Venezuela y la revolución anti-cristiana
Nos encontramos en Colombia, dictando un ciclo de conferencias.
La imagen es recurrente.
Un joven, una mujer con su bebé, se pasean por las calles “vendiendo” caramelos al precio que uno quiera pagarles.
– “Soy venezolano. Perdí todo. Ayúdeme por amor de Dios” – dice el cartel.
Son
miles y miles esos hermanos que debieron dejar su Patria ante el
régimen de Maduro; testigos silenciosos de lo que la izquierda siempre
ha hecho con el pueblo: cagarse en él.
Hoy por hoy el régimen izquierdista de Maduro está cayendo bajo “el peso del dictador más bruto, idiota e ignorante que la progresía, el castrismo y la teología de la Liberación hayan puesto jamás en el poder”, como señaló Sertorio en un reciente artículo.
Y
recién ahora los países Europeos y los Estados Unidos “intervienen”
para garantizar un sucesor conforme a sus intereses con el cual harán el mismo preservativo uso que hicieron con los anteriores.
Si Guaidó es masón o no, hoy resulta indistinto;
pues la masonería, esa secta pestilente condenada desde hace tiempo por
la Iglesia, hoy resulta para muchos, algo así como un club donde las
viejas gordas se juntan a tomar el té sin saber bien quién es el dueño
del salón.
Sea
como fuere y como señala Sertorio, “la operación puesta en marcha por
los servicios americanos recuerda a la que llevó a la caída de Mossadegh
en Irán, a la de Marcos en Filipinas o a las que acabaron con Arbenz en
Guatemala y Allende en Chile”. Se cambiará de figurita y quizás de
régimen (cosa que será un alivio para nuestros hermanos
hispanoamericanos), pero vendrá –esperemos sin demasiada sangre– un
nuevo gobierno que, por medio de la democracia liberal (madre y progenitora de las ideas izquierdistas), traerá un cierto “tiempo de paz”.
Porque lo que debemos entender los hispanoamericanos es que, casi siempre desde nuestras independencias, los gobernantes no gobiernan realmente
sino que son meros títeres de quienes, en verdad, poseen el poder.
Vendrá entonces el hundimiento de la izquierda política
hispanoamericana, pero sólo en cuanto a su máscara ejecutiva. Sus raíces liberales quedarán en pie.
En Argentina ya lo hemos visto pasando de los Kirchner a los Macri.
– Pero…: “¿no es mejor un liberal a un comunista?” – se preguntará alguno.
La
pregunta misma ya contiene una trampa. Porque aunque se puedan
distinguir jerarquías entre los males, ambas ideologías muestran dos
caras de la misma moneda que tiene un nombre: Revolución.
Sin
duda que en los regímenes liberales hay un cierto margen de libertad;
pero ese margen es análogo al que puede tener la gallina en su
gallinero. Claro que siempre es mejor ser esclavo de Augusto que de
Nerón…, pero esclavo al fin.
Hasta que en Latinoamérica no regresemos a las fuentes hispano-católicas que nos vieron nacer y nos desembaracemos de ese maldito “complejo del sudaca”, oscilaremos siempre entre liberales-comunistas, padres o hijos de misma revolución anti-cristiana, como la llamó el Padre Meinvielle.
Terminemos
con las palabras que Merton –aunque heterodoxo– le prodigó al poeta
nicaragüense Pablo Antonio Cuadra, cuando lo fue a visitar a su
convento:
“Tenemos una vocación tremenda y maravillosa la vocación de ser americanos. Es decir, de ser y de formar la verdadera América (“Cristianoamérica”),
la del Cristo que llevó América india en un misterioso Adviento, el
Cristo crucificado sobre la cruz que forma el roce y el encuentro de
este continente doble y que agoniza sobre ella”[1].
Recemos por Venezuela.
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi, SE
9/2/2019
[1] Pablo Antonio Cuadra, Torres de Dios. Obra en prosa, Libro libre, Costa Rica 1986, 67.