viernes, 1 de febrero de 2019

CULTURA, DECADENCIA Y FUTURO, La Batalla Cultural II

CULTURA, DECADENCIA Y FUTURO




La Batalla Cultural II


La mejor forma de salvar a una civilización
es combatiendo lo que usualmente se entiende por ella.
Wendell Berry

La decadencia de la Civilización Occidental – y con ella el derrumbe sociopolítico de toda la estructura de la civilización tecnológica global – ya no se puede evitar de ninguna manera. Sin embargo, las meras copias de las alternativas propuestas en el pasado ya resultan inviables para el mundo del Siglo XXI. Las razones de por qué esto es así son múltiples.
Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial – en realidad, desde el fin de la Primera – ya se veía venir el colapso de los cimientos de la cultura Occidental, ese proceso dramático que Spengler en su momento llamó "Der Untergang des Abendlandes" título bastante mal traducido por "La Decadencia de Occidente" desde el momento en que "Untergang" no es tanto "decadencia" [1] sino más bien "derrumbe", "desmoronamiento", incluso "destrucción" o "hundimiento". "Untergang", en muchos sentidos, es la consecuencia de la decadencia; lo que viene después de la decadencia.

Como sucede con todo proceso histórico complejo, es muy difícil establecer el origen preciso de esa decadencia cuyas consecuencias hoy ya son inocultables. La Historia es fluida. Es una sucesión ininterrumpida de hechos en los cuales establecer "comienzos" y "finales" es siempre algo arbitrario, aun cuando sirva como recurso analítico para explicar ciertos fenómenos.


Hecha la salvedad, desde hace ya bastante tiempo que pienso que, en cuanto al tema de la decadencia de Occidente, hay dos grandes acontecimientos prácticamente olvidados que cambiaron definitivamente el curso de la cultura occidental. Son dos hechos que, si bien figuran en la historiografía, estimo que no han recibido la atención que se merecen.

La Gran Hambruna






Pedro Brueghel el Viejo
El Triunfo de la Muerte (Detalle)
Los dos hechos a los que me refiero sucedieron en el Siglo XIV. El primero de ellos fue la Gran Hambruna (1315-1322) que se produjo como consecuencia de un importante crecimiento demográfico durante los siglos previos. Un crecimiento que no fue acompañado por un correlativo desarrollo de la tecnología agropecuaria por lo que, a principios del S. XIV, la cantidad de bocas para alimentar comenzó a exceder la capacidad de producción de la tierra y de los terratenientes. [2]
Además, hacia el fin del Siglo XIII, el clima comenzó a cambiar significativamente en Europa. En el Norte las innovaciones tecnológicas, tales como el arado profundo y el sistema de rotación de sembradíos [3] no resultaron tan efectivos como en el Mediterráneo porque el Norte tenía un suelo pobre y arcilloso. En el otoño de 1314 comenzó una serie de años de inviernos fríos y húmedos con grandes lluvias. Las ya débiles cosechas del Norte sufrieron aun más y comenzó una seria escasez de trigo, avena, heno y, por consiguiente, también de ganado. Esa escasez resultó en hambre y malnutrición ocasionando una creciente vulnerabilidad de las personas a las enfermedades a causa del debilitamiento de su sistema inmunológico. Para colmo, en 1318, una peste de origen desconocido – identificada por algunos como carbunco – atacó a los animales, especialmente al ganado vacuno y ovino, reduciendo la disponibilidad de alimentos y la economía de los campesinos.
  
La consecuencia dramática de todo esto fue la Gran Hambruna que duró siete años; la peor de toda la Historia europea que, en general, redujo la población en por lo menos un 10%. [4]

La Peste Negra

Apenas 26 años después de la Gran Hambruna – o sea: prácticamente en la generación siguiente – Europa se vio asolada por una desgracia aun peor.
Hacia Octubre de 1347, había echado anclas en la ciudad siciliana de Messina una flota genovesa procedente de Kaffa [5], una colonia que los genoveses tenían en la península de Crimea. Los marineros y demás miembros de esa flota no trajeron buenas noticias. De hecho, en Kaffa las cosas habían salido mal. Muy mal.
La ciudad de Kaffa, después de ser fundada por los griegos en el Siglo VI AC como Theodosia, llevó por mucho tiempo la existencia aproximadamente normal de un centro comercial de regular importancia en el Mar Negro, hasta que en el S. IV DC llegaron los hunos y la destruyeron. Después de ello, ya como pequeño asentamiento, tuvo una suerte algo variada durante los siguientes ocho o nueve siglos. En distintas oportunidades supo pertenecer a la esfera de influencia de los Khazares, el Imperio Bizantino, los Kipchaks turcos que, a su vez, venían presionados por los mongoles quienes, finalmente, la ocuparon hacia 1230.
En los últimos años de ese Siglo XIII, en su constante afán por abrir nuevas rutas comerciales, también los navegantes genoveses llegaron a Crimea y, por consiguiente, a Kaffa. Considerando que la ciudad les vendría bien para sus propósitos, decidieron quedarse con ella y recurrieron al expeditivo recurso de comprársela a los Señores de la Horda Dorada.
A partir de ese momento la ciudad volvió a florecer. Llegó a casi monopolizar el tráfico comercial del Mar Negro convirtiéndose en el principal punto de apoyo genovés de la región y – no en última instancia – en uno de los mayores mercados de esclavos de toda Europa. Obviamente, para los buenos y hábiles comerciantes genoveses, el origen del dinero no tenía demasiada importancia.
La mala suerte de los genoveses fue que, así como a ellos les importaba un bledo el origen de su dinero, a los mongoles un contrato comercial les importaba menos todavía. De modo que, después de vender la ciudad y al ver que la misma prosperaba, calcularon que lo mejor que podían hacer era recuperarla. Al fin y al cabo, un mercado de esclavos no es algo tan difícil de administrar y ellos, los mongoles, eran los principales suministradores de la materia prima para el negocio.
Consecuentemente, en 1347 pusieron sitio a Kaffa para gran desazón de los genoveses que se encerraron en ella.



"La Muerte Negra"
Ilustración de la Biblia de Toggenburg de la Peste Bubónica
con los "bubones" que aparecían sobre el cuerpo de los enfermos.
Y no fue tan sólo que los genoveses, a pesar de sus recursos y de su dominio del mar, no estaban en condiciones de resistir el embate masivo de la Horda Dorada. Pasó algo más allí. Algo muy feo y realmente espantoso.
Los atacantes mongoles estaban enfermos.
Muy enfermos.
Tan enfermos que recurrieron a la guerra biológica.
Sucedió que, durante el sitio, las filas del ejército mongol comenzaron a ser devastadas por una extraña enfermedad que se extendía muy rápido y que nadie conseguía contener. Los combatientes de la Horda morían de a centenares y dice la leyenda que los oficiales mongoles, no sabiendo ya qué hacer con los cadáveres infectados que se les amontonaban día a día, decidieron deshacerse de ellos lanzándolos con catapultas hacia dentro de la ciudad.
El resultado no se hizo esperar. Los genoveses, contagiados y diezmados ellos también por la peste, no tuvieron más remedio que abandonar posiciones y regresar a Italia.
Llegaron a Messina, más muertos que vivos, hacia Octubre de 1347. Y no crean ustedes que con eso de “más muertos que vivos” estoy exagerando para darle dramatismo a la historia. Fue realmente así. Se dice que hasta llegaron barcos sobre los cuales ya no quedaba casi nadie con vida a bordo. Por supuesto que los avispados de siempre aprovecharon la oportunidad para subir a esos barcos y saquearlos hasta casi desmantelarlos. La enorme mayoría de los saqueadores, sin embargo, si es que en absoluto llegó a conectar un hecho con el otro, debe haber terminado arrepintiéndose de ese saqueo con lágrimas de sangre.
Porque de los saqueadores, la mayoría enfermó y terminó muriendo también. Pero no sin antes contagiar a una gran cantidad de personas.
La peste, que en Europa se inició en el Sur de Italia hacia fines del 1347, muy pronto se convirtió en pandemia. Al invierno siguiente ya estaba esparcida por gran parte de Italia. Estalló en Marsella en Enero de 1348. Para Abril estaba en París. En Septiembre llegó a Inglaterra. Ese mismo año asoló también a Alemania y a los Países Bajos. En Mayo de 1349 llegó a Noruega. Al año siguiente se esparció por Europa Oriental y arribó a Rusia en 1351. Según prácticamente todos los testimonios y estudios, el año más terrible, el de mayor espanto y mortandad, fue el de 1348. Para los conocimientos médicos e higiénicos de la época, la enfermedad resultó sencillamente imparable.

El término técnico para denominarla es “Peste Bubónica”. La gente la llamó “La Peste Negra”.
Tratar de dar una idea exacta de la magnitud de la catástrofe causada por la peste del Siglo IV es algo difícil. No tenemos estadísticas precisas y todo lo que podemos hacer son estimaciones. Pero aún así, la enorme mayoría de quienes se han dedicado a estudiar el fenómeno coincide en señalar que la mortandad fue colosal: prácticamente un tercio de la población europea murió a consecuencia de la pandemia. El número de víctimas, calculado sobre la base de censos eclesiásticos y tributarios, se estima en más de 25 millones de personas. A los cuales habría que agregarles los muertos de la Gran Hambruna anterior y un drástico descenso en la tasa de natalidad posterior a la pandemia al punto que, hacia fines del siglo XIV, Europa contaba con aproximadamente la mitad de los habitantes que tenía antes de la plaga. Tuvieron que pasar al menos seis generaciones para que se recuperara el caudal demográfico original.
En el proceso, Europa cambió tanto que nunca más volvió a ser la que había sido.

El impacto cultural

En lo material, la Iglesia salió en cierto modo favorecida de la catástrofe por las cesiones, donaciones y herencias que recibió de las víctimas. Pero en la mente de muchos fieles resultó extremadamente difícil armonizar la tragedia con la idea de un Dios infinitamente bueno. Muy en especial en la mente de quienes, de un modo u otro, estaban dispuestos a aceptar la pandemia como un castigo de Dios. Con ello, la autoridad moral de la Iglesia sufrió un rudo golpe. La era de un mundo sacralizado que en las personas simples había generado un respeto sin preguntas y sin cuestionamientos, comenzó a declinar. La mortandad sembró dudas y esas dudas comenzaron a germinar y a echar raíces.
A ello se le sumó un factor de enorme impacto en el largo plazo.
Durante la peste, proporcionalmente la mayor tasa de mortandad se dio en los dos oficios que más involucrados estuvieron con la atención de los enfermos: los sacerdotes y los médicos. Por la zona de Avignon murió un tercio de los cardenales. En Montpellier, de 140 domínicos sólo sobrevivieron siete. En Perpignan quedó un solo médico de los nueve que había y únicamente sobrevivieron dos de los dieciocho cirujanos.
Para la Iglesia estas pérdidas fueron tremendamente significativas por una razón que pocas veces se tiene en cuenta y que, en la versión materialista de la Historia, directamente se niega. Durante gran parte de los primeros siglos de su existencia la Iglesia se dedicó a reclutar sistemáticamente los mejores cerebros de Europa. No es ninguna casualidad que la mayoría de las universidades más prestigiosas se fundaron por iniciativa de la Iglesia y funcionaron bajo su protección; varias de ellas desde bastante antes del Siglo XIV. Por ejemplo, la universidad de Bologna se fundó en 1088; la de Oxford en 1096; la de París en 1150; la de Salamanca 1218; la de Padua en 1222; la de Nápoles en 1224; la de Siena en 1240; la de Valladolid 1241; la de Cambridge en 1284.
En estas universidades aprendieron y enseñaron las mentes más brillantes de su época. Por ejemplo, Juan Duns Scoto estudió en Cambridge y enseñó en Oxford y París; Roger Bacon y Guillermo de Ockham, alumnos de Roberto Grosseteste, también proceden de Oxford y París. San Alberto Magno, quien estableció los primeros métodos científicos experimentales y que ya en el Siglo XIII demostró con sólidos argumentos que la tierra era esférica, enseñó en la Universidad de París. Su alumno más destacado fue Santo Tomás de Aquino en la misma universidad. Y podríamos seguir con una larga lista – que no solo incluiría científicos y pensadores sino también artistas y artesanos – con la que sería muy fácil demostrar que, durante siglos enteros, el principal motor y guardián de la cultura occidental fue justamente la Iglesia.
A causa de la Gran Hambruna, la Peste Negra y la proporcionalmente gran mortandad entre el clero, este gran motor y guardián cultural perdió una cantidad muy importante de sus recursos humanos.
Y ante esto, la Iglesia cometió un grave error.
Para cubrir las numerosas vacantes producidas por la peste – sobre todo entre los párrocos y los sacerdotes en contacto directo con los fieles – las autoridades eclesiásticas ordenaron apresuradamente a un gran número de clérigos. Al darle prioridad a la cantidad por sobre la calidad, sucedió lo inevitable: muchos de los nuevos sacerdotes no sólo resultaron ignorantes e incompetentes sino, además y en buena medida, corruptos; lo cual condujo a una apreciable cantidad de decepciones y de abusos y esto, a su vez, trajo consigo, como no podía ser de otro modo, un aumento del anticlericalismo.
En el proceso, la Iglesia perdió una enorme cantidad de prestigio y autoridad; una pérdida que solo fue aumentado con el correr de los siglos y de la cual la Iglesia no se ha recuperado hasta el día de hoy. Para dar un solo ejemplo de los muchos que se podrían citar: en Inglaterra, cuando en 1170 Enrique II imprudentemente alentó y provocó el asesinato de San Thomas Becket, arzobispo de Canterbury, el poder de la Iglesia y la lealtad de los fieles todavía fue suficiente para que el rey, a fin de ser perdonado, tuviese que someterse a la penitencia de la flagelación impartida por los sacerdotes de la Catedral. A penas unos 20 años después de la pandemia, en 1381, Simón de Sudbury – también arzobispo de Canterbury – terminó decapitado en medio de una multitud que aplaudió al verdugo, ante una Iglesia que sólo pudo ensayar una tibia protesta.
El Asesinato de San Thomas Beckett

El tobogán de la decadencia

Después de la catástrofe del Siglo XIV Occidente entra en una larga montaña rusa desintegradora que, a través de distintas etapas y acontecimientos, a través de varias bajadas y subidas, conduce gradualmente al mundo actual. La descripción puntual y detallada de este proceso excedería, y por mucho, el marco de esta nota con lo que aquí deberá bastar con recordar en forma (muy) sucinta los hitos principales del proceso.
En el siglo siguiente al de la hambruna y la gran peste, podríamos comenzar con mencionar la ampliación de los horizontes y la colonización de América del Siglo XV y la progresiva difusión del conocimiento a partir de la imprenta de Gutemberg. Sigió luego con la sensualidad del Renacimiento, la rebelión herética de la Reforma de Lutero y Calvino, la primera Guerra de los 30 años, la Paz de Westfalia y la fragmentación de la unidad de concepción de la humanidad europea, las filosofías del Iluminismo y la Ilustración, el "Siglo de las Luces" y la hegemonía del racionalismo ateo y materialista,  la Revolución Industrial y el progresivo ascenso de la burguesía económica, la Revolución Francesa y el asalto de esa burguesía al poder, el avance de la codicia capitalista y su imperialismo, la industrialización con la ciencia progresivamente cada vez más al servicio de la tecnología con las máquinas a vapor, el generador eléctrico, el gramófono y docenas de inventos prácticos; las revoluciones sociales y el Kulturkampf de Bismarck, las guerras napoleónicas, de independencia y revolucionarias que suman más de 36 a lo largo del Siglo XIX hasta la Segunda Guerra de 30 años (1914 – 1945)  –  con dos Guerras Mundiales y un armisticio provisorio de 21 años entre ambas – en cuyas consecuencias y derivaciones se violan y desaparecen definitivamente las normas y los valores que otrora encauzaron el modo de vida y la organización existencial de Occidente
En estos hitos no es nada difícil seguir el rastro del avance de la civilización sobre la cultura, del triunfo del racionalismo sobre el idealismo, el aplastamiento de lo espiritual por el materialismo, el cuestionamiento de lo sagrado por el relativismo y la duda sistemática, más la muerte de la cultura en nombre de la codicia, el utilitarismo y el hedonismo.

Cultura y civilización

Para entender el proceso es interesante meditar acerca de qué abarca el término "cultura" y por qué la más mínima modificación de este complejo concepto desata toda una enorme variación en el modo de vida de cualquier organismo etnocultural. Admitiendo desde ya lo que señala hasta la mayoría de los diccionarios en cuanto a que la cultura no tiene y no tendrá – porque es imposible que tenga – una descripción universal, objetiva, única y unívoca, válida para todos los pueblos del planeta. [6]
Uno de los componentes destacables de lo que desde los tiempos de Bismarck se conoce como "Kulturkampf" [7] es justamente que no existe consenso ni siquiera alrededor de la definición del concepto de cultura, por más que la palabra misma ya apunta hacia un sentido determinado. Etimológicamente, cultura proviene de la palabra latina cultüra cuya última palabra trazable es colere que tenía un amplio rango de significados como: habitar, cultivar, proteger, honrar con adoración. [8] En los idiomas derivados del latín es fácil ver que la palabra se relaciona con los conceptos de "cultivo", "cultivar", "culto" y similares.
Bismarck y el papa Pio IX enfrentados en una partida de ajedrez.
Caricatura de la época del Kulturkampf.
En gran medida, el término siempre estuvo relacionado con "lo que se cultiva", principalmente con el cultivo de la tierra. En el mundo antiguo, el modo de cultivar la tierra, siendo que constituía la base de la existencia humana, equivalía al fundamento del modo organizacional de la existencia en el entorno de un Cosmos que respetaba lo sagrado. Así, en su sustrato más antiguo, la cultura significó la interpretación de la existencia y la base firme sobre la cual se edificó la forma organizacional y la vida material. Con ello, en Occidente cultura y civilización formaron durante siglos un todo armónico e integrado al cual se pudieron ir agregando elementos pero siempre cuidando que lo nuevo pudiese adaptarse y amoldarse a lo ya existente y no a la inversa.
En nuestros días, el ser humano, en su papel de máximo depredador global, con una hiper-actividad que destruye irresponsablemente la tierra entera, ha recorrido un largo camino desde sus orígenes hasta hoy. Para la comprensión del proceso histórico probablemente habría que recorrer todas las estaciones de este camino, y enfrentar con honestidad y valentía la gran cantidad de amargas realidades de las que tendríamos que hacernos cargo al hacerlo. Pero, aun si dejamos de lado las discusiones sobre el derrotero histórico del pasado hasta la actualidad, sigue subsistiendo la gran pregunta de cómo deberíamos actuar para encauzar nuestro modo de vida actual.
Por un lado están los agentes de la civilización desacralizada de la modernidad occidental – fundamentalmente atea, hedonista y materialista – que tratan de defender a toda costa su organización existencial en nombre de lo que ellos declaman como "libertad".  Una "libertad" que lleva tarde o temprano al caos, no solo porque derriba los valores tradicionales sino porque devasta hasta el mundo material existente desde el momento en que dicha libertad, en la práctica, se traduce en la depredación de los recursos del planeta en aras de una codicia sin frenos que culmina fatalmente en una destrucción sin límites.
Por el otro lado se hallan quienes todavía tienen la esperanza de revertir esta destrucción restaurando modos existenciales anteriores. En gran medida ésta es una esperanza vana porque, si bien se pueden –con no poco esfuerzo – recuperar los valores tradicionales, el modo de vida construido sobre ellos necesariamente tendrá que ser diferente a todos los modos anteriores ya que la civilización a la cual dichos valores deberían regir ya es completamente distinta y en gran medida no puede ser revertida. Para expresarlo con un rudimentario ejemplo hipotético: un modo de vida artesanal y bucólico no es compatible con una producción gobernada por el procesamiento electrónico de datos y conectada con el espacio exterior a través de complejos logros científico-tecnológicos como, por ejemplo, la estación espacial internacional y las comunicaciones satelitales. 
Estación Espacial
¿De la NASA? No.    –    ¿De los rusos? No 
¿De un conjunto de países europeos? – Tampoco.
Es la estación espacial Tiangong-2 de China
Y no es posible abandonar ese modo de producción – o al menos gran parte del mismo – si no queremos matar a millones de seres humanos cuyas vidas dependen de la actividad y de los productos que esa producción genera. Porque no se trata tan solo de los puestos de trabajo. Además de eso, se trata de lo que necesitamos para alimentar, alojar, curar, vestir, educar y cuidar a 7.000 millones de seres humanos si es que queremos un mundo con verdadera justicia social.
Más allá de este ejemplo y tomando referencias más actuales, el modo existencial del tercer milenio no es imaginable ni viable según unos parámetros idealizados de la primera mitad del Siglo XX, aun en el supuesto de que el rescate de los valores fundamentales de Occidente fuese exitoso. Los valores pueden ser constantes, pero las ruedas de la Historia jamás giran en reversa. Podremos seguir sosteniendo el valor de la privacidad de las comunicaciones personales, pero los mensajes de texto ya no los traerá el cartero y esa privacidad ya no dependerá de la mayor o menor habilidad de los censores para abrir un sobre de papel sin que nadie se dé cuenta. Podremos (y debemos) seguir sosteniendo el valor ético del trabajo pero no podremos eliminar las placas de PLC [9] de los procesos industriales ni las máquinas de CNC [10] en los procesos de mecanizado. Así como dentro de muy poco nos será imposible eliminar las impresoras 3D.
Esencialmente, la cultura es una interpretación del significado de los valores esenciales  aceptados por una comunidad humana. Establece la base conceptual de la organización existencial que sobre esa interpretación se construye. Lo que sucede es que tiene, inevitablemente, una relación muy estrecha con todas las cosas que la actividad humana despliega en la esfera de lo físico-material. Y, si esa construcción físico-material se independiza, adquiere vida propia y usurpa el poder real para construir elementos extraños que ya no se articulan con los principios fundacionales de la comunidad organizada, lo que sucede con la cultura es que deja de "cultivarse" y pierde su potestad, con lo que se rebaja a mero espectáculo y entretenimiento, se agota, se vacía de significado auténtico, se hace parasitaria y a partir de allí ya no es cultura sino apenas un barniz superficial con el que la civilización trata de negar su absoluta esterilidad cultural.
Cuando el mundo de la tecnología y los logros materiales ya no está en armonía con el mundo de los valores culturales, cuando ya no existe el concepto de lo sagrado en el sentido de "lo que no se toca" porque constituye un pilar básico que sostiene toda una estructura – así como en matemáticas existen los postulados y en filosofía las reglas de la lógica – cuando lo físico-material aplasta al mundo cultural y usurpa el poder organizacional de lo político, la civilización se convierte en el último, autodestructivo y decadente estadio de toda cultura.
Eso es lo que está sucediendo con ese algo que llamamos "Occidente" y que alguna vez fue una cultura y una civilización armónicamente integradas y que hoy no es más que una civilización en su última etapa de autoliquidación y descomposición interna.

La batalla cultural

Y aquí en realidad hasta podríamos abandonar el tema ya que, desde este punto de vista, toda la batalla cultural podría no tener sentido puesto que la forma de ser occidental ya no puede ser interpretada como cultura por un Occidente que fue cultura definitoria de todo un Cosmos y que hoy ha degenerado en una civilización de indetenible decadencia. La razón por la cual, a pesar de ello, vale la pena seguir dando la batalla es que el intento de reconstruir un pasado que ya no existe, y que ya no puede volver a existir, no es la única alternativa.
El pesimismo retrocede y las imágenes de las distopías se difuminan en el instante en que asumimos que la batalla cultural ya no se refiere al pasado ni al presente sino al futuro. El colapso de la civilización actual y el derrumbe de toda la estructura global orientada por ella ya no puede evitarse en modo alguno. Pero se puede – y se debe, aun en medio del proceso decadente – hacer surgir los cimientos espirituales y morales que representarán el fundamento de una nueva interpretación sagrada de la vida humana y la organización existencial que, basada sobre este fundamento, se deberá construir integrando los elementos asimilables existentes de la realidad.
La batalla cultural que plantea el tercer milenio es un desafío al sistema inmunológico de Occidente. Llega tarde y por eso como restauración es inviable porque el proceso hacia la desintegración total de esta civilización ya no es reversible. Pero la batalla es posible como creación revolucionaria basada en valores permanentes y orientada hacia el futuro.
La batalla cultural pendiente ya no se orienta – como todavía podía ser concebida durante las últimas décadas del Siglo XX  – hacia el intento de dominar el presente, o a tratar de revertir el resultado de una Derrota Mundial volviendo a las últimas bases relativamente sólidas disponibles. Esas oportunidades se han perdido. Se han perdido irremisiblemente. Ha pasado casi un siglo desde las propuestas alternativas al capitalismo y al marxismo de las primeras décadas del Siglo XX. En casi un siglo, al ritmo frenético de la tecnotrónica de esta civilización, el mundo ya se ha convertido en algo completamente diferente de aquél para el cual en su momento esas alternativas fueron diseñadas. Los principios y los valores inspiradores de esas alternativas siguen siendo válidos pero la implementación de una copia del modelo original ya no es viable. Y esto no es porque el mundo actual sea diferente; es porque se trata de otro mundo en absoluto.
La batalla cultural, tal como está planteada hoy, consiste en elaborar una reinterpretación actualizada del significado de los valores esenciales de Occidente y sentar las bases fundacionales para la organización existencial que sobre esa interpretación se habrá de construir durante los próximos siglos obligando a la civilización altamente tecnológica del futuro a amoldarse a un sentido y a un significado acorde con esos valores.
Es, por supuesto, tan solo una fantasía.
Pero no es para nada imposible que dentro de solo dos generaciones (o incluso antes)
la Avenida 9 de Julio en Buenos Aires tenga un aspecto bastante parecido a éste.
¿Alguno de ustedes se imagina gobernando una ciudad así?
------------------------------
NOTAS
El artículo prededente de "La Batalla Cultural" está en:
https://denesmartos.blogspot.com/2018/07/la-guerra-de-los-sexos.html

1)- "Decadencia" vendría a ser más bien "Verfall" en alemán.
2)- Judith M. Bennett and C. Warren Hollister, Medieval Europe: A Short History (New York: McGraw-Hill, 2006), 326 .
3)- https://www.uh.edu/engines/epi26.htm
4)- Baillie, Mike (1997). A Slice Through Time, p124
5)- Actualmente Feodosiya, Ciudad balnearia de Crimea en la costa del Mar Negro con aproximadamente unos 69.000 habitantes.  Cf. https://discover-ukraine.info/places/crimea/feodosiya/554
6)- Para colmo, "Civilización" y "Cultura" no significan lo mismo en los distintos países de Occidente. En Inglaterra y Francia el concepto de "civilización" incluye el concepto de "cultura". En la tradición alemana, por el contrario, es a la inversa: lo abarcador de lo esencial es la "cultura". El concepto de "civilización" queda reservado para lo externo y material; generalmente relacionado con lo utilitario. Así, con este criterio, la ciencia propiamente dicha pertenece al área de la cultura; la ciencia aplicada a usos prácticos – es decir: la tecnología – pertenece al área de la civilización. Las traducciones al castellano no siempre aclaran esta diferenciación, lo cual conduce a confusiones frecuentes. En esta nota hemos adoptado este segundo criterio.
7)- Literalmente "lucha" o "combate" cultural en alemán. Kulturkampf,  fue el nombre dado por Rudolf Virchow a un conflicto que enfrentó a Bismarck contra la Iglesia católica y la representación política de la misma entre 1871 y 1878.
8)- Cf. http://www.lapaginadelprofe.cl/cultura/1cultura.htm#_ftn1
9)- PLC: (Control Lógico Programable) Programmable Logic Controller, por sus siglas en inglés  es un dispositivo electrónico que puede programarse para realizar acciones de control en forma automática.
10) CNC = Control Numérico Computado (o Computed Numerical Control en inglés) . es un sistema que permite controlar en todo momento la posición de un elemento físico, normalmente una herramienta que está montada en una máquina.