lecho,
dejándola en el suelo sin sentido.
Excusado es decir lo que sufría la inocente virgen bajo los despiadados golpes del infernal enemigo.
Frecuentemente aparecía todo su cuerpo amoratado; otras veces sentía
como descoyuntados todos sus huesos; ocasiones había en que tenía que
guardar cama a consecuencia de los malos tratos recibidos, y hasta en
algún caso llegó a persuadirse de que realmente la mataba.
Mucho más que los atentados contra la vida temía la pudibunda doncella los dirigidos contra la pureza.
Ofrecía el inmundo espíritu a sus ojos desnudeces vergonzosas, la
incitaba a cometer deshonestidades, ponía sobre ella sus manos para
excitar torpes complacencias y cometía mil otras diabluras que la pluma
se resiste a trascribir.
No siempre eran de este género las violencias del demonio contra
Gema. Frecuentemente se manifestaban en lo que llaman los místicos
obsesión y hasta posesión diabólica.
Bajo la acción del espíritu infernal se sentía la Sierva de Dios como
encadenada en sus miembros, en sus facultades y hasta en su lengua; o
bien constreñida a ejecutar movimientos y acciones que repugnaban a su
voluntad.“Ayer —escribe al director — tenía la imagen de Jesús en la
mente, pero no podía pronunciar su nombre con los labios”.
Al verse en tales aprietos, sobre acudir con toda diligencia al
cielo, pidiendo fortaleza y protección, acudía también despavorida al
confesor, solicitando su auxilio. “Monseñor —le escribía—, venga
inmediatamente: el demonio me las hace de todas las especies. . .
Ayúdeme a salvar mi alma, pues tengo miedo de encontrarme en manos del
demonio”.
“¡Dios mío —escribía también al director—, he estado en el infierno,
sin Jesús, sin la Mamá, sin el Ángel! Si he logrado salir sin pecado
sólo a Jesús se lo debo”.
Dice el sagrado evangelio que después de triunfar Jesucristo de las
tentaciones del demonio en el desierto se le acercaban los ángeles para
servirle.
También nuestra Gema, después de triunfar de los formidables asaltos
infernales, recibía tiernas visitas de Jesús, de María y de sus santos
protectores.
El Divino Salvador la felicitaba por sus victorias, la aseguraba que
en nada le había ofendido durante la tentación y le prometía su
asistencia para futuros combates.
Ya hemos visto cómo también la augusta debeladora del poder infernal acudía presurosa, trayéndole la palma de la victoria.
San Gabriel de la Dolorosa, por su parte, le decía: “Cuando la
tentación ponga tu corazón en sobresalto y tu alma en trance de ceder al
enemigo, recurre a mi protección, bien segura de no caer”.
Su amado Padre San Pablo de la Cruz acudía también presuroso tan
pronto como lo invocaba. “El miércoles por la tarde —escribe— me
sobrevino una gran tristeza, por la cual conocí que el malvado se
acercaba. . . mas, al fin, con agua bendita y más aun invocando a San
Pablo de la Cruz, pude verme libre”.
Como escudo de defensa contra los tiros de Satanás tenía también
escapularios, medallas, y en los últimos años una reliquia de la Santa
Cruz, que para dicho objeto le había entregado el Padre Pedro Pablo.
Ayudada de la divina gracia nuestra Gema pudo contar el número de sus
victorias por el de sus combates, y llegada a las supremas alturas de
la unión transformante, la hemos visto en la dulce seguridad de no ser
derribada por todo el poder del infierno desencadenado.
Colocadas las almas vulgares en el crisol de la tentación, sucumben
sin gloria y sin honor; en tanto que las almas esforzadas, como nuestra
Santa, salen purificadas, iluminadas, enriquecidas y dignas de ser
coronadas en la patria bienaventurada.
La Providencia divina, que ha dispuesto sea tentada nuestra virtud, queda en todo caso justificada.
“VIDA DE SANTA GEMA GALGANI” AÑO 1950