6.1. Georges Bataille
El
antropólogo y filósofo francés Georges Bataille (1897 - 1962) es el
autor de una obra determinante en el pensamiento contemporáneo. Aunque
fue relativamente ignorado en su época, y desdeñado por contemporáneos
suyos como Jean Paul Sartre, después de su muerte se convirtió en
fundamento para la superación del existencialismo, en palanca para la
ruptura con el estructuralismo y en fuente del postestructuralismo o
actual deconstruccionismo. Fue el mismo Sartre quien en su ensayo “Un
nuevo místico” (1943) dio a conocer a Bataille entre los jóvenes
estudiantes de filosofía franceses, entre los cuales se encontraban
Michel Foucault, Gilles Deleuze, Jacques Derrida y Philippe Sollers. En
aquel momento se llegaba a Bataille por Sartre pero pronto se le leería
contra Sartre. Originalmente el joven Georges Bataille quería ser
sacerdote e ingresó a un seminario católico en 1917. Sin embargo, la
lectura de Nietzsche, el Marqués de Sade, Hegel, Freud, Marx y Mauss lo
conducirían a la pérdida de su fe en 1922. Así, George Bataille será
introducido por André Breton al esoterismo y al movimiento de izquierda,
ingresando luego a los círculos surrealistas a instancias de Michel
Leiris.
Durante el “Frente Popular”, Breton y Bataille forman el grupo
“Contraataque” y colaboran con los comunistas. Sin embargo, pronto se
separarían ya que Breton adhiere al trotskismo y Bataille se une al
disidente ruso, antiestalinista de izquierda, Boris Souveraine, aunque
después retornaría al estalinismo, al que finalmente entendió como una
suerte de socialismo utópico o forma de retorno a la edad de oro de los
pueblos primitivos. Hacia mediados de los años treinta Georges Bataille
funda dos organizaciones desde las que difundió sus ideas: la primera
fue la revista “Acéphale” (1936 - 1939) y, la segunda, el “Colegio de
Sociología Sagrada”. Ambas se proponían academizar el esoterismo,
fusionar religiosidad y nihilismo, refundar mitos y ritos y restaurar lo
sagrado tanto en la esfera individual como en las estructuras de la
sociedad a escala occidental. Dirigidas por Georges Bataille, estas
instituciones convocaron entre otros a Pierre Klossowski, Roger
Caillois, Georges Ambrosino, Michel Leiris, Michel Surya, André Masson,
Jules Monnerot, Jacques Lacan y su mujer Sylvie, ex esposa de Bataille,
Walter Benjamín, Jean Wahl y Alexander Kojève. Sin más, en junio de
1936, Georges Bataille junto a Pierre Klossowski y Georges Ambrosino se
declaran con furia en contra de la modernidad. Con el título de “La
conjuración sagrada”, con epígrafes de Sade, Nietzsche y Kierkegaard y
firmada por Bataille, fundan la revista “Acéphale” e intentan recuperar a
Nietzsche de su capitalización por parte del nazismo. La declaración
liminar de “Acéphale” admitía una forma particular de religiosidad,
vivida como contraria a los valores impuestos por la sociedad burguesa:
“Somos ferozmente religiosos y, en la medida en que nuestra existencia
es la condena de todo lo que hoy se reconoce, una exigencia interior
reclama que seamos igualmente imperiosos. Lo que emprendemos es una
guerra. Es tiempo de abandonar el mundo de los civilizados y su luz. Es
demasiado tarde para pretender ser razonable e instruido, pues esto
condujo a una vida sin atractivos. Secretamente o no, es necesario
convertirnos en otros o dejar de ser. El mundo al que hemos pertenecido
no propone nada para amar más allá de cada insuficiencia individual: su
existencia se limita a su comodidad”. La proclama continúa: “Un mundo
que no puede ser amado hasta morir… representa solamente el interés y la
obligación hacia el trabajo. Si se compara con los mundos
desaparecidos, es odioso y aparece como el más fallido de todos. En los
mundos desaparecidos fue posible perderse en el éxtasis, lo que es
imposible en el mundo de la vulgaridad instruida. Las ventajas de la
civilización son compensadas por la manera en que los hombres las
aprovechan: los hombres actuales las aprovechan para convertirse en los
más degradantes de todos los seres que han existido. La vida tiene
siempre lugar en un tumulto sin cohesión aparente, pero no encuentra su
grandeza y su realidad más que en el éxtasis y en el amor extático.
Quien se obstina en ignorar o en desconocer el éxtasis es un ser
incompleto cuyo pensamiento se reduce al análisis. La existencia no es
solamente un vacío agitado, es una danza que obliga a bailar con
fanatismo. El pensamiento que no tiene por objeto un fragmento muerto
existe interiormente de la misma manera que las llamas. Es preciso
volverse lo bastante firme e inquebrantable como para que la existencia
del mundo de la civilización parezca finalmente incierta”. Agrega la
declaración del grupo de Bataille “Es inútil responder a aquellos que
pueden creer en la existencia de ese mundo y lo toman como pretexto: si
hablan, es posible mirarlos sin escucharlos e, incluso cuando se los
mira, no “ver” sino lo que existe lejos detrás de ellos. Es preciso
rechazar el aburrimiento y vivir solamente de lo que fascina. En ese
camino sería vano agitarse y buscar atraer a aquellos que tienen
veleidades tales como pasar el tiempo, reír o convertirse
individualmente en raros. Es preciso aventurarse en él sin mirar hacia
atrás y sin tener en cuenta a aquellos que no tienen la fuerza para
olvidar la realidad inmediata. La vida humana está excedida por servir
de cabeza y de razón al universo. En la medida en que se convierte en
esa cabeza y en esa razón, en la medida en que se convierte en necesaria
para el universo, acepta una servidumbre. Si no es libre, la existencia
se convierte en vacía o neutra, y si es libres un juego. La tierra,
mientras engendraba solamente cataclismos, árboles o pájaros, era un
universo libre: la fascinación de la libertad se empañó cuando la
tierra produjo un ser que exigía la necesidad como ley por encima del
universo. El hombre siguió siendo sin embargo libre de no responder a
ninguna necesidad: es libre de parecerse a todo lo que no es él mismo en
el universo… El hombre escapó de su cabeza como el condenado de la
prisión”. Precisa “Acéphale”: “El hombre… encontró más allá de sí mismo
no a Dios, que es la prohibición del crimen, sino a un ser que ignora la
prohibición. Más allá de lo que soy, reencuentro un ser que me hace
reír porque no tiene cabeza, que me llena de angustia porque está hecho
de inocencia y de crimen: tiene un arma de hierro en su mano izquierda,
llamas que parecen un corazón de sacrificio en su mano derecha. Reúne en
una misma erupción el Nacimiento y la Muerte. No es un hombre. Tampoco
es un dios. No
es yo, pero es más yo que yo: su vientre es el dédalo en el que se
perdió a sí mismo, en el que me pierdo con él y en el cual me vuelvo a
encontrar siendo él, es decir, monstruo”. Reveladoramente, el nombre y
el dibujo de la portada de “Acéphale” (obra del surrealista André
Masson) expone un cuerpo masculino desnudo sin cabeza que en una mano
porta una daga, en la otra a un corazón en llamas (alusión a los
sacrificios aztecas) y un cráneo en el lugar del sexo, representación
inspirada en una imagen gnóstica del siglo tercero que simbolizaba a un
antiguo dios acéfalo propio de los rituales egipcios. Así mostraban el
rechazo al pensamiento racional a la vez que señalaban la incidencia de
la sexualidad sobre el intelecto de los individuos. Concretamente,
Georges Bataille entiende la realidad como lo absoluto desdoblándose por
la vía dialéctica en un proceso de autoevolución. En este proceso, la
naturaleza humana es el pensamiento absoluto, o el ser, que se objetiva a
sí mismo bajo una apariencia material. Las mentes finitas y la historia
de la humanidad son pues el proceso de lo absoluto que se manifiesta en
lo que le es más cercano: el espíritu o la conciencia. Con este
fundamento, en la vasta obra de este singular pensador, lo oscuro e
impensable se convierte en un motor inmóvil que actúa cual abismo
colmado de vértigo. De esta forma, si desde Max Weber hasta Emile
Durkheim, pasando por su principal alumno, Marcel Mauss, la sociología
estableció sus categorías extrayendo la modernidad de los análisis de
las religiones, Bataille decidió que se dedicaría “al estudio de la
existencia social en todas sus manifestaciones en donde se haga presente
la presencia activa de lo sagrado”, concepto que en él alcanza un
singular sentido. Teniendo a Sade por maestro espiritual y a Nietzsche
como impronta, George Bataille tiene clara conciencia e intención de
“fundar una religión” que exprese aquella “experiencia interior” que
constituye una “experiencia religiosa fuera de las religiones
definidas”. Por lo tanto, Bataille concibe y confiere existencia real a
una amalgama de gnosticismo, mística cristiana, hinduismo, budismo zen,
yoga, zoroastrismo, tantrismo y también satanismo. El gnosticismo es
exaltado por Bataille como culto a la “materia baja” en contra de toda
idea racional (“El bajo materialismo y la gnosis”, 1930). Los íconos
sagrados del grupo serían figuras mitológicas o héroes de la literatura
del mal, cultores de religiosidad tortuosa o asesinos convertidos en
personajes históricos (Dionisio, don Juan, Sade, Nietzsche, Kierkegaard y
el asesino serial Pilles de Rais, con quien se iniciaba la adoración a
los grandes criminales lúbricos más tarde continuada por Foucault).
Concibiendo Bataille una divinidad acéfala, esto es, una teología
negativa, una religión sin Dios o neopaganismo organizado a la manera de
las logias masónicas, sin más planifica convertir al núcleo de
“Acéphale” y el “Colegio de Sociología Sagrada” en una fuerza secreta.
Convencido de que había que llevar a fondo la máxima nietzscheana de
revelar la verdad a unos pocos cuya comprensión del mundo no sería sólo
intelectual sino vivencial, formalmente postula la creación de una
“comunidad de afinidades electivas” destinadas a “convertirse en otros
de manera secreta”. Es a este efecto que Bataille establece una serie de
ritos de iniciación para los adherentes de “Acéphale” y el “Colegio de
Sociología Sagrada”, convirtiéndose el hombre sin cabeza en un símbolo
fundamental de éstos. Es más, inspirado en las comunidades arcaicas
(cultos dionisíacos, rituales aztecas y vudú haitiano) creyó poder
lograr la comunión de los miembros de su grupo apelando a sacrificios
humanos. Llegó tan lejos en esta idea que se ofreció a sí mismo para
inmolarse y eligió como sacrificador a Roger Caillois. Con este
fundamento, George Bataille expresamente consideraba la realización de
“una vehemente y sangrienta revolución”, la cual debía ser preparada
mediante la creación deliberada de organizaciones cuyo fin fuera el
éxtasis y el frenesí, el sacrificio de animales, las torturas parciales y
las danzas orgiásticas de las religiones de fuego, sangre y terror. Su
propuesta significaba recorrer los caminos de la destrucción, del
aniquilamiento y de la aceptación de la muerte como expresiones del
rechazo radical a la razón. Dice Bataille: “De la voluptuosidad, del
delirio al horror sin límites… nos dirigimos al olvido de las niñerías
de la razón… Por la violencia de la superación de la razón yo me embargo
en el desorden de mis risas y mis lágrimas, en el exceso de los
transportes que me quiebran, la similitud del horror y de una voluntad
que me excede, del dolor final y de una insoportable alegría”. Según
Bataille, esta vía conducía el reconocimiento de la “interdicción” y la
“transgresión” como principios sociales necesarios y complementarios.
Contrariamente al liberacionismo existencialista, Bataille se oponía a
la abolición de la interdicción, porque con ésta desaparecería, al mismo
tiempo, el goce de transgredir la interdicción. En este sentido, la
interdicción de la libertad sexual sería necesaria para mantener la
estabilidad del mundo del trabajo y la razón, pero a la vez esta
interdicción era fuente indeliberada de goce, del mismo modo que la
impudicia sólo resultaba excitante en una sociedad que valoraba el
pudor. Bataille indica: “Lo que tiene de notable el interdicto sexual es
que se revela plenamente en la transgresión… jamás la interdicción
aparece sin la revelación del placer ni jamás el placer sin el
sentimiento de la interdicción”. Era pues Bataille contrario al concepto
secular, laico, moderno, democrático de erotismo que reclamaba libertad
para el placer. Veía en estas ideas un burdo materialismo y una caída
en la animalidad. En el proyecto de prefacio a “Lo imposible” precisa:
“No soy de aquellos que ven una salida en el olvido de las
interdicciones sexuales. Creo incluso que la posibilidad humana depende
de esas prohibiciones”. Aún más, según Bataille, el anhelo de lo
imposible y la elección de la transgresión conducían a un traspaso
fundamental. Entendiendo la necesidad de reducir verdades mediante la
transgresión, ésta busca superar el pensamiento, atravesar el ámbito
subjetivo y encontrar una reconciliación con las cosas en un punto
muerto, donde sujeto y objeto entrarían en unidad absoluta, realización
concreta y total del espíritu. Así se gestaría entonces la decisiva
supresión de las diferencias entre el sujeto que piensa y el objeto que
es pensado. La transgresión debía pues lograr un “desencadenamiento”
que, forzando el traspaso de los valores vigentes e implicando que algo
es aniquilado en el sujeto mismo, condujera a la pérdida de la
conciencia y al estremecimiento más conmovedor del alma. Buscado con
insistencia, este movimiento de superación, históricamente se traduciría
en revoluciones que darían pie a determinantes transformaciones
sociales. Confiriendo perspectiva a la transgresión, para Bataille, lo
sagrado, el erotismo y la violencia se contraponían al mundo de la razón
y el trabajo. Lo antagónico a la razón era la violencia; lo opuesto al
trabajo era el exceso, tal como se daba en la fiesta, el juego, el
sacrificio religioso y la orgía. De este modo, el erotismo fue el tema
central de toda la obra de Bataille. El sexo practicado con frenesí no
dejaba de ser una forma de religiosidad, sólo que la otra cara de la
religiosidad ascética. Como Sade, Bataille entiende que la religiosidad
del ateo se presentaba a través de la profanación y la oración en la
forma de blasfemia. Por tanto, la transgresión se plasma en el
desencadenamiento del impulso erótico ya que “el desorden sexual
descompone las figuras coherentes que nos establecen, ante nosotros
mismos y ante los otros, como seres definidos (les hace resbalar hacia
un infinito que es la muerte)”. En Bataille, el erotismo estaba más allá
de la sexualidad: “El erotismo es un aspecto de la vida interior, si se
quiere de la vida religiosa… La determinación del erotismo es
primitivamente religiosa…”. Tan diferentes eran para Bataille el
erotismo y el mero goce sensual, que en sus novelas las escenas de sexo
buscaban provocar sensaciones de repugnancia y horror que remitían a la
idea de pecado. Bataille considera a los burdeles de París sus
auténticas iglesias. El erotismo hostil al mundo del trabajo y la razón
estaba vinculado, por tanto, a la violencia. Sentenciaba Bataille: “El
dominio del erotismo es el dominio de la violencia, el dominio de la
violación”. Por extensión, la exaltación de la crueldad llevaba a George
Bataille al límite extremo de la muerte en un “tormento de orgías” y a
la “agonía de la guerra” más “la práctica de la alegría frente a la
guerra”. El mismo “goce de la tortura” resultaba ser un ejercicio
espiritual propio del misticismo ateo. Sin más, Bataille llega a afirmar
que, en lo esencial, el fascismo era un movimiento original en la
medida en que asumía el carácter de lo sagrado en la política y que
“gestiona” la energía social interrumpida por el juego racional
democrático. En “Acéphale” son frecuentes las críticas al movimiento
antifascista que pretende escudarse en los “valores democráticos”. Tal
como en Sade, en Georges Bataille el mal aparece como un ideal que se
desea alcanzar. Bataille dedica un ensayo a Jean Genet, figura cuya obra
denota la indiferencia a las valoraciones morales en favor de las
estéticas, como si lo esencial fueran las formas y éstas, además de ser
independientes de sus consecuencias éticas, alcanzan mayor belleza
cuando toman la figura del mal. Las crudas citas del propio Genet
resultaban claras: “Tenía dieciséis años... en mi corazón no conservaba
ningún lugar en donde pudiera alojarse el sentido de mi inocencia. Me
reconozco como el cobarde, el traidor, el ladrón, el marica que los
demás veían en mí... Y tenía el estupor de saberme compuesto de
inmundicias. Me hice abyecto”. Es en función de la transgresión que
George Bataille formula entonces su teoría de la “heterología”, la cual
consideraba la existencia de dos polos: uno “lo homogéneo”, referido al
espacio de la sociedad humana y la rutina cotidiana; el otro, “lo
heterogéneo”, que respondía al dominio de lo sagrado, el éxtasis, la
ensoñación, la pulsión, el sacrificio, la magia, la embriaguez, la
locura, el crimen, lo improductivo, los excrementos, la basura. Bataille
reconoce particular potencia revolucionaria a “lo heterogéneo” pues
esta “parte maldita” de la realidad resultaba imposible de simbolizar y
normalizar en el orden de la razón y, por lo tanto, resultaba ajena a
cualquier legalidad. Por extensión, el concepto de “lo heterogéneo” le
servía también a Bataille para aludir a ciertos grupos humanos con los
que simpatizaba: los marginales o excluidos de la normalidad social, los
parias, los intocables, los locos, los bohemios, las prostitutas, los
delincuentes, los lúmpenes. Claramente expresa Bataille: “La sociedad
homogénea es incapaz de encontrar en sí misma un sentido y meta de la
acción. De ahí que a la larga venga a depender de las fuerzas
imperativas que excluye”. De esta forma, según Bataille, “lo
heterogéneo” o “lo totalmente otro”, esencialmente opuesto a “la
homogeneidad” de las débiles y mediocres democracias burgueses, es una
fuerza “que eleva… por encima de los hombres, de los partidos e incluso
de las leyes” y constituye “un poder, una violencia que rompe el curso
normal de las cosas, esa homogeneidad sosegada pero bostezante que es
impotente para mantenerse por sus propias fuerzas”. Las manifestaciones
de “lo heterogéneo” daban cuenta pues de las “inagotables riquezas de
formas de la vida afectiva” al constituir fuertes “reacciones afectivas
que sacuden la superestructura”. En su desarrollo discursivo,
característico es en Bataille la utilización de metáforas que hacen
referencia a significativas estructuras filosóficas. En su poesía,
Bataille expresa: “Oh cráneo ano de la noche vacío, sopla el cielo lo
que muere, el viento aporta a la oscuridad la ausencia. Desierto un
cielo falsea el ser… el ser topa con el ser, la cabeza hurta el ser, la
enfermedad del ser vomita un sol negro de esputos” (Oh cráneo). Agrega
Bataille: “Tengo frío en el corazón y tiemblo, desde las profundidades
del dolor te llamo, con un grito inhumano, como si pariera…. Todas las
palabras me ahogan (Tengo frío)…. El pulgar en el coño, el cáliz sobre
los senos desnudos, mi culo ensucia el mantel de los altares…
(Soledad)”. Además, si en su obra “Véndame los ojos” afirma: “Amo la
noche, mi corazón es negro. Empújame a la noche, todo es falso, sufro.
El mundo huele a muerte…”, en “Estrella” Bataille ha de precisar: “No
quiero vivir, que dulce es ahogarme, la estrella que se eleva, está fría
como una muerta”. En “Corifea” dice Bataille: “Deja que una última
atadura ciña a tus riñones el vestido pegajoso de la muerte”, para en
“eres el horror” proclamar: “Eres el horror de la noche, te amo como se
agoniza… matar es bello”. Las ideas marginales de Bataille lograron
status académico en los años sesenta, en los ámbitos filosóficos
universitarios a través de Jacques Lacan y Michel Foucault. Se consagra
definitivamente cuando la revista oficiosa de los posestructuralistas
“Tel Quel” le dedica en 1963 un número de homenaje. Durante los sucesos
de 1968, Bataille estaba de moda entre los estudiantes franceses pues
compartían su gusto por el erotismo y la violencia. Aunque no
coincidiera con los postulados liberacionistas de los jóvenes rebeldes,
Bataille postulaba “lo imposible” y se había anticipado a exaltar tanto
“la súbita explosión de tumultos sin límites” como “el tumulto explosivo
de los pueblos”. La editorial Gallimard publicó en 1970 las obras
completas de Georges Bataille, prologadas por Michel Foucault. Este
afirmará: “Bataille es uno de los escritores más grandes de su siglo… Si
estamos donde estamos, en buena medida se lo demos a Bataille. Pero lo
que nos queda por hacer, por pensar y por decir, sin duda se lo seguimos
debiendo aún, y se lo deberemos durante mucho tiempo todavía”. El mismo
Foucault identificaría la existencia de una tríada de “pensadores
malditos”: George Bataille, Pierre Klossowski y Maurice Blanchot
(1927-2004), “el último de los malditos ilustrados”, quien proclamaba:
“Escribir es la violencia más grande porque transgrede la ley, toda ley,
y su propia ley… No tengo sentimientos más que para algunos, piedad
para nadie…”.