1.3. Herbert Marcuse Hegelianismo Freudo-Marxista
En
términos generales, el sistema ideológico de Marcuse se compone de tres
ingredientes: El conflicto freudiano, la alienación marxista y la
negatividad hegeliana, lo que origina el método de las "tensiones".
Naturalmente, para llegar a esta reducción, él ha tenido que inventar
una historia "subversiva" de la filosofía, que desemboca en Hegel. "Con
la impertinencia de los hegelianos, anota Michel Ambacher, pretende
volver a escribir la historia a su manera: comprender a Sócrates o a
Platón mejor de lo que ellos se comprendieron a sí mismos". Llega así a
la dialéctica, entendida como "la forma de una «negatividad» inmanente a
las cosas. Es una «contradicción» viviente entre la esencia y la
apariencia, en virtud de la cual las cosas van (y en caso necesario se
las hace ir) desde lo que no son hacia lo que son". De la filosofía lo
que le interesa es la hostilidad que en ella pueda encontrar contra la
civilización. En particular contra la sociedad norteamericana que ha
albergado su trashumancia, y que por sus anteojeras no conoce sino
superficialmente.
Marcuse propone a la juventud toda esta mezcla de
marxismo y psicoanálisis, como una receta salvadora. "Sería muy doloroso
concluye Ambacher que, a través de la ideología de un hombre que niega
un mundo que ni siquiera fue el suyo, la juventud dejara de adaptarse a
un mundo que, de todos modos, será el suyo". Para completar nuestro
esquema sobre el pensamiento de Marcuse seguiremos a los otros dos
únicos libros aconsejables que en nuestro medio circulan: el ya citado
de Pierre Masset y el de Elíseo Vivas, Contra Marcuse. Podríamos decir
que su tema básico el de El hombre unidimensional es el de la negación
cualitativa. "Si el marxismo quiere seguir siendo la teoría crítica de
la sociedad que fue hasta ahora, debe admitir el escándalo de la
diferencia cualitativa. No contentarse con el mejoramiento del mal orden
existente, sino redefinir la libertad, de manera tal que no se la pueda
confundir con nada de lo que pasó hasta ahora". Y para ello, "la idea
que acude espontáneamente al espíritu... es la de la dimensión estético
erótica... Por lo tanto, la ruptura radical, la «negación total» del
orden existente, señalan un verdadero giro histórico en la orientación
del progreso; la existencia humana será transformada totalmente,
incluidos el mundo del trabajo y la lucha contra la naturaleza". Ese
cambio total se concreta en el "Hombre Nuevo": "Parece, entonces, que
para cambiar la civilización es necesario, en primer lugar, cambiar al
hombre y la organización de sus instintos. La instauración de una
civilización no represiva supone una liberación de los instintos
reprimidos por una civilización de dominación. Esta reorganización de
los instintos, con reactivación de ciertos dominios tabúes del goce,
sería una verdadera reestructuración de la psiquis y modificaría
totalmente la existencia humana". De manera que la civilización se
transforma si se cambia al hombre, y al hombre se lo cambia si se
cambian sus instintos, y éstos, a su vez, se transforman cuando los
actos sexuales, en lugar de practicarse como hasta ahora se ha hecho en
la sociedad opresora, se orienten hacia un nuevo campo imaginativo. En
tal sentido Marcuse es bastante explícito. Lo primero que hay que
desechar es el machismo, porque éste implica siempre "la tiranía de lo
genital". Luego corresponde redefinir esos actos que la Sociedad
Represiva ha denominado "perversiones sexuales". Dentro de ellos
encuentra una gama de matices muy esclarecedora. Así, en Eros y
Civilización, al analizar el comportamiento de viejos modelos (Eros,
Ágape, Thanatos, Orfeo, Narciso, etc.), explica: "En el interior de la
dinámica histórica del instinto, la coprofilia y la homosexualidad, por
ejemplo, ocupan un papel muy diferente". "La función del sadismo no es
la misma en una relación libidinosa libre y en las actividades de los
S.S. (nazis)". "Por lo mismo, sin duda, se condenará el strip-tease del
music-hall burgués mientras se saludará como una liberación el del
Living-Theatre, uno es explosión, el otro es expansión". En definitiva:
"lo que condena al libertinaje occidental es el ser aún demasiado tímido
y conservar todavía algunos tabúes". Este es el capítulo que Marcuse
denomina como "radicalismo moral" y que tiene tanta incidencia en toda
su construcción pues, como afirma, "todo radicalismo político supone un
radicalismo moral". Tal es el consejo de un septuagenario a los jóvenes
socialistas de hoy: si quieren ser buenos liberadores deben evitar el
acceso carnal directo y en su lugar desplegarse en juegos eróticos sin
objetivo definido. Es claro que este proyecto hedonista y polisexual
está tomado de Freud. Pero el maestro del psicoanálisis se aplicó al
estudio de la vida del inconsciente, en tanto que Marcuse lo traslada al
orden de los fenómenos conscientes individuales y colectivos. Por otra
parte, es un mensaje que no siempre es bien recibido por sus
destinatarios naturales: los jóvenes estudiantes. Su polimorfismo
erótico, anota Vivas, es generalmente "malentendido por los chicos que
no están demasiado ansiosos de liberarse de la tiranía de lo genital".
Como sea, lo cierto es que el neoerotismo es el punto de partida del
filosofar de Marcuse. Por este camino Marcuse "quiere liberar al hombre
por medio de una transformación radical de la sociedad". Según la
expresión del Che Guevara "construimos al hombre del siglo XXI". Es un
proyecto que encuentra algunas resistencias: "Las formas tradicionales
de lucha, los medios clásicos de protesta dejaron de ser eficaces, dice.
Las clases populares ya no son revolucionarias, la sociedad de consumo
las condicionó y anestesió. Quedan los outsiders, los marginales, los
parias del sistema". Su análisis apunta después a una revisión del
marxismo. "Como ustedes saben, escribió en El fin de la utopía, sigo
creyendo que he trabajado en una línea marxista". En todo caso, como
hegeliano de izquierda que es, ubicará su teoría como una "crítica". "La
teoría de Marx dice, es una crítica en medida en que cada uno de sus
conceptos condena el orden existente en su totalidad"; pero, "quizás
todavía no representa o ya no representa esta resuelta negación del
capitalismo que debería constituir". Con sus añadidos sí se dará "un
socialismo construido sobre una base verdaderamente popular, cuya
posibilidad demostraron la revolución cubana, la guerra de Vietnam y la
revolución cultural china". En verdad, ya antes Onán y Lesbos habían
sido profetas de una revolución erótica. Pero no confundamos los planos.
Estos últimos deben ser traídos como aporte freudiano; freudiano
heterodoxo. En cuanto al marxismo de Marcuse, estima Masset que aquél
"fue siempre marxista, desde el despertar de su conciencia política (a
diferencia del freudismo al que llegó tardíamente). Además, como no hay
un marxismo, sino marxismos, parece muy difícil que se pueda impugnar su
fidelidad a Marx, lo cual evidentemente no impide criticar al marxismo
que le es propio. Ya vimos que Marcuse no es un marxista «ortodoxo».
Critica el marxismo soviético. Niega al proletariado el papel de
elemento revolucionario. No hay que asombrarse, pues, de que Pravda haya
arremetido contra él en muchas ocasiones". Hasta aquí su freudismo sui
generis y su marxismo revisionista. ¿Cuál es el resultado de tales
elucubraciones? La crítica negativa de la sociedad establecida. Nosotros
ya hemos dicho lo esencial sobre el asunto; pero nuestro sucinto examen
resultará mejor iluminado si exponemos las consideraciones que a su
propósito ha escrito Elíseo Vivas, profesor también de universidades
norteamericanas. MARCUSE DESMÍTIFICADO La crítica de Vivas se basa en un
adagio que puede resumirse en esta especie de destrabalenguas: el que
desmitifique al gran desmitificador, mejor desmitificador será. Vivas
asume la defensa de la sociedad enjuiciada y contraataca. Estudia todos
los tópicos gratos al paladar marcusiano: el erotismo, la crítica del
arte, del lenguaje, de la libertad, el determinismo, el mecanismo de los
placeres, la denuncia de la tolerancia, la filosofía de la historia,
etc., y le aplica el cauterio indicado. "Marcuse dice es partidario de
lo que él llama unas veces «pensamiento crítico» y en otras ocasiones
«poder de pensamiento negativo». Usa de este método para atacar lo que
denomina «el infierno de nuestra sociedad opulenta». Su ataque es
radicalmente parcial, completamente selectivo, absolutamente inhumano,
cruel, sin caridad. He tratado de aplicar el método de Marcuse a su
propia obra". Y en verdad que el experimento vale la pena. Veamos: Se
transcriben dos párrafos de Marcuse, que dicen: "El presente, o sea el
mal, es la apariencia; el futuro, o sea el ideal, es la realidad". "La
teoría crítica de la sociedad no posee conceptos que puedan tender un
puente entre el presente y el futuro: no sostiene ninguna promesa ni
tiene ningún éxito; por lo que sigue siendo negativa". Luego se le
aplica la lógica forma a esas dos proposiciones contradictorias y se
destaca la falsedad del ideal indefinible del marcusismo. Pero, añade,
desde el punto de vista dialéctico marcusiano, esa contradicción lógica
no cuenta. Lo que pasa, dice Vivas poniéndose en lugar de Marcuse, es
que "los esclavos no pueden concebir la felicidad verdadera", porque no
han podido "desalinearse" todavía. Entonces, ¿quién podrá atisbar ese
porvenir venturoso, aunque neblinoso? Marcuse, sólo Marcuse; "sólo un
mestizo, mezcla de materialismo dialéctico y freudianismo, puede
concebir la felicidad verdadera". Así ahora los hombres "parecen
felices, se consideran felices, son relativamente libres. Y, sin
embargo, según Marcuse, no son, no pueden ser, no deberían ser libres ni
felices. ¿Por qué no? ¿Por qué debería tener sentimientos, capacidades,
reacciones sensibles que no tengo?" Porque Marcuse lo dice. Y entonces
carga Vivas: "Por eso no voy a soportar que un viejo atrabiliario,
escupiendo odio, me diga que no he realizado mi humanidad, que no seré
completamente humano hasta que él no destruya mi mundo y en su lugar nos
llene de escombros v cadáveres putrefactos. Debido a que su concepto de
la esencia del hombre (para usar otra de sus palabras favoritas) es una
«difamación» de nuestra humanidad, encuentro insufrible su desfachatez
con que niega nuestra humanidad". Y concluye su argumentación: "La
condenación de Marcuse no nos alcanza...nos liquidaría si pudiera, pero
no nos convencería. Nos juzga mal: lo sabemos v nos reímos de él. Porque
su juicio es válido sólo para quienes están de acuerdo con él".
Aplicando el mismo procedimiento desmenuza diversos aspectos de la
teoría marcusiana. Señala cómo esas tesis están "viciadas" (término caro
a Marcuse) de nihilismo, de torpe hedonismo, de ignorancias técnicas v
epistemológicas, etc. Que la crítica de la sociedad occidental se ha
hecho infinitas veces, algunas de ellas con genuina perspicacia, tino y
agudeza, al lado de las cuales, las objeciones de Marcuse, como la
existencia molesta de los "coches grandes" no son otra cosa que
trivialidades. Pero la fuerza del alegato de Vivas radica en su embate
contra el utopismo. Destaca que la futurología marcusiana "lo único que
puede darnos es una idea muy rudimentaria del futuro reino del cielo en
la tierra. Y cuando llegue el día, camarada, mejor que te guste". Como
utopía que es, se asienta sobre la negación de la historia: "Que el
pasado es inútil es algo que el revolucionario da por sentado sin
expresarlo, sin examinarlo, pero que está siempre presente en sus sueños
milenarios. En este sentido Marcuse es un revolucionario típico. ..
Marcuse repite con frecuencia que su análisis crítico de la sociedad es
«histórico». Pero no quiere decir que haya consultado archivos,
examinado documentos amarillentos, estudiado inscripciones y monedas o
realizado excavaciones, ni tampoco que haya leído la obra de hombres que
hayan llevado a cabo actividades de este tipo. A él no le interesa el
proceso real de los acontecimientos tal como lo refieren los
historiadores. Cuando él dice historia, quiere decir filosofía de la
historia, y es desde este punto de vista que interpreta el desarrollo de
la sociedad. Le permite decir de manera apriorística cómo ocurrirán los
hechos; las frecuentes referencias de Marcuse a la historia subrayan el
fluir, y nunca su valor como fuente de inspiración o sabiduría. Si
Marcuse se ocupa del efecto poderoso del pasado sobre el presente es
para deplorarlo, para condenarlo por irracional, para denunciar sus
iniquidades. Para él el pasado es algo que hay que superar, no que
utilizar sabiamente. La razón se ocupa de sus crímenes para suprimirlos y
asegurarse de que no se repitan" Esta paradoja lingüística de mentar la
historia para negarla, por otra parte propia de todos los utopistas es,
en el caso de Marcuse, una constante generalizada. Así, este "maestro
de la polémica oscura", como lo ha llamado Robert W. Marks, la de la
"tolerancia" para predicar el terror. En ensayo sobre la Tolerancia
represiva afirma que para los ilustrados franceses de 1789 "la
tolerancia no implicaba justicia para todos los partidos existentes.
Significaba, en realidad, la abolición de uno de los partidos". En
consecuencia, para su propio proyecto "la realización del objetivo de
tolerancia exigiría intolerancia, la tolerancia liberadora, entonces,
implicaría intolerancia hacia los movimientos derechistas y tolerancia a
los movimientos de la izquierda. En lo que respecta al alance de la
tolerancia y de la intolerancia, se extendería al campo de la acción
como al de la discusión v de la propaganda, del hecho y también de la
palabra". Esta brutal contradicción, este sectarismo desenfrenado,
encuentra su réplica adecuada en los conceptos de Vivas: "Marcuse lo
dice muy en serio. Tolerancia para el pensador negativo y sus
seguidores, los destructores. ¿Y los que no están de acuerdo? Al
paredón, por supuesto. Estos obstruccionistas son enemigos de la
humanidad. .. No se debe dar cuartel a la oposición. Fíjense que este es
el programa considerado de un hombre que lucha bajo la bandera de la
«razón», cuyo programa lleva el lindo nombre de «tolerancia liberadora».
¿Y de qué libera a quien tiene la imbecilidad de disentir? Cuando a uno
lo ponen contra el paredón está enteramente liberado, liberado de más
dolor, ansiedad, disensión, trabajo: uno está liberado de la vida". Es
por esto que Vivas reclama que no se le conceda el trato de "fair play":
"No merece dice nuestra cortesía, nuestra caridad, nuestra tolerancia.
Ha proclamado por escrito el principio de intolerancia hacia aquellos
que no están de acuerdo con él. No hay ninguna razón para tratarlo de un
modo distinto de aquel con que él trata a sus antagonistas. Si tuviera
el poder por un momento sería más terrible que Robespierre o Saint Just;
sería una especie de Stalin v Hitler fusionados, porque ello es una
parte explícita, mediata y fundamenta] de su ideología". En el fondo de
esa intolerancia radical que Marcuse siente por la sociedad donde vive
está el odio, un odio químicamente puro. De ahí, señala Vivas, que la
lectura de este "erudito nihilista hinchado de odio despierta la contra
ira". ¿De dónde provienen todas esas negaciones tan irracionales?,
pregunta. "Algo se responde lo ha herido profundamente. Un odio tan
intenso, tan implacable, tan puro, debe tener una raíz profunda en su
alma. ¿No hay nada de esta época, de este mundo, que le parezca bueno?
¿Alguna pieza de música, poesía, amigos, una buena comida con buen vino,
una mañana clara v fresca en el campo, un atardecer junto al mar? Si se
juzga por sus libros, el lector no tiene ni la menor sospecha de que
Marcuse haya pensado alguna vez que vale la pena vivir. Si pueden
tomarse como prueba sus libros, especialmente El hombre unidimensional,
Marcuse no ha vivido ni una hora que atesore o que le gustaría volver a
vivir". Es un hombre sin "piedad", en el sentido clásico del término. Es
el Torquemada de la Nueva Izquierda. Sin embargo, en Norteamérica, por
lo menos, lo han llenado de sinecuras, distinciones universitarias,
famas, ha existido la "censura", continuamente escribe: "¿Cuándo, dónde y
por qué medio oficial, bajo qué circunstancias se le ha impedido a
Marcuse que disemine su odio?" Por el contrario, lo ha rodeado un grupo
de seguidores que aplauden su labor por todos los medios de la
propaganda. "Hay muchos intelectuales que están completamente de acuerdo
con esta actitud completamente negativa de puro odio, hombres educados
que experimentan extáticos, el vértigo de la destrucción total. La
mayoría de estos nihilistas no pertenecen a la clase más desheredada de
nuestra sociedad. El grupo está integrado por profesores universitarios y
por los estudiantes que ellos pervierten al convertirlos a su
destructiva visión, maestros de escuelas primarias, miembros del clero y
profesionales del derecho e incluso de la medicina e ingeniería. Son
los soñadores de la libertad «in vacuo», los de las consignas abstractas
y las teóricas formulas políticas de los miembros de la Cosa Nostra
intelectual de la Nueva Izquierda, con sus causas fabricadas, sus
histriónicas quejas y su humanitarismo abstracto, lo peor de lo peor.
“Os termites intelectuales del mundo occidental". En tal sentido si bien
"la realidad abstracta de Marcuse es estrictamente la realidad
abstracta del marxista, que confunde sus sueños del milenio con una
probable realidad", resulta peor que el marxismo tradicional. "Un
fantasma frecuenta nuestro mundo, el espectro del nilálismo. El fantasma
que Marx y Engels dejaron suelto en su mundo fue una amenaza
calamitosa. Pero tenía una gracia redentora. Ellos querían la
destrucción de nuestra sociedad con el fin de crear, decían, un mundo
sin iniquidad y sin explotación. El fantasma que frecuenta nuestro mundo
no se propone otra cosa que la destrucción. El nihilismo contemporáneo
no tiene planes para construir un mundo mejor y se jacta de no tenerlos.
Está empecinado en destruir por destruir. Todo lo que existe sirve
únicamente para la botella incendiaria, y luego para la bomba y la
dinamita". De tal gente, Marcuse es el maestro; y a este megalómano, se
pregunta Vivas, "¿debemos darle un cheque en blanco, firmado por todos,
para que después descargue sobre nosotros mismos su ponzoñoso odio?". Lo
peor de todo es que esa iniquidad ha hecho escuela; se ha convertido en
la bandera de los marginales del "poder estudiantil". Rudi Dutschke,
apodado "El Rojo", lo proclamó uno de los miembros de su "Santísima
Trinidad". Marcuse es un profeta de esos contestatarios berlineses a
quienes el ministro Franz Joseph Strauss calificó como un "moderno
jardín zoológico en el cual todos se alimentan de estupefacientes, de
maoísmo, de amor libre". Para ellos (o sus colegas yanquis), anota
Vivas, Marcuse ha tenido que mejorar su anterior oscuridad conceptual,
dada "la condición bilingüe de los «chicos», que sólo conocen dos
idiomas, inglés americano y el de las malas palabras". Y les ha
proporcionado parte de su "idiolecto", un argot de polisílabos que no
pertenece a la familia indoeuropea, con expresiones tales como
"desprivatizarse", "internalizarse", "implementarse", etc. Cuando
Marcuse habla de "la brutalización del lenguaje" apunta Vivas
aparentemente no se da cuenta de que una frase como la "brutalización
del lenguaje" contribuye a la brutalidad del lenguaje que ataca. Lo
cierto es que la cosa les gusta "a los chicos criados en la abundancia,
sin serias responsabilidades, habiendo aprendido que no hay normas
objetivas que guíen la conducta, la autoritaria condenación del mundo
que hace Marcuse reconforta a los chicos. Es dudoso que tengan la
fortaleza necesaria para descifrar el pensamiento del maestro. Pero
entienden la tendencia general y muchos slogans. Concuerdan con la
tendencia y usan los slogans. Saben más o menos claramente que fomenta
sus quejas y protege sus sueños". Y él, a su vez, "expresa todo en
blanco y negro para ellos, como les gusta: todos los amigos de un lado,
los enemigos del otro. Algo así se puede manejar sin pensar,
coléricamente. Lo que él no simplifica o lo que pasa por alto, ellos
también pasan por alto. Insinúa que ellos representan la esperanza del
mundo y como son ignorantes, arrogantes y crédulos, le creen". Y se
ponen a destruir las universidades que es su medio ambiente. Y están los
mayores, que los disculpan, los apañan, porque "los jóvenes siempre se
rebelan contra la opresión". En verdad, afirma Vivas, ellos "se
rebelaron porque no querían prepararse para las responsabilidades,
obligaciones y frustraciones que impone la vida adulta". Y porque es más
fácil insultar que estudiar. Ese es el saldo de la teoría de Marcuse.
Una doctrina que se basa en el odio y la difamación. "Nada más fácil que
«difamar», como diría Marcuse, la oposición, tirándola al inodoro
psicoanalítico". Porque, claro, quien no concuerde con su polimoriismo
sexual, será necesariamente, un "sadomasoquista", un "auto humillado",
etc. Una teoría que propone una felicidad "soñada por alguien que ama al
hombre pero que odia a los hombres". Que se proyecta hacia la
"liberación", cuando "en realidad a Marcuse no le interesa la libertad o
libertades del hombre. Le interesa la libertad de regresar, aunque se
quiera o no, a un estado de sexualidad polimorfa y narcisista", es
decir: "la libertad de Marcuse de obligarnos a ser la clase de hombres
que él ha decidido que seamos". Para Pierre Masset la respuesta de
Marcuse a los defectos concretos de la sociedad occidental es "no sólo
insuficiente y vacía, sino falsa y peligrosa. Y el remedio que preconiza
nos parece peor que la enfermedad". Elíseo Vivas es más terminante
Sostiene que el marcusianismo es, en última instancia, la teoría de la
"escopeta de caño recortado" y, por ello, "los hombres que defienden a
Marcuse deberían ser procesados: o son ignorantes, o están corrompidos".
Los revoltosos franceses de mayo de 1968 dibujaron tres "M" sobre los
muros, de la Sorbona. Una de esas "M", y quizás la más "M" de todas era
Marcuse. Texto tomado de: “La Rebelión de la Nada”, ENRIQUE DÍAZ ARAUJO.